BRUJA MALVADA
Andrea.
Recordar los viejos tiempos siempre sería algo divertido después de todo. Sofía, Mariel y yo, empezábamos a hacer vida separadas. A veces la nostalgia llegaba como la briza del mar y los recuerdos llegaban y se iban como las olas. Extrañaba todo, las extrañaba a ellas. A veces despertaba anhelando las batallas por el baño, el plato del desayuno listo, escuchar a Mariel parlotear sobre su increíble novio, o a Sofía hablando acerca del hombre de la noche anterior. Ese tipo de cosas era lo que extrañaba; las noches en vela con películas, salir de fiesta, platicar con ellas, abrazarlas. Sentirlas cerca. Extrañaba a Carlos también, por supuesto, pero él era más del tipo de hermano y sin importar lo que pasara, siempre podía acudir por su ayuda. Mariel era más bien como esa persona que llega a tu vida, te hace sonreír y luego toma su propio camino dejándote con un buen recuerdo. Por otro lado, Sofía era del tipo de persona que uno no puede sólo dejar ir, porque siempre estaría ahí. Así como Óscar, son gente a las que te aferras, que te sostienen pero que también tienes que ayudar a salir a flote, son personas que estarán contigo toda tu vida. Y Diego era un hombre, un hombre con metas, con sueños, triunfos, orgullo y humildad. El tipo de hombre que enamora, pero que también rompe tu corazón, y después hace lo posible por volverte a enamorar.
—Óscar, ¿ya te conté que me voy a casar?— estiré la mano presumiéndole mi anillo.
—Como doscientas veces, mujer. Cada vez que nos vemos no dejas de repetirlo.
Comprimió la envoltura de la hamburguesa y la tiró al contenedor de basura más cercano. Diego nos abrió la puerta del establecimiento de comida rápida.
—Y a todo esto, ¿cómo te fue con las chicas?— preguntó. Dio un sorbo al sobrante de mi bebida de limón.
—Bien. — sonreí con felicidad. — Ya sabes, lo mismo de siempre, tonterías y ridículos en vía pública. — Diego puso los ojos en blanco. — Y Mariel no dejó de hablar sobre su maravillosa propuesta de matrimonio y los planes que tenían para la boda.
Me puse de puntitas y lo besé en los labios. Óscar se cubrió la cara con el antebrazo.
—Chicos, procuren no besarse ni meterse mano durante la película. Me dan asco.
Abracé a Óscar por la cintura, mis manos se introdujeron en la tela, encontraron el calor de la piel desnuda de su espalda debajo de la camiseta. Él me abrazó por los hombros.
—Óscar, consíguete una novia.— le dije.
Su cuerpo se tensó.
Besó mi cabello y a poyó su mejilla en mi sien.
—La chica que quiero, parece ya estar ocupada.— respondió.
Diego palmeó de su brazo.
—Mala suerte, hermano.
Óscar me estrujó en sus brazos una vez más antes de soltarme.
El sol de Abril en primavera siempre suele ser el más hermoso, es como las lunas de Octubre, iluminan con belleza y exageración nuestros caminos. A veces me he puesto a pensar que yo soy como un sol, que todos somos el sol de nuestro propio sistema solar. Las personas que conocemos y las que son más cercanas a nosotros, son similares a los planetas y creo también que las experiencias vividas, los momentos compartidos, las alegrías, las tristezas y los recuerdos, son equivalentes a las estrellas del espacio.
Con nuestros dedos entrelazados, Diego y yo caminamos por la acera con Óscar siguiéndonos de cerca. El sol estaba esperando la hora para ocultarse, pero aún así seguía resplandeciente, igual que las risas de los niños que jugaban en el parque. La vida era sencilla después de todo.
La entrada al centro comercial y la marquesina con la cartelera del cine se veían desde la esquina de enfrente. Una mujer quedó petrificada a mitad del camino hacia su auto cuando nos vio cruzando el estacionamiento. Diego también se detuvo, y a nosotros con él. Por la cercanía de nuestros cuerpos, sentí perfectamente como cada uno de sus músculos se iba tensando poco a poco. Me agarró con fuerza la mano.
