Olivia estaba sentada a la mesa de la cocina de Miranda con una jarra de café vacía en la mano, y miraba fijamente a través de la ventana.

Miranda estaba sentada enfrente de ella.

—Liv, dale tiempo. Zack es un buen tipo y volverá. Acabará entendiéndolo. Solo necesita aclararse con sus sentimientos.

Olivia negó con la cabeza.

—No estabas allí, Miranda. Se lo expliqué todo… La verdad es que creí que lo entendería. Pero él tiene razón; debería habérselo dicho antes. ¿Cuándo me he convertido en una mentirosa tan buena?

—Eso no es verdad. Eres la peor mentirosa del mundo.

—Ya no. Soy una maestra del engaño. —Las palabras de Zack le habían sentado como una agresión física. Cuanto más se había intentado explicar, más furioso —y dolido— se había sentido Zack.

El móvil de Olivia sonó, pero no hizo ningún ademán de cogerlo. Miranda miró el número.

—Es alguien de Virginia —dijo.

Olivia cogió el teléfono a regañadientes.

—Olivia St. Martin.

—Olivia, soy Rick Stockton.

Olivia suspiró y se preparó para lo que se le avecinaba.

—Hola.

—Lo sé todo.

Ella cerró los ojos.

—Lo lamento, sabía que terminaría sabiéndose, pero quería explicártelo… —Se frotó los ojos. Sus excusas le empezaban a parecer pobres. Durante la última semana no había sido capaz de pensar en ninguna otra opción. ¿Y ese día? Deseó haber hecho las cosas de manera diferente.

Y no porque pudiera perder su trabajo, sino porque había perdido a Zack.

—Ya hablaremos de eso más tarde. Tenemos otros asuntos más serios que tratar.

Olivia se incorporó en la silla.

—¿Qué ha sucedido?

—Esta mañana me ha llamado el ayudante del fiscal de distrito del condado de San Mateo, en California. Dos personajes destacados de la investigación sobre Hall han sido asesinados en sus casas esta semana. Hamilton Craig, el fiscal del distrito; y Gary Porter, el detective que inicialmente llevó la investigación de Hall hace treinta y cuatro años.

—¿Gary? ¿Está muerto? Hablé con él a principios de esta semana. Iba a ir al funeral de Hamilton… Pensaba que había sido un ladrón, un robo que había salido mal. —El ritmo cardíaco de Olivia se aceleró.

—Las balas que se extrajeron de ambas víctimas salieron del mismo treinta y ocho.

—¡Oh, no! —Olivia se llevó la mano a la boca. Tanto Hamilton como Gary muertos. Asesinados—. ¿Quién lo ha hecho? ¿Tienen algún sospechoso?

Rick hizo una pausa.

—Consiguieron una orden para registrar el piso de Brian Harrison Hall. Encontraron rastros de sangre que confirman que asesinó a los dos hombres, así como munición que coincide con la de las balas asesinas.

—¿Hall? —A Olivia se le quebró la voz. Apenas podía hablar.

—Así fue como me enteré de tus actividades durante esta semana. Cuando hable con el fiscal, me dijo que una tal «agente St. Martin» había estado en Redwood City justo ayer por la mañana. Así que llamé a Greg, y él me lo contó todo.

—Lo lamento, Rick. N-no… no tuve elección. —Cuando lo dijo, supo que era verdad. Realmente no había tenido elección. Nunca habría podido vivir consigo misma, si no hubiese hecho nada y hubiesen muerto más niñas.

Había ayudado a salvar a Nina Markow; había ayudado a meter a Christopher Driscoll entre rejas. Y si volviera a enfrentarse a la misma disyuntiva, lo volvería a hacer. No conocía a Zack al comenzar todo aquello. Y aunque lamentase no haberle dicho la verdad antes, no se arrepentía de haber ido a Seattle.

Tenía que explicárselo a él. Otra vez. Y una vez más. Hasta que la perdonara.

Zack tenía que perdonarla. Lo amaba.

—¿Así que Hall vuelve a estar en la cárcel? —preguntó Olivia.

—No son capaces de dar con él.

Olivia se sobresaltó.

—¿Qué?

—Encontraron un vehículo registrado a su nombre en el aeropuerto internacional de San Francisco. El sello de la hora indica que aparcó a las 16:30 de ayer. Estamos revisando todas las cintas de seguridad y los registros de las compañías aéreas para determinar a dónde ha ido. Puede que haya huido del país.

»O —prosiguió Rick—, puede que esté intentando encontrarte.

