¿DEJASTE DE QUERERME?

 

Andrea

 

Nunca debí pensar que él me esperaría, un hombre no espera tanto tiempo.

Diego y Karen eran una pareja ahora.

Novios.

Vivían juntos.

Se amaban.

Iban a casarse.

 

—No hay nada más triste que saber que el amor de tu vida, ha encontrado a alguien.— le dije a Mariel la misma noche que había visto a Diego y Karen en el mismo restaurante al que él me llevó en nuestra primera cita. Reían y se besaban. Todo lo que Diego y yo alguna vez tuvimos.

—Entonces no era el amor de tu vida.— me aseguró ella.

—¿Por qué no?

Yo estaba segura que siempre amaría a ese hombre.

—Porque si lo fuera, entonces debería estar contigo sin importar qué. Así de simple. 

Lamentablemente tenía razón.

Un hombre sin esperanza no espera, pero un hombre con un propósito puede esperar toda su vida.

 

No había vuelto a ver a Diego desde aquella fiesta de Año Nuevo para celebrar el cumpleaños número cuatro de Valentina, seis meses después de que lo había encontrado en el pasillo del supermercado. Es decir, desde mi regreso, hasta Diciembre treinta y uno, únicamente lo había visto tres veces.

Y Valentina y yo, ya vivíamos con Óscar.

Lo peor de todo, era que hasta ahora me enteraba que había vuelto con Karen Cisneros, que estaban juntos desde hace dos años, y que iban a casarse. Él le había pedido matrimonio la misma madrugada en la que supo que Valentina no era su hija. Se supone que un hombre da ese paso porque adora a su mujer, no porque su amor del pasado ha tenido una hija con otro hombre. Aunque fuera su mejor amigo. ¿Era amor lo que sentía él por ella? ¿O era un simple y estúpido capricho? Tal vez, ¿un desquite?

La boda se celebraría a principios de Febrero, en la playa. Óscar era el padrino y Diego me había suplicado que no fuera por:

a) Sería incómodo para todos que la ex, fuera invitada.

b) Diego Carbajal, el hombre tan imponente y seguro de sí mismo del que me había yo enamorado, había reconocido tener miedo de confundir nuestros nombres y decir: “Sí. Acepto casarme contigo, Andrea para amarte y respetarte el resto de mi vida”

¡La tontería. Más grande. Que había escuchado. En la vida!

Y aún así mi pecho dolía, dolía mucho.

Diego había dejado de quererme.

 

*********************

 

Óscar

 

Cuando el nuevo año empezó, Andrea decidió que era momento de avanzar e intentarlo con alguien más. ¿Alguien más? ¡¿Alguien más?! No iba a permitir que ella, la mujer a la que yo amaba como a la vida misma, saliera corriendo a los brazos de otro hombre cuando finalmente la tenía solo para mí.

Para mi buena suerte, todos eran una bola de perdedores de cara bonita. Buen cuerpo, pero sin ambiciones.

Andrea y yo no éramos pareja, no teníamos ninguna relación salvo la amistad y confianza que poco a poco íbamos recuperando, y nuestros respectivos roles como los jóvenes padres de Valentina que éramos. No existía nada más allá de lo rudimentario. Ya no había miradas, ni bromas, y mucho menos tiempo a solas. Habíamos pasado de ser los mejores amigos, a prácticamente desconocidos que compartían el amor y cuidado de una niña de ahora cuatro años.

Pero la amaba.

Amaba a Andrea, y sin importar con quién saliera o quién intentara cortejarla, lo cual me hacía reventar y volverme loco de los celos, ella siempre llegaba a casa conmigo para dormir bajo mi techo. Ella siempre volvía a mí. Era mía sin saberlo y yo demasiado cobarde para decírselo.

Valentina soltó mi mano y salió disparada hacia Carlos y Mariel que estaban cubriendo al pobre e indefenso Santiago en bloqueador. Valentina lo abrazó por detrás y Santiago se puso rojo como un tomate.