—Es mi madre.—dijo Diego con la mirada fija en la mujer.
Óscar apretó los labios contra mi oreja.
—Te va a odiar.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Se supone que eso me anime de alguna forma?
—Saluda a tu suegra— dijo él. Su puño golpeó mi brazo y con la cabeza señaló hacia el frente.
Nos acercamos a la señora la cual después de mirar a su hijo, no apartó la vista de mí.
—Hola, madre— Diego inclino la cabeza como especie de saludo.
—Me alegro de verte, hijo.
Diego endureció la mirada y me tomó por la cintura.
— Madre, ella es Andrea Navarrete. — se aclaró la garganta. —Es mi prometida.
La mujer se sorprendió tanto que retrocedió y trastabilló un poco, sus ojos se ampliaron y frunció la boca.
— ¿Prometida?— escandalizó — ¿Por qué no me lo habías informado?
Diego encogió los hombros.
—Sucedió hace poco.
La señora me observó con recelo.
—Pues tú sabes lo que haces, Diego. Ya estoy cansada de tus idioteces. — Regresó la mirada a su hijo. — Nunca pudiste tomar decisiones adecuadas, desde tus amistades…— señaló a Óscar con el dedo — tu carrera, y ahora esto. —agitó la mano en mi dirección con desdén.
Permanecí con la cabeza alta pero sin prepotencia, preparada para que cualquier insulto que la mamá de Diego soltara se me resbalara por el cuerpo.
— Madre, tenemos cosas que hacer. —Diego me acurrucó en sus brazos. —Dale mis saludos a papá.
Por un momento pareció que la mujer abriría la boca y diría algo más, pero inteligentemente permaneció callada. Asintió con la cabeza rígida y retomando sus aires de superioridad, paso de largo golpeando no tan sutilmente a Óscar con el enorme bolso.
—Mi suegra parece una bruja sacada de Hansel y Gretel, me da miedito. – Le murmuré a Óscar para luego dirigirme a Diego— Vale, creo que tu madre me ama. — palpé su pecho.
—También a mí, y no sabes cuánto adora a mi mejor amigo.— besó mi mejilla.
Me tomó nuevamente de la mano para seguir caminando, miré disimuladamente por el camino en que la mamá de Diego se había ido hasta que escuché una risita de Óscar. Volteé a verlo y vislumbré algo rectangular de un color rojo brillante entre su chamarra.
¡No puede ser!
— ¿Y eso? ¿Es la cartera de su mamá?— le pregunté y este sonrió maliciosamente.
—Ahora…corre— me jaló del brazo, separándome de mi novio— ¡Diego, tu madre invita el cine!—gritó sobre su hombro mientras corríamos hacia la entrada del centro comercial ahora tomados de la mano.
Después de la película, Óscar nos convenció de comprarnos algo con la tarjeta de crédito de mi adorada suegra, dijo que él había aprendido a falsificar la firma de la madre de Diego desde los dieciocho años. Al llegar a casa, cada uno tenía cerca de siete bolsas entre ropa y zapatos.
—Tu madre ahora enserio va a odiarme. — le dije a Diego, mientras entraba a nuestra habitación a dejar mis nuevas adquisiciones.
Junto a la almohada había una pequeña bolsita de regalo con estampados de pelotas de béisbol, del interior saqué un pequeño mameluco color azul cielo que al frente tenía bordada la frase: Mi mami es la mejor. Lágrimas de felicidad se acumularon en mis ojos. Salí de la habitación con una sonrisa en el rostro, Óscar estaba aplastado en el sillón viendo la televisión y con una de las cervezas de Diego en la mano, corrí hacia él y lo envolví en mis brazos. Lo abracé fuerte.
—Sé que has sido tú. Gracias. — Besé su mejilla.
Él sabía exactamente a lo que yo me refería.
—Sí. Pero no se lo digas a Diego, va a pensar que me he vuelto igual de marica que él. —bebió un trago de cerveza.
Le sonreí mostrando todos mis dientes.
—¡Amor! —le grité a Diego que estaba en la cocina. — ¡Óscar se está tomando tu cerveza!
