Zack le había dicho a Olivia que Miranda iba a acompañarlos en la búsqueda en helicóptero, aunque verla siguió siendo una sorpresa agradable. Miranda le dio un enorme abrazo y preguntó:

—¿Cómo estás? —Luego, miró a Zack, que estaba hablando con el piloto—. Quinn me lo ha contado todo. —Miranda susurró—: Tu secreto está salvo conmigo.

Olivia se relajó.

—Gracias. Estamos tan cerca. No quiero echarlo a perder todo ahora y no estar aquí cuando lo encontremos.

—Lo sé, Liv. Sé perfectamente cómo te sientes.

Miranda la entendía como nadie. Tener allí a su amiga, no solo para encontrar a Nina, sino como apoyo, la fortalecía.

—Siento no haberte dicho que estaba en Seattle cuando me llamaste el otro día.

—Hablaremos de eso más tarde. Bueno, —Miranda echó un vistazo a Zack—, supongo que ese es el detective Travis, ¿no?

—Sí.

—Es…, esto, bueno, tan atractivo como Viggo Mortensen en El señor de los anillos.

Olivia se ruborizó. Miranda sabía que a Olivia le encantaba la trilogía de Tolkien.

—¡Miranda! No me había dado cuenta. —Por supuesto que sí, nada más verlo.

—Entonces, es que estás ciega. —Miranda levantó la vista al cielo—. Tenemos que ponernos en marcha; está entrando la niebla.

Zack se acercó.

—¿Miranda Peterson?

—Sí. —Ella le estrechó la mano—. Pongámonos en marcha, y os iré contando mi plan durante el camino. —Miranda entregó a Zack y a Olivia sendas copias del mapa de la sección central y occidental de las montañas de las Cascadas.

—Acabo de hablar con mi compañero —dijo Zack mientras se ponía los auriculares y amoldaba el equipo en la parte delantera del helicóptero para encajar sus largas piernas—. Han encontrado al propietario de la camioneta. Está registrada a nombre de Karl Burgess. Él y su esposa se han ido de vacaciones esta mañana temprano. Su vecino dice que se han ido al aeropuerto en su propio coche. Boyd va para allí a buscar el vehículo de Driscoll. Tenemos una orden y lo remolcaremos hasta el laboratorio. Además montaremos una operación de vigilancia de veinticuatro horas en el aeropuerto, por si Driscoll vuelve a por su coche.

—Espero que no vuelva —dijo Olivia. Miranda y Zack la miraron con escepticismo.

—Si regresa, es que Nina está muerta.

• • •

Zack coordinó la operación con la policía del condado desde el helicóptero y escuchó a Miranda exponer su plan. Hablaron a través de los micrófonos incorporados a los auriculares que llevaban puestos, esforzándose en que sus voces se oyeran por encima del ruido del helicóptero.

—Mientras la policía del condado no diga otra cosa, vamos a suponer que el testigo que dice haber visto a la camioneta blanca tomar la Carretera 56 es fiable. Eso nos sitúa… aquí. —Miranda señaló el acceso a la Carretera 56 desde la autopista—. Aquí hay algunas casas y cabañas desperdigadas. A un kilómetro y medio más o menos, la montaña empieza a ascender de manera considerable. Aquí está el afluente septentrional medio del río Anchor; se puede ver como la 56 lo cruza aquí y… aquí.

—La carretera llega a la cima de la montaña —dijo Zack—. He estado allí. En verano es precioso, pero en invierno es intransitable.

—Aparte de este campo que hay junto a la salida, hay otros dos sitios donde podemos aterrizar. Podemos subir unos cinco kilómetros, hasta un hotel de montaña que tiene una pradera lisa y amplia. Ya he hablado con ellos y nos han dado permiso; si lo necesitamos, ahí está. O podemos aterrizar aquí. —Señaló un punto a un kilómetro y medio montaña arriba—. Es un campamento de los Boy Scouts.

—Él no irá a ningún sitio donde lo puedan ver u oír.

—Estoy de acuerdo. Quiere intimidad, pero también accesibilidad. Me parece que ya habrá tenido vigilado algún sitio.

—No necesita mucho para sobrevivir —terció Olivia—. Su cabaña tenía lo básico; no había nada superfluo. No necesitará encender ningún fuego. Así que quizás haya previsto llevarse un saco de dormir y una manta térmica, agua y provisiones.

—Estoy de acuerdo —dijo Miranda—. Estuvo en el ejército, así que sabe cómo vivir con lo mínimo. Pero también va a necesitar una vía de escape; no se va a aislar tanto, que quede atrapado.

—Pero lleva años asesinando. No va a pensar que le seguimos el rastro —dijo Olivia—. Hasta esta mañana no hemos descubierto su identidad.

¿Esa mañana? Olivia se dio cuenta de que había sido un día largo. Se frotó las sienes, sintiéndose repentinamente cansada, y se sorprendió cuando Zack alargó la mano hacia ella y le masajeó el cuello.

Olivia lo miró a los ojos.

—Esto casi ha acabado, Liv —dijo Zack, como si ella fuese la única que estuviera en el helicóptero—. Vamos a cogerlo. Esta noche.

Miranda paseó la mirada de Olivia a Zack y se aclaró la garganta.

—Bueno, he marcado las coordenadas en el mapa. La policía del condado está inspeccionando todos los caminos que salen de la Carretera 56, para ver si encuentran huellas de rodada de una camioneta. Van a caballo, en coche y a pie. Hemos establecido puestos aquí —en el hotel donde podían aterrizar—, en este puesto de los guardabosques y aquí, en la subcomisaría de la policía del condado en la base de la montaña.