Te entiendo perfecto, pequeño amigo. Vete acostumbrando, sólo empeora.

—¿Qué haces aquí, Andrea?— lanzó Diego a nuestras espaldas. Nos dimos la vuelta. Lucía realmente molesto.

—Tranquilo, no iré a tu boda— aclaró Andrea—  Aún no puedo dejar solo a Óscar con Valentina por tres noches seguidas.

—Te pedí personalmente que no vinieras.— alzó la voz.

—Oye, amigo, tranquilízate.— Dije, Diego me ignoró.

—Andrea, te lo pedí. ¿Tan difícil era hacerme un maldito favor?—dio dos pasos hacia ella, invadiendo su espacio personal.

—Diego, ya es suficiente.— Puse una mano en su hombro, con un movimiento la quitó.

—¿No entiendes que estando tú aquí, todo se arruina? — Ella permaneció callada, demasiado callada para mi gusto. — ¡Maldita sea, Andrea!— la tomó de los hombros y la sacudió.

Algo oscuro despertó en mi interior. Sin necesidad de utilizar demasiada fuerza, lo empujé hacia atrás y lo sujeté por el cuello de su camisa blanca. Me coloqué entre ellos logrando así, una barrera. Miré a Diego directamente a los ojos antes de decir:

—Vuelve a tratarla así, y voy romperte la cara sin importar que me lleven preso.

—Óscar... —llamó Andrea en voz baja, casi inaudible. Sus pequeños dedos presionaron alrededor del músculo de mi brazo.

—Andy, ve con Mariel y la niña, por favor. Ahorita las alcanzo. —ordené sin quitar la vista de Diego.

Andrea obedeció y se alejó lo suficiente para que yo pudiera hablar con el cabrón que tenía por amigo. Solté a Diego mientas le preguntaba:

—¿Qué ocurre contigo? —Me dio la espalda, avanzó hacia el área de equipaje y lo seguí. —¿Cuál es tu maldito problema? ¿Qué está ocurriendo contigo?—repetí.

Giró en mi dirección, totalmente exasperado, completamente furioso. Pellizcó del puente de su nariz y respiró pesadamente, siempre hacía eso cuando estaba estresado.

—¿Conmigo? —gritó. — Conmigo, nada. El problema es ella.— con un brusco movimiento de brazo, señaló a Andrea que nos miraba no tan disimuladamente.

—¿Por qué?— mi cuerpo se puso en alerta.

Se frotó la cara con las manos.

—¿Qué crees que piense Karen sobre esto? ¿Cómo voy y le digo que mi antigua prometida está aquí?

—Fácil, dile la verdad. — Me crucé de brazos.

—¿Cuál es la verdad, Óscar?— adquirió una posición amenazante.

—Que vino conmigo y que no dejaré que ustedes dos estén cerca.

—¿Y por qué harías eso? —alzó una ceja. — ¿De pronto te has vuelto posesivo con tu querida amiga?

¡Detengan todo! Diego Carbajal estaba celoso de mí.

—Y no sólo eso, estoy muy molesto de que hayas hecho sentir mal a Andrea.

—Andrea no te incumbe.—se enderezó y avanzó hacia mí. Por un momento creí que me golpearía.

—Es mi amiga. Puede que ella tenga escrúpulos en defenderse pero yo no. Es una mujer maravillosa, y seguro estoy que no te la mereces.

Se rió en mi cara.

—Y tú sí, supongo.— hizo un movimiento con la cabeza

—Quizás sí.— respondí seguro.

Su expresión se endureció, sus nudillos se volvieron blancos por cerrar las manos en un puño, aspiró violentamente para terminar bufando contra mi cara. Si él me golpeaba, yo respondería gustoso.

—Te perdoné una vez, no pienso permitir  una segunda. Si sabes lo que es mejor para ti, te mantendrás alejado de ella.

