Olivia cogió el papel cuando la impresora láser lo arrojó a la bandeja y lo leyó atentamente buscando la información; su corazón latió desbocado al adquirir solidez su teoría.
Los patrones.
El asesino de Missy había abandonado Redwood City tras la muerte de esta, a causa, probablemente, de que Brian Hall hubiese sido detenido y se fuese a comer el marrón por la muerte de Missy. Había dejado de actuar durante un par de años, antes de resurgir en Nueva York, donde había secuestrado y asesinado a cuatro niñas rubias en los alrededores de Albany, tras lo cual desapareció.
Luego, dos en Lawrence, Kansas. Un conocido delincuente sexual había sido detenido, juzgado y condenado, y en ese momento esperaba en el corredor de la muerte para pagar por aquellos asesinatos. Pero Olivia estaba segura al noventa y nueve por ciento de que el hombre era inocente de aquellos crímenes en concreto.
Cuatro niñas más asesinadas en Atlanta.
Cuatro en Nashville.
La lista continuaba. Los crímenes se habían cometido con intervalos de años, pero Olivia había descubierto veintinueve asesinatos en treinta cuatro años que encajaban en el mismo patrón.
Niñas rubias con edades comprendidas entre los nueve y los doce años.
Agredidas sexualmente. Desposeídas de sus bragas.
Arrojadas boca abajo en un lugar relativamente público, generalmente un área de servicio de alguna carretera poco concurrida o en un polígono industrial de noche.
Los informes a los que había tenido acceso eran escasos. Ojalá pudiese ver los informes de las autopsias y las notas de laboratorio, pero la mayoría no estaban informatizados. Cuanto más antiguos eran los crímenes, de menos información disponía. Pero el rasgo común clave, el factor que había convencido a Olivia de haber encontrado el nexo, era el mechón de pelo arrancado. El asesino se había estado llevando «recuerdos» de sus víctimas, una parte de ellas que pudiera ver o tocar para revivir sus crímenes.
—¿Qué haces?
Olivia pegó un respingo y se llevó la mano al pecho.
—¡Greg! Me has asustado.
—Estabas demasiado enfrascada en tus pensamientos. Tanto, que te has perdido la reunión de mandos.
Olivia miró el reloj. ¿Ya era mediodía? ¿Cómo era posible que se le hubiese pasado el tiempo de esa manera?
—Lo siento, estaba trabajando en… —Se mordió el carrillo. Era incapaz de inventar una mentira convincente, sobre todo a bote pronto.
Greg frunció el entrecejo y le quitó el documento que tenía en la mano. El ceño se acentuó cuando abrió la carpeta que Olivia tenía sobre la mesa y se percató de lo que había estado haciendo durante las dos últimas semanas.
—Puedo explicarlo —empezó Olivia, aunque no tenía idea de qué iba a decir.
—No tienes que explicármelo, Olivia. Entiendo que necesites averiguar quién mató a tu hermana. Pero ¿por qué no has empezado por contármelo?
—No lo sé. Es algo personal. —Más que personal; sentía la culpa como un peso muerto sobre los hombros. Su testimonio contra Brian Hall había permitido que un asesino diabólico quedara libre.
—¿Personal? —Greg se sentó enfrente de ella y se pasó las manos por el pelo—. Estuvimos casados tres años, hemos sido amigos durante diez más, ¿y no podías compartir esto conmigo?
Herir a Greg era lo último que deseaba.
—Al principio, solo estudié el caso de Missy. Las pruebas, los informes del ADN, los interrogatorios. Pensaba… bueno, no sé lo que pensaba, excepto que quizá podría encontrar algo que pudiera meter de nuevo en la cárcel a Brian Hall. —Se rio, y su risa sonó triste y vacía.
Prosiguió.
—Entonces, se me ocurrió una posibilidad. ¿Y si Hall había tenido un cómplice? Nunca hubo el menor indicio de que actuase con alguien, pero él no es tan inteligente… y si hubiese tenido un cómplice, lo más probable es que lo hubiese acusado para librarse de la pena de muerte. Pero ¿y si hubiese tenido un compinche al que estuviera protegiendo por algún motivo? Sabemos que no secuestró a Missy, pero eso no significa que no estuviera implicado de una u otra forma. Pero entonces pensé: ¿Y si Hall es realmente inocente?
