PRIMERA IMPRESIÓN
Andrea
Sería la primera vez que entraría al departamento de Diego Carbajal. Era extraña la manera tan rápida en la que me estaba introduciendo a su mundo. Sus planes desde un principio, parecían no ir más allá de los besos y el sexo, aunque todavía no hubiésemos llegado tan lejos. Sin embargo, algo entre la cena del mes pasado –nuestra primera cita- y el día de ayer, contando las visitas a la librería cada dos días, había logrado que él cambiara drásticamente. Dejó de ser el galán, seductor, arrogante y seguro de sí mismo, para convertirse en algo más. Se había estado mostrado atento y preocupado por mi bienestar, adoptando un dulce y tierno nivel de posesividad. Pero lo que más pudiera llegar a desconcertarme, era la insistencia por parte de él para que yo conociera a Óscar, su mejor amigo.
La puerta se abrió y ante mí, apareció la perfecta imagen de un piso de soltero. Lo primero que llamó mi atención, fueron los gigantescos ventanales sin cortinas por donde se alcanzaba a ver por lo menos la mitad de la zona sur de la ciudad. Las paredes pintadas de un azul gris cobalto y muebles sencillos de color marrón adornaban la estancia junto con un gigantesco televisor de setenta pulgadas y un pequeño bar empotrado en una esquina. Alguna revistas de autos y un par de botellas de cerveza vacías estaban tiradas en el suelo. Había también una pequeña cocina con lo indispensable y al fondo se alcanzaban a ver tres puertas más de dónde provenía una estruendosa música rock.
Escuché a Diego maldecir por debajo del ruido.
—Voy a matar a ese imbécil. — Dijo para sí mismo.— ¡Óscar! ¡Maldita sea!— gritó en dirección al pasillo.
— ¿Qué pasa?
Diego pareció no escucharme, caminó hasta la tercera puerta y con golpes salvajes estuvo a punto de derribarla, y lo hubiera hecho si el ruido no se hubiese detenido. Lo vi apoyar la frente contra el marco de la puerta esperando a que se abriera, una obscura melena se asomó por la rendija de la puerta semi abierta y traté de descifrar la sigilosa pero ruda conversación que Diego estaba teniendo con la otra persona dentro de la habitación. La puerta negra se cerró con fuerza. Diego regresó, su cuerpo estaba tenso y en su mirada noté lo encolerizado que estaba.
—Vámonos, te llevo a tu casa o a cenar, o a donde quieras. — sujetó mi brazo y me encaminó a la salida.
—Espera. — lo detuve. — ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás así? – pasé mis dedos a lo largo de su tensa mandíbula.
—No es nada. — Atrapó mi mano y besó mis nudillos. — Quería que tuvieras una mejor impresión y que…— cerró la boca de golpe.
—Mejor impresión de qué.
De repente soltó mis manos y pasó por mi lado, ignorando la mirada de perplejidad que había en mi rostro. Caminó hasta la orilla del gran sillón, de la mesita de centro tomó un puñado de servilletas y se agachó a recoger algo. Dándome la espalda fue directo al recolector de basura. Pero con todo y sus intentos de ocultármelo, me di cuenta que lo que traía medio envuelto en el papel era una condón usado.
—Pensé que este imbécil sería lo suficientemente inteligente como para deshacerse de su mierda. — dijo, mientras se lavaba las manos.
Me dio una mirada de disculpa antes de empezar a recoger las bolsas de comida chatarra que había sobre la mesa. Me deshice del abrigo y me dispuse a ayudarle.
—No, Andrea. Yo me encargo.
Lo tomé por los hombros y lo giré obligándolo a mirarme. Sus grandes y hermosos ojos reflejaban una gran vergüenza, yo no estaba plenamente segura que cuál era la razón. En silencio traté de preguntarle qué era lo que estaba sucediendo, pero se negó a contestar. Retrocedió y siguió limpiando.
—Diego, esto es lo que hacen las novias, ayudan a sus novios a limpiar su departamento. — Puse los brazos en jarras y viré lo ojos— Bueno, eso creo.
Él se detuvo con dos botellas de cerveza en ambas manos. Inclinó la cabeza para mirarme y arqueó una ceja.
—¿Novia?— las comisuras de los labios se elevaron de a poco.
Di dos pasos hacia atrás y puse mala cara.