—¿O qué?— me acerqué aún más. Nuestras narices casi chocaban—  No puedes tenerlo todo, Diego. ¿Quieres a Andrea o a Karen? Elige.

 

Por la tarde, una vez instalados en el hotel, Valentina y yo estábamos haciendo castillos de arena en la playa llena de gente. Ocasionalmente miraba a Andrea que estaba sentada en un reposadero con su cuerpo envuelto en un amplio, delgado y transparente blusón anaranjado. Un enorme sombrero cubría sus ojos del sol y estaba leyendo un libro. 

Un desconocido hombre cercano a los treinta y tantos se acercó seductoramente a ella. Andrea aparentaba ser amable mientras se limitaba a responder con simples monosílabos, pero en realidad estaba demasiado incómoda, así que me acerqué.

—¿Puedo ayudarle en algo, caballero?—le pregunté tocando su hombro. El sujeto se dio la vuelta y me miró con aire de superioridad.

—No. El asunto es entre esta cosa bonita, —la señaló, arrastrando las palabras.— y yo.

Perfecto, el tipo estaba ebrio. Para mí, el hombre podía darse por muerto. Me interpuse entre ellos, mi mano fue directo al antebrazo del sujeto, lo obligué a retroceder.

—Pues permítame decirle que esta “cosa bonita” como usted le dice, es mi mujer y la madre de mi hija. Así que si tiene aprecio por su vida y no quiere morir, le pido de la manera más atenta que se retire de aquí.

El tipo volteó a verla y le mandó un beso.

—Nos vemos después, bonita.— le dijo a lo lejos.

Andrea rodó los ojos y regresó la atención a su libro, pero había dejado de leer.

—¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes. —se encogió de hombros.

—Te he salvado la vida.— jugueteé un poco para aligerar su malestar.

Las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente. Apenas una diminuta sonrisa.

—No es para tanto.

—¿De qué se trata el libro que estás leyendo tan concentrada? –dije mientras me sentaba sobre mis talones para poder echar un vistazo a la portada.

—No te interesa, es algo aburrido. —Andrea cerró el libro y lo dejó sobre sus largas pernas.

La miré divertido.

—Puede que no me interese lo que diga el libro, pero me gusta el brillo de tus ojos mientras lo lees. Quiero saber qué es eso que tanto te emociona.

Por la expresión de su cara me di cuenta que recordó aquella plática que tuvimos sobre lo que hacía que ella se enamorara de un hombre, la noche que perdió a su bebé. Hice el comentario con intensión, y Andrea había reaccionado como yo esperaba.

—Es sobre una mujer cuya hermana fue brutalmente asesinada— comenzó a explicar— Ella se impone la misión de buscar al asesino, pero la historia da un giro totalmente inesperado.— Me miró y sus mejilla se pusieron coloradas. Sonreí— Es…interesante.

—Apuesto que sí— con mi dedo índice rocé la punta de su nariz.

 

***********************

Andrea

 

Óscar no se había apartado de mí desde entonces. Todos sabíamos que mi presencia incomodaba demasiado a Karen y por la expresión de Diego me di cuenta que se sentía entre la espada y la pared.

—¿Cómo te sientes?—me preguntó Óscar una vez que regresamos a la habitación.

—Pensé que sería más difícil pero no. Tú estabas ahí.— sacudí la pelusa invisible de sus hombros.

—Sabes que pase lo que pase, siempre vas a tenerme a tu lado para lo que sea.— Me tomó por la cintura. —Hablo enserio, lo que sea. Cualquier cosa que necesites yo voy a dártela, así no tienes que pedírsela a nadie más.

—¿Aunque vuelva a irme?

—A donde tú vayas, yo iré.—prometió.

—Te quiero mucho, Óscar. No sabes cuánto me alegro de que estés conmigo. — pasé mis manos por su espalda y lo abracé.

—Pero yo te quiero mucho más de lo que tú me aprecias a mí, creo que  eso ya lo sabes.

