EL MISMO JUEGO
Sofía
— ¡Acción!— A la orden, la grúa de la cámara comenzó a elevarse, siguiendo el recorrido previamente marcado.
Sergio seguía de cerca al camarógrafo y al encargado de audio. Traía puesto unos gigantescos audífonos por donde escuchaba el progreso de la escena. Hasta ese momento llevábamos alrededor de tres semanas de rodaje, y la película ya empezaba a tomar forma. Aún quedaba un largo proceso, faltaban varias semanas para que todo terminara. Quedaban dos meses todavía para deshacerme de Sergio Duarte.
—¡Corte! Cámbiense de vestuario y nos vemos en el tercer set.— indicó a los actores.— ¡Sofía!— gritó a pesar de que yo estaba justo a su lado.
—¿Qué quieres?— respondí malhumorada.
—Llévale esto a Guillermo –dijo, estirando la mano con unos papeles.
—Llévaselos tú, para eso tienes piernas.— por el borde de mi vaso lleno de café, vi su cara fruncirse con exasperación.
—Te estoy pidiendo un favor.— Habló entre dientes.
—Nunca escuché las palabras mágicas— canturrié a su alrededor
—¡Llévaselos!
—No.— dejé el vaso en la mesilla y de un salto me levanté de la silla que llevaba su nombre. Le sonreí con educación antes de emprender camino hacia algún lado.
—¿Sofía?
Me detuve ante el sonido de su voz llamándome. Lentamente me di la vuelta.
—¿Sí?—puse la mejor cara de inocencia que tenía.
Apretó los labios.
—Pareces niña caprichosa.
—Y tu un neandertal, pero yo no digo nada.
Suspiró y caminó hacia mí.
—Vas a llevarle estos papeles a Guillermo.— levantó la mano y los tendió en mi dirección.— Y no te lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo.
—Tus exigencias me las paso por…—me interrumpió
—¿Así?, enséñame.
Le arrebate las hojas y las rompí en su cara, docenas de trozos de papel volaron a nuestro alrededor. A los costados, se escucharon jadeos y murmullos. Nuestros ojos quedaron fijos, observándonos el uno al otro durante unos cuantos segundos. Ojos retadores, ojos amenazantes, iracundos. Ojos cautivadores, seductores. Sergio rompió el hechizo. Con una mirada cargada de enojo y autoridad, desalojó a los presentes al instante sin decir una sola palabra.
Con ímpetu me tomó del brazo y me arrinconó contra la pared. Solté un jadeo de asombro cuando mi espalda sintió el choque. Instintivamente coloqué mis manos sobre sus hombros.
—Dime, Sofía. ¿Por qué no sigues indicaciones?— dijo con voz grave y rasposa.
—Porque no se me da la gana, Sergio.— respondí sin más.
—¿Y de qué tienes ganas?—preguntó, cogiéndome deliberadamente de la cintura y frotando ligeramente su cuerpo contra el mío.
Dos segundos. Dos segundos fue lo que tardé en pensar una respuesta apropiada. En lugar de eso, clavé mis uñas en sus omóplatos y estrellé mi boca contra la suya. Me devolvió el beso al instante. Nuestras lenguas se encontraron y saquearon lo mayor posible. Los pulgares de Sergio presionaron los huesos de mi cadera y me sentí desfallecer. Sentí su rodilla colarse entre mis piernas, obligándome a separarlas.
Un débil gruñido salió desde su pecho al instante en el que pegué mi pelvis contra la suya. Gemí en su boca.
Esa fue la señal para alejarse.
A regañadientes.
—Es hora de volver a trabajar, señor Director.— dije con voz ahogada.
—Espera— me tomó del brazo nuevamente cuando empezaba a alejarme.
—Ahora, qué.— trague saliva.
Me miró de arriba abajo, sonriendo con altivez.
—¿Tu novio no se enojará al saber que casi has llegado al orgasmo con sólo haberme besado?
Sacudí la cabeza.
—Yo no tengo novio.— me crucé de brazos.
—¿No? Entonces quién era el hombre de la otra noche. Tú dijiste que era tu novio, y que él merecía más tu tiempo que yo.