—Así que empezaste a investigar crímenes similares —dijo Greg sosteniendo el papel que le había quitado de las manos.
—Sí. Y, vaya, las cosas empezaron a tener cara y ojos. Cuando no tengo el apoyo concluyente de la ciencia me tambaleo, pero ahora… Creo realmente que he dado con algo. ¿Querrás echarle un vistazo y decirme si tengo suficiente para acudir a Rick?
Rick Stockton era el jefe de ambos, el director de los Servicios de Laboratorio del FBI. Y también era un amigo, y Olivia no tenía ningún reparo en sacar tajada de tal amistad, si eso significaba encontrar al asesino de Missy.
Greg cogió la carpeta, y Olivia suspiró aliviada. Se descubrió retorciéndose las manos, intentando no mirarlo fijamente mientras Greg leía los documentos que ella había reunido.
—No lo entiendo; en Kansas y Kentucky se condenó a alguien por los asesinatos. En Kansas, el tipo era un conocido delincuente sexual. No veo donde encajan ellos en tu patrón.
—En el pelo —dijo Olivia—. Mira los informes de las autopsias.
—Eso ya lo he visto, pero…
—Por separado, no significan nada —le interrumpió Olivia anticipándose a las objeciones de Greg—, pero asociadas a todas las demás semejanzas, mi teoría tiene lógica. Ese tipo ha matado a más de dos docenas de niñas. Es capaz de esperar años entre agresión y agresión, aunque mata a dos, tres o cuatro niñas en un período breve de tiempo antes de abandonar la zona. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez quede satisfecho durante una temporada; demuestra tener un control y una disciplina excelente. O puede que la policía se le acerque demasiado para que se encuentre cómodo. O en algunos casos, detienen a otro hombre y nuestro tipo se marcha tranquilamente. Como en el caso de Hall.
—Entiendo tu planteamiento. —Greg se quedó mirando el techo de hito en hito, como si estuviera leyendo en las baldosas, pero su expresión le resultó familiar a Olivia. El entusiasmo se apoderó de ella… Greg estaba considerando seriamente su teoría; la estaba estudiando desde todos los ángulos. Ella contuvo la respiración. Tener a Greg de su parte le ayudaría con Rick; Greg y Rick no solo eran amigos, sino que Greg era también el director adjunto del CODIS, uno de los mayores departamentos del laboratorio del FBI, y era una figura muy respetada en el edificio.
Finalmente, la miró.
—¿Qué puede hacer Rick?
Olivia le entregó un informe.
—En Seattle, han muerto dos niñas que encajan con el perfil, y una ha sido descubierta justo esta mañana. Tenemos que conseguir que la oficina de Seattle tome parte; hacer que la policía local tenga acceso a nuestra información. Y elaborar el perfil de ese tipo: es disciplinado, metódico y paciente. ¿Pero qué más? ¿En qué trabaja? ¿Y su vida familiar? Si somos capaces de seguirle los pasos desde Redwood City, hace treinta y cuatro años, hasta ahora, podremos descubrir su identidad y detenerlo antes de que muera otra niña.
—Todo esto es circunstancial, Olivia —empezó Greg.
—Pero…
Él levantó la mano.
—Pero le transmitiré lo que dices a Rick. Coincido en que merece la pena seguir adelante.
• • •
—Olivia, Greg, pasad.
Rick Stockton miró su lujoso reloj, abrió la puerta de par en par y les hizo un gesto para que entraran.
—Tengo una comida de trabajo dentro de veinte minutos, pero puedo retrasarme un poco.
—Gracias. —Olivia miro hacia Greg, que asintió con la cabeza. Era una ayuda tenerlo de su parte, por más que no estuviera completamente convencido.
