Miranda y Olivia estaban atentas a las noticias mientras Quinn hablaba por teléfono con su jefe para conseguir detalles.
El padre de Jennifer Benedict había disparado y matado a Chris Driscoll cuando este estaba siendo trasladado de la subcomisaría de la policía del condado a la cárcel del condado. El Aniquilador estaba muerto.
Olivia no sintió ninguna lástima por Driscoll, eso sin duda, pero sintió pena por el hombre que había perdido a su hija, y que ahora perdía su libertad.
Aunque tal vez la libertad no significase nada para él, una vez muerta su única hija.
El timbre sonó, y Olivia dio un respingo. Después de enterarse de lo de Hall la noche anterior, estaba con los nervios de punta. La conversación telefónica con Zack a última hora de la noche no la había tranquilizado. No paraba de reproducir mentalmente la conversación, preguntándose qué debería haberle dicho; qué podría haberle dicho para que Zack comprendiese.
Tal vez no llegaría a comprender nunca. Y ella tendría que vivir con ello.
Quinn era bien consciente de la amenaza que representaba Hall, así que colgó el teléfono y miró por la mirilla, con la pistola en la mano, antes de abrir la puerta.
—Travis —dijo Quinn.
Olivia volvió la cabeza como impulsada por un resorte. «¡Zack!».
Parecía cansado, como si la noche anterior hubiera dormido tanto como Olivia. No se había afeitado, e iba vestido con vaqueros y su cazadora de piloto de piel.
Pero cuando lo miró a los ojos, Olivia vio esperanza.
—Liv, tenemos que hablar.
Ella asintió con la cabeza.
—Discúlpame —le dijo a Miranda entre dientes. Para tener intimidad, se llevó a Zack arriba, al cuarto de invitados.
Zack se quedó mirando la cama de hito en hito. Olivia siguió su mirada hasta la maleta abierta. Había estado haciendo el equipaje, cuando Miranda la llamó para que bajara a oír las noticias.
—Ya sabes lo de Driscoll —dijo Zack.
Olivia asintió con la cabeza.
—Estábamos viendo las noticias.
—Ha muerto.
—Lo sé.
—Me encanta.
Olivia hizo una pausa.
—A mí también.
—¿Cuándo te marchas?
—Mañana por la mañana.
Zack no dijo nada. Olivia no podía soportar el silencio.
—Lo de anoche lo dije en serio.
—Lo sé.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Olivia. ¿Para qué había ido él allí, si no iba a decir nada?
—¿Qué más puedo decir, Zack? —A Olivia se le quebró la voz, y deseó ser más fuerte—. ¿Quieres que me ponga de rodillas y te suplique que me perdones?
Olivia se pasó las manos por el pelo y empezó a dar vueltas por la habitación.
—La culpa me consumía. Me sentía responsable por todas esas niñas que murieron. Si no hubiese sido tan categórica afirmando que Hall era culpable, puede que la policía hubiese investigado más.
Zack estuvo a punto de interrumpirla, pero Olivia levantó la mano para silenciarlo.
—Ahora sé que no fui solo yo. Fueron todas las pruebas en conjunto las que sugirieron convincentemente que Hall era culpable. Pero cuando fue puesto en libertad, solo fui capaz de pensar en mi culpa.
»Así que vine aquí para ayudar. Lo único que quería era daros la información que tenía y ver la cara del hombre que había asesinado a mi hermana. Pero llegué a involucrarme tanto en el caso, que probablemente hice cosas que nos habrían metido en problemas o acarreado la muerte. Y también lo lamento por eso.
»Pero sobre todo, lamento haber traicionado tu confianza. Nunca quise hacer eso, Zack. Sobre todo, ahora. Especialmente ahora, que me doy cuenta de que te quiero.
—Y como me quieres, no pasa nada porque mintieras.
Olivia giró sobre sus talones y le lanzó una mirada hostil.
—¿Estás aquí para torturarme? ¿Para enseñarme lo que no puedo tener? Eso es una crueldad, Zack. Cometí un error, pero no ese del que me culpas. Si tuviera que repetirlo de nuevo, seguiría encontrando la manera de venir aquí.
