Zack y Quinn salieron de la casa e inspeccionaron el establo a distancia. No parecía haber actividad. Todo estaba en silencio.
—Tal vez estén ligando —sugirió Quinn.
Ni él ni Zack creyeron tal cosa.
—Coge la entrada este, y yo cogeré la oeste —dijo Zack comprobando la munición de su arma, tras lo cual alojó una bala en la recámara.
No habían recorrido más de seis metros cuando Zack los vio.
Chris Driscoll tenía retenida a Olivia a punta de pistola, y la obligaba a avanzar hacia el coche del agente aparcado en el camino. Driscoll no daba muestras de estar asustado ni de tener prisa. Caminaba con aire seguro, y la figura femenina que se debatía era una carga liviana para él.
Driscoll y Olivia divisaron a Zack al mismo tiempo. Olivia abrió los ojos como platos. La expresión de Driscoll no se alteró, pero apretó con firmeza el cañón de la pistola contra la cabeza de Olivia y clavó la mirada en Zack: era una advertencia. Rodeó el coche hasta la puerta del acompañante y empujó a Olivia hacia el asiento del conductor, tras lo cual se metió en el asiento del pasajero.
Instantes después, el motor arrancó y Olivia avanzó lentamente por el camino.
Zack corrió hacia el coche de Quinn.
—Más te vale que lleves las llaves encima —le gritó al federal. Reprimió el miedo que sentía por la vida de Olivia; si pensase en ella como la mujer que amaba, no sería tan efectivo a la hora de salvarle la vida. Pero resultaba espantosamente difícil ocultar sus sentimientos.
—Yo conduciré —dijo Quinn abriendo la camioneta.
—¿Qué estás haciendo? —Zack abrió la puerta del acompañante. No tenían tiempo.
Quinn le arrojó un rifle de francotirador del calibre 30.06.
—Está cargado —dijo Quinn antes de coger dos pistolas y cerrar la puerta de la camioneta de un portazo.
El coche de policía robado, con Olivia al volante, aceleró bruscamente en cuanto dobló para salir del camino, y los neumáticos resbalaron momentáneamente en la grava antes de entrar en la carretera de tierra apisonada.
Quinn puso en marcha el motor antes de cerrar la puerta. Un segundo después abandonaba del camino y emprendía la persecución de Driscoll.
—No la dejará viva en cuanto se vea libre —dijo Zack sintiendo una opresión el pecho.
—No la va a matar todavía —dijo Quinn—. Ella es un rehén. Nadie le va a disparar con un rehén.
Olivia, un rehén. Caer en la cuenta, hizo que Zack primero se sintiese enfermo, y luego se enfureciese. Apretó los puños alrededor del rifle. Aunque Quinn le había dicho que estaba cargado, comprobó la munición y corrió el cerrojo hacía atrás para alojar un proyectil en la recámara.
—¿Cuál es el plan? —preguntó.
—Que me aspen, si lo sé. Buscar una oportunidad. Olivia es inteligente y estará pensando la manera de escapar. Entonces, actuamos.
—Mantenlos a la vista, Peterson. No los pierdas.
Quinn lanzó una mirada a Zack.
—Olivia es un rehén. No olvides tu entrenamiento.
Era lo que Zack se había estado diciendo, pero no servía de nada.
—Es difícil. ¡Maldita sea!, es difícil.
—Lo sé.
• • •
Los nudillos de Olivia se veían blancos sobre el volante, y mientras valoraba la situación, tenía todo el cuerpo en tensión.
Driscoll sujetaba la pistola a pocos centímetros de su cabeza con el dedo tranquilamente apoyado en el gatillo. No parecía perturbarle lo más mínimo que los siguieran. Mantenía la mirada fija en la carretera de tierra, aunque cada pocos minutos alargaba la mano hacia el volante, y Olivia se estremecía. Driscoll la obligaba a mantenerse en el centro de la ancha carretera de un solo sentido. Y si Olivia aminoraba la velocidad, él le decía tranquilamente:
—No te pares.
