DESPEDIDAS

 

Andrea

 

La cama se había sentido demasiado incómoda la noche anterior. Mientras Marzo se despedía para dar la bienvenida al nuevo Abril, mi cabeza intentaba comprender lo que había sucedido tan solo unas horas atrás; Él. Ella. Juntos, yéndose a no sé dónde y sin mirar atrás. Huyendo, juntos.

Óscar y Sofía. Sofía y Óscar. No era una buena combinación, no encajaban, sus nombres ni siquiera sonaban bien estando unidos.  Mentira. Y aunque lo hacían, para mí era completamente imposible siquiera querer pensar en tener la estúpida de idea de desear verlos a ellos juntos como una pareja. Sofía y Sergio. Ellos tampoco hacían una excelente conexión de nombres, pero no importaba demasiado.

Óscar y… ¿y quién? ¿Isabella? ¿Carmina?... ¿Quién?

Me eché el abrigo por encima, antes de cruzar por la entrada lateral de la puerta 3B del aeropuerto, donde despediríamos a nuestros amigos por su luna de miel. Mariel y Carlos me saludaron desde lejos mientras esperaban a que la revisión de su equipaje terminara.

—¿Y tu novio?¿se quedó en casita, o fue a trabajar en domingo? —Sofía apareció a  mis espaldas y pasó de largo con una maleta rodando a sus pies.

—Sofía, necesito hablar contigo.

Extendí la mano y la agarré de la manga de la sudadera gris, forzándola a detenerse. Alto. Yo conocía esa sudadera, le pertenecía a Òscar. Sofía se volvió con el entrecejo fruncido y una expresión de apatía en el rostro.    

—No puedo, Andrea. Tengo resaca y un boleto de avión por recoger. Lo siento. — Lanzó un beso al aire para después dar media vuelta y seguir caminando.

—Sé que anoche te fuiste con Óscar. —Sofía se detuvo en seco ante mi declaración. — Quiero saber qué pasó.

Ella dejó caer los hombros y me miró, sin un atisbo de benevolencia.

—Ay, Andrea. — suspiró con burla. — ¿Tú qué crees que pasó?

Retrocedí y la miré a los ojos antes de bajar la cabeza, lentamente la moví de un lado a otro. Cientos de imágenes y posibles escenarios cruzaron por mi mente.

Se me heló la sangre.

—Ustedes…ustedes, ¿durmieron juntos? —Alcé la mirada— ¿Te acostaste con él?

Sofía dio un paso hacia adelante, con los brazos cruzados por debajo de su pecho

—Si así fuera, ¿qué? —Sofía hizo un movimiento brusco con la cabeza. — ¿a ti qué más te da? Sinceramente, no veo por qué eso tendría que importar, — me echó un vistazo rápido de arriba a abajo. — o…importarte.

Mi cuerpo se entumió.

— ¿Qué? ¿Estás hablando jodidamente enserio?

—Sí, no veo cuál es el problema.

— ¡Estás comprometida! ¿Acaso no es motivo suficiente?

—Repito, no veo cuál es el problema, Andrea, y no sé en qué te afecta.

— ¡Sofía, te vas a casar!

Puso los ojos en blanco y nuevamente resopló, el aire estuvo acompañado de una ligera risita satírica.

—Por favor, Andrea, no me vengas con eso. Lo mojigata no se te da.

Fruncí los labios y el sabor metálico de la sangre llegó a mi lengua a causa de mis dientes encajados en la parte interna de mis mejillas, impaciente por llegar a la parte en la que ella lo negaba todo. Aunque fuese una  mentira total.

—Sólo…sólo responde la maldita pregunta. Sí o no. Eso es todo. —tragué saliva con demasiada dificultad. — ¿Tuviste sexo con Óscar?

No me quitó la vista de encima en ningún momento entre que chasqueaba la lengua e inclinaba el torso hacia adelante y asentía con la cabeza. Inhalé el poco aire que mis pulmones estaban dispuestos a recibir.

Pocas veces en la vida uno se decepciona de las personas importantes. Ésta era una de esas.