Mi amigo dejó la botella en la mesita de centro, enroscó su brazo en torno a mi cuello, inclinó mi cabeza hacia abajo y con rudeza frotó con sus nudillos la parte de arriba de mi cabeza. Lancé un pequeño grito agudo.
—Esta era mi cerveza, este era mi sillón. — Encajé con fuerza mis dientes en la piel de su brazo hasta que me soltó. — y ese era mi mejor amigo.— señaló a Diego — Ahora que vas a convertirte en la señora de Carbajal todo será tuyo. — alargó la mano hasta alcanzar la botella de cerveza. —Incluso el amor de mi vida se irá contigo. ¿Qué te pasó, Diego?
—Me enamoré, amigo. —se encogió de hombros.
—Creí que lo nuestro era real— Óscar estrujó un cojín contra su pecho.
Entré a la cocina a preparar la cena, de lejos pude ver como Óscar miraba con resentimiento a su mejor amigo. Me quedé así un rato, observándolos, sintiendo alegría emerger por mi cuerpo al saber que tendría a ese par de hombres en mi vida para alegrar todos mis días.
Diego intentaba consolar de alguna manera a Óscar, él lo abrazaba y su amigo se alejaba.
— ¡Quítate, no soy un oso de peluche!
Óscar gritaba y hacía pucheros como los que un niño de cinco años haría cuando tratan de contentarlo. Diego a veces podía ser demasiado empalagoso.
La semana pasó demasiado rápido. Óscar y Sofía me acompañaron a la clínica para la cita con la ginecóloga, ya que Diego estaba siendo succionado por el trabajo. Por los tres meses que tenía de gestación, únicamente se pudo hacer una ecografía trasvaginal. El doctor dijo que debía yo bajar la velocidad, que procurara no hacer ejercicio excesivo, eso significaba dejar de bailar durante los seis meses restantes.
Mariel y Carlos me hablaron sobre sus planes de tener un hijo, ella quería gemelos, él deseaba todo un regimiento.
Sofía terminó de trabajar en la producción de cine, recibió un excelente cheque por sus servicios y lo primero que hizo fue comprarse una nueva y más moderna cámara fotográfica, ya que por mi culpa, según lo que ella dice, soy una maldita perra embarazada que no puede ahogarse en alcohol y no le quedó otro remedio más que comprar la cámara.
Era viernes por la noche y ya que Diego y yo estábamos cercanos a cumplir un año de estar juntos, pensé que sería una buena idea inventar una cena de celebración por nueve meses de relación, antes de que la amenaza de reposo absoluto arruinara las cosas.
La puerta principal se abrió violentamente de par en par detrás de mí, Diego entró torpemente dejando caer sus llaves al suelo para después cerrar la puerta de una patada. Tuvo que parpadear varias veces antes de cerciorarse quién era la persona que estaba de pie sola en la estancia; se congeló.
—Perfecto, planeo algo lindo y tú vienes ebrio. —puse mis manos sobre las caderas.
Diego sacudió la cabeza acomodando sus ideas.
—Cierto, vives conmigo— lanzó una pequeña carcajada. Le di un golpe en el brazo que casi lo hace caer. — ¡Hey! No te aproveches de un hombre en mal estado. Eres fuerte. — Bajó la cabeza.
—Y eso que no has visto nada. ¿De dónde vienes?
Dio una pasos hacia adelante deteniéndose casi al instante por el tambaleo de su cuerpo buscando apoyo en el marco de la cocina.
—Fui a casa de Óscar porque me dijo que había algo muy importante que necesitaba decirme. –respondió mirándome fijamente.
— ¿Enserio?—pregunté— ¿Y qué cosa era?— me crucé de brazos esperando su respuesta.
—No sé, cuando llegué estaban Daniel y otros amigos que hace meses no veía, me dieron un panqué por haber sido mi cumpleaños y terminé drogado. —Asintió con la cabeza —Eso pasó….creo. La verdad es que no estoy muy seguro.
Me quedé mirándolo finamente mientras él caminaba de aquí para allá, por todos lados hasta que finalmente se tropezó con el respaldo del sillón y fue a dar hasta el otro lado del salón. Sí, definitivamente estaba drogado.