Rick cerró la puerta tras ellos, se dirigió a su mesa y, en lugar de sentarse a ella, se sentó en la esquina. Sonrió abiertamente, y la calidez hizo que sus ojos relucieran. Rick Stockton era la comidilla de la mayoría de las mujeres del edificio: apuesto, atractivo e inteligente. Olivia no participaba de las habladurías —tenía cosas más importantes que hacer que comerse con los ojos a los hombres—, pero tenía que admitir que sus colegas femeninas tenían razón acerca del atractivo sexual de Rick.
—Sentaos —les dijo Rick, y Olivia obedeció agarrando la carpeta como si fuese un salvavidas. Greg permaneció detrás de ella, con las manos apoyadas en el respaldo de su silla—. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
Olivia se mordió el interior del carrillo. Ella y Greg habían hablado de la manera de enfocar el asunto ante Rick, pero todos sus mejores planes desaparecieron, y dijo:
—Creo que el asesino de mi hermana está en Seattle en este preciso momento. Ha habido dos crímenes iguales en las tres últimas semanas.
La ceja izquierda de Rick se levantó cuando miró hacia Greg, pero esa fue su única reacción.
—¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
—He rastreado las pruebas. Las pocas que hay —admitió Olivia—. Cuando Brian Harrison Hall fue puesto en libertad hace dos semanas, en mi tiempo libre empecé a buscar crímenes similares cometidos en todo el país. Encontré un total de veintinueve asesinatos en diez estados, incluido el de Missy. Creo que ella pudo ser la primera.
Rick frunció el entrecejo.
—¿En diez estados? ¿Y nadie se dio cuenta de la existencia de un patrón?
—El sujeto es sorprendentemente paciente entre agresión y agresión; en uno de los casos llegó a dejar transcurrir hasta seis años. Elige una comunidad, por lo general alguna zona residencial de una gran ciudad, y asesina hasta cuatro niñas rubias antes de desaparecer. La única vez que mata menos de cuatro veces, es cuando alguien es detenido por el delito. —Olivia se interrumpió y le entregó la carpeta—. Todo está aquí.
Rick cogió la carpeta y hojeó el interior.
—Has sido concienzuda. Pero ¿qué pasa con las pruebas ordinarias? ¿Y el ADN? ¿Y las declaraciones de los testigos?
—En dos de los casos hubo un testigo que mencionó que el secuestrador tenía un tatuaje. En Nashville y, más recientemente, en Seattle. En ninguno de los casos se introdujo el ADN en el CODIS, salvo los nuevos resultados del laboratorio de California sobre el caso de Missy. Pero confiaba en que pudiéramos ofrecer ayuda para los casos archivados más antiguos.
—¿Con qué fin?
Olivia parpadeó más deprisa.
—Para detener al asesino, claro.
Rick hojeó el expediente en silencio.
—Aquí tienes tres casos en los que se produjo una condena. Detuvieron al asesino.
—Creo que fueron condenados por equivocación. La liberación de Hall lo demuestra en ese caso.
—¿Y quieres que llame a los fiscales del distrito de esos estados y les diga que han metido en la cárcel a un hombre inocente? Uno de esos tipos está en el corredor de la muerte. —Rick sacudió la cabeza—. Me imagino los titulares. Ya tenemos bastante mala fama con las policías locales, como para no necesitar criticar el funcionamiento de sus sistemas penales.
—Nunca habría pensado que fueras de los que se arredran ante una dificultad. —Olivia se mordió el labio; no se podía creer que hubiese dicho eso—. N-no quería decir… Lo siento.
La mirada de Rick brilló primero a causa de la ira, y luego de la compasión.
—Olivia, sé que la puesta en libertad de Hall ha sido algo difícil para ti.
—Esto no tienen nada que ver con Hall.
—¿Ah, no? —Rick levantó la carpeta—. Reunir esto te ha debido de llevar cientos de horas. Has encontrado un par de cabos interesantes, pero son circunstanciales, y estos casos son antiguos. Llevamos un retraso considerable de trabajo, y estoy seguro de que las autoridades locales no querrán escarbar en los casos archivados. No tenemos jurisdicción y no tenemos autoridad para meternos y hacernos cargo. No hay nada que podamos hacer al respecto.