—Lo sé. —Parecía afligido, como si no supiera lo que quería decir—. Liv, lo estoy intentando. Esa es la razón de que esté aquí. Intento comprender.
—¿De verdad?
Zack atravesó la habitación hasta la ventana. La tarde del domingo declinaba. Zack se preguntó por qué había ido.
—No quiero perderte, Olivia.
—Zack. —Estaba detrás de él. Tímidamente, le rodeo la cintura con los brazos y apretó la cara contra su espalda—. Yo tampoco quiero perderte. —Su voz era dulce y suave.
Permanecieron así durante varios minutos.
Al final, fue Zack quien habló:
—Me enfadé tanto cuando me dijiste la verdad. Es doloroso. No confiaste en mí, igual que mi hermana no confió en mí. Esperabas lo peor; creíste que, de una forma u otra, te impediría vengarte de la muerte de tu hermana. Amy también pensó que le impediría hacer lo que ella creía correcto.
»¿Hiciste lo correcto? Mierda, no lo sé. He tomado decisiones todos los días de mi vida, y me pregunto si algunas fueron correctas. Podría no estar de acuerdo con tu razonamiento, pero entiendo los motivos que te llevaron a involucrarte. Y si no fuera porque te saltaste las normas, ahora mismo Nina Markow podría estar muerta.
Se dio la vuelta para mirarla. Las lágrimas brillaban en los ojos de Olivia. Él no quería hacerla llorar; la mera idea de que Olivia se entristeciera le dolía.
—Nunca habríamos descubierto la identidad de Driscoll sin tu información sobre Brian Hall. Has sido una parte esencial de esta investigación, y tengas o no una placa dorada, por lo que a mí respecta te la has ganado.
Olivia cerró los ojos; una sonrisa tirante asomó a sus labios.
—Gracias por decir eso.
—Abre los ojos, cariño. —Zack le levantó la barbilla para que Olivia tuviera que mirarlo—. Te quiero, Liv. Y no voy a dejar que te marches por causa de tu culpa extemporánea ni de mi enfado inconveniente. Hay algo increíble entre nosotros, y quiero explorarlo. Por completo. En la intimidad. Y desde este mismo instante.
La besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó; él se dejó cautivar por los labios, el cuello y la oreja de Olivia. La noche anterior la había echado de menos. La echaba de menos y la necesitaba. Todas sus frustraciones contenidas, su amor, su deseo… todo lo derramó sobre ella. Zack no lograba acercarse todo lo que quería, deseoso de tocarla por todo el cuerpo al mismo tiempo.
Olivia le enroscó las manos en el pelo, abrazándolo con fuerza.
—Hazme el amor, Zack —le susurró al oído.
Él tiró la maleta al suelo de un empujón, y los dos cayeron sobre la cama con apremio. Zack apretó los labios contra los de ella, mientras buscaba a tientas los botones de su blusa con los dedos. Uno de los botones salió disparado, pero Zack ni se inmutó; necesitaba tocarla toda, verla toda.
La visión de las heridas de Olivia lo detuvo.
—¿Zack? —preguntó ella con cara de seriedad.
La besó dulcemente en el cuello y sobre la venda del pecho.
—Casi te pierdo para siempre. Solo pensar en que te puso las manos encima, en el cuchillo cortando tu delicada carne… —Se aclaró la garganta—. Liv, yo…
—Chist —dijo Olivia, y lo besó.
—¿Estás bien? —le murmuró Zack sobre los labios—. No quiero hacerte daño.
Olivia negó con la cabeza.
—Estoy bien, de verdad, Zack. Te lo prometo. No te contengas. Hazme el amor. ¡Ahora!
Ella le dio un fuerte y prolongado beso, y su pasión fue arrastrando a Zack al fondo de la oscura espiral. La esperanza que él había creído desaparecida volvió de repente; la confianza que creía perdida, lo inundó. Aquella mujer era su vida. Olivia le estaba dando todo lo que él había creído perdido cuando su madre lo abandonó y cuando su hermana murió.
Olivia deseaba a Zack, necesitaba volver a conectar con lo que habían tenido dos noches antes. Y estaba allí, todo lo que ella había creído que tenían seguía allí, y con más fuerza.
