TE AMO

 

Andrea

 

Mi padre entró a la habitación. Él se detuvo abruptamente en cuanto me vio, su rostro, ya con unas ligeras pero notables arrugas, perdió más de la mitad del color que tenía, pero sus ojos brillaron con tanto amor y tanta luz, que fácilmente pude echarme a llorar en ese mismo instante. Mi madre intercambió la mirada entre nosotros dos, luego hizo contacto visual con Sofía y sonrió enamorada del hombre que amaba hace más de veintinueve años. Mi papá no era mucho de mostrar sus emociones, era bastante retraído y serio, muy pocas veces lo había visto sacar su sentir, pero jamás, jamás, lo había visto con esa mirada de amor absoluto en sus ojos llenos de lágrimas contenidas.

Se aclaró la garganta para poder hablar.

—Eres la novia más bonita que he visto en mi vida, y eso que tu madre brillaba como el sol el día de nuestra boda. —tragó el nudo de su garganta. — Estoy muy orgulloso de ti, y espero de corazón, que seas muy feliz.

—Te amo, papi. —me arrojé a sus brazos, mojé de lágrimas la tela del hombro de su traje.

—Lamento de verdad interrumpirlos, pero, Andy, llevamos más de una hora de retraso y según lo que escribe Mariel, Óscar está entrando en absoluto pánico. —Dijo Sofía con un severo tono de preocupación en su voz, sostuvo el teléfono frente a mis ojos y leí el mensaje:

Sofía, tienen que llegar como a eso de ya. Óscar está enloqueciendo, cree que Andrea huyó y ha firmado el divorcio. Está a tres de salir corriendo a buscarla. Carlos está tratando de hablar con él. ¡Apresúrense!

Al llegar a la iglesia, mi madre y Valentina fueron las primeras en entrar para informarles a todos que la novia había llegado, Sofía se quedó justo junto a la entrada esperando por mí. Mi papá y yo nos quedamos afuera, él me ayudaba a acomodarme el velo cuando una ronca voz pronunció mi nombre.

—Andrea…

Diego.

Me giré, él estaba ahora de pie frente a mí a dos metros de distancia.

—Hija, debemos entrar.— mi padre me tomó del brazo de manera protectora.

Sin dejar de mirar a Diego, dije:

—Está bien, papi. Dame unos minutos.

—¿Segura? —tocó mi hombro.

—Sí.

Miré por encima de mi hombro mientras mi padre caminaba en dirección a Sofía, cuando llegó a su lado, le dijo algo y ambos nos miraron a Diego y a mí. Sofía negó con la cabeza desaprobando mi decisión de tomar un tiempo para hablar con él, mi padre dio la vuelta y entró a la iglesia. 

Volví el rostro, caminé hasta donde se encontraba Diego y lo abrasé con mucha fuerza. Besé su mejilla antes de apartarme.

—Entonces… vas a hacerlo. ¿Vas a casarte? —dijo derrotado.

—Sí, Diego, voy a casarme. Lo amo.

—¿Lo has pensado bien?

—Sí. Esto es lo que quiero.

—¿Eres feliz?

Mordí mis labios y sonreí.

—Muy feliz.

—¿Me amas? — Acomodó un pelillo rebelde de mi peinado, en ningún momento nuestros ojos perdieron contacto.

—Siempre. —pasé saliva. — Pero ya no con la misma intensidad. Te amo de una manera diferente.

Inclinó la cabeza.

—Creo que yo también te amo de otra forma.

—Siempre serás alguien muy especial para mí, Diego. —Él sonrió con tristeza.

—He descubierto el secreto oculto de lo que una mujer desea de un hombre. Su corazón. Y tú tienes el mío, Andrea, no importa lo que nos depare el futuro.

Lo miré. Él tenía razón, su corazón me pertenecía, pero el mío estaba ocupado por Óscar, aunque una pequeña parte siempre será de él, de Diego.

—¿Aquí acaba nuestra historia?— preguntó sin esperanza.

—Sí, por ahora. Pero estarás siempre en mi corazón, porque aunque el pasado nos pertenece, los recuerdos se nos clavan en las entrañas y jamás nos abandonan.