Me encogí de hombros.
—Sé lo que dije, mentí. Yo no tengo novios, yo me acuesto con los hombres, nada más.
Soltó una carcajada. Una arrogante y masculina carcajada.
—Señor, tengo en la línea al encargado de...— Alicia apareció en el foro con una carpeta gris en el brazo y un teléfono celular en la otra mano. Cuando se percató de mi presencia, su voz se apagó de tajo.
Sergio dio cuatro pasos hacia atrás alejándose de mí.
—¿Decías?— Sergio se acercó a ella, Alicia bajó la cabeza.
Alicia era sumisa por naturaleza.
—Lo siento, señor.— miró en dirección al móvil y lo elevó hasta el campo visual de su jefe.— Usted me dijo que contactara a dueño del hotel que utilizaremos como locación y…
Sergio la tomó por los hombros.
—Está bien, Alicia. Gracias, dile que yo lo llamaré más tarde.— Se volvió para mirarme y guiñó un ojo.— Alicia, hágame el favor de reservarnos a una mesa para hoy en la noche a la señorita Sofía y a mí, en mi restaurante favorito.
Alicia asintió con obediencia y se retiró tan rápido como llegó, no sin antes dedicarme una mirada de disculpa.
—Lo lamento, señor. Tengo cosas que hacer.— hablé después que su asistente se fuera.
—¿Qué cosas, Sofía?— dijo, mientras fingía revisar el cuadernillo del asistente de producción.
—Cosas.— resoplé.— Cosas que no pienso decirte, cosas que no son de tu incumbencia.
Tranquilamente regresó el cuaderno a su lugar en la mesilla.
—Todo lo referente a ti…
—¿Te interesa?— lo corté
—No, Sofía. Me intriga.
Me burlé de él. Emprendí el último intento de salir del lugar, me cortó el paso.
—Te invito a cenar.—dijo, mientras acariciaba mi brazo, mis vellos se elevaron.
—No.—alejé mi brazo.
—¿Por qué no?— me miró con determinación.
—Porque yo no mezclo el trabajo con mi vida privada.
—Yo tampoco.—besó fugazmente mi oreja— Nos vemos en el estacionamiento.
—Como sea.— viré los ojos.
Habían pasado dos meses desde que Mariel se había ido con Carlos de viaje a Europa, y a Andrea ya casi no la veía desde que se había ido a vivir con el imbécil de Diego. Me la pasaba en las grabaciones, y haciendo absolutamente nada en casa.
La idea de salir y pasar un rato con Sergio Duarte, no pareció tan mala después de todo.
¡Acción! ¡Corte! ¡Se repite! ¿Listos? Cámara en 3…2... ¡Acción! ¡Cambio de vestuario! ¡Escena veintisiete, toma seis! ¡Desde el principio! ¡Yael, necesito más emoción! ¡Última y nos vamos!¡Acción! ¡Corte y queda!
Pasaron las horas, y la noche finalmente llegó.
Fue hasta que me subí al auto, que ya no estaba segura de si aceptar su invitación fue una buena decisión. Él debió notarlo, y la inquietud se reflejaba en sus ojos.
Sus constantes miradas empezaron a incomodarme.
—¿Qué?—lo miré— ¿tengo monos en la cara?— él negó— Entonces tómame una foto, duran más.
Regresó la vista al camino. En cada semáforo, descasaba su mano en mi muslo pero a los pocos segundos la retiraba.
—Y dime, ¿Dónde estudiaste fotografía?
Separé la mirada de la ventana y sonreí inocente.
—Pues ya sabes, un poco aquí y un poco allá. Algunos cursos, pero básicamente en la calle. Tuve que especializarme, sí, pero creo que fue talento natural.
—Cuanta modestia— musitó entre dientes.
—¿Cuál es tu historia, Señor Director?
Enarcó una ceja y me miró con curiosidad. Encogí mis hombros y con los dedos tracé a lo largo del cinturón de seguridad.
—¿Qué?— pregunté, mirándolo al mismo tiempo que de sus ojos emanaba un brillo particular.