Sus lenguas forcejearon, y cuando las manos de Zack se metieron bajo su sujetador y le masajearon dulcemente los pechos mientras la besaba y le abría las piernas con la rodilla, Olivia gimió. Zack se movía con cuidado, evitando tocarle las heridas.
Luego, le desabrochó el sujetador y le puso la boca en el pecho, y la aspereza de sus mejillas y el calor de su boca produjeron una sensación maravillosa en la que Olivia se recreó. Ella le sujetó la cabeza contra su pecho, instándolo a continuar; exhortándolo a descender entre sus piernas, allí donde ella ya estaba caliente.
El perdón de Zack, su amor, su necesidad, todo espoleó a Olivia, que, tras deshacerse de la blusa y el sujetador, metió la mano por debajo de la camisa de Zack y se la quitó por la cabeza. Su pecho duro y caliente se apretó contra los senos de Olivia. Y ella se deleitó en su sexualidad recién encontrada, una faceta de su personalidad que solo aquel hombre era capaz de hacer florecer.
En ese momento de tanta tensión ninguno deseaba lentitud ni dulzura. Zack le quitó las bragas y la besó entre las ingles. Ella soltó un grito ahogado.
—Tienes una piel tan suave —murmuró Zack contra sus muslos.
Y al hablar, su áspera barba de dos días rozó el clítoris de Olivia, que gimió.
—Zack —dijo entre jadeos con la boca seca.
La respiración y la lengua de Zack la incitaban y martirizaban. Con besos cálidos y húmedos, la lengua de Zack le recorrió los laterales de los labios mayores, dando vueltas y más vueltas mientras la besaba por todas partes excepto en aquel único punto que imploraba atención.
Entonces, atacó el clítoris, y ella se aferró al cubrecama con las manos, mientras su espalda se arqueaba de manera espontánea para facilitarle el acceso total. Olivia no oía nada, no veía nada; su cuerpo solo respondía a las atenciones de Zack.
Olivia llegó al borde del clímax entre jadeos, deseando que Zack parase y continuara al mismo tiempo. Pero cuando él se apartó, la pérdida de contacto hizo que ella se estremeciera. La besó en el vientre, en los pechos, sobándolos, masajeándolos; el intenso calor que abrasaba a Olivia se atenuó cuando Zack disminuyó el ritmo.
—Zack, hazme el amor.
Zack se incorporó y se quitó los calzoncillos. Su cuerpo era duro y delgado; era digno de aparecer en un poster por alto, moreno y guapo. ¿Guapo? Era para comérselo, de bueno que estaba.
Las expectativas hicieron que Olivia se retorciera. Quería más.
Zack se tumbó sobre ella, y Olivia se movió debajo, mientras el pecho de él le presionaba los senos, proporcionándole una sensación intensa.
—Te deseo, Olivia. —Y diciendo esto, le abrió las piernas y se hundió entre ellas. Olivia se mordió el labio para reprimir un grito de susto al ser sorprendida por un orgasmo.
Zack no disminuyó el ritmo. La besó con intensidad mientras le hacía el amor apremiantemente, cada vez más deprisa y con más fuerza hasta que un segundo orgasmo ascendió sin parar por el cuerpo de Olivia y ella estuvo lista para correrse.
—Olivia, te quiero. Oh, Dios, cuanto te quiero. —Zack se tensó, y los dos se corrieron juntos, calientes y sudorosos, con las manos entrelazadas y las almas unidas.
El cuerpo de Olivia tembló bajo el de él.
—¿Debo entender que ya estamos bien? —preguntó Olivia con cierto titubeo.
—¿Bien? Habría dicho que ha ido mejor que bien. —Sonrió y la besó—. Sí, claro que estamos bien. —Le tocó el pelo y lo labios—. Te quiero, Liv, y vamos a conseguir que esto funcione.
Olivia apartó los labios de la boca de Zack y los fue arrastrando por la áspera mejilla hasta la oreja. Le cogió del pelo, un pelo casi tan largo como el suyo, y cerró los puños. Entonces, lo besó en el cuello, y su lengua sintió el rítmico latir del pulso de Zack.
Una vez desaparecidas las prisas, podían tomarse su tiempo para explorarse mutuamente.
