¿CELOS?

 

Sofía

 

Mariel iba a casarse. Era una locura, aunque predecible, pues ya se venía venir. Ella y Carlos se habían comprometido en el puente de los candados en París y no había parado de decir lo romántico que había sido.

—Sí, Mariel.— contesté.— Me alegro por ti, de verdad, pero tengo que irme. Adiós.— terminé la llamada y decidí apagar el teléfono.

El descanso había terminado. Retomamos la sesión fotográfica para los promocionales de la película, actores entraron y salieron estudio. Yael, el actor principal, apareció en el lugar cuando terminaba de retocar las imágenes.

—Hola, guapa – se sentó a mi lado junto a la computadora.

—Hola, Yael ¿Cómo estás? –ni siquiera lo miré, mi atención estaba sobre las tomas que acababa de hacer.

—Mejor ahora que te veo, ¿Y tú?— me pasó el brazo por la cintura y tronó un beso en mi oreja.

Aparté su brazo.

— Estaré mejor en cuanto termine mi trabajo.

—¿Qué puedo hacer por ti?— su mano acarició mi pierna y sus dedos presionaron la carne de la parte interior de mi muslos.—Sabes que por ti haría lo que fuera. Anda, repitamos lo de la otra noche. Quiero tu bonito cuerpo rogándome por más. —cerré las piernas instintivamente. — Por favor, no seas una puritana. Todo el mundo sabe lo que eres, y que Sergio, es tu cliente distinguido.

Lo aparté de un empujón y le di una bofetada.

—¿Cuál es tu maldito problema?— gruñó con una mano sobre la mejilla roja.

—No vuelvas a tocarme o juro que voy a castrarte, ¿entiendes?— advertí.

Detrás de nosotros, una ancha sombra se movió y desapareció tras la puerta. Tomé mi bolsa y corrí fuera del estudio.

Al día siguiente hubo una reunión extraordinaria con el equipo de producción, Guillermo informó que Yael había renunciado al proyecto por problemas personales. Todo el mundo estaba consternado y preocupado por la situación.

Se tuvieron que grabar algunas escenas nuevas en ausencia de Sergio porque él no apareció ese día, ni toda la semana siguiente.

El  nuevo actor se presentó días después, el hombre tuvo que aprenderse el guión en poco más de tres días. Tuvimos que empezar desde cero, regrabar escenas, tomar nuevas fotografías y presentar a los medios de comunicación el nuevo elenco. Tanto Alicia como Guillermo decían que Sergio había salido repentinamente de viaje y que procuráramos no localizarlo.

¿Estás bien? No sé qué demonios está pasando contigo, pero todo acá es un caos. Tu gente te necesita, y creo que te extraño.

Eliminé todas las letras y en su lugar escribí:

Hola.

Envié el mensaje a finales del mes cuando Sergio no había dado ninguna señal de vida.

No hubo respuesta, pero regresó tres días después.

 

*****************

 

Alicia corría de arriba para abajo por todos lados, llevándole documentos a Sergio el cual permanecía encerrado en su tráiler.

—No, Gerardo, esta noche no podemos vernos.

Gerardo era el antagonista de la historia y uno de los actores más guapos que había visto en la vida. La tensión sexual entre nosotros se presentó como algo normal. Una vez, sólo una vez me había acostado con él y finiquité el asunto, sin embargo parecía no entenderlo.

—¿Por qué no?— preguntó.

—Pues porque…— mi boca se cerró.

A espaldas de Gerardo, Sergio nos miraba desde lejos. Era la primera vez que lo veía después de un mes y se había sentido como veinte años.

—Sergio.— su nombre salió de mis labios de forma automática.

Él se acercó a nosotros como si me hubiera escuchado. Tuve que reprimir el impulso de llevarme las manos a la boca. Sergio se veía enfermo y con ojeras, su labio estaba levemente hinchado y partido en la parte superior, el puente de su nariz tenía una herida y su ojo izquierdo estaba negro, tenía un ligero color entre azul y morado también, como si lo hubiesen golpeado días atrás.

—Gerardo, creo que ya es costumbre tuya seducir a mi personal.— habló con irritación.

—No la estoy seduciendo, la estoy cortejando.— dijo Gerardo sin verlo. Cuando la mano de Sergio tocó su hombro, él desvió la mirada hacia el jefe y abrió los ojos.— Hombre, ¿qué te pasó? ¡Te ves horrible!

—Un…accidente.— Comentó con la mirada fija en mí. –Pero, amigo, si la sigues cortejando quedarás fuera del proyecto. Mejor mantén tu distancia.— advirtió.

— ¡Por favor, Sergio!—resopló.—Ya llevamos más de la mitad de la película grabada y con lo de Yael, no te conviene perder otro actor.