—¡Sí, sí que podemos! —adujo Olivia—. Puedes llamar al jefe de la oficina de Seattle y hacer que se haga cargo del caso. O que trabaje con los detectives locales. —Confió en no parecer tan desesperada como se sentía.
—¿De Seattle?
Ella asintió con la cabeza. Rick estaba interesado; podía percibirlo. Olivia se echó hacia delante en la silla.
—Han asesinado a dos niñas allí. Hace tres semanas a Jennifer Benedict, y esta mañana han encontrado el cuerpo de Michelle Davidson. Fue la niña Benedict la que me indicó que se trata del mismo asesino. Un testigo identificó un tatuaje en el brazo de su secuestrador.
»Llevamos dos niñas —prosiguió—. Si sigue su patrón, matará a dos más antes de cambiar de residencia. Es nuestra oportunidad para atraparlo.
—Olivia. —Rick se levantó, caminó hasta detrás de la mesa y miró a través de la ventana—. Me gustaría ayudarte a que olvidaras lo del asesino de tu hermana, pero esta no es la manera. No puedo decirle a Seattle que se haga cargo de una investigación local. En estos momentos tenemos un despliegue tan escaso, que apenas podemos ocuparnos de nuestros casos urgentes.
—¡Pero es el mismo tipo!
Rick se volvió hacia ella con una expresión socarrona en el rostro.
—Me doy cuenta de que estás siendo muy vehemente con esto, pero en esta carpeta no hay ninguna prueba concluyente. Aunque la información superficial vincula los crímenes y podría resultar útil cuando la policía encuentre un sospechoso, no hay nada que apunte a un individuo concreto. Lo que hay aquí no llega ni a circunstancial. Tienes mi permiso para controlar lo que suceda en Seattle; si encuentran a un sospechoso, me pondré en contacto con la oficina local y les daré lo que tenemos. Pero, ahora mismo, no disponemos ni del tiempo ni del dinero para reactivar casos archivados.
—Pero si utilizamos nuestros recursos para analizar las pruebas, para examinar las fibras de las alfombrillas… mira aquí. —Olivia se levantó y con las manos temblándole volteó la carpeta y la abrió por el medio—. En casi todas las víctimas se encontraron fibras de alfombrillas de diferentes camionetas. Creo que las roba, o quizá trabaje en un sitio donde tiene acceso a diferentes vehículos. No tuve tiempo de ocuparme de los informes sobre los robos de coches, y dado que no están introducidos en una base de datos federal, no tengo acceso directo. Pero puedo hacer un informe para que las autoridades locales comparen los informes de los robos con los vehículos utilizados por el asesino, y entonces podemos…
—Para.
Olivia parpadeó. La voz de Rick era tranquila, pero autoritaria.
Se acercó hasta ella y le cogió la mano. Olivia seguía temblando; reprimió el impulso de apartarse.
—Por favor, Rick —dijo Olivia—. Sé que aquí hay algo a poco que profundicemos.
—No podemos hacer nada hasta que las autoridades locales nos pidan que intervengamos.
—Pero…
Rick le apretó la mano.
—Tu búsqueda es un buen comienzo, pero no nos aporta nada para encontrar a ese tipo. Lo siento, pero carecemos de los recursos para una investigación de esta magnitud sin que se nos pida. Así de simple. —Hizo una pausa—. Te necesito aquí, en mi equipo, trabajando para unas víctimas que son tan importantes como esas dos pobres niñas de Seattle. Sabes que me importan. En un mundo perfecto tendríamos el dinero y el personal suficiente para continuar con todas las investigaciones, archivadas o no. Pero no tenemos el tiempo, los recursos ni el personal para tratar de resolver esto. Déjaselo a Seattle; si nos necesitan, si nos quieren, ya lo pedirán.
Olivia bajó la mirada, temerosa de encontrarse con la de Rick. Había dicho no.
—Lo entiendo. —Y profesionalmente lo entendía. Pero su corazón la instaba a hacer algo, lo que fuera, para encontrar a aquel sujeto.
—Gracias por oírnos —dijo Greg—. Te lo agradezco.
—Mantendré las orejas bien abiertas. Si oigo algo procedente de Seattle, haré lo imposible por ayudarlos —dijo Rick—. Pero hasta entonces… —Levantó las manos.
