Zack Y Olivia regresaron al hotel, mientras que Quinn permaneció en el lugar del accidente para ayudar al jefe de la policía del condado a procesar las pruebas; luego, recogería a Zack y lo llevaría a la subcomisaría del condado en las montañas de las Cascadas, donde interrogarían a Driscoll.

Cuando llegaron al hotel, ya los esperaba una ambulancia, y Zack obligó a Olivia a permitir que los sanitarios la examinaran, puesto que ella se había negado a ir a un hospital sola.

—Debería ir al hospital —le dijo un sanitario, un tipo fornido llamado Trent—. Solo por seguridad.

—¿Lo ves? Ya te lo había dicho —terció Zack.

—Estoy bien —dijo Olivia—. Solo necesito que me limpien las heridas.

Zack puso mala cara mientras Trent desinfectaba el corte del cuello y aplicaba un vendaje.

—Esto, ¿le importaría desabrocharse la blusa? —preguntó Trent, paseando la mirada de Zack a Olivia.

Olivia arrugó el entrecejo y miró a Zack.

—¿Estás seguro de que no quieres registrar la zona con Quinn?

Zack la observó mientras el corazón le latía con fuerza. Olivia estaba peor de lo que le había dicho.

—Desabróchate la blusa, Liv. O lo haré yo.

Olivia titubeó, pero acabó obedeciendo, haciendo una mueca de dolor cuando despegó la tela de la herida seca que tenía en el pecho.

Zack la miró de hito en hito, mientras sentía que la ira volvía a crecer en su interior. Olivia tenía una puñalada en el pecho izquierdo, y el corte tenía al menos dos centímetros y medio de anchura. La sangre se había secado, pero al quitarse la blusa, un ligero hilo había empezado a manar de nuevo.

Sin decir palabra, el sanitario limpió y tapó la herida con eficacia y discreción. Cuando terminó, se centró en el corte que Olivia tenía en el costado y se ocupó de él.

Zack miraba fijamente a Olivia. Que hubiese estado tan cerca de perderla, le afectaba de un millón de formas diferentes. No se sentía cómodo analizando sus sentimientos en tales circunstancias. Deseó retroceder y pensar con lógica acerca de lo que había ocurrido, aceptarlo y seguir adelante. Pero se sentía frustrado, incapaz de librarse de la visión de Olivia saltando del coche y, en ese momento, de las evidentes señales de violencia que mostraba en su cuerpo.

—Trent, ¿podría concedernos un minuto? —le dijo Olivia en voz baja sin apartar los ojos de Zack.

—Señorita St. Martin, cuando llegue a la ciudad, tiene que ir a un médico, ¿de acuerdo?

—Iré —dijo ella.

El sanitario se marchó, y ella cogió a Zack de la mano. Él se llevó la mano de Olivia a los labios y le besó los nudillos llenos de rasguños.

—Estoy bien, Zack. De verdad. Estoy bien.

Zack se pasó una mano por el pelo.

—Creí que te había matado —dijo en voz baja.

—Lo sé. Y lo siento. Estoy un poco dolorida, pero me pondré bien.

Zack asintió con la cabeza, sintiéndose incapaz de hablar, y se dejó caer pesadamente sobre el parachoques al lado de Olivia.

—No. No pienses en ello —dijo Olivia.

—Te quiero, Liv. No quiero perderte. —Se le hizo un nudo en la garganta y cerró los ojos, inclinando la frente contra la de Olivia.

—Bueno, Zack. —Olivia le tocó la mejilla—. Tengo que decirte algo. Es importante.

Zack abrió los ojos y la miró. Algo no iba bien, pero no tenía ni idea de qué se trataba. Se frotó la nuca y besó a Olivia en los labios y en la mejilla.

—¿De qué se trata, Liv?

—No soy agente del FBI.

Zack entrecerró los ojos, y su cuerpo se puso en tensión.

—No entiendo.

—Soy científica. Fui agente de campo hace casi diez años. Pero ahora, soy la directora del laboratorio de análisis de tejidos y pruebas indiciarias.

Zack dejó caer las manos. ¿Qué? Un sinfín de emociones encontradas, brutales por el caos por el que acababa de pasar, se desataron en su interior.

Lo había estado engañando desde el momento mismo de conocerse. Le costaba creérselo, pero Olivia lo acababa de decir.