La mataría en cuanto dejase de necesitarla. La había cogido solo porque había dado la casualidad de que ella estaba allí; a modo de escudo, por si alguien salía de la casa. Puede que tuviese la intención de coger a alguna de las hermanas Krause en cuanto se había dado cuenta de que la policía estaba por toda la montaña. O quizá simplemente había planeado asesinar al agente y escapar en su coche. Y ella había tenido la desgracia de dirigirse hacia donde él estaba.
En el fondo, Olivia no pudo por menos que pensar que Driscoll podría haber tenido una huida limpia, si ella no hubiese entrado en el establo esa mañana. Driscoll habría desaparecido, reapareciendo en otra ciudad para asesinar a más niñas inocentes.
Una fugaz mirada al retrovisor le indicó que Zack y Quinn seguían tras ellos. Olivia respiró hondo y procuró mantener la calma, concentrada en la situación. No solo necesitaba una vía de escape, sino también retrasar a Driscoll lo suficiente para que Zack y Quinn pudiesen trincar a aquel cabrón.
El asesino de Missy estaba sentado a su lado.
La mera idea hizo que su pie se levantara del acelerador.
—No te pares —volvió a decir Driscoll, mirando por el retrovisor lateral el coche que iba detrás.
Olivia dio un respingo cuando él le puso la mano izquierda sobre la rodilla y le presionó la pierna contra el acelerador. Aquella era la mano que había asesinado brutalmente a su hermana. El coche hizo un viraje brusco, y Olivia estuvo a punto salirse por el borde; Driscoll alargó la mano y equilibró el volante. La cercanía del asesino de Missy casi le impedía respirar, incluso, hasta le impedía pensar.
La tortuosa carretera tenía una pronunciada pendiente a la derecha, y un barranco salpicado de rocas a la izquierda. Si dirigía el coche hacia el poco profundo barranco, el choque los mataría, pero la pistola de Driscoll no acabaría con su vida. Si lo dirigía hacia el precipicio, los dos morirían. Incluso si se golpeaban rápidamente contra una de las muchas secuoyas o abetos blancos, la abrupta caída y la violencia del choque los mataría. Y Driscoll no volvería a matar.
El miedo le presionaba con fuerza todas las terminaciones nerviosas. Estaba asustada, de eso no cabía ninguna duda, pero la ira hervía con violencia en su interior mientras pensaba en los terribles crímenes de aquel sujeto malvado. Las niñas que había asesinado, y las familias que había destruido.
Pero en lugar de representarse las imágenes de las niñas muertas, se imaginó a la pequeña Amanda Davidson.
Y Olivia volvió a recordarlo todo.
Ese día sería el fin de todo aquello. No quería perder la vida, pero bajo ningún concepto permitiría que Driscoll escapase. Maestro en cambiar de identidad, en pasar desapercibido, podría desaparecer y no sabrían donde estaba hasta que otra niña apareciese muerta a cuchilladas.
Por las víctimas —vivas y muertas—, Olivia lo detendría. Se esforzó en controlar el miedo y la ira que sentía, porque ambos amenazaban con abrumarla, y si perdía el control de sus emociones, entonces no sería capaz de actuar.
Casi se echó a reír. Durante años se había esforzado en reprimir sus sentimientos, vivir sin sentir ni padecer. Pero desde el día en que se había enterado de que Brian Harrison Hall era inocente, todas sus decisiones habían sido guiadas por las emociones. Por el instinto. Por el miedo y por la ira.
Olivia aminoró la velocidad para tomar una curva cerrada, momento que aprovechó para volver a echar un vistazo por el retrovisor. El corazón le dio un vuelco cuando perdió de vista el turismo blanco de Quinn, para tranquilizarse acto seguido cuando el coche volvió a aparecer a la vista.
No se trataba de que fueran a poder ayudarla, pero…
—¡Acelera! —le ordenó Driscoll, y su voz dejó traslucir un nuevo tono.
—¿Quiere que me caiga por el precipicio? —replico Olivia. Su voz tembló, pero al menos fue audible.
—¡Cállate!
Nada de conversación. Por ella, estupendo; más tiempo para pensar.
