Zack no le preguntó a Olivia por el arrebato que había tenido al salir del despacho del forense y que había resultado demasiado apasionado para tratarse de un sermón sobre la justicia. Era algo personal. Zack se preguntó hasta qué punto aquel caso era personal para ella.
Cuando volvieron a la comisaría, Zack ya tenía otras cosas en la cabeza. Se fue a buscar a Boyd para averiguar cómo le iba con lo de las camionetas, mientras que Olivia se disculpó y se metió en la sala de reuniones.
Boyd seguía cotejando la relación de propietarios de las Expedition con los de los Dodge, pero estaba haciendo progresos.
—Si detectas alguna coincidencia, llévate a Jan O’Neal contigo para interrogarlos —le dijo Zack.
—¿Quieres que sea yo quien los investigue?
¿Por qué parecía tan asombrado? Esa era la razón de que Zack no se considerase a sí mismo un buen oficial de adiestramiento; tal vez no le estuviera dando a Boyd el suficiente refuerzo positivo. Hasta ese momento, el chico había hecho un buen trabajo, y Zack consideraba que prometía… siempre que dejase de adelantarse a sí mismo y perdiese aquella actitud de cachorro demasiado impaciente.
—Sí —dijo Zack—. Pero no solo. Ya sabes lo que tienes que buscar, y O’Neal es una buena poli. —Una de las más meticulosas del cuerpo. Boyd podría aprender con ella.
Zack echó una mirada al reloj de la pared.
—La agente St. Martin y yo vamos a ir a hablar con las dos testigos del secuestro de Benedict, a ver si recuerdan algo más sobre el tipo que vieron, aunque no me hago muchas esperanzas.
—Porque a los niños les da por inventarse las cosas, ¿no? —dijo Boyd.
—Exacto. Pero la primera vez que hablamos con ellas había mucha emotividad. Puede que el tiempo transcurrido ayude en este caso.
—¿Va todo bien con la agente? —preguntó Boyd.
—Mejor de lo que esperaba. Vamos a revisar todo los casos que trajo con ella, a ver si podemos localizar algún patrón adicional. Pásate por la sala de reuniones; tendré algún trabajo de seguimiento que exigirá contactar con otras jurisdicciones para el que necesitaré tu ayuda.
La siguiente parada de Zack fue el laboratorio de Doug Cohn. El director del laboratorio estaba inclinado sobre un microscopio. Zack esperó con impaciencia, aunque sin querer meterle prisa. Al final, se acercó hasta él.
Sin levantar la vista del aparato, Cohn dijo:
—No tengo nada nuevo, pero ya he enviado el pelo del vello púbico al contacto de la agente St. Martin en el laboratorio del FBI. En circunstancias normales, nunca pensaría que harían nada más rápido que nosotros, pero parecía absolutamente convencida de que se pondrían manos a la obra de inmediato.
—Gracias. Mira, sé que estás agobiado de trabajo, pero hazme un favor.
—Si es sobre tu caso, lo que quieras. —Cohn levantó la vista del microscopio.
Zack le entregó la lista de ciudades que Olivia le había dado antes.
—¿Puedes ponerte en contacto con estos departamentos y ver si puedes conseguir alguna información sobre las marcas en los antebrazos?
—¿También a ti te han estado fastidiando esas marcas? ¿Pudo obtener algo Gil en el cuerpo de la niña Reynolds?
Zack sacudió la cabeza.
—No quedaba suficiente tejido blando.
—Veré qué puedo hacer. ¿Algo más que quieras que averigüe?
—Claro, el nombre y el domicilio del asesino.
—¡Ajá! Mira, tantearé a los laboratorios y veré qué tienen.
—Bien, estaré en la sala de reuniones. Voy a llamar a Nashville para averiguar por qué razón no han enviado la información sobre el tatuaje. Luego, empezaré a revisar la lista y hablaré con los detectives encargados y que me envíen copias de todos los expedientes.
»Tal vez —dijo Zack por encima del hombro mientras salía del laboratorio— consigamos que mejore nuestra suerte.
Al abrir la puerta de la sala de reuniones empezó a decir:
—Liv, he puesto a trabajar a Cohn en…
Olivia se erguía de puntillas sobre una silla con los pies descalzos cubiertos por las medias, mientras escribía algo en la parte superior de la pizarra blanca. Al oír la voz de Zack, se sobresaltó y la silla se movió bajo ella. Aterrizó sin ninguna ceremonia sobre su trasero.
Zack se acercó hasta ella en dos zancadas y la ayudó a levantarse. Al principio, Olivia pareció indignada, pero acabó sonriendo tímidamente.
—Supongo que ponerse de pie encima de una silla no es la forma más inteligente de hacerlo, pero las personas bajitas hacen lo que pueden para compensar la desproporción.
Se apartó de él, y Zack contempló lo que ella había estado escribiendo en la parte superior.
—¿Fechas? —dijo.
Relacionadas bajo el año en curso en letras de molde escritas con pulcritud aparecían las tres víctimas de Seattle: Jillian, Jennifer y Michelle. Junto al nombre de cada una de las niñas se indicaba su edad, fecha del secuestro, hora probable de la muerte y fecha de hallazgo del cadáver. Según parecía, Olivia había hecho lo mismo con todas las víctimas de otros nueve estados, pero faltaba una información: la hora concreta de la muerte. Había anotado la que ella suponía con un rotulador de otro color.