—Lo comprendo —repitió Olivia levantándose—. Gracias.
—Olivia, ¿quieres cogerte un pequeño permiso? Una semana, irte de vacaciones. Hace años que no coges vacaciones.
—Acabo de volver de Montana.
—Asististe a la boda de tus amigos camino de la vista de la condicional de Hall hace meses. No me parece que eso sean unas vacaciones.
—No puedo. Tengo que trabajar. —Trabajar le ayudaba a concentrarse en la búsqueda de la justicia haciendo lo que podía por las víctimas de los crímenes. O al menos así solía ser; en ese momento, no estaba segura. No podía dejar de pensar en lo de las dos niñas de Seattle. Había seguido los dos casos por la prensa; había visto sus fotos. Olivia las había mirado a los ojos.
—Gracias de nuevo, Rick —dijo Greg mientras salían.
• • •
Estaban en plena hora de la comida, y el edificio se encontraba en silencio. Olivia cerró la puerta de su despacho y se derrumbó en el sillón, enterrando la cara en sus brazos.
¿Cómo podía vivir consigo misma? El asesino de Missy había deambulado con entera libertad durante treinta y cuatro años porque Olivia había ayudado a condenar al hombre equivocado. En ese momento, había encontrado las pruebas que relacionaban veintinueve asesinatos —¡veintinueve!— y no podía hacer nada al respecto.
El asesino de Missy estaba en Seattle. Estaba tan segura de eso como de que el sol saldría al día siguiente… y de que él volvería a matar.
¿Qué podía hacer para detenerlo? Ella no era agente de campo, al menos ya no. Era una científica. Necesitaba más información; hablar con el detective de Seattle que llevara el caso y averiguar si había alguna muestra de ADN. Tenía que acelerar el análisis; averiguar cómo y cuándo el asesino robaba las camionetas, de manera que pudieran centrarse en los robos de automóviles y tal vez atraparlo por ese medio.
No podía hacer nada más desde su mesa a casi cinco mil kilómetros de distancia del escenario del crimen.
—Olivia, ¿estarás bien?
Greg estaba parado en la entrada. No se encontraba nada bien, pero no podía decírselo.
—Estaré bien.
«Vacaciones».
Y la idea creció en su cerebro. No era lo ideal, pero sí lo único en lo que pudo pensar que tal vez funcionase.
Pero necesitaba que Greg le ayudara.
—Greg, quiero ir a Seattle.
—¿Qué?
Olivia levantó la mano con la palma hacia afuera.
—Escúchame, por favor.
Greg se sentó en la silla del otro lado de la mesa y cruzó los brazos en silencio con una expresión indescifrable en el rostro.
—Muy bien. —Olivia respiró profundamente—. Tú estás de acuerdo en que la información que he reunido es consistente, ¿no es así?
Él se encogió de hombros.
—Prometedora.
—Greg, por favor.
—Son unas buenas pruebas circunstanciales, pero sin reabrir esos casos, no podemos obtener la información que necesitamos.
—Exacto. Eso lo entiendo. Y sin esa información, no podremos reabrir los casos.
—Es la pescadilla que se muerde la cola.
—Pero si voy a Seattle, con mi experiencia, mis posibilidades de acceso y mis informes, puedo ayudar a centrar la investigación. No sé qué están haciendo (todo lo correcto para seguir el rastro a un asesino convencional), pero para cuando ellos se enteren de la conexión, el asesino ya se habrá ido. Necesitan tener una visión general, y yo puedo proporcionarles esa ventaja.
—Rick ha dicho que te mantuvieras al margen de esto.
—Lo sé, pero…
—Olivia. —Greg se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—Extraoficialmente. Me cogeré una semana de vacaciones. Iré a Seattle y ofreceré mi ayuda… extraoficialmente —repitió—, y partiremos de allí.
—No les hará ninguna gracias. La mayoría de los polis locales preferirían beber ácido antes que llamar a los federales. Se reirán de ti en cuanto salgas de la comisaría de policía.
—No subestimes mi capacidad para convencerlos.