Rodé los ojos.
—Recuérdame matar luego a Óscar. —Ayudé a Diego a levantarse y ponerse de pie. — Cielo, vamos a la cama, debes descansar.
— ¿Haremos cositas?— Alzó las cejas con una expresión algo pervertida en su rostro.
Negué con la cabeza.
—No.
Lo llevé de la mano hasta la habitación y lo obligué a sentarse a los pies de la cama para poder desnudarlo.
—Eres mía ¿cierto? —preguntó, mientras yo terminaba de quitarle la camisa y empezaba a desabrocharle los pantalones.
Alcé la vista, y mirándolo a los ojos, susurré una afirmación.
Le brillaron los ojos, movió su cabeza hacia mí, acercándose para poder besarme. Giré el rostro y sus labios cayeron en mi mejilla.
—Bésame, Andy. —pidió.
—No. Mejor cállate, estoy molesta contigo.
Aferró mi cabeza entre sus manos y se inclinó hacia mí nuevamente.
—Cállame.
Lo agarré por la barbilla y lo aparté.
—No. Olvídalo, campeón— con mis manos sobre su pecho desnudo incliné su cuerpo hacia atrás hasta que su espalda tocó el colchón. — Lo único que lograrás de mí hoy, es que te ayude a desvestirte.
Tiré de sus pantalones hasta dejarlo en ropa interior, y a un lado de la cama puse un bote para el vómito. Diego se quedó dormido casi inmediatamente.
A la mañana siguiente antes de irme temprano a trabajar, dejé el desayuno listo sobre la mesa junto a una nota:
“Espero que el jugo y la fruta ayuden de algo porque tienes una cara horrenda”
Llegando a la librería recibí un mensaje:
Te enamoraste de aquel que posee esta cara horrenda, mujer. La verás todos los días por el resto de tu vida. Empieza a amarla, además…dice mi mami que no soy tan feo…bueno, la verdad mi mami me odia.
Esperé diez minutos antes de saber qué contestar.
Amo tu cara cuando no parece decir: —Mi prometida hizo algo romántico para nuestro casi aniversario y yo llegué drogado, lo he arruinado—. Ya vete al trabajo, tienes unas cuantas juntas. –Andy
Dejé mi teléfono sobre el mostrador.
Lo más curioso de la mañana fue que la misma chica que había comprado el libro sobre el ángel caído el día que conocí a Diego y Óscar, había regresado por nuevos libros, esta vez eran sobre la típica heroína en un mundo futurista. La joven de nombre Jessica me recordó al instante en que entró a la librería. Después de eso, lo demás fue aburrido.
Cerca del medio día recibí otro mensaje de Diego.
Soy tu prometido sexy que conociste mientras tenía una carpeta negra. ¿Me perdonas? Perdóname o bebé llorará. He mandado a Óscar a que le patees el trasero por mí.
Rápidamente tecleé una respuesta
No metas a bebé en esto. A ti también voy a patearte.
P.D. Prepara el hielo.
Pocos minutos después, entró Óscar con un pañuelo blanco en la mano. Guardé el celular en el bolsillo trasero de mi pantalón y puse los ojos en blanco.
— La paz no servirá conmigo, Óscar. Hoy no.
En verdad estaba molesta por todo lo sucedido, y para puntos a favor, él se dio cuenta al instante, así que no insistió.
—Estoy aquí para ser tu esclavo toda la tarde.
— ¿Ah, sí? — Él confirmó con un movimiento de cabeza. — Bien, veamos…— examiné rápidamente la lista de pendientes. — Ordena ese estante por orden alfabético. — señalé el mueble del rincón.
—No hay problema, jefa.
Los clientes entraban y salían. Acomodé unos libros, hice el inventario y abrí algunas cajas. Óscar había permanecido demasiado callado para mi gusto así que tuve que ir a asegurarme de que todo estuviera en orden. En silencio caminé por el pasillo y lo encontré de espaldas a mí.
—¿Eres muy lento, esclavo o no sabes acomodar por orden alfabético?
Dio la vuelta y me miró.
—Ya terminé.
— ¿Entonces?
—Estaba leyendo.— levantó el texto que tenía en su mano.