Olivia había quitado el mapa y las fotografías de las víctimas del tablón de corcho y lo había pegado todo con cinta adhesiva en la pizarra blanca, de manera que toda la información sobre el caso se podía ver de inmediato.
Zack se quitó la chaqueta deportiva con un movimiento de hombros y la arrojó sobre una silla del rincón. Algunos detectives llevaban corbata; él no era de esos. Los pantalones Dockers y las camisetas negras eran su uniforme preferido. Si llevaba americana era, fundamentalmente, para ocultar la pistolera del hombro.
—Parece que tenía razón —dijo Zack—. Sus últimas tres víctimas están concentradas, mientras que la primera las precede al menos en un mes.
Olivia frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —quiso saber Zack.
—Bueno, tengo la sensación de que hay algo acerca de estas primeras víctimas que es diferente a las otras. Pero no consigo ver qué es.
Zack estudió las fechas de la pared.
—Analicemos esto a fondo. El tipo se traslada de un estado a otro. ¿Por qué? Para evitar que lo descubran. ¿Y cómo? ¿Es económicamente independiente? ¿O trabaja en algo que le hace viajar mucho? ¿Tal vez es un vendedor?
Olivia negó con la cabeza.
—Estoy de acuerdo con el porqué, pero no con el cómo. Me parece que no necesita mucho dinero para vivir. Es soltero. Y disciplinado. Probablemente, no se permita muchos lujos.
—Pero no vive en la calle.
—No. Es una persona limpia. Lo más seguro es que tenga un aspecto pulcro. Y tiene cara de honrado. Esa es la razón de que Jenny Benedict se fuese con él. Tiene pinta de no matar una mosca.
—¿Puede que trabaje en algún tipo de tienda? ¿En un centro comercial? Muchos niños frecuentan los centros comerciales, van de compras allí con sus padres. Es un terreno abonado para la caza.
Olivia escribió algo en la pizarra. «Ocupación: ¿Tienda? Posiblemente en un centro comercial».
—Se le daría bien la gente, en especial las mujeres. Es familiar. Probablemente parezca educado y puede hablar sobre un sinfín de temas. Y es un manipulador, aunque no lo aparente.
—Si se muda de estado cada dos años, lo más probable es que no tenga una profesión en la que necesite una clientela fija, como sería el caso de un abogado o un médico. ¿Qué tal algo relacionado con los niños, como un profesor?
—Un profesor. Tal vez. —Olivia lo escribió en la pizarra a continuación de «Ocupación»—. Salvo que… —Se interrumpió. Ella no tenía ningún hecho que respaldara sus opiniones. Tal vez estaba hablando demasiado; llevando a Zack por el camino equivocado. ¿Y si cometía algún error? ¿Qué pasaría si se concentraban en una parte de la investigación que no les reportara ningún resultado? ¿Y si perdían un tiempo precioso por culpa de sus opiniones?
—¿Olivia? —dijo Zack instándola a seguir.
—Lo del profesor es una buena idea. Kansas es el último lugar del que estamos seguros que estuvo. Podemos ponernos en contacto con todos los colegios de Seattle para ver si alguien ha sido trasladado desde Kansas.
—No es mala idea, excepto que usted no cree que sea profesor.
—Pero puede que lo sea. No podemos ignorar su instinto.
—Pondré a Boyd a ello, pero quiero saber qué es lo que está pensando.
Olivia se mordió el interior del carrillo.
—No soy una especialista en perfiles. No sé nada con seguridad…
—¡Carajo, Olivia!, yo tampoco soy un especialista en perfiles. —Se pasó la mano por el pelo y se quedó mirando el techo fijamente. Era evidente que ella había dicho algo inadecuado, ¿pero qué?
—Mire, deje de cuestionarse —dijo Zack—. Limítese a escupirlo. Si es una idea estúpida, olvidaré que la ha dicho, ¿de acuerdo? Pensaba que ya habíamos tenido esta conversación.
Olivia se recriminó a sí misma mentalmente. Tenía que empezar a actuar como la agente del FBI experimentada que había hecho creer a Zack que era.
—No, no creo que sea profesor —dijo con convicción.
—¿Por qué?
—Porque no creo que fuese capaz de evitar tocar a las niñas, si estuviera rodeado de ellas todo el día.
Zack asintió con la cabeza.
—Buen argumento.
—Aunque creo que deberíamos investigarlo.
—Lo haré.
Olivia miró la pizarra de hito en hito. A esas alturas, resultaba evidente que en cada ciudad la primera víctima había sido asesinada mucho antes que las restantes, pero ¿por qué?
—Puede que haya dado con algo —dijo Zack al cabo de un instante.
—¿Con qué?
—La razón de que no trabaje con niños. Dijo que era porque sería incapaz de no ponerles las manos encima a las niñas. Lo descubrirían enseguida. Así que parte de su disciplina consiste en permanecer alejado de la tentación.
—Parece razonable.
—La primera víctima de cada ciudad está separada en el tiempo… ¿Y si su primer asesinato fuera espontáneo? Luego, se asusta porque cree que ha cometido un error y se esconde. Espera, se asegura de que la policía no sabe lo suficiente para encontrarlo. También, mire aquí… —Zack se levantó y le quitó el rotulador para pizarras de la mano. Debajo de cada grupo de víctimas realizó una operación matemática. Cuando llegó a Texas, Olivia vio lo que él había observado—. Los cuerpos de las primeras víctimas tardan más en ser encontrados.