—¿Y qué pasa si se percata de la actividad y la mata inmediatamente? —preguntó Olivia.

—¿Y qué otra cosa podemos hacer? —dijo Zack—. Si no hacemos nada, la matará sin ningún género de dudas. Pero supongo, Miranda, que tienes un plan para minimizar nuestra actividad.

Miranda asintió con la cabeza.

—Se han suspendido las transmisiones por radio. Todas las conversaciones se hacen a través de frecuencias de seguridad. Si el asesino está controlando la televisión y las radios comerciales, entonces sabrá que los hemos identificado. Tenemos su retrato robot saliendo en todas las cadenas de la parte occidental de Washington, y el dispositivo de alerta está activado, lo cual sitúa su cara y descripción en miles de sitios web del país. No tiene escapatoria. Lo único que tenemos que hacer es encontrarlo antes de que mate a Nina.

Zack estudió el mapa.

—Tu marido me ha dicho que eres una especialista en búsqueda y salvamento. Liv, pensaba que me habías dicho que fuisteis juntas a la Academia del FBI.

—Y así fue —dijo Miranda—, pero la abandoné antes de la graduación. Es una larga historia. —Miró a Olivia, y esta se sintió fatal porque su amiga la estuviera protegiendo—. Era la directora de Búsqueda y Salvamento de Montana, antes de que Quinn y yo nos casáramos en junio pasado.

—Ah. —La cara de Zack se ensombreció al recordar—. ¡Ah! El Carnicero de Bozeman.

—Sí, bueno, eso terminó. —Una sombra oscureció el rostro de Miranda, y Olivia alargó la mano hacia ella.

—No pretendía sacar a relucir el tema —dijo Zack.

—No pasa nada. Ahora tenemos al Aniquilador de Seattle en nuestras manos. ¿No os revienta la gilipollez que se le ha ocurrido a la prensa?

—Tengo una transmisión del agente especial Quincy Peterson —dijo el piloto.

—Pásela —dijo Zack.

Todos oyeron la voz de Quinn a través de los auriculares.

—La policía del condado ha encontrado la camioneta a dos kilómetros y medio de la Carretera 56, bien pasado el campamento de los Boy Scouts. Se reunirán con vosotros en el campamento y os llevarán hasta allí.

—¿Y Nina? —preguntó Olivia echándose hacia delante.

—No hay rastro de Nina ni de Driscoll. La camioneta ha tenido un accidente… ha atropellado a un ciervo. Los airbag han saltado, pero hay un poco de sangre en la cabina. No así en la parte trasera. ¿Cuál es vuestro tiempo estimado de llegada?

—Cuatro minutos hasta el campamento —dijo el piloto.

—Yo estoy a unos cincuenta minutos. Doug Cohn y su ayudante están conmigo, y tengo a dos agentes que me siguen. Y Travis, tu compañero Boyd ha encontrado el coche de Driscoll en el aparcamiento de larga duración del aeropuerto de Seattle-Tacoma. Si encuentran algo de interés en la cabina, nos llamará.

—Gracias, Peterson. Corto.

• • •

Zack observó detenidamente la camioneta empotrada en una secuoya; tenía uno de los neumáticos metido en una zanja tan profunda, que la rueda trasera ni siquiera tocaba el suelo. Un ciervo yacía muerto en mitad de la carretera. Al animal apenas le quedaba un resto de vida cuando los primeros ayudantes del jefe de policía del condado llegaron al escenario. Habían avisado a un guardabosques, que sacrificó al animal poco antes de que Zack, Miranda y Olivia llegaran. Zack ni siquiera tuvo que mirar las huellas del derrape para colegir lo que había ocurrido.

El ciervo había cruzado la carretera, la camioneta lo había golpeado, y el impactó había sacado al vehículo del camino y lo había enviado dentro de la zanja y contra el árbol.

—¿Por qué no podía estar el muy bastardo muerto detrás del volante? —masculló Zack entre dientes.

El ayudante del sheriff le dirigió una media sonrisa.

—Eso sería demasiado fácil.

Zack no quería alterar ninguna prueba, pero necesitaba tanta información como pudiera obtener para aclarar lo ocurrido. ¿Por qué Nina no estaba en la camioneta, y adónde había ido Driscoll? ¿Seguía teniendo a Nina? ¿Estaba viva? La policía del condado iba a llevar más focos, pero todo lo que tenían en ese momento era unas cuantas linternas de trabajo.

El airbag había saltado y tenía restos de sangre, como si Driscoll se hubiese herido o el impacto le hubiese producido una hemorragia nasal. Cuando llegase Doug Cohn, analizaría todo el vehículo.

Con las manos enguantadas para evitar contaminar las pruebas, Zack examinó la cabina. Encontró varios mapas, la documentación del coche a nombre de Karl Burgess, algunos audiolibros y un par de entradas de cine. Todo parecía antiguo y aparentemente dejado allí por los propietarios de la camioneta.

En el habitáculo de acampada, Zack encontró unas cuerdas. Todavía tenían los lazos hechos, y las levantó preguntándose qué había sucedido.

¿La había desatado Driscoll? ¿Se había liberado Nina por sus propios medios? ¿Había oído él las noticias y la había arrojado en las montañas —viva o muerta— para poder escapar? ¿Adónde había ido Driscoll?

Zack rodeó la parte delantera de la camioneta y puso la mano en el capó. Apenas se notaba caliente; probablemente, el accidente había ocurrido una hora u hora y media antes.

Dio la vuelta lentamente al vehículo, moviendo la linterna adelante y atrás. A la tercera vuelta algo le llamó la atención.