— ¿Qué lees?— tomé el libro y vi la portada
— Cien años de soledad, es de mis favoritos.
—El joven Óscar sabe de buena literatura entonces.
Me arrebató el libro de las manos y lo dejó sobre la estantería más cercana.
—No me subestimes, Andrea. No soy tan estúpido como parezco. —Sonaba molesto.
—Yo nunca he dicho que seas estúpido. Debes aceptar que eres un poco infantil que viene siendo básicamente inmaduro, y sabes perfectamente que también eres muy problemático. — Descansé mi mano en su brazo y sentí como se estremeció. —Pero eres un soñador, y eso me gusta.
Sutilmente retiró mi mano y retrocedió. Me dio un vistazo rápido, pero deteniéndose un poco más de tiempo examinando mis rostro. Sus ojos se obscurecieron, sus ojos me miraron, sus ojos me envolvieron en una atmósfera de pesadumbre que me entristeció, preocupó y enojó. Todo al mismo tiempo. Óscar estaba ocultándome algo, algo que a él lo estaba torturando en la cabeza.
Finalmente mezcló una risa con un suspiró y habló:
—Andy, estoy enamorado y voy a terminar arruinándolo todo. —bajó la cabeza. — ¿Crees que vas a poder perdonarme?
Y de pronto me estaba costando trabajo respirar. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Lo miré, miré a Óscar directamente a los ojos, con mi boca entre abierta y la pregunta más estúpida y obvia en la punta de la lengua.
— ¿De qué…de qué estás hablando?
El golpeteo de la campanilla en la puerta de entrada sonó detrás de nosotros. Ninguno se movió. Nos quedamos así, mirándonos.
—Buenas tardes, ¿hay alguien? —Se escuchó la voz una mujer.
—Mami, quiero ese libro de dinosaurios.
La voz del pequeño hizo a Óscar reaccionar, lo vi tragar saliva con esfuerzo y a sus manos temblar. Como si la petición del niño le hubiera traído un recuerdo tortuoso.
— ¿Estás bien? —pregunté.
Asintió rápidamente.
—Creo que deberías ir a ver qué se les ofrece. —Desapareció por la puerta de la bodega.
Regresé al mostrador para atender a cliente que acababa de entrar.
Nadie dijo nada más respecto a la conversación inconclusa. En realidad, apenas intercambiamos palabras lo que restó del día. Ambos estábamos molestos y aunque parecía no haber razón para estarlo, la había.
Una cuadra después de haber dejado la librería, mis dedos comenzaban a entumirse por el inusual aire helado en una tarde de Abril. Caminando hombro con hombro, Óscar se quitó la chaqueta y estiró el brazo en mi dirección, preguntando en silencio si yo quería usarla. Negué con la cabeza y apresuré el paso, rebasándolo y llevándole ventaja por aproximadamente media calle. Me abracé a mi misma cuando un fuerte viento se estampó contra mi cuerpo, a los pocos segundos sentí calor alrededor de mis brazos y espalda. Vi a Óscar pasar de largo con las manos en los bolsillos de su pantalón, me quedé parada en medio de la acera con la chaqueta de Óscar sobre mis hombros, aspirando su aroma y sintiendo que lo extrañaba a pesar de que él estaba diez pasos delante de mí. Dentro de mi cabeza clamé su nombre, y por un momento creí que me había escuchado cuando lo vi detenerse de manera tan repentina como si le hubiesen disparado por la espalda.
Un ligero pero punzante dolor como pequeños piquetes, se propagó por mi vientre sin razón aparente, encorvé el cuerpo y me llevé las manos al estómago.
— ¿Qué sucede? —Con su mano frotando mi espalda el dolor empezó a desaparecer.
— Nada. — sacudí la cabeza.
— No me mientas, Andrea. —Me tomó por los hombros, obligándome a mirarlo.
—Estoy bien, Óscar. —dije, llena de fastidio.
Compartimos un taxi de regreso a casa, cada uno viendo el camino pasar por las ventanas; ignorándonos, pero con nuestros dedos meñiques apenas rozándose entre ellos.
****************
Diego
—¡Madre!