—Todas las demás víctimas habían sido descubiertas al cabo de unos días; las primeras, después de varias semanas.
—No es que las escondiera propiamente dicho, pero debió de haber arrojado los cuerpos en zonas poco transitadas —dijo Zack.
—¿Hay alguna manera de obtener información de las demás ciudades? Algunos de estos casos son tan antiguos…
—La conseguiré. —Zack consultó su reloj—. No me había dado cuenta de que era tan tarde. Tengo que llamar a Nashville sobre lo del tatuaje; se suponía que nos tenían que enviar el informe por fax. —Cogió el teléfono.
—¿Puede conseguir que le envíen todo el expediente?
—Se lo pediré, pero podría tardar un par de días. Ocurrió hace diez años.
Mientras Zack hablaba con los policías de Nashville, Olivia estudió el mapa. El cuerpo de Jillian Reynolds había sido descubierto a menos de cinco kilómetros de donde fue vista por última vez. Según el jefe Rodgers, su madre y la policía habían creído que la niña se había ahogado, y habían centrado su atención en las zonas costeras, buscando en el resto de la isla solo de manera residual. Se examinaron los vídeos de los ferrys con la idea de que la niña podría haberse escapado, o que, deseando simplemente subir al barco, tal vez se había perdido, o que, si había sido un acto delictivo, la verían con un extraño.
Nada de aquello dio sus frutos, pero al día siguiente concluyeron que la niña probablemente se había ahogado. La resaca era fuerte en aquella parte de la isla y, por consiguiente, podría haber sido arrastrada mar adentro, y el cuerpo seguiría la corriente hasta que fuera arrojado a la orilla a kilómetros de distancia, o quedara atrapado en alguna red de pesca.
Pero el asesino era metódico. No la había sacado de la isla. Había sabido que los ferrys y los muelles estaban vigilados por cámaras de vídeo; y llevársela en una embarcación privada habría sido peligroso. Sobre todo, teniendo en cuenta que la había secuestrado por la mañana.
—Zack —dijo.
—Discúlpeme un momento —masculló Zack al teléfono—. ¿Qué?
Olivia negó con la cabeza.
—Me había olvidado que estaba hablando por teléfono.
—¿Qué? —repitió él.
—Jillian fue secuestrada en la isla y encontrada en la isla. Eso invita a pensar que fue asesinada en la isla. Y esta no es muy grande. Tenemos que averiguar si fue asesinada a puñaladas en el bosque. De lo contrario…
—El asesino tenía un lugar para ocultarla.
Olivia asintió con la cabeza.
Zack terminó de hablar con Nashville y colgó el teléfono.
—Siguen reuniendo toda la documentación. Enviarán por fax los documentos y nos remitirán una copia de todo el expediente. Ahora, permítame que llame a Doug Cohn para decirle que se ponga con el análisis de las muestras de tierra lo antes posible. Cuando este caso esté resuelto, al tío le voy a tener que dar una medalla.
• • •
Jenny Benedict había vivido en Sahalee, un barrio de clase media alta. Diez años atrás, la zona no era más que un descampado con unas cuantas fincas de recreo; a esas alturas, las familias jóvenes que buscaban seguridad para sus hijos y un entorno tranquilo, habían construido docenas de zonas residenciales.
Olivia observó la sucesión interminable de jardines de césped perfecto, todos igualmente rectangulares, todos igualmente verdes. Las magníficas casas de dos plantas resultaban imposibles de distinguir, salvo por las caras alternas de ladrillo, piedra o madera. Los niños montaban en bicicleta, aunque Olivia advirtió que los padres no los perdían de vista. Una niña de su mismo barrio que debería haber estado a salvo había sido secuestrada y asesinada. Los padres estaban más atentos; al menos, durante un tiempo.
Pero algo sí que era cierto: en aquel barrio un extraño llamaría la atención. Ese asesino no llamaba la atención; su aspecto era el de cualquiera de ellos. Y vigilaba en busca de la oportunidad perfecta para llevar a la práctica sus enfermizas fantasías. Y esperaba a la oportunidad perfecta para asesinar.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Zack.
Olivia lo miró. No parecía cómodo, pero ella no supo si se debía a que era demasiado grande para estar cómoda en el turismo de gama media o porque tenía que enfrentarse a los amigos y padres de Jenny Benedict.
—¿Olivia? —volvió a preguntar.
—Estoy bien —dijo ella.
—Ya veo. —Zack miró de manera significativa las manos de Olivia y volvió a centrarse en la carretera.
Olivia separó las manos rápidamente, que las había tenido apretadas mientras interiorizaba la rabia por lo que le había ocurrido a Jenny Benedict. Se alisó la falda y clavó la mirada al frente, recordándose, conscientemente, el mantener las manos separadas.
Zack aparcó delante de una de las casas más grandes de la parcelación; la vivienda tenía una fachada de estuco y ladrillo parecida a la de las demás casas.
—Pedí que las dos testigos se reunieran aquí para hacérselo más fácil a las niñas —dijo—. Ya les tomé declaración por separado, pero quiero comprobar si recuerdan algo más. Las dos estaban muy afectadas en el momento. Después, tengo que pasar a ver a los padres de Michelle Davidson. Los han llamado para que pasen por comisaría a actualizar los datos. —Se pasó la mano por la barba espesa y negra de la cara—. No sé qué decirles. Estamos siguiendo todas las pistas que hemos podido encontrar, pero todas son muy débiles.