Sacudió la cabeza mientras que de la caja de comando, metía la tercera velocidad. Centró su mirada en el camino y los coches a nuestro alrededor. Pensando, recordando, añorando.
—Es sencilla.— dijo al fin.— Padres amorosos, escuelas privadas, estabilidad económica, buenos amigos, excelentes maestros, apoyo por parte de mi familia y momentos precisos. Yo siempre tuve clara la idea de ser cineasta –su mano derecha abandonó en volante y afianzó la mía.— Fue fácil, muy fácil en realidad. La vida me acomodó las cosas de tal forma que pude llegar hasta este momento.
Me miró por el rabillo del ojo, y ese peculiar brillo regresó a su mirada.
Ahora lo envidiaba, lo envidiaba mucho. Pero por alguna extraña razón, me alegré por él, por su familia y por sus logros. La vida fue buena con Sergio, de eso no había duda.
Sin embargo, no era igual para todos.
En mi caso, mi familia no me apoyaba y nunca me apoyó. Fue difícil sacar a flote mi carrera, pero nada puede compararse con la satisfacción de restregarle tu primer salario a tu madre y poder decir: Lo logré.
Después de eso el futuro no fue tan complicado, casi puedo asegurarlo.
—¿Y el amor, Sofía?—preguntó de pronto, cuando pasábamos por debajo de un túnel.
Con el botón eléctrico bajé la ventana del automóvil, dejando que la fría brisa de la noche golpeara contra mis mejillas y revolviera mi cabello.
—¿Qué edad tenemos? ¿Dieciocho?— dejé salir una risa. — No, ya somos adultos. Las historias de príncipes y princesas pasaron a ser irrelevantes.— lo miré con seriedad.— Mejor dime, ¿hay una mujer que esté atendiendo tus necesidades?
Apartó la vista, y con mano dura maniobró nuevamente contra la palanca de cambios. Pisó el acelerador, y el motor rugió. La velocidad y la tensión, al igual que la incomodidad, aumentaron.
Posteriormente cuando llegamos al restaurante, nos asignaron el gabinete más alejado que tenían, brindándonos un poco de privacidad. Al pasar, muchos de los comensales volteaban la cabeza para mirar a Sergio Duarte. Algunos lo reconocieron y un chico de no más de diecisiete años, se acercó tímidamente a pedirle que le firmara su nueva cámara de video. Sergio aceptó encantado, pero me suplicó disculpas por desatenderme en ese momento. Para mí no hubo problema en absoluto, en cambio, disfruté verlo interactuar con uno que otro admirador. Nunca lo admitiría en voz alta, pero Sergio se veía hermoso cuando modestamente agradecía los galantes comentarios y las grandes alabanzas que la gente le hacía referente a sus cintas cinematográficas.
Después de todo el ajetreo, volvió a la mesa disculpándose por lo anterior. Minutos después, una despampanante mesera se acerco a nosotros con una radiante y picara sonrisa.
De acuerdo…
Poco después de la tercera copa de vino y mi aburrimiento casi llegando al límite con las meseras tratando de capturar la atención completa de Sergio, mi teléfono celular vibró en el bolsillo trasero del pantalón. Era un mensaje de Óscar.
¿Estás libre? Tu amiga y mi amigo fueron el fin de semana a no sé dónde. Regresan el domingo. ¿Quieres hacer algo? Tú, yo, mi cama, cuerpo a cuerpo…no sé, piénsalo.
Solté una carcajada tan fuerte, que la gente del costoso restaurante volteó a verme con mala cara.
Estúpidas y finas personas…
—¿Qué sucede?— preguntó Sergio.
Alcé la mirada hacia él y encogí los hombros.
—Nada.— pasé la mano por mi cabello.
Releí el mensaje y tuve que morder el interior de mis mejillas para no volver a reír. Le respondí lo primero que cruzó por mi cabeza.
¿Perdón?
Escuché a Sergio toser ruidosamente
—¿Segura que no es nada?— dijo al cabo de un par de minutos.
En ese momento, la contestación de Óscar llegó.