—No eres agente del FBI —repitió Zack.

—Por favor, escucha. Intenta comprender —empezó a decir Olivia, hablando rápidamente—. Cuando averigüé que Brian Hall había sido excarcelado, todo mi mundo se derrumbó. No era capaz de pensar ni de hacer nada. Había contribuido a encarcelarlo; había declarado contra él en las vistas para la libertad condicional ¡seis veces! Le había llamado malvado a la cara. Pero años más tarde, las pruebas demostraron que él no había violado a Missy.

»Así que eché mano de todos los recursos que tenía a mi alcance. Empleé dos semanas en reunir todos los casos parecidos de todo el país. Y cuando leí lo del asesinato de Jenny Benedict, y más tarde el secuestro de Michelle, acudí directamente a mi jefe.

—¿Y fue él quien te dijo que mintieras acerca de tu identidad? —Zack estaba conmocionado y le costaba respirar.

Olivia negó con la cabeza.

—Dijo que las pruebas eran circunstanciales, y que hasta que fuera requerida nuestra ayuda, tenía las manos atadas. Pero —dijo antes de que Zack pudiese abrir la boca—, ¡no podía quedarme fuera y no hacer nada! Así que os traje las pruebas. Sabía que las pruebas os serían útiles. Y así fue, ¿no es verdad? Sé que sí.

—¿No has oído hablar de los faxes?

Los ojos de Olivia se llenaron de lágrimas, pero Zack reprimió sus sentimientos; tenía que hacerlo para protegerse. No iba a permitir que Olivia traspasase el muro que él estaba levantando en su interior. Le había engañado, le había mentido y manipulado desde el mismo instante de conocerse.

—Sabes tan bien como yo que mi familiaridad con estos casos fue útil. Los simples datos no te habrían proporcionado tanto como mi interpretación.

—Podías habérmelo dicho en algún momento, Olivia. ¿Por qué no lo hiciste? ¿Por qué no jugaste limpio cuando me contaste lo de tu hermana?

N-no, no lo sé. Tenía miedo de que me apartaran del caso.

Zack soltó una carcajada nada risueña.

—¿Apartarte de un caso al que nunca fuiste asignada? Has empezado creyéndote tus propias mentiras. ¿Tienes mucha práctica? Porque puedes estar segura de que me has engañado.

Olivia parecía afligida, como si la hubieran abofeteado, y Zack tuvo que obligarse a desviar la atención de ella.

¡Dios!, creía que había querido a aquella mujer, pero ella no había confiado en él. Se había acostado con él, pero no había confiado en él para contarle la simple verdad.

Lo había traicionado.

—Zack, créeme, hice todo lo que pude. No quería mentir, pero no tenía alternativa.

—Todos tenemos alternativas, Olivia. Nadie te puso una pistola en la cabeza y te obligó a engañarme. Y no solo a mí, sino a mi jefe, a mi compañero y a mis colegas. Nos has mentido a todos. Eres una maestra del engaño.

La miró directamente a los ojos.

—Tomaste la decisión equivocada. Y ahora tendrás que vivir con ello.

—Travis, Olivia, tenemos que bajar a la subcomisaría —dijo Quinn al acercarse a ellos. Se detuvo—: ¿Qué ocurre?

Zack empujó a Quinn en el pecho. Le había gustado aquel federal, pero Quinn Peterson eran tan mentiroso como Olivia.

—Lo sabías y no dijiste nada. Eres tan farsante como ella.

Zack se alejó antes de perder el control por completo.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Olivia.

—¡Oh, Dios, Quinn! La he jodido de verdad.

Quinn le cogió la barbilla.

—Liv, ¿cómo lo ha averiguado?

—Tenía que decírselo. Estoy enamorada de él.

—Solo necesita tiempo. Está enfadado, pero se le pasará.

Olivia negó con la cabeza.

—No es su enfado lo que me preocupa. Le he hecho mucho daño, y no creo que me perdone nunca.

Quinn observó los vendajes de Olivia y mostró preocupación.

—¿Te encuentras bien? La verdad es que deberías ir a un hospital a que te examinasen.

Olivia negó con la cabeza.

—Me pondré bien.

—¿Qué vas a hacer?

—Irme a casa. —Olivia miró a su amigo y parpadeó para contener las lágrimas—. No tengo nada más.