—Te amo. —alzó la vista. — Sé que decirlo no cambia nada porque ya lo he dicho suficientes veces anoche.— tomó mis manos y me acercó a él.— Has marcado mi vida, Andrea; con tus sonrisas y travesuras, con tus besos y tus caricias.  —tomó aire, desvió la mirada a la iglesia y luego la regresó a mi.— Por casualidad entré a esa librería, las coincidencias hicieron que nos enamoráramos, pero el destino no nos quiso juntos.

—Así es, sin embargo no me arrepiento de nada.

—Tampoco yo.— respondió inmediatamente.— ¿Sabes por qué? porque siempre hay una explicación para todo, incluso para las personas que poco a poco van entrando en nuestras vidas.— sus nudillos rozaron mi pómulo.

Sentí una penetrante mirada atravesar mi espalda, eché un vistazo hacia atrás y vi a Óscar en la entrada de la iglesia viendo en mi dirección, mi padre estaba junto a él.

¡No, papá! ¿Qué hiciste?

Carlos, Sofía y Mariel también salieron, todo quedaron estupefactos viendo la escena de lo que pensaron era la Novia fugitiva. Carlos le dijo algo al oído a Óscar y este salió hecho furia hacia nosotros con Sofía trotando detrás de él gritando su nombre.

—¡Óscar! ¡Óscar! Espera…—cuando lo alcanzó, sujetó su brazo pero Óscar la apartó de un jalón y siguió caminado.

Sentí la mano de Diego rodear mi cintura y pegarme a su cuerpo, Óscar se detuvo de golpe y lo miró con un inmenso odio, a mí no me miró. Mi pecho se apretó.

No, Óscar. No, mi amor, no es lo que piensas.

Bruscamente retiré el brazo de Diego y me alejé de él.

—¿Estás loco? —mi voz era una mezcla de enojo con sollozos reducidos. Regresé la mirada hacia los demás, Óscar estaba dando la vuelta de regreso a la iglesia.

Sofía y Carlos lo recibieron, él palmeó su espalda y ella trató de consolarlo con palabras. Óscar miró sobre su hombro, sus ojos finalmente se encontraron con los míos. Repasó mi rostro una última vez y luego negó dolorosamente con la cabeza antes de seguir caminando.

¡Óscar, no!

—Andy…—Diego tomó mi mano, la solté de inmediato.

—Tengo que entrar, debo hablar con él. – Dije con desesperación—Lo amo, Diego. No quiero perderlo.— quise alejarme, pero él se aferró a mis muñecas.

—Me voy.

Eso capturó mi atención.

—¿A dónde?

—Lejos.

—¿Vas a estar bien?

Asintió ligeramente, pero en su lugar contestó:

—Te amo, Andrea, te amé entonces y te amaré siempre. —inclinó el rostro e intentó besarme en la boca, me alejé.

—¿Cuándo fue la última vez que me besaste?— yo sabía la respuesta, pero no era la que espera. Yo quería saber cuál había sido nuestro último beso de verdad, cuando aún estábamos enamorados uno del otro, cuándo no había traiciones y los sentimientos eran verdaderos— ¿Duró lo suficiente, Diego? ¿Me querías lo suficiente? — Me miró completamente confundido— ¿Cuándo fue la última vez que realmente me besaste?

Sonrió con desconsuelo.

—La madrugada que despertaste en el hospital luego de perder a nuestro bebé.

Moví la cabeza, señal de que aceptaba su respuesta.  No le dije nada más.

—Adiós, Andy.

 

Y con eso, nos dejó atrás.

 

Esa, fue la última vez que lo vi.   

 

Corrí hacia la entrada de la iglesia donde Carlos me estaba esperando.

—Andrea…— levanté la mano para callarlo.

—Está bien— alisé mi vestido y reacomodé el velo— Vamos a entrar.

—Pero él…y tú y Diego— Carlos no sabía ni qué decir, porque obviamente no entendía nada.

—Lo sé, no importa. Necesito que entres conmigo, el hombre que amo probablemente piensa que me he fugado con su mejor amigo.

—Sí, de verdad lo cree.

