LÍMITES

 

Andrea

 

El departamento se había convertido en un lugar de locos las primera semanas. Diego había insistido en que redecorara su piso como yo deseara, y aunque en el momento me había negado rotundamente porque me parecía inapropiado, un cambio por allí y por acá, se convirtieron en una estancia repleta de cajas de cosas nuevas que él había decidido comprar y su recámara con maletas mías por todos lados. Había pasado poco más de tres meses desde que habíamos empezado a vivir juntos y ya parecían años, el tiempo estaba pasando demasiado rápido.

Para navidad acordamos estar con Mariel, Sofía y Carlos, pero Diego había estado presionado tanto en conocer a mis padres que tuve que llevarlo conmigo a la cena de año nuevo y al recital de danza de mis alumnas. Mi madre estuvo encantada con la idea y mi padre tuvo una excelente conexión con él. En realidad, a todo el mundo parecía agradarle Diego, a excepción de Sofía.

¿Por qué?

No lo sabía

Me divertía en la cocina haciendo combinaciones extrañas con alcohol, fruta y bebidas preparadas mientras Diego le pagaba al muchacho de la pizza. El ruido de la televisión sintonizando alguna película de mala comedia se escuchaba por todo el lugar. Mi cabello aún mojado estaba empapando mi espalda por encima del blusón y el aire frío de la noche que entraba por las ventanas hacía a mi cuerpo temblar.

Sentí los brazos de Diego rodearme desde atrás y su pecho pegado a mi espalda, con sus dedos oliendo a pan y queso removió el mechón de cabello que estaba sobre mi hombro y fue regando besos por toda la curva de mi cuello hasta llegar a mi oreja izquierda.

—¿Tienes frío?— yo asentí como respuesta.— ¿Mucho?

Colocó su mano sobre la mía, la cual sostenía el cuchillo para picar la fruta. Presionó su pelvis contra mi espalda baja y besó mi hombro.

—Tranquilo, semental.— con mi codo golpeé su costado.— Acabamos de hacerlo hace rato, y en la mañana también, dos veces. Déjame descansar.

Incliné la cabeza para mirarlo y poder besarlo, sus manos poco a poco se introdujeron debajo de mi ropa. Mis labios adoraban sus labios, mi cuerpo quería a su cuerpo, mis manos estaban fascinadas por las suyas, y mi corazón amaba al suyo.

¿Lo amaba?

—¿Tienes gomitas?— Él se rió algo sorprendido y confundido.— Una vez con las chicas metí muchos pingüinos de gomita en vodka y comí como cien. Al otro día amanecí en el hospital por una pequeña congestión alcohólica y Carlos me prohibió tomar. —Hice una mueca divertida— Me siento como una adolescente rebelde.

Revolvió mi cabello y besó con ternura la coronilla de mi cabeza.

—Eres una adolescente rebelde. Bueno, para mí lo eres. — dijo robándome un beso.

Sí, lo amaba.

Entre besos, caricias, juegos, películas y licores, terminamos con la pizza y todo el helado que había en el refrigerador. Diego conectó su ipod y por toda la sala comenzó a sonar Inndia de la cantante Inna. Cerca de las once de la noche mi buen y viejo amigo, el alcohol, empezaba a hacer de las suyas. Inicié con una extraña y algo bizarra coreografía con pasos de baile que no estaba segura si sobria podría o me atrevería a hacerlos. Diego me miraba demasiado divertido desde el sillón disfrutando de su baile privado. Él aprovechó una de mis vueltas para atraparme y sentarme sobre él. Lo provoqué. Froté mi cuerpo con el suyo y la constante fricción provocó el efecto esperado en él, y en mí. No lo dejé besarme hasta que me lo suplicó en una especia de jadeo. Le saqué la sudadera y desabroché sus pantalones, me deshice de mi blusón quedando en una camiseta blanca semi transparente de delgados tirantes por donde se asomaba mi sostén de encaje negro.

