La noche del primero de Mayo se había extinguido como la mecha de un petardo, y la creciente madrugada del segundo día del mes llegaba igual que un lunes para ir al colegio. Permanecí reacia a volver a casa, pues sentía que al cruzar la puerta, el encanto de mi cumpleaños número veinticuatro poco a poco se difuminaría; así como cuando uno despierta de un sueño majestuoso.

Fuera del edificio, el faro iluminaba el espacio en el que el auto estaba estacionado. Óscar y yo no habíamos hablado de camino a casa, y fueron pocas las veces en las que nuestras miradas llegaron a encontrarse.

El primer día que decidiste no hablarme tenía que ser justamente mi cumpleaños. Gracias por olvidarlo. Agradécele a Óscar cuando vuelvas. Pensé que la distancia no iba a afectarnos, pero claramente me equivoqué.— Andrea

Presioné el botón de enviar y dejé caer la cabeza en el respaldo.

—¿Crees que olvidó mi cumpleaños?

Óscar se inquietó un poco al escuchar el sonido de mi voz, pero logró recomponerse al instante.

—Espero que no. Él es un buen tipo, Andy, te quiere.— admitió, mirándome

—Y yo a él.

Óscar apagó el motor y giró levemente el torso hacia la derecha.

—¿Y si a Diego lo hubieses conocido después? —preguntó, dudoso. —Más bien, si tú hubieras tenido una pareja estable cuando nos conociste… ¿te hubieras enamorado de él?

—No. — jadeé  y luego reculé. — Tal vez, puede ser.

—O ya pensándolo con desvarío, como un ejercicio de imaginación… ¿te habrías enamorado de mí?

Me mordí el labio antes de responder.

—No lo sé. —dije simplemente.

Nos miramos fijamente por un par de segundos, lenta y torpemente se acercó a mi rostro; centrando la vista a la parte baja de mi cara. Por instinto tuve que relamer mis labios y morder ligeramente la carne inferior por segunda vez. Pero de pronto él se detuvo, y nunca sabré por qué lo hizo.

Él regresó a su asiento, pegando su cuerpo al respaldo y sus manos envolviendo el volante.

—Óscar, yo…

—No digas nada. —Sus ojos quedaron fijos en la entrada del edificio.

—Pero…

—Es mejor que entres. —dijo, con voz cortante. — Es tarde, y debes descansar.

—Òscar.

—Vete.

Zafé el cinturón de seguridad y estiré mi brazo hasta que mi mano alcanzó la suya, él la retiró con un áspero movimiento y la dejó caer en medio de sus piernas. Me quedé quieta a su lado, tratando de descifrar la razón de su comportamiento y con la palma suspendida en el aire.

Algo en mi interior, algo muy poderoso, se quebró. La tristeza y la confusión fueron remplazadas por la ira.

—¿No vas a mirarme siquiera? —pegunté, con el enojo brotando de mis labios.

Hubo una pausa.

— Sólo vete.

Mis mejillas comenzaron a temblar y mis ojos a empañarse. Con dedos torpes quité el seguro de la puerta para después salir corriendo. No miré hacia atrás, no me quedé en medio del recibidor del edificio, sólo corrí y no me detuve hasta que llegué al apartamento.

Me sentía sola, desesperada y con un punzante dolor en el pecho. Rebusqué por toda la casa hasta que logré finalmente encontrar la botella de tequila. La bebí, casi toda. Me embriagué, pero no del todo.

Había pasado poco más de una hora, el reloj del teléfono decía que eran las dos de la mañana, pero a la música ensordecedora y deprimente del estéreo no le importaba en lo absoluto. Ambas cerraduras se movieron desde afuera con velocidad y la puerta se abrió de par en par, Óscar entró.

Lo primero que hizo fue desconectar el aparato.

—¿Qué carajos crees que estás haciendo? — me levanté de un salto, decidida a enfrentarlo.

—Vete dormir. — Óscar ordenó.

Reí a carcajadas echando la cabeza hacia atrás y mis manos sobre mi estómago

—De acuerdo, Andrea. Ya es suficiente.

Su mano cernió mi muñeca derecha y tiró de mí hasta que pudo envolver mi cadera con el otro brazo. Me removí bruscamente para que me soltara y estrellé la palma de mi mano libre en su pecho, empujándolo hacia atrás.

—¡No me toques! —grité. — ¡Vete!

Él insistió, yo volví a gritar. Trató de encerrarme en sus brazos más de una vez, y más de una vez me libré. Él no estaba ocupando su fuerza. Óscar trastabilló al tratar de alcanzarme y estuvo a punto de caer contra el suelo. Su mano tan grande como era, consiguió envolver más de la mitad de mi muslo y tirar de mí hasta su pecho. Su aliento olía a whisky. Mi puño lo golpeó en la boca del estómago y mi palma completa quedó impresa en su dura mejilla; dejando una horrible marca rojiza en torno a su cara.

Óscar juró en voz alta, con exasperación.

Me llevé ambas manos a la boca cuando caí en cuenta de que lo había abofeteado. Óscar bajó la cabeza y la movió con lentitud; reprimiéndose. Alzó la botella casi vacía que se encontraba en la orilla del sillón y se bebió el último trago.

—Me iré al infierno por esto. —Murmuró. Òscar arrojó la botella vacía al piso. Él, furioso, se abalanzó contra mí. Con fuerza sujetó mi cara entre sus manos y finalmente, me besó.

Hasta que el sol se congele
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