—No, Diego, no me voy a callar esta vez. — Dejó caer su bolso encima del sillón.
—Nunca lo haces. —murmuré entre dientes.
—Primero era Óscar, y ahora esa mujer. ¿Qué demonios está pasando contigo?
Di un paso hacia ella.
—No metas a Andrea en esto, ¿de acuerdo?
Su boca se abrió sintiéndose ofendida.
— ¿Me estás amenazando?
—Sí, tal vez lo estoy haciendo.
Mi madre se cruzó de brazos y agitó la cabeza.
—Karen tenía razón cuando me llamó. No entiendo cómo puedes estar con esa vulgar mocosa. No tiene modales y ningún sentido del respeto. — descruzó los brazos y su expresión cambió. — Ella no tiene ni idea de lo fácil que sería para mí arruinar su carrera y hundirla, pero para su suerte, la pobre niña jamás logrará llegar a los escenarios mientras siga dando clases y trabaje en una biblioteca.
Es una librería, madre.
Dio media vuelta dándome la espalda, al cabo de unos dos minutos se volvió para mirarme.
— Esperaba algo mejor para ti, Karen Cisneros, por ejemplo. — prosiguió.
Eso era un golpe bajo para todos. Exasperado, me apoyé en el borde de la mesa tratando de respirar con tranquilidad y evitar arremeter contra mi progenitora.
—No empieces con eso, madre. ¿Qué tiene que ver Karen es todo esto? ¿Por qué demonios te llamó?
—Tú sabes bien a lo que me refiero. Karen es preciosa, elegante y con modales. Ella es una verdadera mujer, ella sería mejor para ti.
Era cierto, pero únicamente la mitad de ello. Y eso me enojaba.
—Karen es pasado, Andrea es diferente. — Concluí.
—Exactamente, lo de Karen es pasado. Ya la has perdonado, Diego. Ella es la mujer que necesitas en tu vida. —Su fría mano pasó por encima de mi cabello y acarició mi brazo — ¿por qué no lo intentas y abandonas a tu noviecita? Es más, si quieres, acuéstate con ella un par de veces más y luego puedes botarla.
Levanté la cabeza y toda la sangre que había en mi cuerpo desapareció. Por encima de mi madre, vi a Andrea parada junto a la puerta con una expresión demasiado neutra; ocultando debajo de su cara toda esa tristeza que sabía, ella estaba sintiendo. Mi madre siguió mi mirada y sonrió, porque era consciente que Andrea había escuchado absolutamente todo.
—Querida, buenas noches. —Tomó su bolso — Quisiera quedarme, pero debo irme. —Con un inexistente cariño besó mi mejilla rígida.
Óscar apareció detrás de Andrea con ira resplandeciendo en sus ojos.
—Angélica, un gusto verte — dijo él con voz dura.
Andrea entró al dormitorio sin siquiera mirarme, Óscar se quedó de pie en medio del salón reprochándome con la mirada. Poco después, Andrea apareció con una mochila colgada del brazo. El pánico me invadió un poco.
—Iré al estudio, quiero bailar un rato. — Con la cabeza agachada salió del lugar.
*****************
Óscar
Sabía que ella no quería estar sola, únicamente lejos de ahí, pero yo no podía dejarla ir en ese estado. Vagué por las calles cercanas a su academia hasta que su clase del día terminara. Una música en inglés me recibió en cuanto la puerta se abrió, caminé unos pasos hasta llegar al salón. Me detuve de pronto, justo en la pared de enfrente había un enorme afiche de Elizabeth Miller. Ella estaba ahí. No. No podía ser verdad.
El cambio de compás me sacó del impacto, los brazos de Andrea se movían con fluidez y gracia, sus piernas ejecutaban pasos de baile con fuerza, rudeza y técnica. Su cara lo decía todo, estaba ella interpretando.
Su mirada vagó del espejo a sus manos y viceversa. La canción estaba llegando a su final, Andrea se preparó para el último coro y con un simple impulso dio unos cuantos giros. En algún punto su mirada se desvió hasta encontrar la mía, entonces se desconcentró y cayó al suelo. Soltó un gemido de dolor
—Mierda. —Corrí a auxiliarla. — Andrea, ¿estás bien?