—¿Qué? ¿No soy tu novia? – Me llevé las manos al pecho fingiendo estar ofendida.— Porque si no es así, mejor me voy y dejo de hacer el ridículo.— señalé hacia la salida.
Dejó lo que traía en las manos y sonrió. En dos zancadas llegó frente a mí, me sujetó por la cintura y me atrajo a su cuerpo que aún se sentía tenso. Colocó sus labios sobre los míos y me besó. Con ambos brazos rodeé su cuello y me apreté contra él, clavé mis dientes en su labio inferior, sólo así, su cuerpo finamente se relajó.
—¡Dios!— gruñó cuando se detuvo a tomar aire.
Nos presionó contra la pared más cercana y aprovechó el momento para meter las manos debajo de mi blusa, sus dedos acariciando mi piel se sentía como estar en el cielo.
—¿Debo parar?— preguntó jadeante.
—No lo sé, tal vez. — bromeé y lo atraje nuevamente para besarlo.
Se escuchó el chirrido de una puerta y lo alejé de un empujón. Junto a nosotros apareció el otro muchacho que había visto en la librería, Óscar. Traía puesto un pantalón de mezclilla y unos sucios tenis que anteriormente debieron ser blancos, su camiseta roja estaba por el lado incorrecto y su camisa de cuadros a medio poner. Su cabello estaba desaliñado y su labio inferior rojo e hinchado. Cuando nos vio, soltó una gran risa burlona y todavía tuvo el atrevimiento de guiñarme el ojo.
—No entiendo. — Se cruzó de brazos. — Acabas de regañarme por eso, pero tú puedes hacerlo libremente por toda la sala. Eso no es justo, amigo. — le dijo.
Diego apoyó su mano en la pared a mis espaldas y descansó su frente sobre mi pecho mientras respiraba con dificultad y hacía lo posible por mantenerse calmado, pero masculló algunas malas palabras en su contra.
—Pero ésta es mi casa, imbécil. — señaló con rudeza.
El otro hombre subió y dejó caer los hombros con simpleza.
—Sí, pero tú eres mi mejor amigo, y mi hermana está usando mi departamento como bodega.
—Óscar.
Diego aspiró con fuerza.
— ¿Qué pasa? — Sonrió con todos los dientes. Su rostro era igual al de un niño que sabe que cometió una travesura y aún así pretende ser inocente frente a sus padres cuando lo están reprendiendo. Me agradaba.
—No quiero tus explicaciones. — Le echó un vistazo a su apariencia. — Mejor arréglate esa ropa y vete de aquí.
Sin importarle que lo estuviésemos mirando, Óscar se sacó la camisa y la playera, quedando desnudo de la cintura para arriba. Su torso estaba lleno de lunares y de una muy ligera capa de vello. Sobre de su pectoral izquierdo tenía tatuado la fecha seis de febrero en números romanos, la punta de una pluma hecha de tinta adornaba su cadera del lado derecho, pero el resto estaba invisible por sus pantalones, en sus brazos tenía trazos de un búho, una clave de sol y cuatro corcheas unidas. Del otro lado había un enorme eclipse que cubría todo su hombro derecho.
Por la misma puerta por donde había aparecido Óscar, se asomó una pequeña cabeza. Una chica de baja estatura y aproximadamente veinte años edad salió de la habitación usando solamente un cortísimo short negro y un amplio blusón color salmón, su largo cabello teñido de morado estaba despeinado y enredado, tenía un aro en el labio y su maquillaje parcialmente corrido. Cuando la joven vio a Diego, bajó la mirada.
— ¿Isabella?— dijo totalmente sorprendido.
La chicha escondió su pequeño cuerpo detrás de Óscar.
—Déjala, hombre. — intervino Óscar. — Es mi asunto.
Tomó la mano de Isabella y con ella pasó de largo hacia la puerta, Diego lo hizo retroceder al estrechar su mano contra el pecho de su amigo. Se miraron a los ojos y por un momento creí que iban a golpearse o a gritar, Isabella parecía estar a punto de echarse a llorar y mi cabeza trataba de maquinar la situación, juntando las piezas y tratando de procesar. La chica más que asustada se veía avergonzada de que Diego la hubiese descubierto con Óscar.
—Por favor, Diego. No le digas nada a mis padres, o a Daniela.— le suplicó.— Ella me mataría o peor, me dejaría de hablar de por vida.