Olivia alargó la mano y le tocó levemente en el brazo con las yemas de los dedos. El gesto pareció torpe; nunca había sido hábil en consolar a nadie.
—Está haciendo todo lo que puede. Lo verán en sus ojos.
Los ojos oscuros de Zack le sostuvieron la mirada, y Olivia sintió crecer en su estómago una sensación extraña e inusitada; una palpitación. Tragó saliva involuntariamente cuando se dio cuenta de que se sentía atraída por Zack. No le había costado mucho colocar el idilio y el sexo en la cola de su lista de prioridades. ¿En la cola? ¿Estaban siquiera en la lista? Tras el divorcio amigable con Greg, no se había vuelto a preocupar. El divorcio había sido un alivio.
Todavía reconocía aquella rara sensación; era algo más profundo que una mera atracción física. Al conocerlo, se había dado cuenta de que, en su estilo de poli arrogante y moreno, Zack Travis era muy atractivo. Llenaba cualquier habitación con la fuerza de su personalidad, con su mera presencia, lo cual tenía poco que ver con su complexión y sí mucho con su atractivo salvaje.
Pero el verdadero atractivo radicaba en su profunda compasión por las víctimas y en su obstinado convencimiento de que un buen trabajo policial acabaría con los malos; de que él estaba haciendo todo lo posible para proporcionar justicia a los supervivientes. Observarlo pensar, y hacer preguntas, y preocuparse, a Olivia le tocaba la fibra sensible.
Olivia se apartó. Nerviosa, alargó la mano hacia el manillar de la puerta para salir del coche repentinamente pequeño, cuando Zack la agarró del brazo. Ella se quedó inmóvil. Quiso apartarse de un tirón y decirle que no le gustaba que la tocaran, pero algo la detuvo. Zack la sujetaba con firmeza, pero luego, como si sintiera el miedo de Olivia, aflojó la presión.
Los dedos de Zack le acariciaron el brazo desnudo con un tacto sorprendentemente suave, sensible e íntimo. Una contradicción absoluta con la brusquedad de su comportamiento. Olivia resistió el impulso de abandonarse al tacto de Zack, y se estremeció.
No se atrevía a mirarlo; sus emociones estaban casi a flor de piel. Él se habría dado cuenta de lo confundida que estaba, de su necesidad; de hasta qué punto él le embrollaba los pensamientos y los sentimientos y la confundía.
—Míreme —dijo Zack.
Olivia negó con la cabeza de manera tan imperceptible como tragó saliva, mientras reunía hasta el último átomo del control que él le hacía perder con tanta facilidad.
—Olivia.
Respiró profundamente al tiempo que se volvía hacia él. Perdida su dureza habitual, la expresión de Zack se había relajado de alguna manera. Ella solo pudo pensar en enterrar la cara en su pecho ancho y dejar que la abrazara. Su presencia era tan poderosa, tan absolutamente abarcadora, que durante un instante fugaz Olivia creyó que podría protegerla, no solo de sus pesadillas, sino de la maldad del mundo.
Imposible. Pero el labio le tembló ansiando probarlo, y se lo mordió. ¿En qué demonios estaba pensando?
—¿Qué es lo que la mueve?
Olivia abrió los ojos desmesuradamente. ¿A qué venía esa pregunta? ¿Qué es lo que quería saber? ¿Y por qué?
—La justicia —susurró ella, y carraspeó. Vuelve al trabajo. Tenía que librarse de aquellos pensamientos inconvenientes sobre Zack Travis. Él era un policía que investigaba un asesinato. Eso era todo.
Zack movió la cabeza adelante y atrás de manera casi imperceptible manteniéndole la mirada a Olivia. Los ojos del detective eran insondables, profundos, sagaces.
—No me lo creo.
Olivia interrumpió el contacto visual, inquieta por el intercambio de miradas y liberó el brazo que él le sujetaba. Abrió la puerta del coche.
—Me trae sin cuidado lo que crea —le espetó. Salió de un salto y cerró dando un portazo, desesperada por poner distancia entre ellos y recuperar el control.
Zack la observó dirigirse a grandes zancadas hasta el buzón y detenerse. No lo estaba mirando, pero era absolutamente evidente que estaba pensando en él. Y Zack estaba pensando en ella. Había estado tan cerca de besarla. ¿Besarla? Carajo, la habría devorado. En la manera en que ella lo había mirado no había solo deseo. Bajo aquella pose controlada, había una complejidad de sentimientos soterrados. Zack quería abrirla y averiguar por qué estaba tan tensa, por qué no compartía nada sobre sí misma, por qué no le gustaba que la tocaran. Deseaba abrazarla y derretir su hielo. La frialdad de su personalidad no era más que una fachada; la había visto luchar con sus emociones. Y él tenía la sensación de que Olivia hervía por dentro, pero que mantenía sus sentimientos cerrados bajo siete llaves.
Se preguntó qué ocurriría si él encontraba la llave.