Escuchamos la cerradura y la puerta de entrada abrirse. Diego dejó de besarme. Gruñí con irritación después de escuchar al invitado inesperado saludar con su particular voz cantarina. Bajé del regazo de Diego y encaré a nuestro amigo.

—Óscar, ¿otra vez?— me miro confundido— ¿qué haces aquí?

Utilizó su vista panorámica para examinar el lugar, sus fosas nasales se dilataron y su cara enrojeció de vergüenza al instante en que comprendió la escena.

—Perdón, chicos, sólo venía a visitarlos.— tartamudeó— ¿Interrumpo algo?

Puse mala cara y me dejé caer al otro extremo del sillón.

—Creo que es obvio— dije entre dientes.

Frotó su cuello, símbolo de incomodidad en él, bajó la mirada y apretó sus labios.

—De acuerdo, no hay problema. Nos vemos luego.— caminó hacia atrás y dio media vuelta.

Sentí a Diego arrastrarse por el sillón hasta llegar a mi lado, me dio una mirada de perrito atropellado y silenciosamente me rogó que permitiera a su amigo quedarse. La puerta de entrada se cerró, Óscar se había ido.

—Diego, sabes que lo quiero, pero…— Sentí un poco de remordimiento. — Bien.  — solté aire con fingida exasperación.

Salí disparada del departamento dejando la puerta abierta de par en par. Óscar ya no estaba en el pasillo, asomé la cabeza escaleras abajo y ahí estaba, casi llegando al primer piso, él iba corriendo.

—¡Óscar!— grité su nombre.— Espera… ¡Óscar!

Sin quitarle los ojos de encima, lo perseguí hasta la entrada del edificio y lo llamé por última vez.

—¡Oye!— silbé para captar su atención y troté para llegar frente a él.— No te vayas, ¿de acuerdo?

Me dio una mirada confusa, pero colmada de dolor. Coloqué mis palmas sobre sus costillas y dejé caer mi frente en su pecho.

—Andrea— dijo, cerrando los ojos como si mi contacto le hiciera algún daño. Su voz cargada de tristeza

— Sólo…no te vayas, ¿quieres? — susurré contra su pecho.

—No pasa nada, Andy. — me alejó de su cuerpo rígido y encogió la cabeza.— Luego no vemos.

—No. — Lo sujeté con dureza del antebrazo impidiendo que se fuera.— Algo anda mal, ¿qué es? Dímelo.

Algo que percibí en su rostro de niño, apretó mi corazón. Sus ojos brillaron con angustia y sus labios temblaron ligeramente. Con delicadeza pasó unas hebras de cabello detrás de mi oreja y se atrevió a mirarme.

—Es seis de febrero. Eso es todo.— se encogió de hombros.

Seis de febrero.

Estiré la mano hacia su pectoral izquierdo y rocé su piel sobre la tela con la punta de mis dedos a la altura de su tatuaje.

—¿Qué hay de malo con esta fecha, Óscar?

Inhaló y exhaló con pesar.

—Hoy es mi cumpleaños, Andy.— dijo con voz rota y doliente.

Lo miré directamente por segundo, luego me precipité y me arrojé contra él envolviéndolo en mis brazos, me apretó con fuerza y enterró su cabeza en el hueco de mi cuello. Lo oí murmurar una palabra de agradecimiento y me atreví a besarlo donde su pulso se sentía.

—No sé por qué te duele y entristece tanto, pero prometo que voy a intentar cambiar eso.

Una solitaria lágrima corrió por su pómulo, la eliminé con mi pulgar. Óscar estalló en una forzosa carcajada, su aspecto provocó un nudo en mi garganta.

—¡Dios!— bufó— Debes creer que soy patético.— frotó su cara con ambas manos al mismo tiempo que volteaba dándome la espalda.

—Eso nunca— enganché su mano con la mía, forzándolo a que se girara de nuevo a mí y me mirara.— Feliz cumpleaños, bebé.— besé su mejilla.

Sonrió apenas.

—Vamos adentro, no sea que tu novio quiera matarme.

