Zack condujo primero hasta su casa, porque el hotel de Olivia estaba más cerca del aeropuerto.
—Siéntase como en su casa —dijo Zack mientras abría la puerta lateral y encendía las luces—. Tardaré solo un minuto.
La puerta lateral daba acceso a una antecocina acristalada, una pieza que prometía ser soleada y acogedora por las mañanas. La mesa era del más puro estilo años cincuenta, con un tablero de formica rojo y unas patas sólidas, la clase de mueble que veinte años atrás se había quedado desfasado, pero que en ese momento estaba de moda. Unos tiestos pequeños con hierbas y flores llenaban un macetero de ventana.
Unas fotos enmarcadas de etiquetas de cajones de fruta cubrían una de las paredes, y cuando Olivia entró en la cocina se encontró con que el pintoresco arte ocupaba todo el espacio disponible. Olivia salió despreocupadamente de la cocina —que, a excepción hecha de los electrodomésticos modernos, hacía juego con la mesa del rincón— y entró en un comedor formal.
Los muebles eran viejos, a todas luces antiguos, aunque bien conservados. Unos pañitos de encaje, que no encajaban para nada con la personalidad de Zack, se adherían a las superficies del aparador y la mesa. Salió de la habitación y se encontró en el salón, y supo que era allí donde Zack pasaba el tiempo cuando estaba en casa.
Los muebles, tapizados en piel oscura, eran blandos y suaves. Las paredes estaban cubiertas con fotos de la costa noroccidental del Pacífico y escenas marinas. Unas luces resaltaban varios cuadros antiguos. Los libros abarrotaban en doble hilera sendas librerías que discurrían desde el suelo al techo a ambos lados de la chimenea de ladrillo. En los rincones se amontonaban pilas de libros, la mayoría de misterio, éxitos de ventas y biografías. Pero lo que más sorprendió a Olivia fueron las plantas: había montones de ellas. Algunas colgaban del techo; había también dos grandes plantas de suelo, potos, si no recordaba mal, y diversas plantas pequeñas de todo tipo encima de las mesas, todas lozanas. Nunca habría imaginado que Zack Travis tuviera tan buena mano para las plantas.
La sala estaba atestada de cosas, pero no daba la impresión de desorden. Era acogedora.
Olivia caminó hasta una mesa redonda que había en una esquina. Entremezcladas con las plantas, había unas cuantas fotografías enmarcadas en unos marcos antiguos de plata. Reconoció al joven Zack de inmediato; sus ojos eran tan oscuros y penetrantes como cuando era niño.
Al principio, Olivia pensó que la anciana de las fotografías sería la madre de Zack, pero cuando los vio juntos se dio cuenta de que la anciana dama era su abuela.
Olivia se preguntó por qué Zack no tendría en la casa fotos de su madre.
Una chica, posiblemente unos diez años más joven que Zack, aparecía en varias de las fotos. No había duda de que eran hermanos; Amy, la había llamado él. Y estaba muerta.
Olivia se sintió intrigada por lo que le había ocurrido a la chica. Había sido una niña preciosa y una joven encantadora.
Oyó los pasos de Zack sobre el suelo de madera noble y se volvió para que él no creyese que estaba fisgoneando.
—Me gusta su casa —le dijo.
—Gracias. Era de mi abuela.
—¿Murió?
—Hace dieciséis años.
—Lo siento.
Zack echó una mirada a una de las fotos de la mesa y sonrió con añoranza.
—La llamaba Mae, diminutivo de Margaret. No quería que la llamaran abuela ni nada parecido. Era para desternillarse de risa con ella; ninguna mujer podría haberme criado mejor.
—¿Qué les ocurrió a sus padres? —preguntó Olivia, y se llevó la mano a la boca—. Lo siento, me estoy entrometiendo.
Zack rechazó su disculpa con un gesto de la mano.
—Mi madre no quiso cargar con hijos. Así que me dejó aquí cuando cumplí nueve años. Supongo que era muy travieso. Mae me acogió; no me había visto desde que era un bebé. Mi madre y ella no se llevaban muy bien. Pero Mae nunca se desquitó conmigo. Luego, al cabo de tres años, mi madre volvió a pasar por aquí, embarazada, sin dinero y con el corazón destrozado. Se mudó aquí, y ella y Mae no paraban de discutir, por más que se esforzaron en intentar que funcionara.
