HONESTIDAD

 

Sofía.

 

Cuatro años después…

 

De niñas, las mujeres soñamos con las grandes bodas, los príncipes y el hermoso vestido blanco. Luego, cuando somos adolescentes, tendemos a leer novelas románticas que lo único que hacen es elevar nuestras expectativas en cuanto a los hombres. Nos obligan a anhelar la maravillosa y perfecta historia de amor como las que aparecen en los libros. Pero cuando crecemos y nos enfrentamos al mundo real, nos damos cuenta de que existen cosas mucho más importantes en esta vida que andar buscando o esperando el amor.

Cuando hablamos de amor, ¿a qué nos referimos? Nadie sabe a ciencia cierta qué es el amor. No ha nacido la persona cuya definición sea considerada como la correcta o la adecuada. Todos tenemos diferentes percepciones sobre el enamoramiento y sobre como amar a nuestros semejantes. Nadie ama igual ni con la misma intensidad que el otro, nunca es equitativo. Siempre va a haber uno que ame más en la relación y siempre estarán los corazones rotos; no importa que tanto ames a alguien, ni lo mucho o poco que demuestren amarte. 

Los seres humanos en promedio, tenemos derecho a romper cuatro corazones antes de encontrar al indicado. Y por otro lado, el karma ha demostrado que como mínimo,  tres veces has de sufrir por amor.

Para la mala suerte de las mujeres, nosotras somos las más susceptibles. Eso no ha vuelto inseguras.

La confianza es ese algo que se adquiere o que le otorgas a las personas importantes en tu vida.

¿Eso, en qué tan mala persona me convertía?

La vida apestaba, y el amor, apestaba aún más.

El documento ya había sido firmado días atrás. Sergio y yo ya éramos un matrimonio legal. Entonces, ¿por qué este sentimiento de desdicha?

El espejo no era lo suficientemente grande para ocultar mi hipocresía. Pero si tenía el tamaño necesario para ver como Mariel terminaba el peinado y mi madre arreglaba por quinta vez la caída del vestido. Todo se veía en cámara lenta, como si alguien me diera la oportunidad de, sino regresar el tiempo, por lo menos darme unos segundos para reflexionar mi decisión.

Lo amaba.

Amaba a Sergio. Sabía que lo amaba. Esa era una verdad indiscutible, pero no estaba lista para compartir mi vida con él. Ni con él, ni con nadie. Yo no era una persona que permanecía. La homogeneidad simplemente no era lo mío.

—¿Estás lista?

Miré a Mariel.

—¿Parezco lista?— le cuestioné

—La verdad no— dijo en voz baja, pero asintió con la cabeza.

Mi madre salió de la habitación dejándonos solas. Cerré la puerta antes de que alguien entrara.

—No sé por qué tanto alboroto con la maldita boda de blanco, el acta ya está firmada. ¡Por el amor de dios! Después de todo ya somos marido y mujer. —respondí malhumorada.

—Lo hiciste esperar durante mucho tiempo, Sofía, es natural que pierda el control.

—Él tuvo la culpa, Mariel. Pudo haberme dejado en cualquier momento desde que supo que dormí con Óscar la noche de tu boda, o cuando empecé a dudar sobre esta unión. Pero no lo hizo.

—Porque te ama.

La puerta blanca del cuarto de hotel se abrió despacio, Alicia apareció con mi ramo de flores en sus manos. Nos miró a ambas y sonrió en mi dirección. Le echó un vistazo a mi apariencia de arriba a abajo admirando el vestido; entonces volvió a sonreír pero esta vez, sonrió con tristeza.

Adentro de la limosina de camino a la iglesia, pensaba en los pros y en los contras de la vida en matrimonio. No podía hallar un equilibrio. Todos estarían ahí para ver nuestra unión. Mi familia, mis amigos, los invitados de Sergio y lo peor de todo; la prensa. Todos serían testigos de este espectáculo, todos menos una.

—La extraño,  ¿sabes?

—¿A quién? —preguntó Mariel y estuve cerca de abofetearla.