Me agarró con un brazo alrededor del cuello y juntos subimos las escaleras dando saltitos, una de las vecinas salió a regañarnos por el escándalo que él y yo hacíamos cada vez que uno se caía en el escalón. Entramos al departamento y encontramos a Diego de perfil al ventanal enviando un mensaje de texto, corrí hacia él y lancé un puñetazo contra su espalda

—¿Por qué no me dijiste que era el cumpleaños de Óscar?— reproché.

Se tambaleó hacia atrás, cayó de espaldas en el sofá y yo me quedé un momento de pie con los brazos cruzados sobre el estómago y con Óscar a mis espaldas. Ellos intercambiaron miradas.

—No sé.— estiró la mano para que su amigo lo ayudara a levantarse.— A veces la cosas se me olvidan y…

Levanté el dedo índice y lo corté, pasé por su lado hacia la cocina sin mirarlo, sujetó mi muñeca y me dio la vuelta para estampar su boca con la mía.

Óscar permaneció en casa todo el fin de semana. Era agradable estar con él, nos habíamos convertido en el trío dinámico. Sofía había dicho que parecía nuestro hijo y Mariel aconsejó que debiéramos darnos espacio, que el tener a Óscar siempre con nosotros podría dañar nuestra relación. Todos hicimos oídos sordos.

— Quieres embriagarme ¿cierto?— arrastré las palabras.— Pues déjame decirte que no funcionará, ya estoy ebria.

Mi visión era doble, pero aún así distinguí a Diego mirándonos desde el taburete con los brazos apoyados en sus rodillas, sus dedos masajeando sus nudillos y dando pequeños sorbos de whisky.   

—¡Amiga, aquí voy!— dijo Óscar, antes de lamer mi hombro y eliminar el rastro de limón con sal.

Sentí un cosquilleo por todo mi cuerpo.

—¡Mi turno!— aplaudí con emoción.

Nos moví a ambos e intercambiamos posiciones, me eché sobre su cuerpo, subiéndome a horcajadas sobre su regazo y esparcí la sal en su cuello. Besé su mejilla antes de bajar a succionar el zumo del limón, pasé mi lengua por la piel de Óscar y de un trago terminé con el tequila de mi vasito. Incliné la cabeza hacia atrás dejando que al alcohol de deslizara por el interior de mi garganta. Lo escuché aspirar con fuerza.

—Espera, tengo uno más bueno— cogió otro limón del plato y esparció el líquido sobre mis labios. –Ahora, muerde— ordenó.

Abrí la boca y aferré el cítrico entre mis dientes. Óscar tomó su bebida, lamio la sal de su mano y acercó rostro. Sus labios con ayuda de la lengua se apropiaron del limón. Sus labios rozaron los míos.

—Se va enojar.— Señalé hacia atrás con la cabeza y hablé en voz baja para que Diego no me escuchara.

Miró sobre mi hombro, con las comisuras de sus labios ligeramente levantadas y sus dedos haciendo una señal de paz. Diego volteó la cabeza, evitando mirarme.

Mi rostro decayó. Anhelaba que Diego me prestara atención. Las puntas de los dedos de Óscar rozaron mi barbilla y sin presión alguna, cedí. Sonreí con torpeza. Nuestros ojos se encontraron. Su expresión cambió y de pronto sus manos estaban sobre mi cuerpo haciendo cosquillas. Mi estruendosa risa atrajo la atención de mi novio.

Òscar desapareció en cuestión de segundos, sentí la mano de Diego cerrarse en torno a mi muñeca y lo vi empujar con brutalidad a su amigo tan lejos de mi cómo fue posible.

—¡Fue suficiente!— gritó

Me forzó a ponerme de pie y se colocó delante de mi cuerpo. Todo me daba vueltas.

—¡Oh por dios! Voy a vomitar.— gimoteé, apoyándome en su hombro.

—Me alegro.— movió su brazo y por poco caigo de boca.

Óscar comenzó a burlarse.

—¿Ves? Óscar es más divertido que tú.