Sus palmas juntas se movían frente a su cuerpo y seguía rogándole en silencio mientras Diego la contemplaba con una acusadora mirada. Finalmente después de repasarnos a todos y saltar la vista entre uno y otro, Diego lanzó un severo golpe contra la parte lateral de la cabeza de su mejor amigo, eso hizo que Óscar riera a carcajadas logrando que el ambiente se disipara un poco. De un momento a otro pasé de soltar un grito de susto como reacción a la acción de Diego, a reír junto con ellos.
—¿En serio, Óscar?
Él se aclaró la garganta antes de hablar.
—Sí, bueno…, ya sabes.
—Ya basta.— cortó Diego.— Y tú Isabella, lo que hagas con el hermano mayor de tu mejor amiga, no es asunto mío.— resopló— Pero acabas de cumplir los dieciocho el lunes, y Óscar es mucho mayor que tú. No le diré nada a tu padre porque si lo hiciera, él terminaría despidiéndome por defender al tarado éste.
Diego propició otro golpe en el estómago de su amigo dejándolo sin aire y Óscar se retorció contra la pared a mi lado. Isabella se mordió los labios y saltó sobre mi novio enroscando sus delgadas y femeninas piernas alrededor de él.
—¡Gracias! Enserio, muchas gracias. Eres el mejor.— dijo, al tiempo que regaba besos por toda la cara de Diego.
Oye, sí… ¿hola? Disculpa, su novia está aquí.
—Muy bien, ya fue suficiente.— la tomó por la cintura para quitársela de encima y la dejó suavemente en el piso. Diego volvió la vista hacia su amigo.— Sácala de aquí, Óscar y vete. Has perdido tu oportunidad de presentarte con Andrea.
El cuerpo entero de Óscar se movió como una liga, y tan tajante como látigo, llegó a mi lado invadiendo totalmente mi espacio personal. Trastabillé. Era como ver un hombre completamente diferente al sujeto que entró por la puerta de mi librería apenas unas semanas atrás.
—Aléjate.— ordenó Diego rápidamente.
Se acercó a nosotros y pasó su brazo sobre el cuello de su mejor amigo al mismo tiempo que me envolvía por la cintura.
—Óscar, ella es Andrea. Andy, él es…, tristemente debo decir, mi mejor amigo.— Sonrió con orgullo.
—Hola, Andrea.
Óscar guiñó un ojo.
—Hola, Óscar.
Le devolví el guiño.
Diego lo sujetó por la solapa de su camisa y lo acercó a su cuerpo.
—Ahora, largo de aquí. —Lo soltó— Y llévate a esa niña a su casa.
Isabella se cruzó de brazos y gritó enojada:
—¡No soy una niña!
Ambos estallaron en risas nuevamente, fue hasta ella y la tomó por los hombros. Caminó por detrás de su cuerpo hasta llegar a la puerta principal.
—Sí eres una niña. Cumpliste dieciocho años hace cinco días, aún no cuenta.— besó su mejilla— Hasta que no tengas tu identificación oficial, dejaré de tratarte como una.
—Eso espero.— expresó la chica con demasiado entusiasmo.
Sujetó a su amigo de la muñeca y con poca amabilidad sacó a ambos del departamento.
—Salúdame a mi jefe.
Diego terminó la frase dando un portazo y poniendo la cerradura, apoyó la frente contra la puerta totalmente exasperado.
—Bien, y ahora qué.
Él giró la cabeza y me miró por debajo de la curva de su hombro.
— ¿Qué, de qué?— frunció el ceño.
—Antes que nada, déjame decirte que la escenita de hace un momento fue demasiado incómoda para mí, y que tu amigo es bastante…, peculiar, pero me agrada.
Dio la vuelta y presionó su gran espalda contra la puerta de color gris. Entrecerró los ojos y chasqueó con la lengua.
—Me alegro. — dijo
Arrugué los labios y los mordí un poco.
— Entonces ¿qué quieres hacer?—pregunté.
Su cara se iluminó.
—Quiero hacer muchas cosas contigo, de esas que hacen los novios. —Su voz se volvió fría y demasiado grave.
Enarcó la ceja del lado derecho y se quedó ahí, contemplándome, observándome; aguardando. Ahí, de pie frente a esta otra cara que se presentó a él, una Andrea que aún dudaba si debía entregarse de tal o cual manera. Una Andrea que confiaba en este Diego pero que de cierta forma le temía a un mal recuerdo.