¿A quién? — fruncí el ceño. —A Andrea, idiota.

—Ah.

La miré con desagrado.

—¿Ah? ¿Es todo lo que tienes que decir?

—No, obvio no. Pero ella se fue y tal parece que no quiere que la encontremos, deberíamos respetar su decisión.

—¿Su decisión? ¿Aún cuando fue así de estúpida? Mariel, tenemos que seguir buscándola. Ya oíste lo que dijo Óscar, él y Diego temen que esté muerta. Ha pasado mucho  tiempo.

—Sí, pero no el suficiente. Sus padres ya nos hubieran dicho si estuviera muerta. Ella se fue y no nos dijo a dónde se iría…

—A pesar de que éramos sus amigas. —agregué. Mariel afirmó con la cabeza.

—A pesar de que somos sus amigas, pero nos quiere.

—¿Entonces por qué no ha vuelto? ¿Qué tiene que esconder que no sepamos ya?

La limosina se detuvo frente a la iglesia y la luz del día deslumbró mis ojos después de que el chofer abriera la puerta para nosotras. Mi madre salió primero, le siguió Alicia y luego Mariel.

¨La novia sale al final para que todo el mundo la reciba y la colme de aplausos y galanterías¨ Eso había dicho mi abuela cuando yo era pequeña.

—Hagas lo que hagas, sabes que voy a apoyarte— me susurro Mariel para después abrazarme.

-Gracias, pero no eres ella. No eres Andrea, no lo entenderías- Pensé

Sergio estaba sonriéndome desde el altar, su cuerpo revestido en un costoso esmoquin negro, su cara adornada con su particular barba bien arreglada y su cabello amarrado en una coleta. Todo él era perfecto y hermoso, ¿y lo mejor de todo? Él me amaba. ¿Lo peor?

Él me amaba.

Entonces lo entendí. No era desdicha lo que sentía, era arrepentimiento.

—Perdóname. — susurré cuando llegué a su lado.

—¿Por qué? —su ceño se contrajo.

Me lamí los labios y mordí la carne inferior.

Sofía, ¿qué estás haciendo?

Las puntas de mis dedos acariciaron su áspera mejilla.

—Porque voy a terminar de romper tu corazón.

El rostro de Sergio empalideció al instante, trató de aferrar mis muñecas pero me alejé. Me odié con igual magnitud que el dolor de mi corazón por no haberlo dejado tocarme.

—Sofía, no. —Negó desesperadamente con la cabeza.

Cerré los ojos para no tener que mirarlo mientras se deshacía frente a mí.

—Te amo, pero no puedo hacer esto.

Era triste porque era la primera vez que le decía que lo amaba, y se lo dije porque iba a abandonarlo.

—Sofí, por favor…

—Te mereces algo mucho mejor que esto. Mereces a alguien que no tema comprometerse, mereces a alguien que no sienta que se falló a si misma cuando esté firmando el acta de matrimonio. —miré sobre mi hombro hacia salida por un momento y luego regresé la vista. — Sergio, si en verdad me amas, y yo sé que lo haces,…vas a dejar que me vaya.

Di la vuelta y salí a toda prisa del lugar con Mariel corriendo detrás de mí y mi madre gritando mi nombre. De a poco, los invitados iban levantándose mientras yo corría a sus lados por el pasillo pero nadie intentó detenerme. Afuera estaban docenas de periodistas, camarógrafos, fotógrafos y personal de seguridad atestiguando mi huída e impidiéndome avanzar. El pánico me invadió. Nunca había sentido tanta desesperación como en ese momento. Entonces ella apareció y se abrió paso entre la multitud, lo primero que noté fue que llevaba sostenida a una pequeña niña en sus brazos y después que estaba vestida para la ocasión.

No supe exactamente en qué momento empecé a llorar; Si cuando escuché a Sergio susurrar mi nombre antes de irme o cuando vi a Andrea en medio del gentío y me arrastró hasta el parque más cercano. Pero estaba llorando. Lloraba por haber dejado probablemente al único hombre que me abría amado incondicionalmente.