Me oculté entre una de las puertas esperando a que Carlos regresara con mi padre y le dijera al sacerdote que la boda seguía en pie. Me puse de puntillas para alcanzar a ver a través del ventanal a Óscar. Él estaba sentado en la primera banca del lado derecho, con la cabeza baja y negaba eufóricamente a todo lo que Sofía le decía.

—Andrea. —Carlos llegó a mi lado con mi padre.

—Bien, vamos.

Sujeté el brazo de mi padre, Carlos le hizo una señal desde atrás al sacerdote y él les ordenó en silencio a los invitados que se pusieran de pie. Óscar miró confundo a su alrededor por el movimiento de los presentes. Sofía también se puso de pie y alcanzó a mirarme desde el principio del pasillo, golpeó la cabeza de Óscar y señaló hacia el frente, hacia mí.

Óscar se puso completamente blanco, aún a la distancia que nos separaba, perfectamente me di cuenta de que sus labios empezaron a temblar cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, sus ojos se iluminaron. Carlos, que había corrido por todo el costado de la iglesia, lo tomó de los hombros y lo llevó hasta el altar. Parpadeó varias veces, incluso se frotó los ojos para ver que esto no era una alucinación. Óscar no podía creerlo.

Sonreí. ¿A caso pensaste que iba a dejarte? Me miró con preocupación. Sí, lo sé.

—Hola, extraño. —Le dije al llegar a su lado.

Óscar balbuceó una palabra que no entendí. Mi papá se aclaró la garganta y habló, sólo para nosotros.

—Ten en cuenta, Óscar, que te estoy entregando el tesoro más grande que tengo. Te estoy dando a mi hija para que la protejas, la ames y para que nunca permitas que la tristeza la haga llorar. Ella es mi vida entera, y debe recibir lo mejor. Tu deber de ahora en adelante como su esposo, será hacerla sonreír y lograr que se enamore un poco más de ti todos los días. Si ella no te dice que te ama por lo menos una vez cada día durante el resto de sus vidas, será porque fracásate y no la mereces. ¿Es un trato? —estiró su mano en dirección a Óscar y ambos las estrecharon. Mi padre giró a verme.— Te adoro, mi vida. Siempre serás mi niña. Se feliz, hija, se muy feliz.

El cura nos dio la bienvenida a todos, luego hicimos lo del acta penitencial, (como si realmente nosotros nos arrepintiéramos de nuestros supuestos pecados) seguido de la primera y segunda lectura y el salmo responsorial. De ahí, pasamos al evangelio, el discurso del sacerdote y después de todo eso, finalmente llegamos a la parte que nos interesaba de entre toda esa palabrería: El rito de matrimonio.

—¿Han venido aquí a contraer matrimonio por su libre y plena voluntad sin que nada ni nadie los presione? —preguntó el hombre de la sotana.

Óscar y yo conectamos nuestras miradas por un milisegundo y ambos estuvimos a punto de soltar una carcajada. Yo fruncí los labios y Óscar mordió la parte interna de su mejilla antes de que contestáramos al unísono. 

—Sí, padre. Venimos libremente.

—Aunque casi se larga con el otro. —escuché a Sofía decir entre dientes a mis espaldas.

El sacerdote prosiguió.

—¿Están dispuestos a amarse y honrarse mutuamente en su matrimonio durante toda la vida?

Moví la cabeza ligeramente hacia el hombre, mi ceja se alzó y lo miré como si fuera el observador más torpe de la tierra.¿Está hablando en serio?

Óscar carraspeó a mi lado. Es pura formalidad, contesta la pregunta. Me dijo con la mirada.

Moví la cabeza levemente de un lado a otro. Está bien, como quieras.

—Padre, estamos dispuestos.

Absurdas preguntas le siguieron a esas; quiero decir, era obvio que estábamos ahí para casarnos porque nos amábamos como dos locos. ¿Acaso el sujeto no podía saltarse toda la perorata, y simplemente casarnos?

Óscar giró su cuerpo para quedar frente a mí. Sus ojos estaban cuan o más brillantes que el día en que le dije que lo amaba, examinó mi imagen de arriba a abajo y yo la suya. Se veía magnífico y más guapo que de costumbre en ese esmoquin completamente negro, había recortado un poco su cabello pero para contrastar, se había dejado la sombra de la barba de pocos días. Nunca se había visto más perfecto.