Olivia echó un vistazo al equipamiento instalado bajo el salpicadero del coche policial, intentando encontrar algo que agarrar, como un arma. Nada. Driscoll se había apoderado de la escopeta en cuanto entraron en el coche. El arma descansaba en sus piernas, con el cañón mirando a Olivia. Driscoll tenía la mano derecha apoyada en el regazo, sujetando la pistola, con la que seguía apuntándole. Había encendido la radio de la policía y parecía estar escuchando las interferencias. ¿Creía que la policía era tan imbécil como para transmitir sus planes cuando él tenía acceso a la radio? Tal vez. Probablemente pensara que era más listo que nadie.
Driscoll volvía a mirar por el retrovisor, distraído, y la pistola no la estaba apuntando directamente, sino más bien al volante.
Si iba a hacer algo para salvarse y dar la oportunidad a Quinn y a Zack de atraparlo o matarlo, ese era el momento de actuar.
Olivia dio un frenazo. Su frente golpeó el volante, al mismo tiempo que Driscoll levantó las manos para agarrarse. Olivia oyó que la pistola golpeaba el suelo cuando agarró el manillar de la puerta.
Tiró del manillar y la puerta se abrió, pero Driscoll la agarró por el brazo.
—¡Maldita puta!
Olivia lanzó un grito al tocar el suelo con el pie izquierdo, al tiempo que Driscoll tiraba de ella hacia él. Olivia se resistió con todas sus fuerzas, intentando zafarse de las garras de Driscoll. Entonces, cuando Olivia levantó el pie derecho del freno en su esfuerzo por tirarse del coche, el coche empezó a rodar.
Con un sonoro gruñido, Driscoll la volvió a meter en el coche y Olivia oyó un chasquido. El frío metal le presionó el cuello, y algo se deslizó por su cuello. Hasta que no bajó la vista no vio que era sangre.
El filo de un cuchillo le había cortado en el cuello. La herida le ardió.
Cuando el coche empezó a rodar, Olivia pisó el freno de manera instintiva. Lentamente, para que el cuchillo no se hundiera más.
—Cierra la jodida puerta —le susurró Driscoll al oído, y su voz sonó sorda, áspera, fruto de una ira descarnada.
Con la boca seca, incapaz de tragar, Olivia obedeció. Se esforzó en controlar el temblor que le sacudía el cuerpo, temiendo que cualquier movimiento pudiera matarla.
El aliento de Driscoll le rozó la mejilla, y su voz fue una caricia diabólica.
—Vuelve a intentar algo así, y te arranco el corazón.
Le apartó el cuchillo del cuello, lo hizo girar en su mano y lo lanzó hacia el pecho de Olivia.
Ella gritó antes de que supiera que había abierto la boca, y levantó los brazos instintivamente en un movimiento defensivo.
Driscoll detuvo el cuchillo, pero no antes de rasgarle la blusa. Olivia sintió el escozor de agudo corte que la hoja del cuchillo le hizo en la piel.
Temblando de manera incontrolable, Olivia se quedó mirando la mancha de sangre que se fue extendiendo lentamente por la blusa. Los latidos de su corazón eran perceptibles a través de la camisa. Le había cortado de verdad.
Driscoll se quedó mirando fijamente la sangre, paralizado. Durante un instante, Olivia tuvo la certeza que la volvería a apuñalar, esta vez sin control. El cuchillo le rajaría el corazón, y ella duraría tres minutos completos, mientras la sangre circularía por su cuerpo y manaría por el agujero de su corazón, empapándola, y su mente se ralentizaría, pero sería plenamente consciente de que se estaba muriendo.
Cerró los ojos esperando lo inevitable, confiando en que Zack disparase a aquel cabrón.
¡Caray, no quería morir! Sobre todo, a manos de un psicópata como Christopher Driscoll. No quería morir en ese momento, cuando por fin tenía esperanzas de restablecer su vida, cuando había encontrado un hombre al que amaba.
No quería perder a Zack.
—Conduce.
No era posible que hubiera oído bien. Olivia abrió los ojos.
—¡Conduce! —gritó Driscoll cambiándose el cuchillo a la mano izquierda y apretando la punta contra el costado de Olivia lo suficiente para provocarle un dolor agudo. ¿La cortaría hasta matarla? ¿La dejaría desangrarse poco a poco hasta que estuviera demasiado débil para luchar?
Olivia levantó el pie del freno, y el coche se deslizó hacia delante.
—¡Más deprisa! ¡Y no hagas el idiota!