—No me toques. —articulé, cuando propició un puñetazo juguetón en mi brazo. Ella insistió e intentó colocar sus palmas sobre mis hombros. Di otro paso hacia atrás. —No te me acerques.

Mi voz se elevó y Sofía quedó petrificada frente a mí.

—Andrea, qué tiene de malo.

—No, Sofía. —la paré con un movimiento de mano al darme cuenta que intentaría acercarse de nuevo.

—Bien, lo entiendo. Sé que tú crees en la fidelidad ante todo, pero también sabes cómo soy. Te lo digo con honestidad, no sé por qué estás tan sorprendida ni tan molesta. Fue sólo sexo.

Intenté no apartar la mirada de su cara; su expresión herida y enojada hizo a mi cuerpo estremecer.

—Es que no es eso, Sofìa.

—Dime entonces qué es.

—Que es sobre Òscar del que estamos hablando. —al momento en que su nombre salió de mis labios, me entraron unas inmensas ganas de llorar.

Sofía me miró atenta.

— ¿Y?

—Es Òscar. Mi Òscar, y se supone que eres mi mejor amiga. ¿Cómo pudiste?

Su ceño se contrajo por la confusión

—Andrea…

—¿Por qué, Sofía? ¡Dime por qué!

Su rostro era digno de fotografía, la boca abierta, sus ojos buscando respuestas en los míos. Cerró la boca y apretó los ojos después de una inhalación. Movió la cabeza de un lado al otro. 

—Wow, no puedo creerlo. — dijo al aire.

—Sabes lo que él significa para mí, ¿por qué lo hiciste?

—Y ahora me odias, ¿no es así?

— ¡Ese es el maldito problema! ¡No puedo odiarte, Sofía! Pero me pongo a pensar en a cuánta gente tus acciones pueden dañar. Y maldita sea, sí que duele.

—Vamos, Andrea. Sácalo, dime por qué te enfurece tanto. —Me retó con la mirada.

— ¿No te has puesto a pensar qué va a pasar con Sergio si él se entera? ¿Te preocupó siquiera lo que Óscar sentía? —Sacudí la cabeza — No, por supuesto que no. A ti nada te importa. ¿Acaso no te diste cuenta de que él se enamoró de ti? —pegunté, notando que las palabras me ardían en la garganta y pinchaban  mi pecho.

—¡¿Qué?! —Sofía se escandalizó.

Por el rabillo del ojo vi a Carlos y Mariel acercarse a paso veloz.  

— Él te ama y a ti te da lo mismo. Siempre has sido así, Sofía, uno tras otro, jamás te detienes. ¡Por qué no maduras de una buena vez y dejas de ser una puta!

La bomba estalló.

—Lo hice, ¿de acuerdo? — extendió los brazos y me empujó con fuerza hacia atrás gritando. —Sí, dormí con Óscar. Sí, me acosté con él. Sí, tuvimos sexo toda la maldita noche. ¿Qué más quieres saber? ¿Cuántos orgasmos tuve? Porque los conté. Fueron once. ¿Quieres que te describa la manera en la que me tomó? ¿Te cuento que tan placentero fue escucharlo gemir mi nombre?

Mi palma se estrelló en su cara. En un pestañeo y sin pensarlo le había dado una cachetada, y en el mismo momento que lo hice, me arrepentí. En todos estos años jamás había peleado con mi mejor amiga.

Sofía me abofeteó de vuelta.

—¡Ya basta!— Carlos gruñó. Entre él y Mariel la aprisionaron y trataron de tranquilizarla.

—¡Suéltame! ¡Carajo, Carlos! ¡Suéltame! —Sofía pataleaba sin parar.

—Sofía…— Mariel no sabía qué hacer.

—No es mi culpa que ella no tenga nada claro en su vida, ni siquiera sé porque me esfuerzo en intentar abrirle los ojos.—espetó contra Mariel, me miró por última vez y en ese mismo instante mi corazón terminó de romperse— ¿Sabes qué, Andrea? Vete a la mierda. He terminado contigo.