—Sí, no te preocupes. – Hizo un intento por sonreír— ¿Qué haces aquí?
Con su mano, empezó a trazar círculos contra su vientre. Me senté sobre mis talones quedando a su altura sobre el suelo.
—Vine por ti, porque a pesar de lo que digas yo sé que no querías estar sola. Entonces, heme aquí.
—Gracias, Óscar — Volvió a sonreír, una sonrisa de verdad. —Gracias por ser mi amigo.
Acaricié su espalda.
—Vámonos, porque si no tu hombre se va a preocupar.
—Empiezo a creer que mi hombre no se preocupa, no ha venido a verme o siquiera ha llamado para preguntar cómo estoy. — sus suaves dedos delinearon mi mandíbula. — Mejor has venido tú por mí.
Sujeté su muñeca y me atreví a besar el dorso de su mano. Dejé mi aliento salir y chocar contra sus nudillos.
—Mi mejor amigo puede ser el rey de los imbéciles, pero también es un gran tipo. —volví a suspirar. — Un tipo con mucha suerte.
—Tal vez sea yo la chica con suerte, a pesar de que en ocasiones no nos entendemos bien.
Sacudí la cabeza.
—No, de ninguna manera. Es él quien debería estar agradecido por tenerte en su vida.—aseguré.
Andrea vagó la mirada alrededor del espacio.
—¿Crees que soy una mujer normal? —Preguntó de pronto.
Reí.
—No. — Con mis dedos pasé un mechón de su cabello detrás de la oreja y la miré a los ojos. — No sé qué es lo que tienes, pero lo tienes. Eres una mujer complicada, Andrea. Eso creo yo.
Frunció los labios formando una mueca bastante graciosa.
— Creo que soy bastante predecible. —Sus manos fueron directo a su vientre una vez más, y trató de reprimir una expresión de dolor. Empezaba a preocuparme. — Una mujer como yo no necesita de mucho para poder sentirse enamorada. — Sus palabras volvieron a captar mi atención. —Escoge una buena frase, hazme reír, escucha todas las tonterías que yo diga. Si me ves con un libro pregúntame por él, pregúntame de quién me enamoré o por qué estoy enojada. Si me ves llorando, solamente escúchame y se me pasará. Mírame, no necesito joyas, ni flores, ni citas. Necesito un amigo. –cerré los ojos y sentí su mano pasear por mi mejilla.— Un amigo que conozca mis gestos, que lea entre líneas, que sepa avergonzarme sin humillarme, que me sonroje, que me divierta, que me haga enojar y al momento me haga reír. —Abrí los ojos y la encontré mirándome, observándome como si hubiera descubierto mi secreto. — La clave está en encontrar a alguien con quien aburrirse, también sea divertido.
— Yo no puedo hacer eso. –susurré de manera inconsciente. —No sé hacerlo.
— Diego está aprendiendo a hacerlo, yo no quiero que tú lo hagas por él para hacerme feliz a mí. –Respondió— Pero sé que algún día lo harás por alguien más. Si no es con la mujer que tanto dices amar, tal vez sea con otra.
—Tal vez. — saqué todo el aire que había estado conteniendo.
Estiró su cuerpo para que la ayudara a levantarse, el movimiento provocó algo dentro de ella que la hizo soltar un grito sofocado. Su rosto se contrajo.
—¡Andrea! —el pánico apareció en mi sistema.
—¡Me duele! — gimió.
Todo el dolor que reflejaba su rostro y el que se escuchaba en su voz, me quebró.
—Óscar…— Andrea movió una de sus piernas y un charco de sangre apareció debajo de ella.
Estaba sudando en serio. Sintiéndome inútil, temeroso y fuera de mis límites. Sólo tenía dos segundos para decidir qué hacer.
No. No y mil veces no. Si me estás escuchando, por favor…que no sea lo que estoy pensando. No le hagas esto a ella.
La mujer de la imagen se quedó quieta, burlándose de mí.
—Andrea, aguanta. Voy a llamar una ambulancia. Todo va a estar bien.
Entonces, colapsó en mis brazos. Se desmayó.