Salió del coche y cerró la puerta de un puntapié. Olivia St. Martin escondía algo, y aunque él la encontraba absolutamente excitante, su preocupación número uno era la investigación. ¿Qué podía ser eso que ocultaba? Había parecido tan asequible en el laboratorio, en el trabajo en común y con las pruebas, y con aquellas notas metódicas que había escrito en la pizarra blanca… Nada que ver con la mujer que acababa de salir del coche.
Al ver a la superagente por primera vez, la víspera en el despacho de Pierson, pensaba que la había calado por completo. En ese momento, tuvo que admitir que no sabía qué pasaba con ella. Se acordó de la reacción de Olivia al salir del despacho del forense. En aquel momento había pensado que era una cuestión personal, aunque cuando habían estado trabajando juntos en la sala de reuniones se había comportado como una absoluta profesional.
Estaba escondiendo algo… ¿pero era personal o profesional? ¿O ambas cosas?
Se reunió con ella junto al buzón, al comienzo del sendero que conducía a la casa.
—Si está ocultando algo acerca de la investigación, lo averiguaré —dijo Zack en voz baja—. No dejaré que nadie juegue sucio con mis casos, especialmente en este. Puede llevarse toda la gloria; me importa una puta mierda la prensa, el reconocimiento o el mérito. Pero no joda el caso.
Las mejillas de Olivia enrojecieron de ira.
—¿Gloria, dice? —Su voz era un puro susurro—. ¿Cree que me importa la gloria? Bastardo.
Olivia pasó por su lado rozándolo, con las mandíbulas apretadas.
La había hecho enfurecer, y Zack se preguntó qué secretos acabaría escupiendo si la provocaba de verdad. Secretos; sí, tenía secretos. Y estaba absolutamente decidido a averiguar cuáles eran.
Caminaron hasta la puerta en un tenso silencio.
La casa pertenecía a Will y Dina Adams; su hija, Laura, había sido la mejor amiga de Jenny y una de las testigos del secuestro.
El señor Adams abrió la puerta antes de que Zack pudiera llamar con los nudillos.
—Detective Travis —dijo con solemnidad mientras les abría la puerta para que entraran.
Zack presentó a Olivia, y Adams los condujo a través de una planta amplia y embaldosada hasta la sala de estar, situada en la parte posterior de la casa.
Laura Adams era una niña preciosa de diez años, con una melena morena y grandes ojos azules que en ese momento aparecían anegados en lágrimas. La niña sonrió y parpadeó.
—Hola —dijo tímidamente.
—Hola, Laura —dijo Zack. Luego, sonrió también a la otra niña, que estaba sentada con la espalda recta y las manos agarradas con fuerza entre las rodillas—. Hola, Tanya. ¿Estáis bien?
—Sí —dijo Laura mientras Tanya se encogía de hombros.
La madre de Tanya estaba sentada en el otro extremo de la habitación, junto a Dina Adams.
—¿Cuánto tiempo va a durar esto? ¿No ha tenido bastante ya mi hija? ¿Por qué tienen que hablar con ella otra vez?
—¿Señora Burgess, verdad? —preguntó Olivia.
—¿Quién es usted? —dijo la señora Burgess retorciéndose las manos.
—Soy Olivia St. Martin, del FBI. Sé que esto es difícil para usted y para su hija, y le prometo que acabaremos lo más pronto posible.
La voz de Olivia fue tan profesional como tranquilizadora, con la cadencia de un psicólogo. Se había sentado al lado de Tanya y sonreía a Laura, que estaba sentada al otro lado de su amiga.
—Podéis llamarme Olivia —le dijo a las niñas.
Zack les habría preguntado a las niñas, pero una mirada de Olivia le informó de que quería intentar algo en esa ocasión. Sintiendo curiosidad, le dio la oportunidad. La furia que había mostrado hacia él había desaparecido o había sido enterrada; la disposición y actitud parecían haberse dulcificado, aunque no faltaba seguridad.
El rápido cambio de humor de Olivia intrigó a Zack.
—El detective Travis me ha dicho que visteis al hombre que se llevó a Jenny —dijo Olivia con voz pausada—. Os debe de resultar difícil pensar en ello.
—Nunca lo olvidaré —dijo Laura con sus grandes ojos llorosos—. No dejo de pensar que volverá.
Olivia conocía muy bien esa sensación. Había temido exactamente lo mismo durante años: que el miserable hombre del tatuaje trepara por el enrejado de rosas que había fuera de la ventana de su dormitorio y se la llevara, igual que había hecho con Missy.
Olivia había roto el enrejado durante Halloween, tres años después de que Missy fuera asesinada. Su padre pensó que habían sido los adolescentes que vivían en su misma calle y que eran famosos por cometer pequeños actos de vandalismo. Nunca le había confesado la verdad.
—No dejaré que nadie te haga daño —dijo el padre de Laura con la voz ronca por la emoción. Olivia se dio cuenta de que todos la miraban. ¿Cuánto tiempo había estado pensando en el pasado?
Se aclaró la garganta.
—Es normal tener miedo —le dijo a las niñas—. Nadie os reprocha que tengáis miedo por lo que le sucedió a Jenny. Pero tenéis unos padres que os quieren y que harán todo lo que esté en sus manos para protegeros.
El señor Adams se sentó en el brazo del sofá situado al lado de su hija, y le apretó la mano con la boca firme y los ojos húmedos.
