DESICIÓN UNÁNIME

 

Diego

 

De verdad que hoy si no puedo salir, amigo, entiéndelo. Y es posible que nuestras rutinas se vuelvan…, cómo decirlo… Esporádicas.  — traté de explicarle a Óscar que algunas cosas podrían empezar a cambiar.

—¿Por qué no? Van a ir Gabriela y Michelle, quieren un reencuentro después de todo lo que pasamos con ellas en la universidad.

Parecía no entender mi punto.

Me arrojó una cerveza y después se sentó a mi lado.  Él era mi mejor amigo, el cual como todos los fines de semana se la pasaba en mi departamento desde hace más de seis años.

—No, Óscar, esas mujeres ya han pasado por toda la comunidad escolar y no quiero que me peguen alguna enfermedad.

— ¿Y eso qué, hombre? Sabes que a pesar de todo son buenas mujeres, y en algún momento fueron buenas amantes, durante y después de la universidad.

Era cierto, pero desde que Andrea había aparecido en mi vida, no tenía la necesidad de pensar, e incluso desear a otra mujer.

— Además, ahora sí tendré esa cita. — retomé mi punto.

—¿Con la de la librería?— me miró sorprendido. Habíamos apostado cuánto tiempo me costaría llevarla a cenar. Honestamente pensé que tardaría poco más de dos semanas.

—Con la misma, ya pusimos las cosas claras y vamos a ver qué pasa.— le di un profundo trago a la cerveza antes de enfrentarme al sermón que Óscar estaba por darme.

—Hermano, ella no es del tipo de mujer a la que estás acostumbrado. Se nota a distancia que ella no es como Alma, Laura, Diana y esas tipas con las que salías, ella es buena e incluso inocente si así lo quieres ver.

Lo sabía perfectamente. Ella era diferente. Era especial.

—Eso ya lo sé, Óscar, ella no merece tener una relación con alguien como tú o como yo. No somos su tipo. Por alguna extraña razón, Andrea tuvo la descabellada idea de elegirme a mí para emprender esta aventura, eso me hace sentir afortunado. Ya tiene tiempo que no sale con nadie, precisamente por eso quiero que este asunto sea lento. Ahora si pienso tomarlo enserio.

—Quiero entenderte, Diego. De verdad lo quiero, pero, amigo – pasó la mano por su cuello hasta la nuca — ¿qué es lo que ella hizo cómo para tenerte en este estado? Y por favor, no me digas que te enamoraste. Eso sería como decir que me encanta el caviar si ni siquiera lo he probado.

—Tienes que conocerla, Óscar. Es lo único que puedo decirte.— sorbí el último trago de cerveza.

—¿Estás dispuesto a abandonar todo lo que eres por una mujer?—.Lo miré con detenimiento. —¿Qué va a pasar con aquello de Chica, conmigo no esperes un futuro?

—Bueno, tampoco hay que irnos a eso extremos. Empecemos con el asunto de la fidelidad.— ninguno podía creer las palabras que salían de mi boca.— No sé qué demonios me pasa. Esto es demasiado loco, apenas llevamos una semana de conocernos. Tengo que admitir que me asusta. Sencillamente no puedo dejar de pensar en ella, me la paso imaginando que tan perfecto sería tenerla en mi cama todas las noches. – Resoplé — Estoy jodido amigo.— observé la cerveza como si ella fuera a darme la respuesta. Óscar cruzó las piernas encima de la mesa de centro.

—Lo estás, Diego.— dijo sin mirarme, ahogando sus palabras en el alcohol.

Lo estaba. Estaba jodido, y sintiendo esa desesperada necesidad de llamarla mía.

Porque mía, ya era.

 

*****************

Andrea

 

—Te ves muy guapa.— encontré la mirada de Sofía a través del espejo y ambas sonreímos. Ella estaba recargada en el marco de mi puerta viendo como terminaba de alistarme.

—Gracias.

Para mi metro sesenta y nueve y un cuerpo no tan esbelto, me sentía hermosa. Mi cara enmarcada por mi largo y rebelde cabello negro, resaltaba gracias al misterioso brillo en mis ojos. Mis labios rosados tuvieron que ser retocados varias veces, la fricción con mis dientes les había quitado el color.