Las personas me miraban al pasar frente a mí. Estaba sentada en una banca hecha de troncos a la mitad del parque, mis tacones estaban llenos de tierra, mi vestido estaba sucio de la parte de abajo por el lodo  y la cola había sido rasgada cuando un extraño pisó el vestido mientras yo intentaba huir, mi maquillaje estaba parcialmente corrido por el sudor y las lágrimas y mi penado había sido deshecho por el brusco movimiento y el ajetreo.

—¿Po qué lloda?— Preguntó la niña. Su pequeño cuerpo estaba oculto detrás de las piernas de Andrea, su redonda cabecita se asomó por el costado y me miró.

—Porque dejó a una persona que quería mucho. —le respondió Andrea, acariciándole la fina cabellera negra.

—¿Pod qué? —su rosada carita se arrugó sin poder creer lo que Andrea le estaba diciendo.

Andrea encogió los hombros y me miró.

—Porque no estaba lista.

—¿Lista pada qué?

—Para estar con él.

—¿Pod qué?

—Valentina, deja de preguntar, es grosero. —reprendió. — Yo te explico después.

—Sí, mami. —la niña encogió la cabeza y juntó sus manitas sobre su estómago.

¿Mami?

Dejé de llorar casi de inmediato, consternada por la respuesta a mi pregunta no formulada.

—Andrea. —empezó a decir Mariel. 

—Hola— nos dijo y volvió la mirada a su hija.— Valentina, ahí hay columpios como los que tiene tía Silvia en casa. Ve a jugar.

La pequeña salió disparada hacia el campo de juegos con su vestido de holanes rojos revoloteando por el viento. Ver a Valentina era como ver a Andrea cuando era pequeña, salvo por sus ojos. El contorno de su mirada era igual a la de…

—Por lo que veo tienes toda una vida hecha.—continuó Mariel.

Andrea agachó la cabeza

—No del todo, pero Valentina es mi mundo. —alzó la vista hacia Mariel. —¿Cómo está tu hijo? Mis papás me dijeron que es igualito a tu hermano.

—Sí, se llama Santiago.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo Andrea? —Me puse de pie y la encaré.

Suspiró.

—Fuera del país. Me fui a Barcelona.

—Desapareciste. — Arremetí de inmediato.

—Lo sé y lo lamento, pero en ese momento en lo único que pensé fue en huir.

—No te disculpes. —dije llena de sarcasmo.

Giré dándole la espalda, caminé hacia la zona de juegos y vi a Valentina jugando con otra niña en los columpios. Me quedé ahí, recargada sobre un árbol viendo a mi sobrina jugar. No podía creerlo. Andrea  tenía una hija.

Andrea era mamá. Finalmente, después de tanto, ella era mamá.

—¿Qué querían que hiciera?

—Primero decirnos por qué te ibas. — dijo Mariel.

—Sí, claro. Yo iba a llamarlas y decirles: Me acosté con el mejor amigo de mi prometido, creo que me iré. Por cierto,  me enteré de que Diego tuvo relaciones sexuales con su antigua novia de la universidad el día de mi cumpleaños.

—Pues no lo sé, tal vez si nos hubieras dicho eso lo entenderíamos.

Les di un vistazo justo cuando Andrea se cruzaba de brazos y miraba a Mariel, incrédula.

—Me hubieran dado un sermón, Mariel, sobre todo tú.

Mariel agitó la cabeza.

—Te habría hecho entender tu error y las consecuencias de tus actos.

—¿Crees que yo sola no me di cuenta? ¡Por supuesto que sí! Lo que menos necesitaba en esos momentos era que me echaran en cara lo mala mujer que fui.

Abruptamente me separé del árbol y giré nuevamente en dirección a ellas.

—¿Y por eso te fuiste? ¿Por esa estupidez nos abandonaste cuatro años? Andrea, por favor, no te eches toda la culpa. Diego no es el hombre perfecto y todos los sabemos. Óscar le dejó bien claro lo que pensaba de él la mañana siguiente que te fuiste.