En un simple pestañeo nuestras narices estaban rosando, sentí el delicioso aliento a tabaco mentolado entrando por mis fosas nasales ya que la distancia entre nosotros era de sólo unos milímetros. Se relamió rápidamente el labio y fue ahí cuando me di cuenta que lo que más anhelaba era besarlo. La idea de besarlo me daba pavor, pero al mismo tiempo me sobreexcitaba como nada antes. Sentir sus finos pero bien formados labios sobre los míos una vez más, era lo que deseaba en ese momento. Sabía que me arrepentiría después, pero poco importaba en la situación actual. Lo único que quería hacer, era besarlo y besarlo y seguir besándolo. Así que lo besé.

Nuestros labios se recordaban, temblaban de alegría y estaban más que agradecidos por haberles hecho el gran favor de volverlos a juntar.

Continué besándolo hasta que un extraño escalofrío recorrió mi espalda.

—No. Alto.— dije con un hilo de voz.

Él bajó la cabeza, y casi inmediatamente alzó la vista con una coqueta y sugerente mirada en los ojos.

—¿Por qué? Te salvé la vida— respondió con una sonrisa y no pude evitar reír.

—¿Piensas sacar provecho de esto? —Pareció considerarlo unos segundos. —¡Oye! — golpeé el lateral de su cabeza. Rió divertido.

—¿Nunca has visto las películas? —preguntó. — El superhéroe salva a la chica y después se besan.— descansó una de sus manos sobre mi mejilla.— Podríamos intentarlo.

Me mordí el labio.

—Óscar, esto no es una película.

Pegó su frente a la mía y susurró, sólo para nosotros:

—Tienes razón, esto es el mundo real. Pero aún así, podemos ser una obra de arte.

Mi piel se heló cuando escuché eso. El diálogo de novela romántica no era acorde a la situación, sin embargo, mi corazón saltó al mil y decir que mi respiración se cortó era poco a comparación de todo lo mi cuerpo llegó a sentir en ese momento.

—¿Qué está pasando con nosotros, Óscar? Dime a qué estamos jugando.

—Esto no es maldito juego, Andrea. No para mí. —respondió, con los ojos fijos en el movimiento de mis labios.

— Entonces, ¿qué demonios estamos haciendo? ¿Qué nos estamos haciendo? —me aseguré de enfatizar el plural del pronombre.

— Nos estamos matando de a poco. —aseguró. — Las personas mueren de amor todos los días, ¿Por qué con nosotros tendría que ser diferente? ¿Por qué retrasar lo inevitable?

Bueno, que me parta un puto rayo. Él tenía razón.

 

La noche siguiente y faltando menos de veinticuatro horas para la boda de Diego, todo parecía ir de acuerdo al plan original. Nadie halaba con nadie y nadie confundía a nadie. Cada  quién estaba atento de sus propios asuntos.

Óscar y Carlos en la despedida de soltero con los invitados.

Mariel ofreciéndose a cuidar a Valentina para que jugara con Santiago.

Isabella manteniéndose lejos de Óscar.

La madre de Karen y la madre de Diego ayudando a la novia con los toques finales…

Y yo, fumando; ocultándome en la soledad de la habitación de hotel disfrutando la paz y tranquilidad que el cielo despejado de una noche de estrellas y luna llena me había regalado antes de rendirme y aventurarme.

Un ruido cercano me hizo regresar a esta realidad, abrí los ojos, miré a mi alrededor y me encontré con la silueta de Diego en su balcón recargado en el barandal y mirando a un punto fijo.

— ¡Hey!— lo llame, él buscó de donde provenía la voz— ¡Aquí abajo, a tu izquierda!— me vio y sonrió.

—Andrea...hola.— sonaba nervioso.

—Oye, ¿no deberías estar en tu despedida de soltero con los chicos?

—Sí, debería. — hizo un lento asentimiento con la cabeza. — Pero…—continuó. —, de pronto me sentí mal, creo que es algo que comí. Sí, eso debe ser.