—Yo, Óscar, te pido a ti, Andrea, que seas mi esposa porque te amo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

Contesté exactamente lo mismo que él.

—Lo que Dios acaba de unir, que no lo separe el hombre.

Todos, absolutamente todos, nos ahogamos con nuestra propia saliva. Se escuchó la estruendosa carcajada de Sofía de Alba por el lugar entero.

Carlos y Mariel, nos dieron las arras. Mis padres nos pusieron el lazo, y Daniela y Sofía,  los anillos.

Óscar giró el anillo que me correspondía entre sus dedos y sonrió.

—Hasta que el sol se congele. —susurró antes de que terminara de colocarme la argolla.

—¿Qué? —arrugué la frente.

—Hasta entonces dejaré de amarte. —dijo, dejándome sin respiración, enamorándome un poquito más, llevándose otro cachito de mi corazón para guardarlo dentro de una caja fuerte de la cual solo él tenía llave.

—Porque todo es impredecible, incluso el amor, y aún así, me enamoré de ti. —le dije yo, pasando la sortija a lo largo de su dedo.

Luego, vinieron las palabras a las cuales tanta preocupación le teníamos por temor a que no fuesen lo suficientemente claras. No para nosotros, sino para los demás. Queríamos demostrarles a todos que sin importar lo anteriormente vivido, lo nuestro era real. Si lograban entenderlo, bien por ellos; si no, ya no había nada más que hacer.

—Andrea, soy un hombre bastante estúpido. —las primeras filas escupieron algunas risitas. — No sé mucho sobre cálculo y probabilidad, pero sé que te amo más allá del infinito. No tengo ni la más mínima idea de cómo se arma un automóvil, pero aprendí que con paciencia, puedo rearmar tu corazón. Y no, no sé absolutamente nada acerca de astronomía, pero sé que el universo entero conspiró a mi favor para encontrarte y poder amarte. Soy un caso perdido, un inmaduro de primera, pero así me amas ¿cierto? —Musitó, y entonces comprendí que él estaba tan sorprendido como yo por aquello.—A veces te voy a sacar de quicio— con un movimiento de cabeza señaló hacia donde Sofía y Mariel estaban sentadas. —, entonces podrás irte con tus amigas o a tomar el café con tu madre. Y…, tú me vas a sacar de quicio a mí. — Él se encogió de hombros. —Me iré a un bar o algo a quejarme con extraños de lo mandona que eres, sabiendo secretamente que soy el hombre más afortunado que pueda existir en ésta y por lo menos la siguiente vida. Y esa noche, lo pasaremos de maravilla besándonos y pidiéndonos perdón por lo absurdos que fuimos. Va a ser divertido, ya verás. —apretó mis manos. —Dios y todos aquí, saben que no puedo alejarme de ti, pero un tiempo a solas con notros mismos siempre es sano, yo iré a trabajar y tu a bailar, y al final del día nos veremos y nos diremos lo mucho que nos extrañamos. —le sonreí con devoción. — Desde el momento en que te conocí, no pude imaginar una vida sin ti. Eres mi mejor amiga, y casarme con mi mejor amiga es de las mejores cosas que pude haber hecho, además de darle una preciosa hija. Vamos a envejecer juntos y no pararemos de reír. Prometo también ir a verte bailar a todas y cada una de tus presentaciones de aquí hasta que te retires, y prometo también llenarte la casa de libros. Te amo, Andrea. Y gracias a eso puedo disfrutar un poco más de la vida simplemente porque tú existes.

Cuando terminó, esbozó una sonrisa repleta de calor. Sus pulgares frotaron debajo de mis ojos, estaba yo llorando y no me di cuenta de cuando eso pasó. Tragué.