—Laura, Tanya, sé que las dos ya le habéis dicho al detective Travis y a otros policías lo que visteis. Pero a veces, uno puede acordarse de pequeños detalles que no parecen importantes en su momento o que olvidó por lo horrible que era lo que estaba sucediendo. Si creéis que podéis, me gustaría que me contaseis lo que ha sucedido. Con vuestras palabras. Y cualquier cosa que recordéis, con independencia de lo insignificante, nimia o tonta que penséis que es, por favor, contadla.
Laura asintió con la cabeza, casi impaciente por contar su historia, pero sin dejar de mirar a su padre en busca de apoyo. La niña había percibido la incomodidad de su padre porque tuviese que recitar de nuevo la tragedia. Probablemente, Adams pensase en que podría haber sido perfectamente su hija… y lo aliviado que estaba porque no hubiese sido así. Entonces, junto con el alivio, llegaba la culpa.
Olivia comprendía aquellos sentimientos a la perfección.
—Estábamos jugando en el parque Brown, el que está a la vuelta de la esquina. Solemos ir en bicicleta, pero la mía tenía una rueda desinflada y no me apetecía sacar la bomba y ensuciarme, así que fuimos caminando. Siempre vamos allí.
—El barrio era tan seguro —dijo la señora Adams—. Siempre he pensado que era seguro.
Que su madre perdiera el control no le haría ningún bien a Laura, pensó Olivia.
—Este es un barrio precioso. Es natural que sintiera que era seguro. —Olivia se volvió de nuevo hacía Laura antes de que pudiera entablarse una conversación—. Así que fuisteis caminando. ¿Cuánto se tarda?
La niña se encogió de hombros.
—Ni idea. Unos pocos minutos. No tengo reloj, y no tenemos prisa por llegar allí. Solo vamos allí porque es algo que se puede hacer, ¿sabe?
—¿Qué hicisteis cuando llegasteis allí? ¿Había otros niños?
—Había algunos niños mayores sentados junto al estanque, fumando. No nos aceramos hasta allí, aunque habíamos llevado pan para los patos. Pero mi mamá siempre me dice que no me acerque a los mayores.
Laura miró a su madre, y Olivia supo de inmediato que estaba mintiendo; el corazón se le aceleró.
—¿Conocíais a esos niños mayores? —preguntó con prudencia.
Laura se volvió a encoger de hombros.
—No.
—¿Nunca los habíais visto en el parque?
—Bueno, sí, los veíamos por allí. Viven en el barrio.
—¿Hablasteis alguna vez con ellos?
—No; lo que quiero decir es que tal vez dijéramos «hola» o algo así, pero hablar, hablar, no.
Olivia levantó la ceja y miró a Laura directamente a los ojos.
Fue Tanya la que rompió a llorar.
—¡Es culpa mía! —dijo llorando.
Olivia alargó la mano y apretó la de la niña.
—Nada es culpa tuya —dijo con firmeza—. Cuéntame lo que ocurrió.
—Je… Jenny dijo que no fuésemos junto a ellos, pero Laura y yo… nosotras… nosotras… nosotras solo queríamos probarlo. Ya sabe, un cigarrillo. Y… y… nos lo habían ofrecido antes, y dijimos que no, pero habíamos hablado de ello, y Jenny no quería, pero Laura y yo sí, así que le dijimos que esperase junto a la fuente, que volvíamos enseguida. Pero… pero…
El cuerpo pequeño de Tanya se movió convulsivamente al ritmo de los sollozos. Olivia sintió deseos de cogerla en brazos y decirle que todo iría bien, pero tenía que saber el resto de la historia. Apretó la mano de la niña un poco más para atraer su atención, y Tanya la miró finalmente a los ojos, con la cara arrasada en lágrimas.
—Nadie está enfadado contigo, Tanya. Nadie. Por favor, dime que ocurrió a continuación.
A Tanya le temblaba el labio inferior.
—Nosotras… esto… nos acercamos a ellos y les pedimos un cigarrillo. Yo di una calada y empecé a toser. Sabía mal. No era como había pensado. Laura no quiso probar después de eso, y los chicos empezaron a reírse de nosotras, así que nos alejamos corriendo, de vuelta a la fuente. —Se mordió el labio.
Olivia se volvió a Laura, que parecía acongojada.
—¿Laura?
La niña asintió con la cabeza.
—Pero Jenny no estaba allí. Tanya estaba bebiendo agua porque la lengua le sabía asquerosa, y yo miré alrededor, y fue entonces cuando vi a Jenny hablando con aquel tipo. Tenía el pelo muy, muy corto. Y llevaba una camiseta. No podía verle la cara a Jenny, pero se fue con él. Le grité y le hice gestos con los brazos para que pudiera verme, pero no sé si me vio. Y se metió en su camioneta.
—¿Qué aspecto tenía esa camioneta?
Laura echó una mirada a Travis y luego volvió a mirar a Olivia. ¿Otra mentira en ciernes?
—Era grande y negra, pero no sé de qué clase.
Eso era lo que había dicho con anterioridad, y según los informes, describió lo que la policía decidió que era una Dodge Ram, debido al símbolo de la marca en un lateral.
—¿Alguna otra cosa?
La niña negó con la cabeza.
Olivia se volvió hacia Tanya.
—Dijiste que viste un tatuaje en el brazo del hombre.
—Pensé que era eso.
—¿Qué clase de tatuaje?
—No lo sé. Solo una mancha azul. Estaba muy lejos. —Se limpió las lágrimas de la cara y se acurrucó junto a su madre, que había cruzado la habitación para estar con ella.