Se puso en cuclillas y las rodillas le crujieron; recogió un casquillo. ¿Era reciente? La caza no estaba permitida en aquella parte de las montañas de las Cascadas, pero eso no significaba que los cazadores no hubiesen traspasado los límites no señalizados.

Lo volvió a dejar donde lo había encontrado, señalando el lugar con una banderola de señalización de pruebas que había cogido del equipo de la policía del condado.

Se levantó, y miró alrededor iluminando con la linterna. Entonces lo vio. La tierra estaba removida y había huellas de pisadas. La vía de huida de Driscoll.

—Eh, agente. —Zack esperó a que el joven policía llegara hasta él—. Esto parece una especie de sendero. ¿A dónde conduce?

El ayudante consultó un detallado mapa de la zona.

—Bueno… los Boy Scouts utilizan mucho esta zona, pero fundamentalmente en verano. El tiempo es muy impredecible en otoño. El campamento principal está donde han aterrizado… Aquí, a unos tres kilómetros de distancia. Los exploradores señalan los senderos todos los años como parte de sus actividades. Este sendero parece uno de los suyos… pero no está en el mapa.

—Entonces, ¿no sabe a dónde conduce?

—El programa de los Boy Scouts hace que los niños recorran los senderos con el objetivo de llegar al campamento principal. Hay muchos requisitos; ha pasado mucho tiempo desde que estuve en los exploradores. Pero… a menos de ochocientos metros de aquí, hay un afluente del río Anchor. Este tipo podría seguir todo el curso del río montaña abajo. Hay mucha vegetación en la que esconderse. Los abetos son muy frondosos en toda esta región.

—De acuerdo, supongamos que no está herido. A pie, todavía tardará horas en bajar la montaña. Necesitamos que un equipo de rastreadores se dirija a la parte más baja del río y empiece a subir; otro, que empiece desde aquí e intente seguirle el rastro. Tal vez podamos cerrarle el paso. Él solo puede seguir el río o volver a subir por este sendero. Si no recuerdo mal el mapa, por la parte occidental del río hay un enorme desnivel.

—En efecto. ¿Hasta dónde han de bajar?

—¡Miranda! ¡Miranda! —llamó Zack. La esposa de Quinn parecía tener una comprensión intuitiva del terreno, aunque según parecía solo llevaba unos meses viviendo en Seattle. Tal vez tuviera alguna buena idea de hasta dónde podía bajar Driscoll con el tiempo del que disponía.

Miranda no contestó, y Zack sacó su transmisorreceptor.

—Aquí Travis. Estoy intentando localizar a Miranda Peterson y a Olivia St. Martin.

Chisporroteo.

—¿Travis? Aquí Miranda. Liv y yo estamos inspeccionando algo más arriba en el camino. Parece que hubo una escaramuza. Cambio.

¿Cambio? ¡Coño!, a Zack no le gustaba la idea de que dos mujeres —daba igual lo bien preparadas que estuvieran— se alejaran en mitad de la noche, cuando un asesino andaba suelto.

—¿Dónde estáis?

—A casi un kilómetro, subiendo por el sendero en el que te encuentras.

—Me reuniré con vosotras allí. Manteneos a la vista.

—Entendido.

Zack se volvió al ayudante.

—Proteja la zona. Voy a subir por el sendero para ver qué han descubierto. Mantenga abierta la comunicación, y si surge algún problema, dígamelo.

Con todos los hombres en el bosque, Zack no creía que Driscoll anduviese por los alrededores. Lo más probable es que estuviera bajando a pie la montaña lo más deprisa posible, confiando en poder llegar a la carretera principal y desaparecer antes de que lo alcanzasen.

Su móvil no tenía cobertura allí, así que utilizó la radio con la frecuencia de seguridad para llamar a la subcomisaría de la policía del condado y transmitir la información de lo que había recogido en la escena del crimen. Antes de que cortara la comunicación, doce hombres, entre guardabosques y ayudantes, se habían puesto en camino hacia la falda de la montaña para subir por el afluente septentrional medio del río Anchor con la esperanza de detener a Driscoll cuando bajase. Otros seis se estaban dirigiendo al campamento de los Boy Scouts, donde ya se había establecido un control provisional.

Zack confiaba en no equivocarse acerca de la huida de Driscoll, pero tuvo el mal presentimiento de que el final de todo no estaba tan cerca.

• • •

«Por favor, Dios mío, si me escuchas, haz que se encuentre bien».

Con cuidado de no pisotear la prueba, Olivia repasó la escena en su cabeza.

Alguien había levantado un pequeño campamento. No había fuego, pero sí un saco de dormir, una mochila con provisiones y agua y una brillante lona impermeable.

Olivia sospechó que Driscoll utilizaba la lona para llevar los cuerpos de vuelta a la ciudad y deshacerse de ellos. Le intrigaba que no los dejara en la naturaleza; eso retrasaría considerablemente su localización. Pero aquello era una cuestión para los psicólogos del comportamiento del FBI. Si tuviera que aventurar una suposición, o Driscoll quería que los cuerpos fueran encontrados para que recibieran sepultura o se hiciera el duelo o tenía el deseo inconsciente de ser detenido.

O tal vez algo menos profundo; quizá tan solo se tratara de su deseo de demostrar que era más inteligente que nadie, que era capaz de irse de rositas cometiendo el crimen «perfecto».

El suelo estaba húmedo allí arriba, plagado de agujas de pino, guijarros y tierra mojada. Las huellas de las pisadas eran excelentes; ella y Miranda habían colocado varias banderolas allí donde creía que se podrían obtener unos buenos moldes.

El juego de huellas más pequeñas se dirigía montaña abajo, pero con la niebla que se iba espesando y la insuficiente iluminación que proporcionaba su linterna, no podía asegurar que pertenecieran a Nina.