—Maldita sea, Óscar, eso fue como tres hojas de un cuaderno. Quedaré en ridículo con mis doce palabras. Te odio. —le susurré al mismo tiempo que golpeaba su brazo, él rió con emoción. —Bien, aquí vamos. ¿Eres estúpido? Sí, sí lo eres. ¿Eres fastidioso? Definitivamente. ¿Te amo? Sí. Sí te amo y mucho. Carlos una vez me dijo que toda chica necesita un mejor amigo, supuse que tenía razón el día que caíste de boca sobre la alfombra del apartamento de Diego. —Óscar hizo una mueca de desagrado. —Eres el hombre más divertido que he conocido, también uno de los más frustrantes y sin lugar a duda, el más bondadoso que llegaré a conocer.  Antes de ti, hubo dos hombres de los que yo me enamoré, y esos dos, también querían casarse conmigo. Los conociste a ambos. Así que cuando te sientas paranoico e inseguro de mis sentimientos por ti, lo cual aborrezco, piensa en ellos, en los otros, y recuerda que fuiste tú, el único, que me vio entrar a una iglesia vestida de blanco sonriéndole a un caballero que ha logrado lo que ellos no pudieron: Amarme incondicionalmente. —tomé aire. —La mejor razón que tengo para aferrarme a esta vida, es si estamos juntos. No soy una romántica empedernida como Mariel o una libertina como Sofía…—todos aquellos que me escucharon, empezaron a reír. Miré a Sofía quien levantó el dedo medio en mi dirección. —Lo siento, Sofi. —Óscar y yo reímos. —Como sea, te amo más de lo que las palabras pueden describir. Soy bastante mala para expresar lo que siento a quienes más quiero, no sé por qué, no preguntes. A veces la cosas suenan mejor en mi cabeza.— hice una mueca.  —Óscar. —gemí frustrada. —Ya no sé qué decir, mi cabeza está en blanco.   

Él me regaló una mirada colmada de ternura.

—Andy, está bien. No me impor…—cubrí su boca con mis manos.

—Ya recordé. —chillé de alegría. — Una cosa más. Quiero que sepas que no importa lo que suceda, yo te amo a ti. Desde siempre, y hasta que la eternidad de un mundo paralelo donde las almas coexistan en una vida llena de misterio, nos vuelva a reunir.

Él volvió a sonreírme.

—Y en mi defensa, — añadí. — diré que los hombres anteriores fueron sólo un ensayo.

Silencio absoluto. Silencio prometedor, silencio encantador. Un silencio que nos envolvió a ambos a pesar de que a nuestras espaldas, todo el mundo festejaba por nuestro amor. Todo lo que dijimos antes perdió importancia, todo lo que el sacerdote o las demás personas dijeron fueron saliva desperdiciada. El tiempo que pasamos pensando en qué nos diríamos quedó perdido, lo único verdaderamente importante, era lo que nuestras almas le decían a nuestros corazones a través de los ojos del otro.

Te amo. Para siempre.

Lentamente di dos pasos hacia él, acercándome demasiado poco. Nuestros pechos chocaron, posó su mano sobre mi cintura para tenerme todavía más cerca, coloqué mi mano derecha alrededor de su cuello y comencé a acariciar un poco. Óscar cerró los ojos ante mi contacto. No era suficiente, no era lo suficientemente cerca, así que lo besé. Lo besé.

¡Nos casamos!

Me cubrió con ambos brazos, sus labios succionaron el mío antes de apartarse. Su respiración chocó contra mi oreja y en un mormullo increíblemente íntimo pronunció:

—¿Te dije alguna vez, que me pasé toda la vida amándote?

Hasta que el sol se congele
titlepage.xhtml
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_000.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_001.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_002.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_003.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_004.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_005.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_006.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_007.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_008.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_009.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_010.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_011.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_012.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_013.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_014.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_015.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_016.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_017.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_018.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_019.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_020.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_021.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_022.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_023.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_024.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_025.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_026.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_027.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_028.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_029.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_030.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_031.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_032.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_033.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_034.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_035.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_036.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_037.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_038.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_039.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_040.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_041.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_042.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_043.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_044.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_045.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_046.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_047.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_048.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_049.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_050.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_051.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_052.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_053.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_054.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_055.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_056.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_057.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_058.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_059.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_060.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_061.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_062.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_063.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_064.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_065.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_066.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_067.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_068.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_069.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_070.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_071.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_072.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_073.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_074.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_075.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_076.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_077.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_078.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_079.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_080.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_081.html