»Entonces, tuvo a Amy, y al cabo de cuatro semanas se fue con algún tipo que conocería la noche anterior. Nunca más tuve noticias de ella.
—Oh, Zack, eso es horrible. —Olivia no supo qué era peor, si ser abandonado físicamente por la propia madre, como en el caso de Zack, o emocionalmente, como le había ocurrido a ella tras la muerte de Missy.
—A los dieciocho años intenté dar con ella. Más por Amy que por mí. Amy no paraba de preguntar por ella, de querer saber cuándo iba a ir a visitarla. Creo que para ella fue difícil tener a una anciana por madre, y a un adolescente por hermano. Así que hice algunas averiguaciones, consulté algunos registros públicos y creo que acabé por aclarar qué ocurrió.
—¿Y qué fue? —Olivia no pudo evitar la pregunta.
—Murió en un accidente de tráfico en el que conducía borracha. —Se rio, aunque no había humor en su tono—. Conducía borracha, y mató a dos personas inocentes en el choque.
Zack llevaba una bolsa al hombro. Olivia se percató de que se había duchado y afeitado —todavía tenía el pelo mojado— y un fresco perfume a jabón lo envolvía.
—La policía no se puso en contacto jamás con nosotros porque no supieron quién era. La encontré en una base de datos de personas desconocidas con la ayuda de un poli de Seattle. Me ayudaron mucho… Yo no era un chico fácil de tratar. Me parecía mucho a nuestro testigo, Sean Miller. Ya sabe, resentido y todo eso. Fue después de averiguar lo de mi madre que decidí que quería ser poli. Me despedí de las malas influencias, me matriculé en una universidad pública y el resto es historia.
—¿Qué le pasó a Amy?
El dolor y las emociones encontradas ensombrecieron el rostro de Zack, pero dio la impresión de querer contárselo. Olivia contuvo la respiración, aunque no supo la razón de hacerlo. Tuvo el pálpito de que aquello era importante para Zack, y tener la sensación de que él quería compartirlo con ella le conmovió. Era como si ambos hubiesen dado un paso emocional hacia algo que ella no era capaz de reconocer ni definir, aunque era un lugar que ella anhelaba. ¿Confianza? ¿Comprensión? No lo sabía.
—Se metió en un lío y acabó muerta.
Había escogido las palabras con cuidado. Había más de lo que él había contado, pero Olivia no insistió.
En lugar de entrar en detalles, Zack cambió de tema.
—Sería mejor que nos moviésemos. Nuestro vuelo sale dentro de noventa minutos.
El momento de intimidad se había interrumpido, pero no así el vínculo. Olivia se preguntó si Zack se había dado cuenta de que algo había cambiado entre ellos o si solo era producto de su imaginación.
Camino del hotel para que ella cogiese lo indispensable para pasar la noche, Olivia repasó todas las maneras imaginables de explicarle a Zack la razón de que no pudiera ir con él a California. Tenía que hacerlo. No podía seguir haciendo más juegos malabares con las mentiras.
Zack detuvo el coche en el aparcamiento y apagó el motor. Estaba a punto de abrir su puerta, cuando Olivia le tocó el brazo.
—Espere.
Se volvió hacia ella.
—¿Qué sucede?
—No puedo ir con usted.
Zack la observó durante un minuto largo con una expresión difícil de interpretar.
—Eso es lo que ha dicho en la comisaría. ¿Qué está pasando?
Olivia tragó saliva. «Quítate esto de encima».
—Le dije que mi hermana fue asesinada, y que esa fue la razón de que entrara en el FBI. Pero no le conté toda la historia.
Él se puso tenso, pero no dijo nada.
Olivia respiró hondo.
—Missy tenía nueve años, y yo, cinco. Estábamos en el parque, y se estaba haciendo tarde. Yo quería irme a casa, pero Missy estaba leyendo; siempre se enfrascaba en la lectura. —Intentó sonreír, pero solo consiguió hacer una mueca.
»Me alejé para ir a los columpios. Estaba furiosa con ella, porque estaba asustaba, pero si me iba sola a casa, me habría metido en problemas. Teníamos que permanecer juntas; esa era la norma.