Olivia aceleró y se arriesgó a mirar por el retrovisor. Quinn y Zack estaban justo detrás de ellos, Zack parcialmente fuera del coche, endurecidas todas las líneas de su cara y con la mandíbula apretada. Su rifle apuntaba a la cabeza de Driscoll. Pero cuando Olivia ganó velocidad. Zack volvió a meterse en el coche.
—No escaparás —dijo Olivia, y la voz se le quebró. Tragó saliva, y el corte del cuello le latió dolorosamente—. Mátame, eso no importa. La policía está por toda esta montaña. Te matarán a tiros.
Driscoll no dijo nada. Sin mover el cuchillo del costado de Olivia, alargó la mano hacia el suelo y buscó a tientas. La mano volvió a aparecer con la pistola, pero se la puso debajo de la pierna. Le gustaba sujetar el cuchillo; sus dedos no paraban de darle vueltas. Deseaba utilizarlo.
Contra ella.
«Concéntrate, Olivia. No pienses en el cuchillo. No pienses en la pistola. Consigue que hable».
Olivia no recordaba gran cosa del curso de psicología criminal, aunque sí que se acordaba de una cosa: hagan que hablen.
Se tragó el terror que le quedaba de su fallido intento de huida y dijo lo primero que le pasó por la cabeza.
—Tú mataste a mi hermana.
El cuerpo de Driscoll se tensó, como si no hubiese esperado que ella volviera a hablar, aún menos que declarase que él había matado a Missy.
Olivia prosiguió, envalentonada por el silencio de Driscoll.
—Fue en California. Le tendiste una trampa a Brian Harrison Hall para incriminarlo por el asesinato de Missy. Pero ¿sabes una cosa?, lo acaban de soltar.
—Leí algo acerca de la excarcelación de Harry. —Su voz fue modulada, inteligente; el susurro sombrío y ronco había desaparecido. Parecía como si estuvieran teniendo una verdadera conversación.
—¿Por qué Missy?
Él no respondió.
—Yo estaba allí, ¿sabes?
Driscoll la observó con detenimiento, y Olivia se obligó a no mirarlo. Si él obtenía placer infundiendo miedo, Olivia ocultaría el que sentía; no le daría la satisfacción de dejarle ver que la había aterrorizado, de que todavía la asustaba, de que creía que la mataría sin remordimiento ni vacilación.
Los ojos azul claro de Driscoll eran fríos, pero su rostro tenía una expresión serena, tranquila, «normal». A Olivia no le sorprendió que aquellas niñas pequeñas se hubiesen ido con él; no parecía un asesino. No parecía el monstruo que Olivia sabía que era.
—¿Tú? —dijo él—. ¿Eras tú aquella pequeña mocosa?
Olivia asintió con la cabeza, temblando, y volvió a concentrarse en la carretera, intentando mantener una velocidad constante. Bajaban serpenteando alrededor de la montaña, pero solo faltaban dos o tres kilómetros hasta la Carretera 56. Y la Carretera 56 estaba asfaltada. Una vez en ella, él haría que condujera más deprisa, y cualquier esperanza de huida sería entonces fútil.
Olivia no creyó que sobreviviese a otro intento.
—Me golpeaste en la cara —dijo ella, y el escozor de aquel golpe tan lejano seguía vívido.
—Intentaste impedir que me llevara lo que era mío.
Al oír su tono desapasionado, Olivia tuvo un escalofrío.
—¿Te acuerdas de Missy?
—Mi ángel. —Driscoll pronunció «ángel» con tanta reverencia que Olivia se quedó helada.
—Tú la mataste. —La voz de Olivia fue bastante más dura de lo que pretendía. Contuvo la respiración, esperando una agresión física; o peor aún, el cuchillo penetrándole en la carne.
No la toco. En su lugar, dijo:
—No la maté.
¿Qué estaba haciendo, buscando una eximente de locura? ¿O proclamaba su inocencia?
—Sí, sí que lo hiciste —dijo Olivia obligándose a mantener la calma—. Yo te vi.
—Dijiste que habías visto a Brian Hall. —Utilizó un tono burlón, casi risueño, y Olivia reprimió el atisbo de duda que pugnaba por aflorar.
—Tenemos tu ADN.