• • •

Zack daba vueltas por la sala de interrogatorios mientras esperaba a que llevaran a Driscoll.

Él y Peterson habían ido en coche a la subcomisaría a toda prisa, acompañados de uno de los ayudantes del jefe de la policía del condado. Zack tenía que quitarse a Olivia de la cabeza; de lo contrario no podría acabar su trabajo.

¡Coño!, su traición le dolía. De entre toda la gente que conocía, Olivia era la última a la que habría considerado una mentirosa.

El primer día o el segundo, él había tenido la sensación de que ella se guardaba algo. Cuando le contó lo de su hermana, Zack creyó que se trataba de eso. No había esperado más mentiras ni nuevas revelaciones.

Dio un puñetazo en la mesa y se sentó, respirando hondo varias veces. «Concéntrate, Travis. Tienes a un asesino que llegará dentro de cinco minutos y tienes que hacer esto bien».

Tenía una lista de preguntas para hacerle a Driscoll, y necesitaba poner los cinco sentidos en el caso, y no en la mujer de la que se había enamorado erróneamente; la mujer que llevaría en su cuerpo las cicatrices dejadas por un asesino.

Pero Zack llevaría las cicatrices que aquella breve relación había dejado en su corazón.

Respiró hondo y se concentró en Driscoll. Quería respuestas a sus preguntas, pero no albergaba ninguna esperanza de que aquel monstruo cooperase. Aun así —la pregunta de: «¿por qué?» lo consumía por dentro—, no le iba a satisfacer cualquier respuesta. Pero tenía que intentar comprender.

Quería saber cómo había escogido Driscoll su primera víctima.

Quería saber cómo seleccionaba las ciudades en las que actuaba.

Necesitaba saber por qué marcaba a cada víctima con la palabra Ángel.

La puerta se abrió, y Quinn Peterson entró. Zack se puso tenso, pero saludó al federal con la cabeza. Dejaría a un lado su animadversión por el interrogatorio de Driscoll. Otra gallo cantaría si tuviese que ver a Peterson después de que concluyese el caso.

El jefe de la policía del condado entró con un agente que escoltaba a Chris Driscoll, que llevaba cadenas en las muñecas y en los tobillos. Desde la paliza se movía con lentitud, y no solo a causa de la limitación de sus movimientos. El ayudante ató al asesino, sujetando las largas cadenas al gancho que había en el suelo y obligándolo a sentarse en la silla.

Driscoll parecía un tipo normal de mediana edad físicamente en forma. Excepto por el ojo negro, la mandíbula amoratada y la venda que le cubría la mejilla.

Zack no sintió ningún remordimiento por haberle partido la cara al asesino. Aunque se lo merecía, se sintió aliviado por no haberlo matado. El estado de Washington tenía la pena de muerte, pero Zack esperaba que Driscoll no cumpliese los diez años de media que solían pasarse los presos en el corredor de la muerte antes de ser ejecutados.

A los asesinos de niños no les solía ir bien en la cárcel.

Lo único del aspecto, por lo demás normal, de Driscoll que llamaba la atención eran sus ojos: de un azul claro y glacial. Zack vio al asesino en sus ojos. Pero también se percató de que otro podría ver la amabilidad que había en su rostro.

El jefe de policía había leído sus derechos a Driscoll nada más ser detenido, y había permanecido con él cuando el médico de la clínica local acudió a curarle las heridas. Driscoll no había pedido un abogado entonces ni cuando se lo fichó formalmente, pero Quinn, en su calidad de agente federal, tuvo que volver a leérselos.

—Váyase al infierno —dijo Driscoll con expresión imperturbable.

—Tenemos todo lo que necesitamos para ponerlo en el corredor de la muerte, señor Driscoll —dijo Quinn—. Así que, para nosotros, este interrogatorio solo sirve para que nos conozcamos y nos responda a algunas preguntas antes de que lo encierren.

Driscoll no dijo nada.

Zack y Quinn intercambiaron miradas, y Quinn asintió con la cabeza. Driscoll no iba a cooperar, pero no necesitaban que lo hiciera. Lo único que querían era una explicación.

—Sabemos que le tendió una trampa a Brian Hall hace treinta y cuatro años —dijo Zack.

Driscoll mantuvo la mirada fija al frente, pero Zack percibió un atisbo de satisfacción en su estática sonrisa.