Zack respondió a su exploración, y sus besos se fueron haciendo más intensos, y le chupó el cuello, el pecho y debajo de los senos. Olivia jadeó cuando él se metió uno de sus firmes pezones en la boca, haciendo que le ardiera todo el cuerpo. Olivia creyó que no estaría preparada tan pronto para volver a hacer el amor, pero se encontró ansiando que él se lo volviera a hacer. Zack se dio la vuelta de lado, y Olivia se encontró encima de él.
—¿Qué sucede? —preguntó Olivia.
—¿Suceder? Nada. Pensaba que tal vez te gustaría estar al mando.
Olivia titubeó. Nunca lo había hecho de aquella manera; nunca se había mostrado tan desenfrenada y juguetona en la cama. No supo muy bien por dónde empezar.
Zack debió de percibir su inseguridad, porque le dijo:
—Bésame, Liv.
Ella obedeció, y su nerviosismo se desvaneció.
Olivia lo exploró con las manos, le rozó los pezones con los suyos y balanceó las caderas contra las de él. Sentada allí arriba, no se sentía tan menuda… y se envalentonó.
Las manos de Zack no paraban de moverse, subiendo y bajando por la espalda de Olivia, masajeando, tocando, ahuecándose en sus pechos, en sus muslos, en sus caderas. Cuando el pene de Zack, duro y largo, se impulsó contra ella, jadeó, bajó las manos y lo tocó, y aquella suavidad aterciopelada que recubría la firme longitud se le antojo notablemente erótica.
Cada roce la ponía más caliente, más desesperada por hacer el amor. Besó a Zack con morosidad, saboreándole los labios, la lengua y el cuello. Tenía un gusto salado y sabroso, deliciosamente caliente y picante.
Olivia miró hacia abajo y vio que el endurecido miembro de Zack la buscaba, como si tuviera vida propia. De manera instintiva —porque nunca se había colocado encima— levantó la pelvis y, con la mano, lo guio dentro de ella. Ella vio como la penetraba, y la erótica visión la hizo jadear tanto como la sensación de sentirlo moviéndose en su interior.
Zack gimió, levantó las manos y la agarró del pelo.
Olivia descendió suave y lentamente. Era menuda y estrecha, y él… no. Zack la llenó. Pero Olivia estaba preparada para recibirlo, para hacer el amor, y al final descendió del todo, jadeando cuando él se impulsó en su interior haciendo que todo su cuerpo se convulsionara con unas sacudidas eléctricas.
Zack le cogió las manos y apretó. La novata era ella, pero él estaba dejando que tomara el mando. Olivia encontró un ritmo que pareció complacer así a Zack como a ella, que gimió mientras los músculos de su cuello se tensaban.
—Me estás volviendo loco —dijo Zack—. Si sigues haciendo eso, no voy a poder aguantar.
—¿Quieres que me pare? —le provocó ella.
—No.
—Bien, no pensaba hacerlo.
En toda su vida se había sentido tan femenina, tan auténtica y pletóricamente mujer como en ese momento, entrelazada con Zack. Olivia subía y bajaba, cada vez más deprisa. Caliente y sudorosa, deseaba liberarse.
Zack era incapaz de apartar los ojos de ella mientras disfrutaba su recién descubierta sexualidad. Olivia inclinaba la cabeza hacia delante, concentrada en las sensaciones que estaban creando juntos, y jadeaba tenuemente mientras frotaba el clítoris contra él al impulsarse hacia abajo.
Zack quiso entonces instarla a que continuara, más deprisa, pero le encantaba observar cómo experimentaba algo tan nuevo y poderoso para ella. Tensó todos los músculos de su cuerpo esforzándose en mantener el control; quería darle la fuerza, demostrarle cuánto la quería y confiaba en ella.
Olivia empezó a moverse más deprisa, arriba y abajo, arriba y abajo, permitiendo que la cabeza le cayera hacia atrás, dejando a la vista su cuello. Zack tuvo que esforzarse en no concentrarse en la venda de Olivia. Había estado a punto de perderla, pero allí estaba ella, viva, libre y entera para él. Le habría entregado el mundo, de haber podido. La mantendría siempre a salvo y no permitiría que nadie le volviera a hacer daño.