Driscoll guardó silencio. Olivia siguió bajando por la montaña lentamente, dando vueltas y más vueltas a medida que descendían hacia la Carretera 56, que los llevaría hasta la interestatal.
¿Seguiría necesitando entonces un rehén? Olivia confió en que la mantuviese viva mientras lo persiguieran, pero no podía contar con ello. Tenía que idear algo.
—Estaba sufriendo —dijo Driscoll.
Su voz fue tranquila, casi surrealista, y ya no la estaba mirando. Tenía la mirada fija más allá de la ventanilla, perdido en sus pensamientos.
—¿Qué? —Olivia no podía haberle entendido bien.
—Los ángeles sufren, ¿sabes? Sufren mucho. Yo las libero de su envoltorio y les doy la vida eterna. Los espíritus viven eternamente. Cuando eres un espíritu puro, no existe el dolor. Deberías darme las gracias por liberar el alma de tu hermana. Y tendría que entristecerte que no liberara también la tuya.
¡Dios mío!, sus palabras aterrorizaron a Olivia, pero su voz era de lo más normal. Lógica.
—Así que mataste a Missy y a todas esas otras niñas para que no sufrieran. —Olivia imitó su tono: cínico y sereno. Tenía que hacer que siguiese hablando. No se atrevía a confiar en que pudiese convencerlo para que se rindiera, pero no sería porque no lo fuera a intentar con toda su alma.
—Sí. Para aliviarles su sufrimiento.
—Creo que el tribunal tendrá en cuenta eso. —Olivia aborreció las palabras, pero confió en convencerlo de que el sistema sería indulgente.
—¡Nadie lo entiende! Nadie ve el dolor de los demás.
—¿No sabías que violarlas les hizo daño?
Driscoll no contestó, y Olivia se reprendió mentalmente. Lo había echado todo a perder. Debería haber seguido otra línea de interrogatorio. ¡Carajo, no sabía lo que estaba haciendo! No era psicóloga.
La policía estaba por toda la montaña, y sin duda alguna, Quinn y Zack habrían pedido refuerzos. Estarían esperando en la Carretera 56, además de en la falda de la montaña. ¿Habrían puesto un control de carretera? No sabía mucho sobre negociaciones con rehenes, pero en justa lógica, la policía lo intentaría, y pararía el coche para hablar con él, para razonar con él; para prometerle lo que quisiera y luego encontrar la manera de reducirlo.
A Olivia se le antojaron una eternidad los quince minutos que llevaba en el coche; y con absoluta certeza, no deseaba permanecer como rehén durante horas. Tenía que encontrar una manera de escapar del coche lo antes posible, antes de que llegasen a la 56, donde saltar sería un suicidio.
Solo tenía unos minutos para encontrar una solución, para decidir el sitio donde él no la mataría.
Tenía que hacerle hablar de nuevo, distraerlo. ¿Qué sabía realmente sobre él, aparte de que era un asesino de niñas cruel y despiadado? Que su madre había sido asesinada; que tuvo una hermana llamada Angel; quién fue único hombre en su vida, Bruce.
—Bruce ha muerto —dijo Olivia.
Driscoll cerró la mano con fuerza alrededor del cuchillo, que solo estaba a escasos centímetros del costado de Olivia. «Buena jugada, St. Martin».
—No sigas —dijo Driscoll en tono amenazante.
Ya era demasiado tarde para retroceder.
—Era un indeseable, ¿no es así? Le hacía daño a tu hermana. He visto su foto. Era una niña preciosa.
—La violaba. —La voz de Driscoll era tranquila, casi infantil—. No paraba de violarla, y yo no pude impedírselo.
Olivia lanzó una mirada a Driscoll; había una expresión ausente en su rostro. ¿Se acordaba de Angel?, ¿de lo que había hecho o no había dejado de hacer?
Driscoll dejó caer en el regazo la mano con la que sujetaba el cuchillo. En ese momento, tenía la mirada fija más allá del parabrisas, sin prestarle atención ni a Olivia ni al coche que los seguía. Con cuidado, con suma prudencia, Olivia deslizó la mano izquierda hasta la base del volante. Driscoll no se percató del movimiento.
—Debía de enfurecerte mucho que le hiciera daño a Angel, frustrarte.