—Fue muy inteligente por su parte. Usted y él estuvieron juntos en Vietnam, combatieron hombro con hombro. Él nunca pensaría que su buen amigo le tendería una trampa.

Driscoll negó con la cabeza.

—Hall es un idiota. Nunca fue mi amigo.

Zack estaba de acuerdo con la afirmación, pero dijo:

—Él lo sabe. Fue él quien nos condujo hasta usted. Está fuera de la cárcel y sabe que usted le tendió una trampa.

Driscoll se encogió de hombros.

—Hemos localizado a treinta y una víctimas en diez estados —dijo Quinn—. ¿Se nos ha pasado alguna?

Driscoll permaneció en silencio e inmóvil.

—Si ayudase a aliviar el sufrimiento de las familias que ignoran la suerte de sus hijas, eso demostraría al juez que se ha arrepentido.

Silencio de nuevo.

Zack dio un puñetazo en la mesa e hizo una profunda inspiración. Le entraron ganas de retorcerle el cuello a Driscoll hasta que hablase, pero eso no le haría ningún bien a nadie.

Además, sobre la base de las pruebas que Doug Cohn había sacado de la casa de campo de Driscoll, parecía que las víctimas hacían un total de treinta y dos. Un especialista en perfiles del FBI de Virginia con el que Quinn había hablado, tenía la sensación de que el primer mechón de pelo guardado por Driscoll era el de su hermanastra, Angel. Todo apuntaba a que el trabajo previo de Olivia había identificado de hecho a todas las treinta y una víctimas restantes.

El especialista en perfiles tenía una descabellada teoría sobre el asesinato de Angel basada en la transcripción del juicio y en el hecho de que Driscoll guardase su pelo, una circunstancia que había sido omitida en el informe policial, pero que Quinn Peterson había sacado a la luz valiéndose del primer informe de la autopsia.

Zack miró a Quinn, que asintió con la cabeza.

—Sabemos lo de Angel.

Al oír el nombre, Driscoll se puso tenso.

—No saben nada sobre ella. No pronuncie su nombre.

—Sabemos que su padrastro la violaba.

—Bruce no era mi padrastro; nunca se casó con mi madre. Su sangre no corre por mis venas, y su apellido no es el mío. —Driscoll abrió y cerró los puños varias veces.

—Él le hacía daño, ¿no es cierto?

Silencio.

—Y usted no pudo protegerla.

Las cadenas que sujetaban los pies de Driscoll sonaron.

—Tal vez intentó protegerla. Usted era el mayor, un adolescente. Pero él siguió violándola. Bruce violaba a Angel como usted viola a las niñas que se parecían a ella.

Driscoll soltó un gruñido con el dolor dibujado en el rostro.

—Usted quería tocarla.

—No.

—Odiaba a Bruce por hacerle daño, porque la deseaba solo para usted.

—¡Yo no soy Bruce!

Quinn golpeó con un dedo en la mesa en una señal convenida.

—No, usted no es Bruce Carmichael —dijo Quinn—. Bruce asesinó a su madre. La mató a cuchilladas. Con este cuchillo.

Quinn puso la bolsa de pruebas precintada delante de Driscoll. El asesino tenía las manos sujetas, pero, con una sacudida, echó los hombros hacia adelante como si intentase cogerla. Quinn había movido cielo y tierra para conseguir que la prueba del asesinato de Angel Carmichael fuese enviada por avión desde Los Ángeles esa misma mañana. Luego, había hecho que un agente la transportara en coche hasta la subcomisaría de las Cascadas.

Una a una, Quinn fue depositando varias fotos delante de Driscoll. Eran del escenario del asesinato de Angel. Las fotos en blanco y negro de la muerte de la niña perturbaron a Zack, que tuvo que recordarse que, con independencia de lo que Chris Driscoll hubiese sufrido a manos de Bruce Carmichael, nada justificaba sus acciones entonces y en ese momento.

Driscoll lloriqueó y apartó la vista de las fotos.

—Este cuchillo también mató a Angel.

Quinn dio unos golpecitos sobre el cuchillo. Driscoll movió los dedos, como si ansiara coger el arma. Quinn cogió el cuchillo, lo hizo girar en sus manos una y otra vez y lo colocó encima de una de las fotos.

La imagen era un primer plano de la cara de Angel, cuyos ojos vidriosos miraban sin ver, y donde las manchas de sangre, casi de color negro en la vieja foto agrisada, parecían cortarle la cara por la mitad.