Olivia suspiró.
—¿Qué hay de los chicos con los que hablasteis? ¿Cómo se llaman?
—No sé.
—Yo conozco a uno de ellos —dijo Laura—. Sean Miller. Es el hermano mayor de Betsy. Ella está en tercer grado. —Lo dijo de manera que pareció que Betsy fuera una niña pequeña, siendo que solo estaba en un curso anterior al de Laura y sus amigas.
—¿Y dónde vive?
—Enfrente del parque. No sé la dirección, pero tienen unas margaritas pintadas en el buzón. No se puede equivocar.
• • •
—Buen trabajo —dijo Zack mientras detenía el coche delante del buzón gris pintado con unas llamativas margaritas amarillas.
Se había quedado tan sorprendido como los padres cuando Tanya confesó que habían estado fumando con los adolescentes. Su historia inicial —que Jenny había ido a coger agua a la fuente y que fue entonces cuando la vieron desaparecer con el extraño— parecía verosímil. Él no había ido con la idea de presionarlas.
—Eso no cambia nada, pero quizás el chico Miller recuerde haber visto algo. O alguno de sus amigos.
Aunque las palabras de Olivia eran sinceras, parecía frustrada, mientras que a él aquello le había puesto las pilas. Cualquier información nueva era una ventaja, y como cualquier detective sabía, cuantos más testigos, mayores eran las posibilidades de obtener información valiosa para la investigación.
—Veamos qué tiene que decir el chico Miller.
Caminaron hasta la puerta principal de la magnífica casa que daba al parque donde había sido secuestrada Jenny Benedict. Desde la parte delantera de la casa se podía divisar todo el parque. Zack se preguntó cuánto tiempo habría esperado allí el asesino de Jenny. ¿Había estado dando vueltas en coche por el barrio? ¿Esperó a que surgiera la oportunidad perfecta? ¿O fue todo un encuentro casual, un secuestro espontáneo?
Habían preguntado por todo el barrio después de la desaparición de Jenny, incluso habían ido a aquella casa, pero nadie había informado de haber visto algo.
Pero no habían hablado con el chico Sean Miller. Nadie le había dicho a Zack que sabían que había estado en el parque aquel día.
Una niña de unos ocho años abrió la puerta. Zack le enseñó su placa y le entregó una tarjeta de visita.
—¿Me harías el favor de avisar a tu madre o a tu padre?
La niña miró la tarjeta y arrugó el entrecejo.
—No están aquí, aunque mi hermano, sí. —Cerró la puerta antes de que Zack pudiera decir algo.
Zack sopesó los pros y los contras de hablar con el chico en ausencia de sus padres. Podrían tener algún problema, ya que Sean Miller era menor de edad, pero puesto que no era sospechoso, Zack ya se preocuparía de cualquier problema potencial, si surgía alguno. Era de esperar que nadie sacara las cosas de quicio porque interrogara al chico.
Miró su reloj y se pasó la mano por el pelo. ¿Qué era lo que estaba demorando al chico? Levantó la mano para volver a golpear la puerta, y Olivia dijo:
—¿Impaciente?
Zack dejó caer la mano y se mostró preocupado. Ya estaba a punto de hacer un chiste, cuando la puerta se abrió.
Sean Miller apenas parecía lo bastante mayor para afeitarse, aunque sus ojos castaños miraban con la desafiante cautela de tantos adolescentes que tienen algo que ocultar a los polis, desde algo tan insignificante como haber fumado un canuto una vez en el jardín trasero, hasta tan importante como haber cogido el nuevo Jaguar para dar una vuelta por el barrio y dejarlo para el desguace.
—No pueden entrar —dijo, con la barbilla hacia fuera—. Mi madre no está aquí, y no se permite que nadie entre en la casa.
—No tenemos necesidad de entrar. ¿Sean, verdad? —Zack dio un paso hacia él, descollando sobre el escuálido adolescente.
—¿Sí?
—Tenemos que hablar.
—No he hecho nada.
—¿He dicho yo que hayas hecho algo? —¡Carajo!, ¿a qué venía la actitud del chico? A Zack no le quedó más remedio que reconocer en Miller parte de la propia mala actitud de cuando había sido un joven gamberro.
—Entonces, ¿por qué están aquí?
—¿Por qué no le dijiste al policía que estuvo aquí la semana pasada que habías estado en el parque Brown cuando secuestraron a Jenny Benedict?
El chico se encogió de hombros.
—Eso no es una respuesta.
—No tengo nada que decir.
—Tal vez sí lo tengas en la comisaría de policía.
—No puede obligarme a ir. No he hecho nada. —Pero el chico se cruzó de brazos y dio un paso atrás, con el miedo ensombreciéndole la mirada.
—Ocultar información a la policía es un delito.
—No he hecho nada —dijo paseando la mirada de Zack a Olivia.
Olivia miró a Zack e hizo un gesto con la cabeza hacia Sean. Luego, se volvió hacia el chico y dijo:
—Sean, soy Olivia St. Martin, del FBI. —Su voz era pausada y tranquilizadora. Zack habría podido escucharla durante horas, y se preguntó cómo sería cuando interrogaba a los sospechosos. Habría apostado que sería capaz de hacerlos confesar sin levantar la voz.