Era broma. (Bueno, algo así) ¿Quieres venir? O si quieres voy a tu departamento y vemos películas. Digo, si la señorita no es demasiado madura.
—¿Sofía?— llamó Sergio— ¿No vas a decirme?
Estaba dudosa entre responderle con la verdad o alterar un poco el fin del mensaje.
Preferí ignorarlo.
—Sofía.— habló con voz tajante esta vez.
Exigía mi atención.
— Es Óscar.
—¿Y quién es Óscar? —Levantó una ceja.
—El tipo de la otra noche, el de la fiesta. —sonreí con malicia. — Quiere que nos veamos.
—¿Ah, sí? —enarcó una ceja.
—Sí.—respondí con la mirada fija en el teléfono celular.
Tecleé una rápida respuesta para mi amigo.
Lo siento, estoy…un poco ocupada. Lo dejamos para otro día.
—Muy bien.— lo escuché murmurar algo más, algo que no alcancé a escuchar.
Cuando la mesera de larga y rubia cabellera nos trajo el segundo plato, noté que sus prominentes senos estaban a la altura de la cara de Sergio y éste no mostraba ningún disgusto.
¿Estás molesto? Bien. ¿Quieres jugar? Perfecto.
Me levante de golpe, murmure una disculpa y a paso rápido me dirigí al baño de damas.
Una vez frente al espejo frote mi cara con las manos mojadas y maldije en silencio. Inhalé, exhalé, conté hasta el diez y de regreso intentando calmar mis nervios. Del bolso saque mi labial y retoque mi maquillaje.
Ensayé mi mejor sonrisa.
—¿Todo bien? –preguntó Sergio, en cuanto regresé a la mesa y me senté.
—Claro –le sonreí y me dispuse a comer.
En lo que restó de la cena podía sentir sus ojos sobre mí cada vez que yo de forma un tanto descarada miraba, e incluso coqueteaba con algunos hombres en el restaurante.
¿Querías jugar, verdad? Juguemos.
Me quité la chaqueta y mis brazos quedaron al descubierto. Tome un gran trago de agua.
—Hace calor aquí ¿No? –dije en tono inocente mientras me abanicaba con la mano. – Te juro que me estoy asando –desabotoné los primeros dos niveles de la blusa.
—Yo estoy bien –se removió en el asiento con notoria incomodidad.
Me até el pelo en una coleta improvisada y sentí como recorría la curvatura de mi cuello con la mirada.
—Gracias por la cena, Sergio. De verdad.
Eso lo descolocó. En otras circunstancias, ninguno de los dos hubiera esperado esa oración.
—No hay de qué.— respondió confuso —¿Quieres postre?
—Tal vez luego. Creo que es hora de que me lleves a casa.
Estábamos por llegar a mi edificio cuando su mano se poso en mi rodilla suplicándome atención.
—¿Qué te pareció la cena?—preguntó
—Estuvo bien.— mordí mi labio. –Pero me muero por mi postre –le guiñe el ojo con complicidad.
En su cara, una auténtica sonrisa se dibujó. Mi corazón se agitó.
—Yo también.— confesó
—Pues ven por él.
Bajé corriendo de su auto para adelantar el camino mientras él estacionaba el carro. Al abrir la puerta del departamento, sentí sus manos en mi cintura y me hizo girar empujándome contra la pared.
—Gracias a ti, mi película finalmente tiene un título.— jadeó contra mi cuello. Con brutalidad se deshizo de mi blusa.
—Lo sé.
No entendía su punto. Con otro tirón, mi pantalón cayó a mis tobillos y salí de entre la tela. Con impaciencia le saqué la camisa, sus ojos disfrutaban la vista frente a él. Muy lentamente pasó un dedo entre mis pechos.
—¿Cuál era? ¿Podrías repetírmelo?
De pronto lo supe.
—Tómame.— supliqué.
Y lo hizo.
De distintas maneras, varias veces.
Todas diferentes y todas satisfactorias.
Él y yo, sólo eso.
Una noche sin restricciones, sin enamoramientos, sin falsas palabras de amor.
Sólo química. Deseo. Y atracción.