Las lágrimas arrasaron la cara del asesino.

—Sabe que este cuchillo mató a Angel, porque fue usted quien la apuñaló hasta la muerte.

Driscoll negó con la cabeza.

—Bruce la mató. Mató a mi madre, y luego mató a Angel.

—¿Estaba con Bruce, cuando él mató a su madre?

Driscoll volvió a negar con la cabeza.

—Me fue a recoger al colegio. Ya había ido a por Angel. Me recogió y estuvimos viajando en coche varios días. Dijo que mamá estaba muerta. Que había ocurrido un accidente… —Su voz se fue apagando paulatinamente.

—¿Cómo averiguó que había asesinado a su madre?

—Angel.

Se volvió a producir otro silencio.

—¿Angel lo sabía? —le animó a seguir Zack.

—Estaba allí. —Su voz era un susurro.

—¿Y Angel lo vio matar a su madre?

La voz de Driscoll adquirió un timbre infantil, asexuado, cuando repitió las palabras de su hermana.

«Le dije a mamá que papá me tocaba ahí abajo y que no me gustaba. Mamá hizo una maleta, y ya estábamos a punto de irnos, pero papá llegó a casa y lo vio. Lo vio y cogió un cuchillo grande de la cocina y le hizo daño a mamá. Le hizo daño, y había mucha sangre, y entonces mamá estaba muerta».

—Bruce mató a su madre y les llevó a usted y a su hermana lejos de Nueva Jersey. Y acabaron en Los Ángeles.

—Vivimos en nueve estados. Nueve estados en tres años. Angel… quería tener un hogar de verdad. Los hogares de verdad no existen, le dije. Yo era su hogar. Yo cuidaría de ella.

—Pero no pudo.

Driscoll estampó las manos encadenadas contra la mesa.

—¡Iba a matarlo! —gritó a pleno pulmón.

El plácido rostro se contrajo en una expresión de ira monstruosa, y su mirada se tornó vidriosa y salvaje.

Todos los policías presentes en la sala se quedaron paralizados, prestos a saltar sobre Driscoll si intentaba algo. El asesino no se movió.

—¿Y por qué no mató a Bruce? —preguntó Zack.

Driscoll clavó los ojos en Zack.

—Eso es lo mismo que dijo ella.

—¿Angel?

—La zorra. La zorra del coche. Antes de que lo jodiera todo y me trincaran.

«¿Olivia?».

—Lo habría matado. ¡Vaya si lo habría hecho! Necesitaba tiempo, y Angel no quería darme tiempo. Había que planearlo. Necesitábamos un plan. Pero ella no me dio tiempo para planearlo. Estaba asustada. La protegía lo mejor que podía; lo hacía todo por ella. La lavaba, cuidada de ella, le besaba los cardenales. La habría cuidado. Ella quería huir, pero ¿cómo iba a alimentarla? ¿Cómo iba a poder cuidar de ella?

Zack lanzó una mirada a Quinn antes de hablar.

—¿Por qué mató a Angel, si la quería tanto?

Un grito ahogado se escapó de la garganta de Driscoll.

—Iba a escaparse; me iba a dejar. No podría protegerla. —Driscoll exhaló convulsamente un suspiro de tristeza y se quedó mirando la foto fijamente sin moverse—. Quería protegerla. Quería impedir que Bruce siguiese haciéndole daño. Ella me dijo que quería ser libre. Aunque por otro lado… quería huir. ¡Huir de mí!

»Angel, mi dulce Angel, tuve que liberar tu alma. Ahora eres libre, y feliz. Sé que ahora eres feliz y que nadie te volverá a hacer daño jamás.

Driscoll miró fijamente a Zack, pero tenía la mirada perdida.

—Los espíritus no mueren —susurró Driscoll como si estuviese suplicándoles—. Las almas no sufren. Ya nadie hace daño a Angel. Su vida es eterna.

Quinn se aclaró la garganta y preguntó en voz baja:

—¿Y por qué las demás niñas?

—Porque son mis ángeles… Todas son mis ángeles. Y todas sufren. Porque eso es lo que le pasa a la gente… sufre. Un sufrimiento constante y torturador.

»Tenía que liberar sus almas, y darles una vida sin dolor para siempre jamás. Ahora viven en paz. Y están con mi Angel.