—¿Qué?

Me froté la cara con una mano y solté aire.

—Se volvieron locos. Se golpearon mutuamente una y otra y otra vez. Y Óscar, Andrea…, nunca lo había visto así. Diego ya furioso dijo unas cuantas cosas y Óscar enloqueció. Habíamos estado bebiendo y todo se salió de control. Diego le rompió la nariz y una costilla, pero él tuvo que usar férula en el brazo durante un mes y tenía la cara llena de moretones; eso sin contar toda la sangre que había en el piso y la alfombra. Enserio, las cosas se pusieron feas. Mariel tuvo que sacar todas tus cosas de donde Diego porque desde entonces, todo entre nosotros pasó de estar mal, a ser peligrosamente mal. Carlos dijo que Diego destrozó su apartamento y se perdió por varios días en el alcohol. Y en cuanto a Óscar…—tomé aire. —, él estaba completamente perdido. Devastado. Me costó mucho trabajo hacerlo entrar en razón.

—¿Pero están bien? —preguntó Andrea con voz desesperada.

—Sí, ahora lo están. Dejaron las mariconadas a un lado y se dedicaron a buscarte, pero no tuvieron suerte.

Mariel intervino.

—Pero mira, Andrea, eso ya quedó atrás. Lo importante es que estás de vuelta y con una hermosa hija. Te quiero y a pesar de todo siempre vas a contar con mi apoyo.

—Yo también te quiero, Mariel

Se abrazaron mutuamente. Cuando se separaron, Mariel quitó los mechones de cabello tapaban la cara de Andrea y le sonrió, luego Andrea me miró y dio un paso hacia mí.

—¿Sofí?

Puse los ojos en blanco y resoplé con fastidio.

—¿Qué?

—Lo lamento. Enserio…enserio lo lamento. —Su voz se quebró, la mía se volvió dura.

— Bien. Este es el momento en el que te disculpas y yo te digo que también lo siento y nos abrazamos y juramos nunca más volver a pelear y nos decimos estúpidas palabras cursis como: Te amo, amiga. Perdóname por todo. Eres mi mejor amiga en todo el mundo y odié tanto no verte, te extrañé tanto como no tienes una idea. Lloré de desesperación durante noches porque te habías ido y no lograba encontrarte. Bla…bla…bla. No, Andrea. Yo no soy así y lo sabes. Es más, te odio.

Andrea escrutó mi cara durante uno momentos, antes de que sus ojos se pusieran brillosos por las lágrimas y una ligera sonrisa  de felicidad reprimida se extendiera en sus labios.

—Eres una perra maldita sin corazón. — me dijo.

Me encogí de hombros.

—Ya lo sabía, gracias. Yo te odio por dejarme.

Ella asintió eufóricamente y corrió hacia mí, ahogándome en un fuerte y realmente reconfortante abrazo.

La parte de mí que no estaba hecha trizas por haber abandonado a Sergio, gritó de alegría por dentro. Estábamos bien. Mi mejor amiga estaba de vuelta.

Sentí un ligero tirón del vestido a la altura de mi rodilla, bajé la vista y encontré a Valentina con una expresión de confusión en su cara.

—¿Ya no llodas?

Sacudí la cabeza y sorbí la nariz.

—No, ya no más.

Andrea se agachó y se sentó sobre sus talones quedando a la altura de la pequeña Valentina, acomodó su cabello y le besó la frente.

— Amor, quiero que conozcas a alguien muy importante. — Nos señaló— Ellas son mis mejores amigas, Mariel y Sofía. Son tus tías.

Valentina nos examinó de pies a cabeza. Supongo que durante su corta vida jamás había visto a una loca vestida de novia lloriqueando a la mitad de un parque. Andrea la incitó a saludarnos con un sutil movimiento de cabeza, Valentina apretó sus delgados labios en dirección a Mariel y luego me sonrió.

—Es igual a ti. —dijo Mariel riendo.

—Sí, me recuerda a ti de más pequeña. —aparté la vista de Valentina y miré a Andrea. —Pero tiene sus ojos.