—Miranda, ven aquí —llamó Olivia deseando la opinión experta de su amiga.

—Acabo de hablar por radio con tu detective. Viene hacia aquí.

—Él no es «mi» detective —dijo Olivia.

—Mmm.

—¿Qué se supone que significa eso? —Olivia meneó la cabeza—. Ahórratelo. Mira esto. —Alumbró con la linterna una huella clara que se dirigía monte abajo.

—Alguien estuvo corriendo, pero el suelo está húmedo y resbaló aquí… y ahí —dijo Miranda.

—Parecen pequeñas.

—Pequeñas para un hombre.

—Creo que Nina se escapó —dijo Olivia, rebosando confianza—. ¿Y si consiguió escapar como fuera? ¿Y si corrió y corrió, y se escapó de él? Tenemos que ir tras ella.

—Estoy de acuerdo, pero tienes que asumir que podría estar muerta.

—No. ¿Por qué? ¿Por qué tengo que asumirlo? Por la misma regla de tres, puede estar viva. No puedo llegar demasiado tarde.

—No es todo responsabilidad tuya, Liv.

Olivia negó con la cabeza.

—No lo entiendes.

Se hizo un silencio.

—Lo siento —dijo Olivia—. No quería decir eso. Lo entiendes mejor que nadie.

—No pasa nada, Liv, pero solo quiero que estés preparada para lo peor al tiempo que esperas lo mejor. Mira aquí… —Miranda separó dos abetos jóvenes y señaló unas huellas más profundas en la tierra—. Él salió en su persecución. Puede que la haya alcanzado.

—O puede haber huido —dijo Olivia con tozudez.

—Sí, puede que lo haya hecho. O que echase a correr, y él la atrapara y la matase. O que Driscoll pensara que sería más fácil encontrarla en la camioneta. O que él haya preferido escapar. —Los ojos de Miranda estaban llenos de compasión—. Liv, prepárate, ¿de acuerdo?

Olivia cerró los ojos y se imaginó a Nina muerta. La cara de Nina se transformó entonces en la de Michelle Davidson, y luego en la de Missy.

—No. Está viva. Tengo ese presentimiento.

—¡Olivia!

La voz de Zack atravesó la inmóvil niebla.

—¡Aquí! —gritó Olivia, y observó cómo la sombra de Zack surgía de entre la niebla. Los haces de las linternas al rebotar en la niebla conferían a la luz un naturaleza surrealista.

—¿Qué habéis encontrado?

Olivia mostró las pruebas a Zack una por una.

—Zack, creo que ella ha escapado. Y es probable que esté muerta de miedo, aterrorizada, y helada. Tenemos que ir tras ella. Miranda tiene una gran experiencia como rastreadora. —Miró a su amiga con la esperanza de que no la contradijera. Olivia sabía que estaba poniendo a Mirada en un aprieto, pero en ese preciso instante lo más importante era encontrar a Nina.

La niña «tenía» que estar viva.

—De acuerdo —dijo Zack.

Olivia estaba a punto de protestar, cuando se dio cuenta de que Zack estaba de su parte.

—Iremos los tres; no os perdáis de vista ni un instante. Voy a llamar para informar de nuestra situación.

Cuando habló con el ayudante, se enteró de que Quinn Peterson y Doug Cohn tardarían solo quince minutos en llegar.

Resultó sorprendentemente fácil seguir el rastro, incluso en la oscuridad. Los haces de las linternas hacían que las huellas resaltaran, y los tres avanzaron a un paso constante. Al principio, el terreno caía abruptamente, y Olivia temió que Nina hubiese caído por la empinada ladera poniendo en peligro su vida; había varias huellas largas que indicaban que había resbalado. Pero a solo treinta metros ladera abajo el terreno se nivelaba. En medio de la húmeda neblina, el olor a abeto, a pino y a tierra mojada anulaba todos los demás olores.

Nina tenía que haberse sentido aterrorizada. Tener que salir corriendo de noche, huyendo de un hombre que la quería matar sin un motivo que su mentalidad de diez años pudiese comprender. Pero lo que impresionó a Olivia por encima de todo fue que, de entrada, Nina hubiera encontrado la manera de escapar. Era una niña asombrosa, y aunque Olivia no la conocía, se sentía tremendamente orgullosa de ella.

Nina había bajado la ladera en zigzag durante varios cientos de metros. Aunque llevaba un chaleco tipo pluma encima del jersey, Olivia estaba helada. Nina no llevaba ninguna prenda de abrigo y se congelaría.

Un destello amarillo a la izquierda de Olivia hizo que se parase. Miranda dirigía el grupo, concentrada en el terreno, mientras que Olivia ocupaba el centro, y Zack la retaguardia.

—¡Alto! —gritó Olivia.

—¿Qué has visto?

—Mirad. —Olivia señaló hacia un punto amarillo brillante en el suelo. El corazón le dio un brinco.

La última vez que se la había visto, Nina llevaba un chubasquero amarillo brillante.

—Quedaos aquí —ordenó Zack.

Bajó de lado con prudencia por la pendiente hasta donde estaba la prenda. Una vez allí, se arrodilló, se levantó con la cazadora y volvió con ella.

Estaba hecha jirones, y por su aspecto, se diría que por un cuchillo afilado.

Miranda extendió una bolsa para pruebas, y Zack colocó el chubasquero dentro, tras lo cual señaló el lugar con una banderola roja.

—Oh, no, oh, no. Tenías razón, Miranda —empezó a decir Olivia, con las manos temblándole.

—Ella no está aquí.

—Pero…

—Y no hay sangre en la prenda.

Olivia entrecerró los ojos, estudiando la tela hecha jirones a través de la bolsa transparente.