—¿Podemos hablar un momento?—. Por su expresión, era un tema bastante serio. Dejé el lápiz delineador a un lado

—Por supuesto.— el desconcierto en mi rostro, hizo que ella bajara la cabeza mientras entraba a mi habitación.— ¿Todo bien?

—Sí. Bueno, en realidad no.— su retraída voz me obligó a prestarle toda la atención posible. Sofía era todo menos timorata. Se sentó a un lado de la cama frente a mí. — Mira, no quiero sonar como Mariel pero…—suspiró con pesadez.— Eres una mujer adulta que toma sus propias decisiones.— alargó sus manos hasta encontrar las mías, las sostuvo con firmeza.— No quiero volver a verte mal, Andy, eres mi mejor amiga. Si algo te pasara, si alguien te lastimara, yo…, bueno, el sujeto estaría en serios problemas. Entonces como la buena amiga que soy, nunca te he mentido acerca de lo que pienso y siento.—retomó su idea original.— Te voy a pedir que te cuides mucho y que protejas ese corazón. Por eso mismo, necesito decirte que hay algo en Diego que de verdad no me gusta, no sabría decirte en este momento qué es, pero ve con cuidado. Él no me da buena espina.

Pocas veces había visto a Sofía adoptar este tipo de seriedad. El que se presentara aquí y de esa forma, ocasionó que los recuerdos de aquel día llegaran a mi cabeza: Yo saliendo de la casa, yo caminado hacia el auto, Mónica gritando, Miguel en el suelo. Yo llorando. Sofía consolándome durante meses. Un corazón roto.

Un corazón que empezó a latir nuevamente el día que dos sujetos entraron a mi librería.

— Él me hace sentir tantas cosas, Sofía.— anhelé tanto que entendiera mis absurdas razones, deseaba que pudiera ver más allá.

—Lo sé, te mereces ser feliz. Pero no con él.— quise debatir, pero no tenía argumentos necesarios que demostrara que Diego era o no era el hombre indicado, y ella tampoco.

Bajé la cabeza mordiendo nuevamente mi labio inferior. Sentí la pequeña mano de Sofía retirar la delgada mata  de cabello que cubrió mi rostro.

—Yo…, quiero intentarlo.

— Te quiero y quiero lo mejor para ti. Lo sabes, ¿cierto?

Asentí.

En ese momento llamaron a la puerta y mi cuerpo empezó a temblar. Sofía lo notó y me abrazó con fuerza.

— Vamos, te está esperando y no sea que se vuelva a ir.— levanté la vista con inseguridad. Del tocador tomó lo necesario y terminó por retocar mi maquillaje. Le sonreí agradecida— Acaba con ese hombre, Andrea.

Me asomé por la mirilla. Diego se veía aún más guapo. Traía puesto un pantalón recto de color negro y debajo del suéter gris se asomaba una delgada camisa blanca. Se movía con nerviosismo y con el reflejo de la pantalla de su celular, revisaba que todo en su cara estuviera en orden.  De pronto, como si hubiera sabido que yo estaba mirándole, centró su mirada al frente de la puerta y nuestros ojos se conectaron. Avergonzada incliné la cabeza hacia un lado, lo escuché reír. Mis mejillas se pusieron coloradas imaginando su expresión.

Cuando finalmente abrí la puerta, lo miré y las dudas me asaltaron.

¿Será que Sofía tiene razón y Diego no me conviene? ¿Va él a jugar conmigo o realmente quiere algo enserio? ¿Por qué a Sofía no le agrada?  ¿Qué ve ella que yo no? Lo que sea que pasara o estuviera por suceder,  deseaba vivirlo  por mi cuenta.   

Sentí sus manos acunar mi cabeza y sus labios chocando con los míos. Me estaba besando. Con un poco de inseguridad, me atreví a colocar mis manos en su cintura y me sentí desfallecer cuando sus músculos se tensaron ante mi contacto. Nos vimos obligados a distanciarnos  al escuchar a Sofía toser con incomodidad al otro lado de la habitación. Solté una risita nerviosa cuando Diego me obligó a mirarlo.  Entonces lo supe.

Quería pertenecerle a este hombre sin importar qué.