»Entonces, miré hacia donde estaba Missy y vi que un hombre estaba hablando con ella. Grité y eché a correr hacia ellos, pero él me golpeó y agarró a Missy. Esa fue la última vez que la vi con vida.
—Oh, Dios mío, Liv. No sabe lo que lo siento. No me sorprende que este caso sea tan importante para usted. —Zack le tocó la mejilla, pero el roce acabó convirtiéndose en caricia. Olivia levantó la mano e intentó apartar la de Zack, pero él se la cogió entre las suyas y se la apretó con fuerza—. Ha llevado este caso sorprendentemente bien, aun cuando le tocaba tan de cerca. A veces, nuestros temores manejan nuestros objetivos. No pasa nada.
—No, no. Déjeme terminar. —En lugar de hacer que la conversación fuera más fácil, la comprensión de Zack la estaba angustiando—. Por favor.
Él asintió con la cabeza sin soltarle la mano.
—No puedo interrogar a Brian Harrison Hall. Yo testifiqué contra él y ayudé a meterlo en la cárcel. Fue condenado por el asesinato de mi hermana.
Zack parpadeó una vez, dos, como si estuviera asimilando lo que ella le acababa de decir. No podía haber oído bien.
—¿Qué?
—Le aseguro que estoy siendo objetiva. No voy a estropear este caso.
—Me ha mentido. —¿Por qué no le sorprendía? ¿No había dicho hacía apenas un par de días que los federales siempre se guardaban la información importante para ellos?
Zack retiró la mano de las de Olivia de un tirón y se la pasó por el pelo.
—¿No es asombroso? ¿Por qué no confió en mí?
—No es que no confiara en usted. No lo conocía cuando llegué aquí. No sabía dónde me estaba metiendo en realidad. He realizado toda esa investigación, he conectado todos los puntos a causa de ese error judicial. Si no hubiese sido por mí, Jillian, y Jenny, y Michelle, podrían seguir vivas hoy. Acusé a Hall porque vi su tatuaje; testifiqué contra él. Si hubiese hecho otra cosa, tal vez nada de esto habría ocurrido, y la policía habría mantenido abierta la investigación. ¡Habría hecho algo!
Durante el apasionado relato de Olivia, Zack la estuvo observado. Vio el dolor reflejado en su rostro, vio la angustia y el ardor. Ella no había mostrado abiertamente sus emociones, y salvo por el arrebato en el lago después de hablar con Brenda Davidson, se había mantenido emocionalmente distante. Porque estaba demasiado implicada en el caso. El darse cuenta de que ella se culpaba por algo que a todas luces caía fuera de su control, aplacó algo la furia de Zack.
—Ojalá me lo hubiese dicho al principio.
—Lo sé, lo siento. Quería hacerlo, pero pensé que usted y todos los demás pensarían que estaba demasiado implicada en el caso.
—Escúcheme. Debería habérmelo dicho, porque esto explica muchas cosas. Como su arrebato en casa de los Davidson. Si las cosas hubieran discurrido de otra manera, podríamos haber tenido muchos problemas con ellos. Pero usted ha sido una parte esencial de esta investigación, y la verdad es que puedo decir que no estaríamos tan cerca sin usted. —Los casos que había llevado consigo; su forma de interrogar a las amigas de Jenny y que los había conducido al testigo, Sean Miller. Y Zack había avanzado cuando había adoptado las ideas y teorías de Olivia. Ella era una fantástica caja de resonancia. Excepto cuando dudaba de sí misma.
—Así que todo se trataba de eso… Cada vez que le pedía que me diera su opinión, usted dudaba. No quería expresar su opinión a causa de lo que había ocurrido con la investigación sobre su hermana. ¡Carajo, Olivia, usted era una niña! Vio lo que vio. Les corresponde a los adultos descifrar la información y entender lo que significa. A estas alturas, debería saberlo.
—Y lo sé. —El tono de su voz fue débil, y no debería de haber mirado a Zack—. Racionalmente, sé que no sería la única culpable de lo que ocurrió entonces. Había unas pruebas circunstanciales, y un fiscal, y una policía… pero en mi fuero interno, no dejo de pensar en que podría haber hecho o dicho otra cosa. Todas esas niñas… muertas. Igual que Missy.