—No lo entiendo. ¿Qué pudo suceder?

Los tres guardaron silencio durante un instante, al cabo del cual, con cierta vacilación al principio, Olivia dijo lo que pensaba.

—¿Y si se quitó el chubasquero? ¿Y si se dio cuenta de que el color atraería a Driscoll en la oscuridad?

—Y lo colocó en un lugar bien visible. Y luego se fue en dirección contraria —dijo Miranda asintiendo con la cabeza—. Creo que estás en lo cierto.

—¿Y por qué está hecho jirones? —preguntó Olivia.

—Driscoll estaba furioso —dijo Zack—. La niña estaba siendo más hábil que él. Eso explicaría que no prestara atención a la carretera. Las marcas en el sendero indican que estaba conduciendo demasiado deprisa para lo blando que está el terreno. Cuando vio al ciervo, dio un volantazo, chocó con él y fue a estrellarse contra el árbol.

—A mí me parece razonable —dijo Miranda—. Abrámonos en abanico a ver si descubrimos en qué dirección se fue Nina.

Diez minutos después, Zack llamó a Miranda y a Olivia para que acudieran a donde él se encontraba.

—Mirad. —Señaló una marca en un árbol.

«N. M.»

Era tenue, estaba en la parte inferior del árbol y parecía como si hubiera sido hecha por una uña o una rama pequeña.

—Puede que haya estado señalando su camino con la esperanza de volver sobre sus pasos a la luz del día —dijo Zack.

—Tal vez esté escondida, agazapada hasta que se sienta segura —añadió Miranda.

—¡Nina! —gritó Olivia.

Zack y Miranda se unieron a ella.

—¡Nina!

Sus voces sonaron extrañamente huecas en la niebla. Toda la montaña pareció contener la respiración, esperando.

Cuando una luz intensa se abrió camino entre los árboles, Olivia reprimió un grito. En dos zancadas, Zack se puso delante de ella con la pistola desenfundada.

—Es el sendero por el que vinimos en coche —susurró Miranda.

Un Jeep pasó lentamente a unos tres metros de ellos mientras se escondían entre los árboles. El vehículo se detuvo.

Zack levantó el dedo índice para indicarles que guardaran silencio y avanzó a lo largo de la orilla de los árboles hacia el vehículo parado más adelante. Empezaron a oírse voces.

—¡Ese es Quinn! —dijo Miranda, y salió del bosque.

A menos de seis metros la camioneta blanca seguía empotrada en el árbol.

Olivia se quedó rezagada del grupo, observando a Quinn, Doug Cohn y a otros tres salir del Jeep y empezar a hablar. Quinn le dio un rápido abrazo a Miranda, y Zack pasó a explicar lo que habían descubierto y lo que creían que le había ocurrido a Nina.

—¿Habéis encontrado algo útil en su casa? —le preguntó Zack a Cohn.

—Más que suficiente para una condena —dijo Cohn—. ¿Recuerdas la maleta que encontraste? Dentro, estaban guardadas, entre otras cosas tanto la ropa interior como los mechones de pelo. También había mapas, libretas viejas en las que se detallan sus planes e identificaciones falsas con docenas de nombres.

—¿Qué hay de la piedra del jardín? La que tiene la palabra «ángel» grabada en Morse en la parte superior.

Cohn apretó los dientes.

—Enterradas a unos setenta centímetros debajo de la piedra, había una lona impermeable y una sábana, ambas empapadas en sangre. Si tenemos en cuenta la ubicación, apostaría a que descubrimos que coincide con la de Jillian Reynolds. También utilizamos Luminol en el dormitorio, y descubrimos rastros de sangre debajo de la cama de Driscoll.

Olivia se llevó la mano a la boca y se alejó. Aunque la policía había hecho un registro básico de la isla, no habían entrado en las casas porque creían que sabían lo que le había ocurrido a Jillian. No sabía nadar, así que decidieron que debía de haberse ahogado. Driscoll la había secuestrado, escondiéndola hasta que se suspendió la búsqueda. Luego, la mató y arrojó su cuerpo lejos, en el interior del bosque, para que no pudieran encontrarla durante mucho tiempo.

Olivia siguió el margen del sendero a cierta distancia.

Entonces, lo vio.

—Zack —gritó.

Zack, Quinn y Miranda se acercaron corriendo por el sendero.

—¿Qué sucede? —preguntó Zack—. ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. Mirad.

Unas pequeñas huellas de pisadas seguían el borde del sendero y luego desaparecían ladera abajo, por el lado contrario por el que habían salido cuando habían visto el coche de Quinn.

—Hemos debido pasar junto a Nina cuando subimos en coche. Pero ella no sabía si estaba a salvo para salir. Está escondida por aquí, en algún lugar. Tenemos que encontrarla.

Los cuatro volvieron a bajar trotando por el sendero y llamando a Nina.

—¡Nina! La policía está aquí. Estamos por toda la montaña. Por favor, sal. Tu madre está esperando.

Así una y otra vez; Olivia gritó hasta enronquecer.

Hicieron una pausa para beber el agua que Miranda había llevado en su bolsa.

«¡Socorro!».

Olivia levantó la mano para impedir que hablaran. ¿Era su imaginación? ¿O realmente había oído un grito pidiendo ayuda?

«¡Socorro! ¡Socorro! ¡Por favor!».

—¿Nina? —la llamó Olivia.

—¡Estoy atascada! ¡Por favor, ayúdenme!

—¡Ya vamos! —gritó Zack, y empezó a dirigirse en dirección a la voz.

Nina había resbalado fuera del sendero, cayendo por una ladera empinada. Todos alumbraron con sus linternas hacia abajo, para ver dónde estaba.