Mirarlo me hacía sentir nueva, como si él fuera mi inspiración. Sus ojos almendrados llenos de misterio y dulzura, su nariz grande y respingada, su voz y su melodiosa risa. La forma de sus labios, esos que invitaban a devorarlos con ternura y mucha, pero mucha dedicación. Sus fuertes brazos, sus espalda triangular, sus manos cálidas. Pero lo más importante, lo que más me hacía quererlo, lo que más me turbaba y me hacía tener la loca idea de desear pasar cada momento de mi vida junto a él, era su alma. Su alma y ese corazón puro que merecían ser felices. Estaba segura de que no habría otro hombre en este mundo que fuera tan especial y tan verídico en su actuar como lo era él.

Andrea, eres una maldita ridícula. Esa vocecita era mi lado cuerdo.

El restaurante era ofensivamente ostentoso y los precios que marcaba el menú eran considerablemente elevados para mi bolsillo. A mí me hubiera dado lo mismo ir a una modesta cafetería o a un establecimiento de comida rápida, pero tampoco pretendía parecer grosera ante la invitación.

—Pide lo que quieras y no te preocupes por el precio.— Diego debió ver la angustia en mi rostro cuando mis ojos vagaron por la carta.

Pasaron años desde la última vez que estuve en un restorán de esta categoría, y honestamente mi cuenta bancaria no estaba en condiciones como para darse el lujo de pagar un corte de carne de casi mil pesos. Sin embargo, sólo se vive una vez.

—De ninguna manera, déjame por lo menos pagar la mitad, Diego.

—Me niego rotundamente.— dejó caer la carta sobre la mesa.

—Tómalo como agradecimiento por cuidarme anoche.—insistí.

—No, Andrea. Es mi última palabra.— su expresión corporal detonaba autoridad, era entretenido ir descubriendo sus límites.

—No tengo por qué seguir tus órdenes.— mi aire altanero empezaba a molestarlo, eso a mí me divertía.

—No te estoy dando órdenes.—  relajó su voz, pero no su cuerpo.— Yo te invité, no te traje para que pagaras.— alargó su mano hasta encontrar la mía, acarició mis nudillos con su pulgar. Estaba tratando de persuadirme.

—Diego, estamos en el siglo veintiuno y yo decido en qué gasto mi dinero. Punto. — aparté mis manos y las junté sobre mi regazo. A pesar de que estaba sentado frente a mí, Diego no perdió de vista el movimiento.

—No, Andrea.—negó con la cabeza.— Absolutamente no.

—Sí, Diego. No estoy de acuerdo con que tú…— mi voz quedó ahogada. Una sonrisa altanera pareció en su rostro cuando mi respiración se cortó abruptamente. Se había desplazado al asiento junto a mí, debajo del mantel sentí su mano recorrer mi muslo hasta detenerse en la rodilla.

—¿Qué decías?— tragué saliva nerviosamente, tratando de lograr que a pesar de la cercanía, él no pudiera escuchar mi respiración apenas jadeante. Me evadí, giré la cabeza hacia otro lado y lo ignoré.— Andrea…—su voz era amenazante, pero con un gran toque de diversión.

El maldito estaba disfrutando  mi incómoda y creciente excitación. No sé cómo, pero Diego había descubierto lo mucho que su tacto me afectaba.

—Diego…— Mi recién empleado plan de fingir desinterés comenzaba a ser un fracaso épico. Eso lo hizo sonreír victorioso.

—Si dejo que pagues la mitad, deberás contestar todas las preguntas que yo te haga.— me miró con atención, capturando cada una de mis expresiones mientras él acariciaba mi piel con su pulgar sobre el borde del vestido. Lo pensé unos segundos sopesando la situación. —Eres bastante terca, Andrea. ¿Tenemos un trato?  –Asentí, se dio por satisfecho. Le hizo señales al mesero y éste nos atendió. — Para empezar, me trae por favor un arroz a la florentina.— volteó a verme—  ¿Tú qué quieres?

—Muy bien, yo quiero una pasta napolitana por favor.

El mesero tomó la orden y se fue.  Diego volvió su atención a mí.

—¿Así que no has tenido novio en dos años?— preguntó sin titubeos.

—¡Si que eres directo!— me removí en el asiento con incomodidad

—Me gusta saber cuál es el terrero que estoy por pisar.— le dio un trago a su copa de vino.— ¿Todo bien?— relamí mis labios y él siguió con los ojos el recorrido de mi lengua. Imité su acción, me terminé el contenido de mi vaso en un solo sorbo.