—Me entraban ganas de matarlo. —Miró a Olivia, y esta contuvo la respiración—. Y lo habría matado. Lo habría matado, de haber tenido ocasión.
—Lo sé. Para proteger a Angel.
Driscoll asintió con la cabeza, y la mirada se le iluminó. ¿Pensaba que ella lo comprendía? ¿Qué estaba de acuerdo con él? Si eso era lo que hacía falta para que bajase la guardia, Olivia seguiría ese camino.
—Era una niña preciosa —repitió Olivia. Driscoll se volvió hacía ella—. Bruce fue un hombre malo por hacerle daño. —Daba la sensación de que le estuviera hablando a un niño, pero Driscoll parecía receptivo.
—Bruce era malo. La tocaba y le hacía llorar. Yo le secaba las lágrimas, y le besaba los cardenales, y hacía que el dolor desapareciera.
Driscoll apartó la mirada de la ventanilla delantera una vez más.
Olivia se preparó; solo tendría una oportunidad de escapar. Necesitaba una curva cerrada hacia la derecha. No podía dudar.
—Angel debió de quererte mucho por cuidar de ella.
—Quise protegerla, pero no pude.
—Solo eras un niño —dijo Olivia.
—Lo habría matado. Sí que lo habría hecho —repitió, desafiante.
A través de los árboles que tenía por delante Olivia vio la curva que estaba esperando.
Dejó caer la mano izquierda del volante y la dejó en el regazo. El cuchillo estaba a más de treinta centímetros de ella.
—¿Y por qué no lo hiciste?
Hubo un silencio. Llegarían a la curva en unos segundos. O entonces o nunca.
Sin frenar, Olivia abrió la puerta, se tiró del coche y empezó a rodar. El primer impacto contra la pedregosa carretera de tierra la dejó sin resuello, y se sintió incapaz de respirar. Unos disparos resonaron a su alrededor mientras caía rodando por el poco profundo barranco.
El impacto de algo metálico resonó en su cabeza, produciéndole náuseas.
Zack observó aterrorizado cómo Olivia caía del coche, chocaba con violencia contra el suelo y empezaba a rodar. ¿La había asesinado Driscoll, arrojándola después del coche? Después del fallido intento de huida de hacía diez minutos, Zack se temió lo peor.
—¡Travis! —gritó Quinn.
Zack levantó el rifle y apuntó a los neumáticos de Driscoll. Desde el asiento del pasajero, Driscoll intentaba tanto controlar el vehículo como pasarse al asiento del conductor. Quinn iba pegado a él, a escasos centímetros del parachoques. Zack disparo, deslizó el cerrojo del arma hacia atrás y volvió a disparar. El coche de Driscoll hizo un brusco viraje hacia la izquierda al intentar enderezar el vehículo y se precipitó con violencia al barranco. La parte trasera del coche patrulla se levantó del suelo y se estrelló contra el fondo.
Zack tiró el rifle y sacó su cuarenta y cinco. Abrió la puerta del pasajero y se arrodilló detrás del parapeto de acero, esperando el tiroteo.
¿Habría resultado herido Driscoll? Lo más probable era que no estuviese muerto, pero Zack no perdió la esperanza.
Desechó la idea escalofriante de que Olivia yaciese muerta sobre la carretera.
No estaba muerta; no podía estar muerta.
—¡Travis! —Quinn, en la misma posición que Zack pero detrás de la puerta del conductor, hizo un gesto con la cabeza hacia el vehículo de Driscoll.
Había movimiento.
Driscoll abrió fuego a través del destrozado parabrisas trasero. Zack y Quinn se agacharon y repelieron el ataque, pero Driscoll ya se estaba moviendo. Echó a correr por la carretera, alejándose de ellos, en dirección a la inclinada pendiente septentrional. Podría escabullirse en el bosque con suma facilidad.
Zack salió corriendo tras él.
Driscoll corría deprisa, pero Zack era más veloz, y la imagen de Olivia al chocar contra la carretera bullía en su mente. De repente, Driscoll se detuvo, se dio la vuelta y levantó su pistola con un movimiento suave.
Zack estaba justo detrás de él, así que se lanzó contra Driscoll, golpeándolo con el cuerpo y haciendo que soltase el arma. Los dos rodaron por el terraplén.