Tiró de su cabello y maldijo en voz baja.

—Es hora de que te vayas a dormir.

—¿Quién te crees?— lo miré— ¿Mi padre?— crucé los brazos sobre mi pecho y me arrojé al sillón.—No me voy a ir a dormir, Diego. No tengo diez años, déjame en paz.

Sus ojos llenos de enojo penetraron los míos y sus fosas nasales se expandieron.

—Cuida lo que dices, Andrea.

Puse los ojos en blanco tal como una niña caprichosa, y lo ignoré.

— ¿Puedes darme un vaso de agua? — Con un puchero y mi voz un tono más agudo, revoloteé mis pestañas en dirección a Òscar.

—Va volando.— dijo, con una sonrisa. Le mandé un besó.

—El que se va volando eres tú, Óscar. ¡Lárgate!—Diego arremetió contra él.

—Si él se va, yo también.

Ambos se quedaron quietos. Permanecieron en silencio, ahí de pie, mirándome, contemplándome como si estuviera loca.

—Andrea. Ya basta, por favor. —gruñó con los dientes apretados.

Lo miré con indiferencia, pero asentí. El cuerpo de Diego se relajó.

Tranquilamente me levanté de mi asiento, con un movimiento de cabeza pasé mi cabello hacia atrás y caminé hacia nuestra habitación moviendo las caderas. Con mi mano sobre el pomo de la puerta todavía cerrada, miré sobre mi hombro. Óscar me estaba observando desde el marco de la puerta de entrada.

—Espérame, nos vamos juntos.— le dije, con una sonrisa bastante coqueta en el rostro.

Entré al dormitorio buscando mi bolso, la puerta que había cerrado tras de mí se abrió de un solo golpe. Diego apareció con una mirada furiosa en sus ojos y me sujetó con fuerza por los hombros.

—¡Tú no te vas de aquí!— gritó— ¡Eres Mi novia!— remarcó la palabra.—  No soy tu padre, pero también tengo que cuidarte. Mírate, ni siquiera puedes permanecer en pie.

Me retorcí hasta que logré zafarme.

—Por eso voy a irme con Òscar, para que no tengas que verme así. Iremos a su casa y cuando se nos acabe el alcohol, iremos a dormir. Espero que su cama no sea lo bastante grande. — Apreté los labios en una especie de sonrisa.

Diego me llevó al centro de la habitación y me dejó caer con fuerza al colchón, prácticamente me arrojó a la cama.

—No. No vas a irte de aquí. De ninguna maldita manera dormirás en una cama que no es la tuya. Òscar sabe perfectamente que si te toca es hombre muerto.

Me encogí de hombros.

—Correremos el riesgo.

— ¡No. Maldita sea! ¡Me perteneces. Eres mía. Te vas a quedar en mí casa, en mi cama. Conmigo!

—No me grites. — articulé.

— ¡Pues deja de comportarte como una perra!

Su boca se cerró al instante en que escuchó sus palabras. Mis ojos se abrieron con sorpresa y la vista se me nubló. Sus labios se movieron, abriendo y cerrando la boca, balbuceando palabras sin sentido. Cuando mis lágrimas empezaron a salir, su rostro se puso pálido.

—Yo…. —su respiración se agitó.— ¡Maldita sea! Andrea, yo no quise…

Con sus manos sobre su cabeza, dio un paso para acercarse a mí y yo retrocedí hasta terminar con más de la mitad de mi cuerpo sobre la cama. Se congeló. Únicamente se escuchaba el movimiento de las flechas del reloj. Tic, tac…tic…tac. Y de repente golpeó con el puño la pared, antes de salir de la habitación tan rápido como un rayo.

Lo perseguí por todo el apartamento, él no se detuvo hasta que escuchó mi voz clamando su nombre.

—No te vayas, por favor. —pedí.— Estoy enojada, tú estás enojado. Parezco una niña estúpida y berrinchuda, pero por lo que más quieras…no te vayas. No me dejes.