—¿Hace cuanto que tuviste una novia?— trataba de verme despreocupada, pero no conseguí hacerlo.

—Bastante tiempo, pero eso no importa porque de todos modos no soy bueno con las mujeres.— comentó con voz juiciosa.— Tu turno.— Sus ojos fijos en los míos me obligan a contestar.

—El tema de los hombres y relaciones amorosas, no es mi fuerte.— sonreí con nerviosismo, acomodé mi falda y alisé las arrugas invisibles del vestido negro.— Desde hace dos años mi único amor ha sido el baile.— parecía aliviado por mi respuesta.— Pero, ¿por qué dices que no eres bueno con las mujeres? Yo creo que es todo lo contrario.

Me sonrojé ligeramente al percatarme de lo que había dicho. Giré la cabeza hacia un lado frunciéndole el ceño a mi otra yo, mientras la regañaba por su falta de habilidad en el cortejo. No me quedó otras más que regresar la atención al hombre que estaba junto a mí y escucharlo hablar. Apoyé el codo en la mesa y recargué el mentón sobre mi mano para poder admirarlo.

—Digamos que siempre fui el tipo al que le gusta ir y venir, nunca quedarse.— Su explicación era válida, pero no la que pretendía encontrar.

Eso era justo lo que yo me temía. Diego no era un jugador, eso se podía notar a treinta metros de distancia, pero no solía comprometerse.

—Interesante ¿Entonces nunca te has enamorado?— Esa era una estúpida pregunta de comedias románticas. Todo el mundo la usaba.

—Nunca lo permito. Es decir, cuando siento que la chica comienza a importarme es cuando yo me alejo. No quiero tener sentimientos fuertes por alguien, porque luego tiendo a sufrir cuando me dejan. Es por eso que no me lo permito, y ese es el problema contigo.

—¿Conmigo?— me atraganté con la bebida y lo miré. Mi corazón palpitó con más fuerza.

—Sí, ni te conocía y ya me importabas. Así que ahora estoy aquí, sentado a tu lado y dejando que pagues la mitad de la cena.— volvió a presionar los dedos contra mi pierna.— Eres problemáticamente encantadora.

—¿Eso es  bueno o malo?— atrapé su mano antes de sus dedos hurgaran por debajo de la tela.

—Bueno para mí, malo para ti.

—¿A eso le llamas una respuesta coherente? ¿Por qué malo para mí?

—No quisiera aclarar eso. Simplemente voy a decirte que me gustas, y quisiera conocerte un poco más antes de entablar una relación.

—¿A qué te refieres concretamente?— tenía que ejercer presión, necesitaba que él me explicase que iba o no, a pasar entre nosotros.

—A que tengamos citas, nada de enamoramientos. Sólo citas casuales.—ofreció.—Me dejas cortejarte, y si comienzas a sentirte ahogada, nos detendremos.

Así nadie salía herido.

—Me parece bien, pero te voy a pedir otra cosa.

La sonrisa que había en su rostro desapareció.

—Lo que tú quieras, Andrea.—. Puso la espalda recta y me miró con total atención.

—Si estás conmigo aunque sea en citas y no seamos nada serio, quiero que seamos…, exclusivos. Tú y yo. No quiero ser una más.

Pensé en aquella mujer de la cafetería con la que él estaba la segunda vez que nos vimos, y no pude evitar preguntarme con cuántas no habría hecho los mismos movimientos. Los celos surgieron desde el fondo de mi cabeza  logrando remover recuerdos desagradables, y me prometí a mi misma no volver a circular por ese camino. No sucumbiría ante la primera imagen mental de Diego cuerpo a cuerpo con cualquier otra mujer.

—Te refieres a que no esté con nadie más mientras esté contigo.—. La pregunta venía implícita.

—Así es.— mordí mi labio.

—Dalo por hecho, de todas formas yo no iba a permitir que lo mío estuviera con alguien más.—  Echó un vistazo por el lugar, asesinando y amenazando con la mirada a todo hombre que me dedicara alguna insignificante mirada.— Con este acuerdo yo soy tuyo, entonces tú serás mía.

—Suena muy posesivo.

¿Acaso él quería que yo fuera…, Suya? Una oleada de emociones y posibles situaciones cruzó por mi cabeza. Tal vez, sólo tal vez, él sería mío.

—Lo sé.— acomodó la servilleta sobre sus piernas.