—Te prometo no parar.
Lentamente se deshizo de la chaqueta, ver el cuero rozando su piel provocó un repentino escalofrío en mi espalda que me hizo respingar.
Avanzó con pasos firmes pero lentos en mi dirección, una arrogante y seductora sonrisa adornaba su bello rostro, sus pupilas se dilataron y sus ojos se obscurecieron como el cielo en una noche de tormenta. Este era él, esa versión medianamente perversa y primitivamente pervertida que me invitaba a descubrirlo, a aprender y disfrutar de lo ya conocido pero con una ligera diferencia.
Respiró contra mi mejilla y mis músculos se tensaron en respuesta, pasó sus dedos a lo largo de mi brazo hasta llegar a mi hombro y continuar subiendo por mi cuello hasta enredarse entre mi nuca y mi cabello, su otra mano acarició con lentitud mi espalda. Inclinó su cabeza y fue depositando ligeros besos de hombro a hombro, de extremo a extremo por toda mi clavícula. Mis piernas comenzaron a hormiguear y temblar. La anticipación y expectación me estaban matando.
Fui yo quien comenzó a quitarse la ropa, primero el cinturón marrón y luego la camisola blanca. Al tratar de desabotonar el pantalón, Diego sujetó mis muñecas y las dejó caer a mis costados.
—¿Estás segura?— preguntó
No pude evitarlo y me reí en su cara. Me tomó por los codos y estableció una cierta y considerable distancia, me miró con interrogación.
— ¿Por qué todos dice lo mismo?— sacudí la cabeza— Si una mujer está en su casa, en su cama, semi desnuda y se le está lanzando… ¿por qué el hombre tiene que salir con una tontería como esa? Quiero decir, es más que obvio cuál es la respuesta.
Me sacudió por los hombros y mordió con fuerza la piel debajo de mi oreja. Lancé un grito y cubrió mi boca con una de sus manos.
—Piensas y hablas demasiado, ¿lo sabías?— terminó diciendo mientras lamía el lóbulo de mi oído.
Presioné juntas mis piernas en cuanto lo sentí bajar el cierre, sus dedos se engancharon en las presillas y comenzó deslizar hacia abajo mis pantalones azules, lo seguí con la mirada hasta que se agachó junto con ellos. Las yemas de sus dedos hicieron presión contra la parte interna de mis rodillas y mordisqueó por encima. Me escuché jadear levemente, eso le causó risa. Palmeé con fuerza sus hombros como represión. En un parpadeo me tuvo retenida y desparramada a lo largo de su espalda ancha. Protesté con un grito demasiado agudo y no se me ocurrió otra cosa más que pellizcar su duro trasero.
Conmigo sobre su hombro, Diego literalmente corrió a lo que supuse era su habitación y me dejó caer como un costal sobre el gigantesco colchón con sábanas y cubierta de color verde olivo. Con una velocidad impresionante se despojó de toda su ropa quedando únicamente en calzoncillos, me quitó las botas y los pantalones que estaban en mis tobillos y saltó sobre mí. Abrí las piernas para hacerle espacio y él gustosamente se colocó entre ellas. Su mano tan grande como era aduló mi torso entero, acarició mis pechos, palpó mi estómago a pesar de que traté de impedírselo y rozó sutilmente mi vientre y más abajo.
Él alzó la vista y silenciosamente pidió permiso para curiosear debajo de mi ropa interior. Asentí, y con una dolorosa lentitud frotó sus dedos contra mí. Siguió rozando, frotando y moviendo sus dedos. Mi respiración se agitó, mi ritmo cardiaco se alteró. Un familiar hormigueo y un calor recorrieron mi cuerpo de pies a cabeza. Cerré los ojos con fuerza.
Y exploté.
No perdió más tiempo y tiró de mis pantaletas mientras que con dedos temblorosos yo desabrochaba el sostén. Alargó una mano y de la cajonera junto a la cama sacó un puñado de condones, revisó rápidamente cuál de ellos era aún servible y se lo puso a una velocidad apremiante.
—¿Cuánto tiempo dices que ha pasado desde tu última vez?
—Poco más de un año, Diego.— respondí.— Ahora, ¿quieres callarte por favor?
—Bien, aquí vamos.— me dijo.