—¿Qué está mal?— pregunté.

—¿Perdón?— miró en todas direcciones, exclusivamente para corroborar que estábamos solos.

Seguramente parecíamos un par de excéntricos hablando de balcón a  balcón, pero sólo así, con toda esa distancia, nos sentíamos seguros y cómodos para halar el uno con el otro.

—Diego, te conozco. Cuando algo anda mal contigo, ya sea que estés preocupado, enojado o triste, siempre buscas aislarte y pensar acerca de eso que te incomoda. —lo miré. — ¿Qué está pasando que te tiene así?

—Andrea, no quiero hablar sobre esto contigo. —esquivó mi mirada.

—A pesar de todo seguimos siendo amigos, Diego.

Soltó una grave y cruel risa que me hizo querer golpearlo por todas las veces que me había hecho llorar.

—Tú y yo no somos amigos, Andrea. Nunca fuimos amigos, lo sabes perfectamente.

¿En qué momento se había vuelto tan…patán?

—¡¿Estás hablando enserio?!

—El tenerte aquí me confunde, Andrea. —respondió de inmediato.

—Diego, yo vine por mi hija y para acompañar a Óscar. Pero créeme que no tengo ni la menor intención de irrumpir tu boda mañana, así que no tienes nada de qué preocuparte. — dejé caer el cigarro consumido al vacío, descargando mi enojo en el tabaco y no en el hombre. — ¿Acaso piensas que mañana por la tarde voy a entrar a la iglesia gritando: ¡Yo me opongo!?

No me miró mientras decía:

—Sí, aún espero que lo hagas.

¿Se suponía que su respuesta algo cambiaría? ¿Era una indirecta? Imaginé que sí. No era como que realmente fuera a hacerlo, pero según yo, eso debía avivar mi corazón, ¿cierto?

 

¿Cierto?

 

No lo hizo.

 

—Si te hubieras casado hace unos…no sé, cuatro meses…, entonces  lo hubiera hecho. Hubiera gritado en frente de toda la iglesia cuánto te amaba y lo mucho que anhelaba que no te casaras. Pero, Diego, increíblemente no siento esa desesperación que en otro momento me habría obligado a seguirte hasta el fin del mundo con tal de fuera a mí a quien tú eligieras. Tristemente, debo decir, ese sentimiento que me mantenía aferrada a ti, ha ido desapareciendo. Comenzó a irse el día que miré a la derecha buscando consuelo y en lugar de encontrarte, vi a Óscar.   

Dicho eso entre nuevamente a la habitación, cerrando tras de mí el ventanal del balcón. No pasaron ni tres minutos cuando alguien tocaba desesperadamente la puerta del cuarto 232. Mi habitación. Abrí sin preguntar y antes de que yo pudiera reaccionar, Diego estaba besándome.

—¿Dejaste de quererme? —peguntó frenético. Luego me besó como nunca antes él me había besado. Sus labios violentando los míos, su lengua luchando contra la mía, sus dientes devorando todo lo que tocaba, y su ser, después tantos años, estaba otra vez absorbiéndome.

Perdí el control de mi cuerpo. Sin embargo, en algún momento me di cuenta de que yacíamos en la amplia cama y que Diego esta desnudándome. Mi blusa había desaparecido, dejándome únicamente en un top color negro y un pantaloncillo azul. La imagen de Óscar besándome la noche anterior, me cayó como un balde a agua fría. Sentí, en algún lado de mi enrevesado corazón, que lo estaba traicionando.

Esto, este beso, no se sentía bien. No era mágico como cuando besaba a…

Oh, mierda.

—¡Diego, no!—  lo aparté de un empujón pero ágilmente volvió a colocarse sobre mí, entre mis piernas.

Gimió por la fricción constante de su entrepierna con mi vientre y más abajo. Tuve que morder mis labios casi hasta sangrar para evitar gemir también. Atacó mi boca con besos arrebatadores.