—Sólo serán citas, Diego.— En ese momento llegó el mesero con nuestros platillos y rellenó nuestras copas con vino blanco. Bajé la voz para evitar que las demás personas me escucharan.— Ni siquiera te aseguro que habrá sexo.

—¿Quién dijo algo acerca del sexo? – Alzó la voz — Cuando seamos una pareja real, entonces tocaremos el tema.

El camarero se retiró con expresión de incomodidad.

—¿Cuándo seamos novios?— Mentalmente me di una bofetada.

— Hasta entonces, no te preocupes por nada.

—¿Pero que no acabas de decir que nada de enamoramientos? Estoy confundida. Hablas de intimar y sobre tener sexo y… No, no te entiendo.

—Olvida lo que dije antes. — Chochó su copa contra la mía.— Brindo por las casualidades y las obras del destino.

—¿En qué momento aseguré que me convertiría en tu novia?—regresé al punto antes de él lograra evadirlo.

—Yo lo sé y tú lo sabes.— me sonrió con esa galantería tan particular en él. — No es por asustarte, pero voy a marcar tu vida.

—¿Qué te hace pensar eso?—. Mi pregunta pareció ofenderlo. Dejó los cubiertos sobre el plato y limpió la comisura de su boca con la servilleta de tela.

—No lo pienso, estoy seguro.

Me miró con impaciencia.

—Mejor cállate antes de que me arrepienta.— dejé la copa a un lado.

—Aquí y ahora, puedo garantizarte que lograré hacer que me recuerdes toda tu vida.— eso último me quitó el aliento.

Todo él me dejaba sin habla. Su facilidad de palabra, su seguridad, sus movimientos firmes y su enorme capacidad de mantenerme embriagada con su simple presencia. Poco importaba lo que sucediera en el futuro, yo lo recordaría el resto de mi vida.

—Lo harás.— Afirmó. Fue como si él supiera exactamente lo que estaba pensando

—Bien.—tomé un sorbo de vino mientras nuestras miradas se encontraban y se examinaban la una a la otra.

—Bien.— retomó sus alimentos con toda tranquilidad

¡Dios! ¡Ayúdame!

—Cuéntame más sobre ti. – Invitó, mirándome fijamente después de un rato, mientras el mesero nos servía el postre.

—No sé qué decirte.— introduje un bocado de pastel en mi boca, dejando que el chocolate blanco se fundiera en mi paladar. Pensando qué tanto podría abrirme a él en la primera cita.

—Cuéntame de tu familia o tus amigas.—propuso.

—Mi familia— sonreí orgullosa. — Veamos, soy hija única, mis padres siguen juntos después veintiséis años y son maravillosos. Siempre me han apoyado y han respetado casi todas mis decisiones. Somos bastante unidos, y a pesar de que yo ya no los veo tan seguido como quisiera, mantenemos la comunicación. Mis amigos son también mi familia, Carlos es lo más cercano que tengo a un hermano y pues Sofí y Mariel son mis mejores amigas sin importar la mínima diferencia de edad que existe entre las tres.  A Sofía la conocí cuando ella tenía seis y yo siete, y a Mariel la conocimos en la secundaria; ella es un año mayor que yo y solía darme asesorías de matemáticas por las tardes. Creo que conocerlas es lo mejor que me han pasado en la vida. 

Diego me miraba como si ésta, fuese la mejor conversación de su vida y el tema, lo más interesante que hubiese escuchado jamás.

—Pero, ¿cómo se hicieron amigas?

—Con Mariel sólo pasó. No fue nada como que le dijera: hey, seamos amigas. No, sólo pasó. —sonreí.— Con Sofía fue diferente. Ella y su mamá vivían con su abuela en otro lugar, cuando su abuela murió, ellas se mudaron para acá. Conocí a Sofía en la primaria el primer día, pero no le hablé. Ella por alguna razón me llamaba la atención, era muy chiquita y se la pasaba sentada en el rincón comiendo su sándwich viendo a los niños jugar. Un día, ella decidió utilizar los columpios, pero unas niñas de tercer grado la empujaron y le dijeron que los bebés de primero no podían jugar. Sofía se hizo para atrás y contuvo las lágrimas, era muy fuerte a pesar de su edad. Luego otra niña tiró de su cabello y volvió a empujarla hasta que Sofía se cayó de espaldas. Las niñas se rieron de ella y hasta entonces empezó a llorar. Yo corrí hacia donde ellas estaban, con la mayor fuerza que tenía le di un gran empujón a la que había tirado a Sofía y les dije que los columpios eran de todos,  que si Sofía quería jugar en ellos, podía hacerlo. Ayudé a Sofí a levantarse y yo misma la columpié hasta que el receso terminó. El grupito se fue, no sin antes decirme que ya no me hablarían nunca más, así que para cuando se acabó el día, las tontas niñitas ya no me dirigían la palabra…, pero yo había ganado una amiga.