—¡Gracias! ¡Gracias! —Todos la oyeron, pero no podían verla.

—¿Dónde estás? ¿Nina?

—Tengo la pierna atascada. Me he caído en este agujero, y no puedo salir. Por favor, ayúdenme.

—Tengo una cuerda —dijo Miranda, y abrió su mochila.

—No podemos bajar de esta manera. Nos acabaremos cayendo también por la ladera.

El abrupto desnivel resultaba evidente bajo la luz, pero Nina no podría haberlo visto corriendo en la oscuridad. Estaba atascada en una grieta. Olivia miró con detenimiento y vio asomar la cabeza de la niña.

—Vamos a tirar una cuerda —gritó Miranda a la niña—. Tiene hecho un lazo en el extremo. Pásatelo por la cabeza y cíñetela debajo de los brazos. Luego, sujétate a la cuerda con las manos.

—Pero mi pierna… No puedo moverla.

—Bajaré y le soltaré la pierna —dijo Zack.

—Eres demasiado grande —dijo Quinn—. Yo soy menos corpulento.

—Los dos sois demasiado grandes —dijo Olivia—. Fijaos en la grieta; es demasiado estrecha para cualquiera de los dos. Iré yo.

—Olivia —empezó a decir Miranda, tras lo cual se interrumpió y asintió con la cabeza—. De acuerdo. Pero tenemos que encontrar otra vía de descenso.

Le dijeron a Nina que no se moviese, que alguien iba a bajar a ayudarla. Olivia bajó con Miranda varios metros por el sendero, hasta que encontraron un lugar seguro para descender en rappel por la ladera.

—Esto es lo que haremos —le dijo a Olivia—. Le liberarás la pierna, y nosotros la subiremos. Luego, volveré a tirarte la cuerda. Átatela por debajo de los brazos, tal y como le he dicho a Nina, y te subiremos.

—¿Por qué no puedo volver por este camino? No es tan empinado.

—Este terreno no es estable, y la grieta… no me fío de ella. Creo que es más profunda de lo que parece desde aquí. Tienes que pisar con cuidado. El suelo podría ceder en cualquier parte, y te encontrarías cayendo por una rampa de piedra. Todas las montañas de las Cascadas son muy inestables. No te olvides que el Monte Santa Elena forma parte de ellas.

—¿No me estarás diciendo que estamos sentados encima de un volcán? —Olivia intentaba tomárselo a broma, pero vio que Miranda estaba muy seria.

—Si te refieres a que la montaña vaya a saltar por los aires esta noche, no. Pero hay una actividad sísmica permanente que es demasiado sutil para que la sintamos. Los constantes e imperceptibles movimientos subterráneos aflojan las rocas y la tierra, provocando que un mismo suelo se vuelva peligroso en zonas abruptas como esta. La grieta en la que está atrapada Nina es en realidad una ruptura de la montaña provocada por los reiterados movimientos de la tierra.

—Miranda, tengo un doctorado y apenas te entiendo.

—De acuerdo, es más de lo que necesitas saber. Pero tienes que ir con cuidado. En cuanto he visto el terreno, he sabido que teníamos un problema, pero no quería asustar a Nina, y dudo que Quinn o Zack te permitieran hacer esto. Hablando en serio, el terreno no habría soportado el peso de ninguno de ellos. Tú eres bastante liviana; creo que todo irá bien. Pero por favor, por favor de lo pido, ten cuidado. Sobre todo hasta que tengas la cuerda atada al cuerpo.

—Te lo prometo.

Miranda le explicó la mejor manera de moverse por la ladera y de acercarse a la grieta. El terreno era mucho más rocoso allí, y a Olivia se le fue el pie varias veces, provocando que descendiera resbalando en parte, hasta que pegó lo suficiente el cuerpo a la tierra para bajar a toda prisa como un cangrejo. Finalmente, consiguió llegar a la grieta rocosa y volvió a ascender lentamente por la angosta abertura hasta Nina.

Miranda tenía razón; el espacio era profundo. Olivia no podía tocar el fondo y tuvo que utilizar los laterales de la grieta para equilibrarse y avanzar.

—¡Gracias, gracias, gracias! —gritó Nina cuando vio a Olivia—. Tenía mucho miedo. Primero de él, y luego… Pensaba que moriría aquí atrapada, que nadie me encontraría.

Olivia la abrazó, tanto para tranquilizarse a sí misma como para calmar a la niña.

—Estoy orgullosa de ti, Nina. Lo has derrotado.

—Lo han cogido, ¿verdad? Vi como se estrellaba su camioneta. No se movía, pero no quise volver allí.

—Hiciste lo correcto.

—¿Está… está muerto?

Olivia no estaba dispuesta a mentirle.

—No está en la camioneta.

Nina sacudió la cabeza.

—¡No! ¡No! Vi como se estrellaba. Yo… ¡oh, Dios mío, vendrá a por mí!

—No, no permitiré…

Nina empezó a agitar las extremidades y a tirar de su pierna; unas piedras empezaron a caer desde lo alto de la ladera.

—Nina, deja de moverte —le ordenó Olivia.

—¿Qué está sucediendo ahí abajo? —gritó Zack desde arriba.

—¡Todo va bien! —gritó Olivia. Y dirigiéndose a Nina, dijo—: Hay docenas de policías por toda la montaña. No va a cogerte; te lo prometo. Tienes que estarte quieta y dejar que te libere la pierna. Este terreno no es estable, así que tenemos que ir con cuidado.

Nina asintió con la cabeza mientras todo su cuerpo temblaba, no solo a causa del frío, sino también del miedo.