Con Olivia, Zack había encontrado a la mujer adecuada, a la mujer que lo completaba, que le entregaba su pasión y su amor de buena gana.
Olivia gimió. Su cuerpo estaba resbaladizo de sudor y pasión, y el de Zack vibraba de pasión. Él le colocó las manos en las caderas y la obligó a bajar por completo sobre él, hasta que su verga le tocó el cérvix, sintiendo el cuerpo caliente y tenso de Olivia a su alrededor.
—¡Ah, Liv! —gimió Zack.
Los jadeos de Olivia subieron de tono, y su cuerpo se estremeció de pies a cabeza vibrando con un orgasmo que hizo que Zack se corriera con un estremecimiento. Entonces, cuando la espiral compartida alcanzó un cénit febril, él la abrazó, y los cuerpos de ambos se fundieron entre sí. La piel de Olivia, que resoplaba de satisfacción, estaba caliente al tacto.
—Zack. —Su voz fue un mero susurro mientras lo besaba en el pecho con besos calientes y acariciadores—. Esto ha estado… Bueno, ni siquiera sé cómo empezar a describirlo.
—No tienes que hacerlo. —Zack carraspeó—. Tenemos mucho tiempo para practicar mientras encuentras las palabras.
—No hay palabras en el diccionario que se acerquen siquiera a describir lo bien que me encuentro ahora.
Zack se dio la vuelta para quitársela de encima, y solo entonces se dio cuenta de que no había utilizado un condón. No era habitual en él aquel descuido, pero el pensamiento lo perturbó solo fugazmente.
Planeaba pasar el resto de su vida haciendo feliz a Olivia. No tenía intención de dejarla ir, así que, pasara lo que pasase, estaban juntos en ello.
Sin dejar de besarla por toda la cara, dijo:
—Ven a casa conmigo. Pide unas vacaciones.
Olivia se puso tensa a su lado, y él le levantó la cara con la mano.
—¿Qué sucede?
—Me voy a Virginia mañana.
—Pero… Liv, lo hemos resuelto todo, ¿no es así? Sabes que quiero que estés conmigo.
No había nada que deseara tanto como quedarse con Zack; ni siquiera quería volver a salir de la cama. Pero se lo debía a Greg por ayudarla, y a Rick por defenderla, y tenía que enfrentarse al comité de disciplina y responder a las preguntas que le hicieran.
Había infringido las normas, y aunque Rick estaba haciendo todo lo que podía para proteger su puesto de trabajo, aun así tenía que hacer frente a las consecuencias de lo que había hecho.
—Tengo que volver; he infringido las normas y tengo que arrostrar las consecuencias. Se lo debo a Greg, que también tiene que enfrentarse al comité disciplinario.
—Les escribiré una carta sobre lo valiosa que has sido para la investigación.
Olivia sonrió.
—Quinn me dijo que el jefe Pierson me iba a dar una recomendación, y que el jefe de la oficina, Clark, ha escrito una carta en mi descargo. Pero aun así tengo que estar allí. Lo entiendes, ¿verdad?
—Sí —dijo Zack, a todas luces descontento por la circunstancia.
—Volveré en cuanto pueda.
—Tal vez acabe yo en Virginia antes que eso. —La abrazó con fuerza—. No voy a perderte, Liv, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé —susurró ella—. ¿De verdad irías a Virginia?
—Te prometí unas vacaciones. Nunca he estado en la costa este, salvo para una conferencia sobre formación hace años.
—Puedo enseñarte los lugares de interés. El otoño allí es precioso.
—Y entonces podremos hablar de verdad, ¿de acuerdo?
Olivia asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
Él la volvió a besar, una, dos, tres veces.
—Lo resolveremos todo, Liv. —La volvió a besar—. Te lo prometo.
«Esta mañana, en Seattle, el presunto culpable de los brutales asesinatos de treinta y dos niñas fue muerto a tiros por el padre de unas de sus supuestas víctimas. Christopher Adam Driscoll, de cincuenta y cuatro años, resultó muerto en el acto, y Paul Benedict, padre de la niña asesinada de nueve años Jennifer Benedict, fue detenido.
El jefe de la policía, Lance Pierson, declaró…».