—No lo arruines diciendo ese tipo de cosas, por favor. Hablo enserio.
Ambos reímos.
Era el cielo, se sentía como estar en el cielo. Nuestros cuerpos a pesar de no encajar perfectamente, se sentían en armonía. Sus manos sin haberlo hecho antes sabían perfecta y exactamente cuándo, cómo y dónde tocar. Sus besos duraban lo suficiente y sus palabras fueron las adecuadas.
Cumplió su promesa. No paró, ni aunque se lo hubiera suplicado. Pero yo no quería que lo hiciera. Lo necesitaba, necesitaba esto.
Estaba cerca, ambos lo estábamos, podía sentirlo. Su cuerpo golpeando contra el mío, sus manos sujetando las mías por encima de mi cabeza, nuestras respiraciones chocando la una contra la otra y nuestros labios furiosos por encontrarse y culminar esta maravillosa experiencia. Continuó moviéndose cada vez más rápido y entrando profundamente, lo sentía por completo.
Cerca. Tan, tan cerca.
Una, dos, tres, cuatro…, seis veces más y…
Cuando llegué, clamé su nombre como una bendición. Cuando él llegó, dijo mi nombre como una maldición. Yo no sabía qué íbamos a hacer el uno con el otro a largo plazo, pero para mí algo era seguro; esta primera vez importaría más de lo que un primer amor alguna vez podría.
A la mañana siguiente, el frío del ambiente fue realmente lo que me hizo despertar. Giré sobre mi espalda buscando algún reloj pero no encontré ninguno. Me levanté de la cama con gran pereza, di vueltas y recorrí toda la habitación de Diego hasta encontrar mi ropa.
Una vez medio vestida y más o menos recompuesta, exploré el departamento de Diego hasta llegar a su cocina. Intenté preparar café y algo para desayunar, envié un mensaje a Sofía para informarle sobre mi paradero y fue entonces que me di cuenta de lo temprano que era. Las siete y media de la mañana del domingo. Un total sacrilegio.
Desde el exterior se escuchó un estrepitoso golpe, como algo cayendo al piso y chocando contra la puerta del departamento seguido de un quejido ronco. Alargué la cabeza en dirección al cuarto donde Diego aún descansaba y me decidí a echar un ojo por la mirilla. No alcanzaba a distinguir pero definitivamente había un bulto enorme en el pasillo. Abrí la puerta y el cuerpo de un hombre cayó al interior del departamento, todo su peso sobre el hombro. Su cabeza también aterrizó contra el suelo.
—Por favor, dime que acabas de llegar y que estás ebrio o algo.— le dije cuando lo puse sobre su espalda al empujarlo con mi pie.
Óscar levantó la cabeza y abrió sus ojos todavía adormilados. Cuando me vio de pie delante de él, se alegró y sonrió.
—De hecho no, pasé aquí toda la noche. –Rascó la parte de atrás de su cabeza. — es que…, dejé las llaves de mi casa aquí adentro.
Puse los ojos en blanco.
—¿En serio?— le tendí la mano para ayudarlo a levantarse.
—Sí.— con sus palmas sacudió sus pantalones.
Cerré la puerta detrás de nosotros y lo llevé directo a la mesa, fui y serví dos tazas de café junto con un plato de pan tostado. Su estómago gruñó y Óscar me miró como un niño hambriento, viré nuevamente los ojos. Regresé a la cocina y preparé un plato más fuerte, él y su cuerpo lo agradecieron. Pasé el rato viéndolo comer y tomar su café sin decir una sola palabra.
—Entonces, tú y Diego…— dijo, cuando terminó de alimentarse.
—Así que… ¿la mejor amiga de tu hermana?
Me miró directo a los ojos antes de contestar.
—Soy un depravado, ya lo sé.— hizo una mueca y se encogió de hombros.
Su expresión me causó risa y una pequeña sonrisa se asomó por las comisuras de sus labios, se le marcaron ligeramente los hoyuelos en sus mejillas. Me llevé el pulgar a la boca y mordisqueé la uña, le eché un vistazo de arriba abajo, y dije finalmente:
—Debería presentarte a mi amiga Sofía. Le va a encantar conocerte. —Sonreí una vez más.
Una vez que sus ojos se encontraron con los míos, nos fue imposible apartar la mirada. Sus ojos eran como la contraportada de un libro que da un resumen pero no toda la historia. Y quería conocer la historia.