Olivia se arrodilló en la grieta y se apoyó contra los laterales sintiendo el aire frío que ascendía desde debajo de ella. Abrumada por el vértigo, se detuvo y respiró hondo varias veces para orientarse.

Tanteó a ciegas la grieta hasta encontrar el pie de Nina; tenía el tobillo metido entre las rocas. Utilizando los dedos, Olivia intentó apartar la tierra y aflojar así una de las rocas, pero la tierra estaba apelmazada. Entonces, empezó a mover el pie de Nina adelante y atrás una y otra vez hasta que consiguió moverlo hacia un lado y hacia arriba y lo sacó del agujero. Nina gimoteó, pero siguió llorando en silencio.

—Me duele —dijo por fin la niña cuando Olivia se incorporó.

—Podría estar roto o tener un esguince. —Olivia cogió las mejillas de Nina entre sus manos—. ¿Preparada? Agárrate a la cuerda con fuerza, pero déjales que te suban. Procura moverte lo menos posible. Será un trabajo lento, pero tú puedes. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Yo puedo.

—Sé que puedes. —Olivia gritó a los de arriba—: ¡Ya está lista!

En la parte superior de la ladera se oyó mucho más ruido y puertas de coches que se cerraban de un portazo. Debían de haber llegado más policías. Unas luces rojas centelleantes se abrieron paso a través de la maleza. Una ambulancia, casi seguro. Ya habían tenido una preparada en el hotel, por si la necesitaban.

Olivia se apuntaló en la grieta y espero a que le llegara el turno.

A Zack no le había gustado que Olivia bajara por la ladera, pero Miranda tenía razón: teniendo en cuenta el terreno, era la que tenía el físico más adecuado. Zack era aprensivo, y sabía que no estaría tranquilo hasta que Olivia estuviese de nuevo en lo alto de la montaña. Sana y salva.

Él y Quinn recibieron unas breves instrucciones de Miranda mientras se preparaban para subir a Nina.

—Vamos a utilizar ese árbol a modo de polea —dijo Miranda mientras se envolvía la cuerda alrededor del cuerpo—. Ponte esos guantes, Quinn. Esa cuerda te hará unas horribles ampollas, si se te resbala.

—Sí, señora.

—¡Basta ya!

Aunque la broma pareció ser dicha en tono distendido, la cara de Miranda mostraba tensión y preocupación.

—¿Qué pasa? —preguntó Zack.

—Nada —respondió Miranda—. Solo estamos intentando subir a dos personas por una pendiente pronunciada a la una de la mañana, con un asesino paseándose a sus anchas por el bosque. ¿Qué habría de pasar?

—Miranda —dijo Quinn—, nos estás ocultando algo. ¿Olivia se encuentra bien?

—Perfectamente —le espetó Miranda.

—Lo que os está ocultando —terció Doug Cohn—, es que esta ladera es inestable. Esa es la razón de que hace unos minutos se deslizara esa pequeña roca.

—¿Inestable? ¿A qué te refieres?

Doug explicó cómo esa parte de la montaña sufría continuos corrimientos de rocas, y que la actividad sísmica permanente hacía peligroso cualquier paseo fuera de los senderos marcados.

—Entonces, para empezar, ¿por qué hemos dejado que bajara allí? —preguntó Zack en tono exigente—. Deberíamos haber esperado a que llegase un equipo.

—Porque una niña de diez años está atrapada en esa grieta —dijo Miranda—, y porque ni tú ni yo ni Olivia habríamos querido que esperase horas a que la rescataran después de lo que ha pasado.

Zack soltó un suspiro.

—Tienes razón.

—¿Tenemos ya las luces? —preguntó Quinn. La policía del condado había subido una luz de construcción de alto voltaje hasta el escenario del suceso.

—Ya llegan —gritó alguien. Unos minutos después, la potente luz no solo iluminaba la ladera de la montaña, sino que también proporcionaba calor.

—Muy bien, saquemos a Nina de ahí —dijo Miranda—. Empezad a tirar de la cuerda. Yo iré a controlar el ascenso. Atentos a mis órdenes.

—En todo momento —dijo Quinn.

Miranda puso los ojos en blanco, pero esbozó media sonrisa.

Zack apreció algo en la pareja de recién casados que no recordó haber tenido nunca con su ex esposa ni con cualquier otra mujer con la que hubiera salido. Un respeto profundo, unas ganas de jugar y un cariño intenso. Desde las miradas calladas a los roces discretos, era evidente que había algo especial entre Quinn y Miranda.

Algo que Zack deseó para sí.

Nunca había pensado semejante cosa. Se había conformado con ligues informales. Era un poli… y el trabajo era lo primero.

Pero el trabajo también era importante para Quinn Peterson, y su esposa no solo lo sabía, sino que lo disfrutaba. Al mismo tiempo, a Zack no le cupo ninguna duda de que Peterson sería capaz de dejarlo todo por estar con su esposa.

Aquel tipo de apoyo y cariño era difícil de conseguir.

Él y Quinn empezaron a subir a Nina lentamente. Tirando de la cuerda poco a poco, consiguieron imprimir un ritmo eficaz. Zack miró hacia abajo y vio a Nina, y más abajo a Olivia, agachada en la grieta mientras se agarraba a un árbol joven que parecía crecer de manera precaria en la ladera.

Había algo en Olivia… algo más que su inteligencia y su belleza y su dedicación al trabajo. Algo que él deseaba explorar por completo.

Tal y como él le había dicho esa mañana, quería pasar mucho tiempo con ella. Cuando todo aquello acabara; cuando Driscoll estuviera entre rejas.

La idea de tener a Olivia completamente para él durante una o dos semanas, para saberlo todo sobre ella, lo emocionó.