Y por primera vez desde que nos habíamos conocido, se fue de mi vida sin volverse para mirar atrás.

 

**************************

 

El ambiente en el departamento profesaba tristeza y soledad. Sentía la cabeza a punto de explotar y un vacío en el pecho. Cerré la puerta tras de mí, aventé las llaves dentro del contenedor de cerámica y me dejé caer sobre el inmenso sofá. Di un vistazo a mi alrededor, perdiéndome en las grandes paredes apenas iluminadas por el naciente atardecer. Las luces estaban apagadas excepto por la de la primera habitación, el estudio. Me incorporé tomando entre mis manos el bulto negro de tela que estaba encima del brazo del sillón, pero me detuve al principio del pasillo cuando el penetrante aroma a perfume frutal que emanaba del  abrigo llegó a mis fosas nasales.

El abrigo era de Diego. El olor a perfume no era del que yo acostumbraba usar.

Atravesé el marco de la puerta, la luz de la lámpara de escritorio era lo que alumbraba el espacio medianamente obscurecido por las cortinas cerradas. Diego estaba recostado en el diván, con las piernas estiradas, los tobillos cruzados, y el antebrazo cubriendo su frente haciendo sombra para sus ojos. Su cuerpo en general  no estaba del todo relajado y sus facciones aunque adormiladas, se veían tensas. Me senté apenas en la orilla y pasé delicadamente las puntas de mis dedos por encima de su duro mentón, sintiendo como su barba raspaba contra mi palma. 

Diego se movió ligeramente. Sus párpados se elevaron a un ritmo perezoso, reacios a que el cuerpo despertara. Después de unos cuantos parpadeos y bostezos él finalmente me miró directamente, sonriendo.

—Me he quedado dormido. —dijo, explicando lo obvio. Revisó la hora en el reloj en su muñeca e hizo una graciosa mueca de disgusto. —He estado inconsciente por horas. Ha sido más una especie de coma que una siesta. —bostezó de nuevo. — ¿Cómo te fue?

—Bien. —mentí. — Pasé a que me tomaran las medidas para el vestido.

Ante mi media sonrisa Diego levantó la ceja.

—Serás la chica más hermosa del lugar. —dijo él, mientras me envolvía en sus brazos y besaba mi cabello.

— Sabes, me gustan las bodas pequeñas. ¿Y si nos casamos mañana?— apoyé la mejilla en su pecho.

Repentinamente sus músculos se tensaron.

—Eso suena interesante. Pero aún con una boda pequeña, necesito al menos volver de mi viaje. Incliné la cabeza hacia atrás para levantar la mirada hacia él. — Mariano me llamó hace un rato y me dijo que tengo que salir de la ciudad.

—¿Cuánto tiempo me vas a dejar?

Escrutó mi cara durante unos momentos antes de responder.

—Estaré fuera un mes.

Mi boca se abrió, dejando colgar la mandíbula.

—¿Y qué piensas que voy a hacer sin ti durante un mes? Mejor dicho, ¿con quién voy a estar durante un mes? Mariel se fue de luna de miel y Sofía va a Miami a conocer a la familia de Sergio. Además, tenemos que terminar con los detalles de la fiesta.

—Se que te las arreglarás, preciosa. Estarás bien.— Conmigo entre sus brazos se sentó correctamente en el diván.

—¿Cuándo te vas?

—Mañana— Diego cogió mi mano.

—¿Mañana? – Exclamé y me aparté.

—Lo lamento, Andrea. Yo de verdad no puedo mantenerme lejos de ti pero…

—Trabajo es trabajo. —Puse los ojos en blanco— Ya sé, me lo has dicho varias veces.

Diego se puso de pie y caminó hasta mí, sus dos manos se metieron entre mi cabello.

—Volveré en un mes. Y cuando regrese, vístete de blanco.— atrajo mi cabeza, obligándome a besarlo.

—Un mes, Diego Carbajal. Ni un día más ni un día menos, porque si no, te mataré.