Las palabras de Olivia lo descorazonaron. Deseó garantizarle que todo saldría bien, que atraparían al asesino de su hermana; que podría olvidar aquel dolor sabiendo que había hecho algo importante para corregir los errores de los que, para empezar, ella no era en absoluto responsable.
Alargó la mano hacia ella y le acarició la mejilla suave y delicada con el dorso de la mano. Cuando la había conocido, había pensado que era una mujer menuda con una voluntad férrea. Rígida, profesional, todo eficacia y seriedad. Por primera vez, el término «frágil» atravesó sus pensamientos. Zack le metió el pelo detrás de la oreja y le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo.
La omisión de Olivia seguía molestándolo a un nivel distinto, aunque no podía enfadarse con ella.
—Liv —dijo con dulzura—. No puedo quitarle los años de sufrimiento, ni el sentimiento de culpa desde que se enteró de que ese tal Hall es inocente. Pero puedo decirle que es usted bastante increíble. Usted tenía cinco años, y su mundo se vino abajo. No puedo ni imaginarme qué se debe sentir en un caso así.
—Comprenda que no puedo interrogar a Hall. Declaré contra él en las vistas por la libertad condicional. No querrá ayudarme; no después de haber pasado treinta y cuatro años en la cárcel.
Zack asintió con la cabeza.
—Lo entiendo. Pero sigo necesitándola allí. Él puede darnos algo para seguir investigando. Dos son mejor que uno, y tenemos que volver aquí lo antes posible. Y usted conoce el caso mejor que nadie. ¿Observará el interrogatorio?
Olivia dudó, y asintió con la cabeza.
—Bueno. —Zack miró su reloj.
—Pero…
—Nada de peros. Debería subir corriendo y coger su cepillo de dientes, o tendremos que compartir el mío.
Al decir eso, Zack cayó en la cuenta de que no le importaría compartir con Olivia mucho más que un simple cepillo de dientes.
• • •
Brian daba vueltas por la ratonera de su piso a altas horas de la madrugada. No quería reunirse con su abogado y un poli de Seattle por la mañana.
No después de lo que había hecho, especialmente.
Ellos no lo sabían; no podían saberlo. No había dejado huellas dactilares, nadie lo había visto, no había nada que lo relacionara con los asesinatos. Pero la piel le picaba, y no podía evitar la sensación de llevar los crímenes escritos por toda la cara.
Su abogado lo había convencido para que asistiera a la reunión.
—Mira, Brian —le había dicho Miles después de que Brian se hubiera hecho el remolón, entre carraspeos e interjecciones, sobre lo de acudir a la comisaría de policía—. Entiendo lo que sientes. He conseguido que la oficina del fiscal del distrito te conceda inmunidad. Nada de lo que digas será utilizado en tu contra. Y si los ayudas a atrapar a ese asesino, serás un héroe.
—¡Pero yo no sé nada! No estaba allí. No conocía a la niña. Ya le dije que no tuve nada que ver con ello.
—Te creo, Brian. Pero los polis creen que alguien que conocías pudo tenderte una trampa para incriminarte. Robó tu camioneta y la utilizó en el crimen. ¿Es que no quieres saber quién es el responsable de tu encarcelamiento?
—Fueron los polis —farfulló. Pero al final, había aceptado con la condición de que no tuviera que ir a la comisaría de policía. Miles lo arregló para que se reunieran en las dependencias que el defensor público tenía en los juzgados.
Brian no podía dormir porque no podía quitarse de la cabeza que alguien que él conocía lo había enviado a la cárcel. ¿Quién le odiaba tanto? Cuando volvió de Vietnam no le quedaban muchos amigos en la ciudad. Los que no habían ido a la guerra se marcharon a la universidad o cambiaron de ciudad o lo menospreciaron. Él ya no había andado con la misma gente. ¿Se trataba de alguien que había trabajado en el almacén? ¿Alguien del grupo de veteranos que hubiese conocido en el club en el que tanto había bebido aquel fatídico día?
Antes de que se quedara dormido, el alba despuntó sobre la bahía. Una sensación angustiosa le había carcomido durante toda la noche.
¿Había matado a dos personas por nada?