—Andrea, pensé que podría odiarte; borrarte de mi cuerpo y de mi mente, pero todo lo que hago es en vano porque no puedo olvidarte. Yo aún te amo.— dijo entre besos.

—Diego, esto está muy mal, vas a casarte.— Quise hacerlo entrar en razón. Apreté las piernas juntas cuando sentí los dientes de Diego clavarse en mi cuello.

—Dime que amas, Andrea— su respiración estaba agitada— No pudiste haber dejado de amarme sólo porque sí. Dime que me amas. Vamos, Andy, dímelo y te juró que cancelo esta boda. Déjame tenerte. Déjame sentirte otra vez. Déjame recordar tu cuerpo. — Me quedé callada, dejé que tomara un poco más. Toma lo que quieras, Diego, pero no me dejes vacía.  —Andrea, tú aún me amas, ¿cierto?— su voz empezó a temblar, como si tuviera miedo.

Tenía un hueco en mi pecho. Lo quería, aún lo amaba y lo haría siempre.

—Sí— lo miré a los ojos— Pero tú tienes que irte, porque te casas mañana.

Diego sostuvo su peso sobre sus antebrazos para poder mirarme.

—¿Eso es lo quieres, que me case con Karen?— me miró como si estuviera loca.

Sin saber que decir, respondí con otra pregunta.

—¿Tú quieres casarte con ella?

—Sí, creo que sí.— dejó caer la cabeza, su respiración jadeante chocaba contra mi estómago.

—¿Entonces qué haces aquí?

Besó suavemente el lugar entre mis pechos.

—Necesito estar contigo una vez más.— dijo y rodó hasta el otro lado de la cama. De un tirón me levanté y lo miré, tuve que ahogar mis deseos de aventarme sobre él y olvidarme de todo.

Óscar.

Óscar.

Óscar.

Su nombre resonaba en mi cabeza igual que una canción de mi banda favorita. 

Aturdida, acudí la cabeza.

—No, Diego. Se acabó. – Su mirada se volvió terriblemente triste.—Vete.

Se incorporó, estaba furioso. Su cuerpo se acercó al mío una vez más, pero a pesar de los nervios no retrocedí. Temblé, me estremecí, pero no me alejé.

—Muy bien. —afirmó lentamente con la cabeza. — Pero que te quede claro, Andrea, que sin importar lo que digas, sólo yo puedo amarte aún en la distancia.

¿Y Óscar?

—Podemos estar cerca el uno del otro o estar separados por todo un océano. Algo es seguro, hemos dejado de amarnos.

—¿De verdad lo crees?

—Ya no nos amamos como solíamos hacerlo, eso lo perdimos incluso antes de que te fueras con Karen casi cinco atrás. Era cosa de tiempo, Diego. Y te juro que si no te hubieras ido, nuestras vidas habrían acabado totalmente diferente a como lo hicieron.

Sacudió la cabeza.

—No

—Se acabó, Diego.

—No, Andrea. Esto no ha terminado. —  Salió de la habitación más dolido que molesto.

Si no había acabado, yo haría lo que fuese por que acabase. Lo necesitaba lejos de mí por todo lo que hizo y todo lo podría llegar a hacer, por todo el coraje que le tenía y por todo el cariño que guardaba y guardaría para él en mi corazón.

No es por asustarte, Andrea, pero voy a marcar tu vida.

Y vaya que lo hizo.

 

Amor y odio, pasión y dolor; emociones tan opuestas entre sí y sin embargo tan parecidas, que a veces parecían la misma.

Me lancé en la cama sintiendo que en cualquier momento abandonaría este mundo para entrar en tierra peligrosa: la tierra de las confusiones amorosas, dónde jamás creí volver a ser visitante. Ojalá esto de querer a alguien se pudiera definir de una sola manera, ojalá alguien comprobara que tal sentimiento hacía la diferencia entre las formas de querer. Ojalá los temas del corazón fueran tan sencillos.

Hasta que el sol se congele
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