Greg arrugó el entrecejo y se volvió a colocar las gafas.
—No, cuando pones tu cabeza en algo, generalmente ganas.
—Esto no es un juego.
—Lo sé.
—¿Y bien?
Greg suspiró, y Olivia supo que lo había derrotado, al menos un poco.
—¿Qué quieres que haga?
—Que seas mi jefe.
—¿Tu jefe?
—Llama por adelantado a Seattle y diles que voy de camino.
—No comprendo… ¡Ah, no! —Greg se levantó y empezó a dar vueltas—. No, no voy a permitir que arriesgues tu empleo por seguir una teoría. Ya no eres agente; renunciaste a ello hace nueve años para trabajar aquí. Y yo tampoco soy agente, así que no puedo asignarte a un caso. No.
—Esto es importante, Greg. Puede que no sea un agente, pero sé cómo hacer el trabajo y, lo que es más importante, conozco las pruebas. Conozco este caso mejor que nadie.
Olivia se acercó a Greg y apoyó la mano en el brazo de él con una mirada de súplica en los ojos.
—Por favor, Greg. Tendré cuidado. Pero tengo que hacer todo lo que pueda para parar a ese asesino. Por favor.
Greg se quedó mirando de hito en hito la mano de Olivia. Ella misma se había sorprendido con su gesto; no le gustaba tocar a la gente. Ese había sido uno de los aspectos dolorosos del matrimonio de ambos. Con frecuencia, Olivia había pegado un respingo cuando Greg alargaba la mano para tocarla.
Ella lo quería en muchos aspectos. Era un hombre inteligente, muy inteligente. Y era un hombre atractivo, con pelo castaño claro veteado de gris y ojos azules inteligentes. Físicamente estaba en forma, aunque era casi diez años mayor que ella. Compartían la pasión por la ciencia y la fe en los hechos. Los dos eran adictos al trabajo, a ambos les entusiasmaba resolver problemas y las largas jornadas de trabajo. Su mutuo amor por la ciencia había mantenido intacto el matrimonio durante un tiempo.
Pero Greg quería más de ella de lo que Olivia podía darle.
De entrada, ¿qué la había movido a casarse con él? Eso era algo que Olivia se preguntaba a menudo. Greg era una garantía. Nunca se entrometía, nunca la cuestionaba, nunca ponía en entredicho sus extravagantes costumbres.
Pero ella aborrecía renunciar a su espacio privado; no le gustaba compartir una casa con alguien. El sexo había estado bien, pero no había podido entregarse completamente a él. No solo su cuerpo, sino su mente. Sus sueños.
Y sus pesadillas.
Cuando Greg le dijo que quería tener hijos, Olivia no quiso ni hablar del asunto. ¿Cómo podría ella traer otro ser humano a un mundo tan violento? ¿Cómo podría siquiera confiar en proteger a su hijo del mal?
Nunca correría ese riesgo. Jamás pariría a ningún precioso niño que pudiera morir con total facilidad de una muerte brutal y dolorosa.
Dejó caer la mano y se alejó. Había pensado que convencería a Greg para que le ayudase, pero quizás estuviera realmente sola.
—Muy bien —susurró Greg—. ¿Qué es exactamente lo que quieres que haga?
El corazón de Olivia se puso a latir a una velocidad de vértigo. La iba a ayudar.
—Llama al jefe de policía de Seattle y dile que tienes a alguien familiarizado con el caso que está dispuesto a ir allí extraoficialmente con cierta información que podría ayudarlos a atrapar al asesino —dijo Olivia con rapidez, antes de que él pudiera cambiar de idea—. Es posible que duden, pero aceptarán la ayuda; también tienen problemas de plantilla. Si llega a saberse que el FBI les ofreció ayuda y la rechazaron, se les culparía del siguiente asesinato.
Greg no ocultó la expresión de sorpresa de su cara.
—Eso es bastante… maquiavélico —dijo.
—Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para detener a este asesino.
Greg se quitó las gafas y se frotó los ojos. Suspirando, se las volvió aponer y dijo:
—Lo haré. Pero no hagas que me arrepienta de ello.