—¿A mí?

—Declaraste contra él, no solo cuando fue condenado, sino en las vistas de la condicional. Ha asesinado a un fiscal de sesenta y nueve años y a un policía retirado de sesenta. Dos hombres que hace treinta y cuatro años se limitaron a hacer su trabajo.

»He hablado con Vigo, nuestro psicólogo especialista en comportamiento, justo antes de llamarte. Vigo cree que si Hall sabe dónde estás, irá a por ti. ¿Dónde estás en Seattle?

—¿Ahora mismo? Estoy en casa de Quincy y Miranda Peterson.

—¿Del agente Peterson? Quédate ahí hasta que tengas noticias mías. Es una orden, «doctora» St. Martin. Y espero que esta vez me obedezcas. —Colgó el teléfono.

—¿Qué sucede? —preguntó Miranda, preocupada.

—La policía cree que Brian Hall ha asesinado a dos hombres que estuvieron relacionados con su juicio… Mi jefe cree que soy la siguiente.

• • •

De nuevo, Zack no podía dormir.

Quinn lo había llevado de vuelta a Seattle, pero, aparte de ocuparse de las cuestiones jurisdiccionales, no habían hablado mucho. El departamento del jefe de la policía del condado trasladaría a Driscoll a la cárcel del condado por la mañana, y el lunes, el asesino comparecería ante el juez. Las instituciones competentes —esto es, la fiscalía del condado y la fiscalía general de los Estados Unidos— se encargarían de llevar conjuntamente la acusación.

A Zack le traía sin cuidado lo que decidiesen, con tal de que Driscoll no volviese a ver la luz del día. El interrogatorio de Driscoll lo había alterado profundamente. Había interrogado a docenas de asesinos, pero ninguno había sido tan desconcertante como Driscoll. Había sentido escalofríos escuchándolo.

Quinn había intentado hablar de nuevo sobre Olivia cuando lo dejó en su casa pasadas las doce de la noche.

—Olivia hizo lo que creyó oportuno —había dicho Quinn.

—No me hables de ella. El caso está cerrado. Cada uno seguirá su propio camino.

En ese momento, agotado física y emocionalmente después de la semana más estresante de su carrera, quería dejar de pensar en ella. Pero no podía.

¿Qué habría hecho él en el lugar de Olivia? Si hubiese podido, ¿habría mentido para formar parte de la operación encubierta que había acabado con la detención del asesino de su hermana? ¿Habría manipulado a la gente para encontrar al pistolero que le había disparado?

Su teléfono sonó. Pierson le había dado tres días de vacaciones por las horas extras, así que ¿quién demonios le llamaba a la una de la madrugada?

—Travis —respondió con un gruñido.

—Soy Olivia.

Zack no dijo nada.

—Lamento haberte mentido.

—Los mentirosos siempre lo lamentan cuando los pillan.

—Te lo conté yo misma. No quise que te enterases por otro.

—¿Y se supone que eso ha de hacerme sentir mejor? ¿Te digo que te quiero, y me cuentas que me has estado mintiendo desde el principio?

Zack casi pudo sentir el enfado de Olivia vibrando en la línea telefónica. ¿Con qué derecho se enfadaba? No era ella la que había sido manipulada ni traicionada.

—No me arrepiento de haber ido a Seattle. Por más que te empeñes en negarlo, he ayudado en esta investigación. Puede que no me perdones jamás, ¿pero sabes una cosa? Que no pasa nada. Porque hice lo que era correcto en ese momento. Lamento haberte herido en el camino. ¿Es que crees que lo planeé así? No era mi intención herirte. ¡Tampoco era mi intención enamorarme de ti!

Olivia tomó aire, y Zack miró su cama vacía de hito en hito.

¿Podría volver a confiar en ella alguna vez?

—Olivia, ya no sé nada. Estoy cansado. —Agotado. No sabía qué creer ni cómo sobreponerse al dolor que sentía en el corazón.

—Pues yo sí sé algo, Zack. Sé que te quiero. Y sé que lamento haberte hecho daño. Y sé una cosa más: que he ayudado a meter a Christopher Driscoll entre rejas, y que él no volverá a destruir a ninguna otra familia. Y eso será todo lo que tenga cuando me vaya de Seattle, y puedo vivir con ello.

Olivia cortó la comunicación.

Zack se quedó mirando fijamente el teléfono.

Sin duda, la pelota estaba ya en su tejado. Solo tenía que decidir si quería seguir jugando.