Envolví en un puño el dobladillo de su sudadera. Lo forcé a mirarme a los ojos llenos de lágrimas. Suplicando.

—Andrea…

Cernió mi muñeca obligándome a soltar su ropa.

—Yo te amo, Diego.— dije, con voz rota.— No me dejes.

Bajó la mirada y negó con la cabeza.

—Ya no puedo con esto, es demasiado. — dio media vuelta y se fue.

 

*************

Diego

 

—¿Estás bien?— la voz de Óscar me trajo de nuevo a la tierra.

—¿Tú qué crees?— espeté.

Él sonrió levemente.

—Sabes que estás pisando terreno peligroso. – Cerró la puerta de la oficina.— No me has llamado en días para que salgamos, le has sido fiel y ya vives con ella. La otra noche me sacaste a mí y no a ella, y lo que es peor, la dejaste en tu departamento para tener espacio. Ya va una semana. — Me recordó, más como en un tipo de advertencia.

¿La había abandonado? No, en absoluto. Sólo…

—Diego, llevo años siendo tu mejor amigo y jamás habías dudado en sacarlas a ellas. —Continuó. Su expresión se volvió seria. — La probé, es vulnerable.

Aventé el bolígrafo al escritorio y me dejé caer en mi silla, me froté la cara con las manos y tuve que deshacer el nudo de la corbata para evitar sentir que me asfixiaba.

— Ella…lloró. — resoplé y me puse de pie.

Comencé a caminar por toda la oficina mientras mi amigo se sentaba en mi escritorio y jugaba con mis cosas.

—¿Por qué?— preguntó de pronto.

Me detuve, puse las manos sobre mi cadera y lo miré.

—¿Por qué, qué?

Mi mandíbula se tensó.

—¿Por qué si ya te acostaste con ella, sigues así?— me miró.— Ya cumpliste tu capricho de estar con la bibliotecaria. ¿Qué es lo que te falta, Diego?

—¡Nada!—dije harto.

—¿Nada? ¿Seguro?— levantó una ceja

Caminé hacia él y le dije a la cara:

—Estoy cansado, Óscar. Todo con ella se volvió desgastante porque parece una niña llorona y berrinchuda. Es desafiante, terca y caprichosa. Es hermosa, alegre y llena de vida; pero no tiene ningún control consigo misma y el alcohol. — Óscar asintió a cada cosa de mi lista— Me harta. Me desgasta pensar en ella todo el día. En si piensa en mí, en si ayer la hice sentir bien, en si hoy lo haré. Me harta pensar en qué puedo hacer para sacarle una sonrisa a ese bello rostro. ¿Sabes que es lo peor?

—¿Hay algo peor?—dijo con burla.

—Que la quiero –susurré— Y la quiero tanto que duele.— tragué saliva.— La quiero tanto que soy capaz de dejarte afuera más veces. Para siempre si es necesario. Porque nadie puede hacerla reír salvo yo. Nadie puede tenerla salvo yo. ¡Maldita sea! La deseo todo el día a todas horas. La quiero tanto que me asusta perderla.

Óscar palpó mi hombro y me miró con compasión.

—Te enamoraste, Diego. Pasaste cualquier límite permitido.—Asentí inconscientemente, como un impulso.

—Con ella nunca puse un maldito límite, ahora ya es tarde.

No me di cuenta en qué momento pasó, no supe cuál fue la razón. El sentimiento llegó como un golpe brutal, casi suicida. Y me gustó.

—¿Y ahora qué piensas hacer?

Desvié la mirada hacia la fotografía junto al monitor de la computadora y sonreí. Éramos nosotros tres. Óscar y yo sentados en un gran sofá rojo y Andrea tendida a lo largo sobre nuestras piernas.

Andrea.

—Lo único que sé es que la amo. La amo tanto que tendrá que rogarme para que me vaya o para que la deje ir, y aún así no sé si lo haría. —Estiré la mano y sujeté el portarretratos. 

Sin embargo lo había hecho. La había dejado, pero la tendría de vuelta.

Hasta que el sol se congele
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