—Toda una súper heroína. —Diego sonrió.

Encogí los hombros.

—Nunca me ha gustado que se aprovechen de los demás, y mucho menos de los más pequeños. —Lo miré— ¿Qué me dices de ti?

—Bueno, pues yo tengo dos hermanos mayores. Una se llama Jimena y el otro Alberto, ambos están casados y viven fuera del país.— enunció— Mis padres son divorciados y hace tres años mamá volvió a casarse. No tengo una buena relación con ninguno de los dos, pero sobre todo con ella.

—¿Por qué?

Ahora todo lo referente a él, me llenaba de una profunda curiosidad.

—Desde que era pequeño me insistieron mucho y casi me obligaron a que fuera abogado igual que ellos. Yo me rehusé, por lo que en casa no había día en el que no discutiéramos acerca del tema. Por lo tanto, yo procuraba pasar el menor tiempo posible con mi familia, me la pasaba vagando después de la escuela haciendo absolutamente nada. Fui un estudiante rebelde pero soy realmente inteligente, por lo que nunca reprobé materias a pesar de que casi no entraba a las clases.

Quién lo diría…

—¿Qué es lo mejor que te ha pasado en la vida?— pregunté con curiosidad.

—Conocerte. —dijo de inmediato.

—No, enserio.— propiné un puño en su antebrazo juguetonamente. Mi cara ardía en llamas y las mariposas que habitaban en mi estómago empezaron a volar.

—Es la verdad.— insistió. Una mueca de júbilo empezó a dibujarse mi rostro con sus palabras.

—Bueno, digamos que te creo. Pero además de mí, qué otra cosa.

Con los dedos trazando su mandíbula y los nudillos raspando su barba incipiente, miró a la nada buscando una buena respuesta.

—Tal vez conocer a Óscar— comentó para sí mismo.— Él me sacó de toda esa monotonía en la que vivía, pero también con él vinieron muchos problemas. Sin embargo, siempre nos defendemos el uno al otro, no tenemos secretos, nos cuidamos las espaldas. Somos como Sherlok y Watson, como Batman y Robin.— se le iluminó el rostro ante algún recuerdo privado que pasó por su cabeza— En pocas palabras, Óscar es mi mejor amigo, y también el remplazo perfecto del hermano que nunca tuve. Lo conozco desde que éramos adolescentes.

Sin quererlo, con tan pocas palabras, Diego me había dicho tanto de sí mismo sin darse cuenta o quererlo siquiera. Ese pequeño y honesto discurso, me enganchó. Me atrapó como un buen libro atrapa a un lector no nato, de la misma manera que un niño se aferra a su nuevo muñeco. Su sinceridad, y la manera tan vivaz con la que se expresó acerca de su mejor amigo, logró apoderarse de mi sentir.

Estaba jugando conmigo, con mis sentimientos y mis ideales. Este hombre iba a ser capaz de romper mi corazón y quebrarme por completo, o sería el más grande amor de mi vida. Me haría la mujer más feliz del universo, o la más desdichada. 

En ese instante sólo pensé en una cosa: ¿Estaré haciendo lo correcto?

—Deja de pensarlo tanto, Andrea.— ordenó con voz dócil.

—No me digas que hacer, Diego.

Sí, yo era problemáticamente encantadora. Sus palabras, no las mías.

Juró en voz baja.

—Andrea…

—De acuerdo.— desvié la mirada. Imitó mi voz. —¡Deja de arremedarme!

—¡Deja de arremedarme!— siguió burlándose. Él era desesperante.

—Ya cállate.—  Le exigí

—No.

—Cállate.— mascullé

—No.— me miró con determinación.

—Enserio, Diego, ya cállate.

Cállame.

Entonces, lo besé.

Hasta que el sol se congele
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