Un par de horas más tarde, Diego preparaba minuciosamente sus maletas. Estaba tan concentrado en su labor que ni siquiera se percató de que había yo entrado a la habitación utilizando únicamente mi ropa interior y una de sus camisas para cubrir mi cuerpo. De un saltó me senté encima de una maleta. Él se sobresaltó.

—Te falto yo.— Enrollé coquetamente un mechón de mi cabello alrededor de mi dedo índice.

—Andrea…—su voz se tornó sensualmente amenazante

—No quiero que sea mañana.— Me dejé caer de espaldas sobre la cama.

Diego sonrió y abrió la maleta que estaba a mi lado.

—Si entras…te llevo.

 

**********************

 

Óscar sacudió la cabeza igual que un niño a media rabieta.

—Óscar, ya suéltalo, yo también quiero despedirme— lo obligué a apartarse de Diego.

—Ya lo has tenido anoche, Andrea.— él volvió a abrazarlo

—Pero no lo tendré en un mes— le di un golpe en el estómago— ¡Suelta a mi hombre!— grité

—¡No quiero! —dijo, respondiéndome el grito.

Diego estalló en una carcajada mientras cogía mis manos y entrelazaba nuestros dedos.

—No me voy a morir, sólo estaré fuera por unos días.

—¡Treinta y un días!— puse mala cara— Además de que no estarás aquí para mi cumpleaños.

—Ella tiene un punto, amigo. —Óscar interrumpió.

Diego sonrió, bajando la mirada hacia mí.

—Vamos, unan fuerzas y ámenme al doble— Nos abrazó a ambos, tomando a Óscar por los hombros y a mí por la cintura.

—Dame un beso, cielo, te voy a extrañar mucho. – Óscar estiró los labios, así que estampé mi palma en su boca forzándolo a retroceder. — En tus mejores sueños, amigo.

Diego nos miró a ambos con una pizca de preocupación, luego sacudió la cabeza y la inclinó para besarme. Cuando sus labios estaban a un milímetro de los míos, su celular timbró y con un tajante movimiento se alejó como si despertara de un hechizo. Con el teléfono en la mano se alejó unos cuantos pasos dándonos la espalda, respondió a la llama en voz baja y cortó casi al instante en que había contestado. La situación me inquietó y Óscar lo notó.

Se escuchó la voz de una mujer por medio de los altavoces llamando a los pasajeros del siguiente vuelo. Óscar se acercó a su mejor amigo.

—No lo arruines, Diego. No vale la pena. —Diego le lanzó una mirada fulminante.

Ninguno de los dos pareció percatase de que yo había escuchado la última oración.

Diego miró sobre sus hombro una última vez mientras entregaba su boleto a la sobrecargo, lo vi desaparecer por el pasillo de abordaje; sintiendo dentro de mi ser que algo no estaba bien, y que su partida traería como consecuencia un cambio que nadie necesitaba.

Sentí las manos de Óscar cubrir mis hombros y acariciar mis brazos por encima de la ropa. Suspiramos al mismo tiempo.

—Nos dejó, Óscar. ¿Qué demonios vamos a hacer sin él?

Óscar no respondió; se limitó a mirarme. Y no supe exactamente qué fue, pero algo entre nosotros cambió en ese momento.

Hasta que el sol se congele
titlepage.xhtml
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_000.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_001.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_002.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_003.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_004.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_005.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_006.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_007.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_008.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_009.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_010.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_011.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_012.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_013.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_014.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_015.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_016.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_017.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_018.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_019.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_020.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_021.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_022.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_023.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_024.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_025.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_026.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_027.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_028.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_029.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_030.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_031.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_032.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_033.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_034.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_035.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_036.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_037.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_038.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_039.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_040.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_041.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_042.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_043.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_044.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_045.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_046.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_047.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_048.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_049.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_050.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_051.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_052.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_053.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_054.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_055.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_056.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_057.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_058.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_059.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_060.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_061.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_062.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_063.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_064.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_065.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_066.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_067.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_068.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_069.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_070.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_071.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_072.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_073.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_074.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_075.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_076.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_077.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_078.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_079.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_080.html
CR!73FGM7F8HH51B5P73806WKQ49PKV_split_081.html