Una furia salvaje se apoderó de los sentidos de Zack. Cuando dejaron de dar volteretas, Driscoll quedó tumbado boca abajo. Zack le dio la vuelta y lo sujetó contra el suelo con la mano izquierda, mientras le golpeaba la cara con la derecha.
Ningún asesino lo había enfurecido y asustado más que aquel cabrón. Solo pensar en lo que le había hecho a aquellas niñas y a sus familias…
Y entonces pensó en el cuerpo pequeño e inánime de Jenny Benedict.
En el cuerpo descompuesto de Jillian Reynolds sobre la camilla del forense.
En Olivia cogida como rehén.
Driscoll se resistió, y Zack utilizó los dos puños para aporrear la cara, el pecho y el estómago del asesino. La respiración de Zack se convirtió en una sucesión de jadeos irregulares y violentos. Gruñía y juraba, pero no sabía lo que estaba diciendo. Oyó un disparo, pero la corriente de ira sanguinaria que fluía por sus venas le impidió oír las palabras.
Jamás había odiado a alguien tanto como a Driscoll. No veía a un hombre; veía a un monstruo.
—¡Maldita sea, Travis!
Con un empujón, Quinn apartó a Zack de encima Driscoll, y el policía cayó contra el suelo con un ruido sordo, raspándose la espalda con una roca.
Zack parpadeó al recordar dónde estaba.
Las montañas de las Cascadas; la persecución en coche; la persecución de Driscoll.
Driscoll gemía, medio inconsciente, mientras Quinn lo esposaba.
—Joder, Zack, podrías haberlo matado.
Zack contempló fijamente sus puños ensangrentados; su sangre se mezclaba con la del asesino. Se limpió las manos frotándoselas contra los vaqueros una y otra vez, detestando lo que había hecho. La furia que todavía lo embargaba a punto había estado de convertirlo en un asesino, de hacer de él alguien no mejor que Driscoll.
Apenas podía respirar.
—Lo siento —dijo entre dientes.
«Olivia».
De un salto, empezó a subir a trancas y barrancas por la pendiente.
La ira interior se convirtió en un miedo paralizante. Si le hubiese ocurrido algo a Olivia… No, no. Si Driscoll la hubiera asesinado, Zack jamás se recuperaría. La amaba, y la necesitaba en su vida.
Volvió sobre sus pasos, dejando atrás el coche patrulla accidentado y el turismo de Quinn.
—¡Olivia!
Dobló la cerrada curva a la carrera. Olivia yacía de costado sobre la carretera. La sangre le empapaba la blusa blanca… Su cuello… ¡Dios mío!, Driscoll le había cortado la garganta, y la sangre le empapaba el cuello y la camisa.
A trompicones, medio corriendo y medio arrastrándose, avanzó hasta donde yacía Olivia sin percatarse de las lágrimas que le corrían por las mejillas.
—Liv, ¡oh, Dios, Liv!
Entonces vio que el pecho de Olivia subía y bajaba, subía y bajaba. Con dulzura, la atrajo sobre su regazo.
—¿Liv?
Le acarició la mejilla, y los ojos de Olivia se abrieron con un parpadeo.
—Hola.
La voz de Olivia era débil, pero en sus labios se dibujó una sonrisa.
Zack besó aquellos labios, y sus lágrimas cayeron sobre la cara de Olivia.
—Olivia, pensaba que estabas muerta. Toda esta sangre… —Le miró el cuello de hito en hito.
—No es profunda. Estoy bien. —Olivia levantó la mano y la ahuecó en la cara de Zack.
La volvió a besar, con premura. Estaba viva. Del todo. Zack tuvo un escalofrío, mientras los latidos de su corazón empezaban por fin a aminorar, abrazándola con fuerza entre sus brazos. No quería soltarla.
—¿Lo habéis cogido? —preguntó Olivia.
—Sí. Ya no hará daño a nadie más.
—Se acabó —murmuró Olivia contra el pecho de Zack—. Missy ya puede descansar en paz.
—Y también su hermana. —Zack le acarició el pelo y cerró los ojos. Olivia estaba viva. A salvo.
Por fin, el pasado podría ser enterrado.