Andrea afirmó con la cabeza en silencio.

 

*************************

Cerré la llave de la tina y me envolví en una suave bata de baño que apenas y me cubría por encima de las rodillas. Salí del baño y vi a Mariel con el teléfono pegado a la oreja dando vueltas por la estancia, cando entré a la habitación Andrea estaba guardando mi vestido blanco en una bolsa negra, de esas que uno usa para desechar la basura. Mi vestido de novia, aquel que debí usar para la ceremonia de esta mañana, no era basura. No lo desecharía. Lo conservaría como un recordatorio de todo lo que pude tener pero dejé ir por tratar de serle fiel a una estúpida promesa que hice cuando era una ingenua niña que vio al matrimonio de su madre fracasar por tercera vez. Juré que nunca me casaría. No importaba lo muy enamorada que pudiera estar, nunca me casaría.

—¿Qué piensas? –preguntó Andrea sentándose en la orilla de la cama.

—Que la única que persona a la que he amado realmente, seguro me está odiando en estos momentos. —derrotada, me dejé caer de espaldas sobre el colchón. Incliné hacia un lado la cabeza y vi a Valentina sonriente sentada en un rincón jugando con un oso de peluche que Sergio me había regalado el día de mi cumpleaños. A mí ni siquiera me gustaban los osos, sin embargo, ese lo conservaba. —Andrea. —gemí —, he dejado al amor de vida en el altar. Nunca me va a perdonar y sinceramente no espero que lo haga.

Andrea se recostó a mi lado, el tirante de su vestido color frambuesa cayó por su hombro y yo me entretuve acomodándolo.

—Puedes hablar con él, explícale tus razones.

—¿Crees que va a querer volver a verme después de esto?

—Dale tiempo, quizá te busqué. —su suave mano acarició mi muslo por encima de la tela.

Sacudí la cabeza.

—No va a hacerlo. Lo conozco, es un hombre bastante orgulloso.

—¿Por qué siempre eres tan  negativa, Sofía?

Me apoyé sobre mis codos para levantar el torso y mirarla.

—No. Soy realista, que es algo completamente diferente. —me mordí el labio. —Un hombre como él no puede confiar en una mujer como yo. Y aun así, suponiendo que me busque, ¿qué debería decirle?

—La verdad, que lo amas.— al decir eso, dirigió su mirada hacia Valentina y sonrió con nostalgia.

Dejé caer los hombros y volví a sentarme.

—Eso ya lo sabe.

Escuchamos a alguien aclararse la garganta, ambas levantamos la cabeza encontrando a Mariel sosteniendo su teléfono en las manos. Me miró dudosa antes de hablar.

—Era Carlos. —Ella y Andrea intercambiaron miradas.— Dijo que después de que te fueras, Sergio salió a buscarte. Estaba devastado.

—Mariel. —advirtió Andrea. Mariel la ignoró.

—Él en verdad te amaba. —concluyó.

—Lo sé. Sé que ama. Así como Carlos te ama a ti y como tú lo amas a él. Yo también lo amo. Lo creas o no, Mariel, yo amo a Sergio. —El cuerpo de Andrea se encogió de tristeza y pesar, así que le pregunté:—¿Y tú, qué piensas hacer?

—No puedes seguir escondiéndote de ellos. —acusó Mariel desde el umbral.

Andrea le dio un vistazo a su hija que nos miraba con una sonrisa en el rostro.

—Ella tiene que conocer a su papá. — habló en voz baja.

—Diego va a volverse loco. —dijo Mariel sacudiendo la cabeza.

Andrea y yo nos miramos, olvidándonos por un momento de la presencia de Mariel y Valentina. Andrea sabía que yo lo sabía. En sus ojos vi lo mucho que iba a costarle decir la verdad, pero íbamos a estar  bien. Todo terminaría bien.

—No sé qué hacer, Sofí.

Le sonreí a medias y apoyé la mejilla en su hombro.

—Somos un desastre, amiga.

Hasta que el sol se congele
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