—Estoy segura de que no has hecho nada malo —dijo Olivia—. De hecho, creo que estás tan asustado como tu hermana Betsy.
—Yo no estoy asustado —dijo el chaval en un tono que no expresaba nada en absoluto.
—Tal vez no —dijo Olivia—, pero Betsy, sí, ¿no es cierto?
Sean no dijo nada, y Olivia insistió.
—El martes por la tarde, más o menos a esta hora, se llevaron a Jenny Benedict del parque. Vuestra madre trabaja. ¿Dónde estaba tu hermana mientras estabas en el parque?
—Yo no he dicho que estuviera en el parque.
—No has dicho que no estuvieras.
—Yo… —se interrumpió y miró a Zack. Zack lo estaba observando con cara de pocos amigos. A todas luces, Olivia estaba haciendo el papel del poli bueno; a Zack no le importaba ser el poli malo en aquella situación—. Sí, estuve allí —admitió el chico.
—¿Qué es lo que viste?
—Nada —dijo rápidamente; demasiado rápidamente.
Zack estaba a punto de saltarle al cuello, cuando Olivia dijo:
—Se suponía que no tenías que ir al parque sin Betsy, ¿no es así?
—Ella quería ver ese estúpido programa, el mismo programa de niños tontos de todas las tardes. Y si traía a la pandilla, se chivaría de lo de fumar. El parque está al otro lado de la calle; puedo ver la puerta de casa desde el estanque. Y solo estuve fuera treinta minutos; ella ni siquiera se dio cuenta. —El chico estaba hablando más deprisa—. Y cuando oí gritar a una de las niñas acerca de no sé qué, salimos pitando de allí. No vi a nadie llevándose a Jenny. Lo juro.
—¿Oíste gritar a una niña y te largaste? —La actitud de poli bueno de Olivia se esfumó, y dio la sensación de que quisiera abofetear al muchacho. Zack no la culpó, pero tampoco quería perder la cooperación del chico.
—Y-yo… —Sean bajó la vista y empezó a mover los pies.
—¿Qué viste antes de que Jenny fuera secuestrada? —preguntó Zack.
Zack hizo una pausa.
—No sé. Nada importante.
—Ponnos a prueba.
El chico volvió a dudar, y Olivia dijo:
—Sean, el hombre que mató a Jenny matará a otra niña, si no lo detenemos. Si hubiese sido tu hermana, ¿no querrías ayudar?
El miedo y la preocupación cruzaron por la cara del chico.
—Yo… ¡ah, joder! —Resopló, y entonces dijo de sopetón—: Esa mañana vi a un tipo. No era alguien conocido, y mis amigos y yo estamos siempre en el parque, ya sabe, aquí no hay nada que hacer y ninguno tiene permiso de conducir. El sujeto no había estado por aquí antes, y era viejo, ¿sabe? No es que pareciera tan viejo en realidad, pero se le notaba en la cara, ¿sabe lo que le digo? Pensé que tendría la edad de mi padre, alrededor de cuarenta, pero puede que fuera aún más viejo, como de cincuenta.
—¿Lo viste bien? —preguntó Zack.
Sean negó con la cabeza.
—No, en realidad fue solo una impresión.
—¿Crees que podrías trabajar con un dibujante de la policía?
—No, de verdad que no lo vi tan bien.
—¿Dónde estaba cuando lo viste? —preguntó Zack cambiando la orientación de la conversación.
—Mi amigo Kyle y yo estábamos sentados en el estanque dando de comer a los patos y de palique, ya sabe. Era temprano; mi madre no se había ido a trabajar todavía, y yo solo quería un par de minutos de paz antes de hacer de niñera el resto del día. Y allí estaba ese tipo, caminando por el parque.
—¿Por qué te fijaste en él?
Sean pensó durante un minuto largo.
—No lo sé, exactamente. Creo que fue por el tatuaje.
Zack sintió que Olivia se ponía tensa y se inclinaba hacia delante, pero no dijo nada.
—¿Un tatuaje? —preguntó Zack.
—Sí. La gente de por aquí no los lleva, al menos no esos grandes dibujos azules como Popeye.
—¿El tatuaje era de Popeye?
Sean sacudió la cabeza.
—No, eso fue justo lo que pensé cuando lo vi. Popeye, el marino. Popeye lleva un ancla, creo; aquel tatuaje era un águila.
—Debiste de haber estado bastante cerca para darte cuenta que era un águila.
—El tipo pasó justo al lado del estanque, pero no se paró ni nada parecido. Kyle y yo levantamos la vista y seguimos dando de comer a los peces.
—¿Pelo?
—Corto. Realmente muy corto. Quizá fue por eso que pensé en Popeye.
—¿Ojos?
—Llevaba gafas de sol.
—¿Camisa?
—Blanca.
—¿Pantalones?
—Vaqueros.
—¿Zapatos?
Sean hizo una pausa.
—Esa es la razón por la que creo que me fije en él. En el barrio hay muchos caminantes, pero él llevaba grandes botas de senderismo.
—Si tuvieras que calcular su estatura, ¿qué dirías?
—Que era más alto que mi padre, pero eso no es decir mucho. Mi padre es más bajo que yo.
—Necesitaremos el apellido y la dirección de Kyle —dijo Zack cuando se dio cuenta de que no podría conseguir más detalles del chico—. Y enviaré a un dibujante de la policía. Creo que recordarás muchas más cosas de lo que crees.