—¡Esperad! —dijo Miranda de repente, y tanto Zack como Quinn detuvieron sus movimientos.

Zack oyó cómo rodaban las rocas. Pensó que se detendrían… pero no lo hicieron.

—¡Nina! ¡No te muevas! —gritó Miranda.

Nina gritó, y Olivia soltó un chillido.

—¿Qué ocurre? —Zack miró hacia abajo y no pudo ver a Olivia.

—Está bien. Se ha resbalado.

—¡No la veo!

—Veo su mano. Subid a Nina. Rápido.

Miranda no tuvo que decirlo dos veces. Quinn y Zack redoblaron su esfuerzo para subir a la niña por la pendiente. En cuanto estuvo arriba, la entregaron a los sanitarios que estaban esperando, y Miranda lanzó la cuerda hacia Olivia.

—¡Olivia! Te he lanzado la cuerda. Agárrala.

La tierra seguía moviéndose, y las rocas caían por la ladera rebotando contra el suelo. No era un terremoto, se percató Zack; la causa estaba en el tumulto de gente que se había congregado en aquella ladera abrupta e inestable y que estaba provocando que la tierra suelta cayese por la pendiente.

—¿Por qué no coge la cuerda? —preguntó Zack, y el miedo se hizo evidente en su voz.

—No puede verla. —Miranda tenía los labios apretados. Entonces, gritó—: ¡Olivia! La cuerda está a un metro a tu derecha. Tendrás que soltarte del árbol.

—¡No! —La voz de Olivia era débil, pero ella parecía petrificada por el miedo.

—¡Tienes que hacerlo! —gritó Miranda.

—Me recuperaré. Dadme un minuto.

—¡Maldita sea! —dijo Miranda pasándose una mano por el pelo y tirándose de la coleta morena que le colgaba por la espalda—. No tiene un minuto.

Las rocas seguían cayendo, y Olivia gritó.

A Zack el corazón le empezó a latir el doble. Entonces, gritó:

—¡Olivia St. Martin! ¡Agarra la maldita cuerda ahora mismo!

Vio como la mano de Olivia se soltaba del árbol, y durante una fracción de segundo Zack pensó que se caería por la grieta. Entonces, vio que Olivia extendía las dos manos hacia arriba buscando a tientas la cuerda.

—A unos quince centímetros —grito Miranda—. Ahí mismo. ¡Sí! Ahora, pásatela por la cabeza y bajo los brazos. Ahora. Perfecto. Muy bien.

Se volvió hacia Quinn y Zack.

—Subidla. Deprisa.

Mientras tiraban de la cuerda, se desprendió un enorme trozo de tierra, y los dos tuvieron que esforzarse en no perder el punto de apoyo. Sintieron un peso añadido en la cuerda, y Miranda la agarró por el extremo y ayudó a tirar. Una mano tras otra. Una mano tras otra.

Olivia subió con dificultad los últimos seis metros por sí misma. Tenía un enorme corte en la frente, y la sangre le goteaba por la cara. Zack le quitó la cuerda y miró hacia abajo por la ladera.

Deseó no haberlo hecho.

El desprendimiento de rocas había ensanchando la grieta. No podía ver el fondo, ni siquiera con la iluminación industrial. La mera idea de que Olivia pudiera haberse caído y matarse lo aterrorizó.

La rodeó con sus brazos y la abrazó con fuerza. Olivia respiró agitadamente entre sus brazos, mientras todo su cuerpo temblaba con violencia.

—No pasa nada, estás bien —repetía Zack—. Estás bien.

Le susurró palabras tranquilizadoras al oído, tanto para él como para ella. No quería soltarla.

La besó en el pelo, y en las mejillas, y en el cuello. Olivia lo abrazó con fuerza, rodeándole la espalda con los brazos por debajo de la chaqueta, deseando estar lo más cerca posible de él. Los temblores remitieron, y Zack le levantó la cara para que lo mirase e hizo un gesto de dolor cuando le vio el corte de la frente.

—Tienes que dejar que un sanitario te vea la frente.

—Luego. —Olivia levantó la cara y lo besó.

Zack le devolvió el beso con ardor, sintiendo la necesidad de saborearla, de sentir su reacción, de sentirla llena de vida y respirando entre sus brazos.

—Liv —le susurró junto a los labios—. Estaba aterrorizado.

—Yo, también —murmuró ella. Zack se apartó, y la observó queriendo comprender hacia dónde iban, porque aquellos sentimientos tan intensos le asustaban casi tanto como la posibilidad de que ella se hubiera caído. La idea de que Olivia se marchase cuando terminara el caso, le infundió un terrible sentimiento de pérdida.

En los ojos de Olivia vio alivio y deseo, el mismo anhelo que él sentía por ella.

Olivia enterró la cara en su pecho.

—Abrázame. Solo un minuto más.

A Zack le habría encantado abrazarla eternamente.

Pero Chris Driscoll seguía libre.

• • •

En el ejército, Chris Driscoll había aprendido que, para sobrevivir, era necesario contar con un plan de reserva. Sin un plan, uno acaba muerto.

La pequeña puta había escapado. No era un ángel ni por asomo, sino un demonio enviado para atraparlo. No había pensado mientras la perseguía. Si hubiese esperado, ella habría vuelto; de haber puesto más atención, la habría encontrado.

Se había enfurecido y sorprendido tanto cuando ella le había atacado, que había salido en su persecución, y la había perdido. Ella lo había esquivado. Había enviado al ciervo para cerrarle el paso y se había estrellado.

Pero, como cualquier buen soldado, había previsto el fracaso. Lo único que necesitaba era un coche.

Y sabía exactamente dónde conseguir uno.