—Soy el director. Y puedo cambiar mi elenco cuantas veces quiera. —cruzó los brazos sobre el pecho denotando su autoridad.  —Volveré a empezar, ¡cancelaré la bendita filmación, el proyecto entero si es necesario! — y dirigiéndose al resto de la producción informó: — ¡Tomen un descanso!

Me dio una última mirada antes de irse caminando y desaparecer.

Me tomó unos cuantos segundos ir tras él, esquivé a todas las personas que se atravesaron en mi camino y cuando finalmente ubiqué a Sergio, no lo perdí de vista.

Evité que la puerta del camper se cerrara y hablé:

—¿Qué crees que estás haciendo?— me miró por encima del hombro.— No puedes sólo aparecer y amenazar a tus actores. ¿Dónde has estado? Sé que no soy nadie para pedirte explicaciones, pero todo este asunto me preocupa. Desapareces un mes entero en no sé donde, y luego te ocultas aquí con la cara llena de golpes. ¿Qué está mal contigo, Sergio?

Se giró por completo, decidiendo si acercarse a mí o permanecer en su lugar.

—Creo que la pregunta aquí sería: ¿Qué es lo que tú has estado haciendo?

Sacudí la cabeza.

—¿De qué hablas?

— ¿Crees que no estoy enterado del jueguito que te traes con Gerardo?—preguntó. – Tengo una duda, ¿es costumbre tuya acostarte con los actores? Dime para saber que precauciones debo tomar respecto al nuevo elenco.

Retrocedí un paso.

—No me vengas con el asunto de los celos, Sergio.

Del mini bar sacó una cerveza que destapó y bebió como agua.

— ¿Celoso yo? ¿De él? No me hagas reír. — limpió el líquido restante de sus labios con el dorso de la mano.

—No hablo sólo de él, y lo sabes. Me refiero a todos, a los hombres en general.

—Bien. —estrelló la botella contra la pared. — ¡Dime qué tengo que hacer para que dejes de ser tan descarada! ¿Cómo puedo evitar que coquetees con otros hombres cada vez que se te presenta la oportunidad? — caminó hacia mí con su mandíbula tensa y los dientes apretados. — Pues yo voy a decirte algo, no molí a golpes al hombre que me partió la cara por defenderte, como para que sigas comportándote así. —. Cernió su cuerpo en torno al mío presionándome contra la puerta, una mano en mi cadera y la otra por encima de mi cabeza. — ¿Quieres saber si me enojo? Sí, sí me enojo. ¿Tengo celos? También, ¿Y sabes por qué? — me estrujó a su pecho. —Porque eres mía.

— ¿Tuya? —Reí con burla. —Jamás.

—Nosotros tenemos algo. –aseguró.

De pronto el deseo de rectificar sus palabras cruzó por mi cabeza. Quería abrazarlo, quería tranquilizarlo diciéndole alguna estúpida frase de amor. La idea me causó un tremendo escalofrío. Sentí…, miedo.

Mi mano subió por su torso hasta su cuello y quedó fija sobre su mejilla con mi pulgar rozando su ojo malo.

—Sergio, tú y yo acordamos que únicamente habría sexo, nada más allá de los encuentros ocasionales.

Apretó mi muñeca y se alejó con una atormentada expresión en su rostro.

—Pues esos encuentros se han vuelto muy especiales para mí. — Confesó. — ¿Sabías que esas noches no duermo? Simplemente no puedo, Sofía. Te observo a mi lado mientras tú descansas, luciendo tan serena en torno a mis brazos, completamente desnuda. Y es entonces cuando imagino que eres mía, que ningún otro hombre podrá tocarte de nuevo porque te has enamorado de mí y prometerás serme fiel. — Tragó saliva y desvió la mirada. — Pero por las mañanas toda esperanza de que te quedes junto a mí se esfuma. Se va junto contigo.

Sus palabras tocaron mi corazón, quizá en otro momento mataría por oírle decir eso, pero ahora no. Sergio se había perdido, y yo junto con él.  Porque durante esos encuentros que él describía, los momentos en los que me tomaba y me hacía el amor con una pasión desenfrenada, sólo por ese rato, por esos pequeños instantes, yo era suya. Y eso era realmente liberador.

Cerré los ojos para no mirarlo

—Sergio, acabas de echar todo a perder. Te enamoraste.

—Mírame, Sofía. —dijo desesperado. — Mírame a los ojos y dime que no sientes ni el más mínimo sentimiento de amor por mí.

Mi teléfono celular sonó. Atendí la llamada con mis ojos fijos en los de Sergio mientras abría la puerta y salía:

—Óscar, hola, hay vernos esta noche…

Hasta que el sol se congele
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