Ese mismo sábado por la tarde, Brian estaba sentado en un banco del parque escuchando, atemorizado, las noticias en un transistor de bolsillo.
Aquel bastardo de Driscoll estaba muerto.
Brian no sintió ni una pizca de remordimiento por el cabrón que le había tendido una trampa para que lo inculparan del asesinato de aquella niña. Se merece morir, pensó Brian, a quien le habría gustado ver cómo se las apañaba Driscoll en la cárcel.
Al menos, aquello era un cabo suelto que había sido atado. Había estado considerando seriamente hacer que Driscoll se las pagara por haberle robado treinta y cuatro años de su vida.
Levantó la vista hacia la casa. La casa de Olivia St. Martin.
Ella todavía no había vuelto a casa, pero eso no tenía importancia. Los dos días que llevaba en Virginia le habían dado tiempo para hacer planes. Y no solo en cuanto a la forma de matar a la puta que había contribuido a que lo encarcelaran, sino también para resolver a dónde se dirigiría una vez que ella estuviese muerta.
Canadá estaba relativamente cerca, pero le sería más fácil perderse en México. La vida también era más barata. Y sabía cómo buscarse la vida en las calles. Sí, sería más fácil salir adelante en México. Y eso, por no hablar de que en Canadá nevaba, y él odiaba el frío.
Pero se estaba poniendo nervioso con todo aquello. No tanto por matar a Olivia St. Martin, como por asumir la responsabilidad de su propia vida. En la cárcel, no había tenido que pensar en ganar dinero para comer, pagar el alquiler o trabajar.
Se había dado cuenta demasiado tarde de que debería haber esperado para matar al poli y al fiscal hasta después de haber recibido el dinero de su indemnización. Durante los dos últimos días no había parado de reprochárselo.
Un millón de dólares tirados a la basura de golpe y porrazo. Adiós muy buenas. Ya no había manera de que pudiera volver a California; había cometido demasiados errores. Sin ir más lejos, había utilizado la misma pistola con los dos hombres. ¿En qué había estado pensando?
Es que no había estado pensando. La historia de su vida, ¿no era así? Esa había sido la razón de que Driscoll se hubiese ido de rositas inculpándolo a él. Brian debería haber pensado en quién más podía haber asesinado a aquella niña. Si aquellos polis le hubiesen hecho las preguntas que le había hecho la pasma de Seattle, podría haber deducido lo de Driscoll hacía años.
Una última deuda que pagar, y sería realmente libre. Pero aunque la libertad era seductora, había empezado a extrañar el sistema y la seguridad que tenía en la cárcel.
Un coche lujoso entró en el camino de acceso a la casa de la St. Martin. Brian apagó la radio y fingió leer el libro que sujetaba, mientras observaba al tipo alto y delgado que avanzó hasta la puerta delantera con dos bolsas de la compra en los brazos.
Ahí estaba. Aquella era su oportunidad para entrar en la casa.
Brian atravesó la calle y se acercó a la casa. No había forzado la vivienda, cuando la había localizado en la plaza el día anterior por la mañana, a causa del sistema de alarma, pero el tipo había entrado, así que debía de conocer el código.
¿Habría cerrado la puerta con llave? Confió en que no.
No deseaba matar al tipo, pero tenía que hacer lo que tenía que hacer.
Con cuidado, comprobó la puerta delantera; no tenía la llave echada. Echó un vistazo a izquierda y a derecha para asegurarse de que nadie lo estaba mirando. Las casas estaban bastante separadas, y con el parque justo enfrente de la calle, Brian se sintió lo bastante seguro para entrar.
Se paró en el umbral para escuchar, y el corazón le dio un vuelco al oír el sonido de ajetreo en la cocina, situada al final del pasillo.
Justo enfrente de él había una escalera. Lo más probable es que los dormitorios estuviesen en la planta de arriba, pero tenía que inspeccionar toda la casa en cuanto el tipo de la cocina se fuese. Y encontrar el mejor sitio para esconderse; aquel en el que Olivia St. Martin menos esperase encontrárselo.
Haciendo el menor ruido posible mientras subía las escaleras, Brian Hall terminó de elaborar su plan.
Esperaría a que Olivia St. Martin llegara a casa.
Y entonces, la mataría.