El traje de madera

Karima Alganmi

Omar tenía siete hijas, y las tenía siempre encerradas. Un día que se tuvo que ir de viaje, les dejó dicho que cerraran todo, puertas y ventanas, y que no se les ocurriera abrir a nadie. Y dijeron todas:

―De acuerdo.

Al anochecer se acercó a la casa una anciana y llamó a la puerta. Y la menor de las hermanas dijo:

―No abráis, ya sabéis lo que dijo nuestro padre.

Pero una dijo:

―¡Qué más da!, si es sólo una anciana. Querrá descansar un poco. No creo que nos haga nada malo, ¿no?

Después de mucha discusión entre las hermanas, abrieron a la anciana.

―Gracias, hijas mías, gracias por abrirme a mí y a esta hija que me acompaña. Es calva: por favor, no os riáis de ella.

Una de las hermanas dijo:

―¡Por Dios, claro que no nos vamos a reír porque sea calva!

Cenaron todas juntas, charlaron, de todo, pero la menor de las hermanas estaba bastante escamada. Esperó a que se hubieran acostado todas, y susurró a su hermana mayor:

―Esta mujer nos está engañando. Yo creo que su hija en realidad es un hombre disfrazado.

Su hermana replicó:

―No digas tonterías y vete a dormir.

Dijo la menor:

―Bueno, pero yo me voy a la otra habitación.

Al día siguiente, todas menos la menor amanecieron llorando.

La pequeña preguntó:

―¿Que pasa?

―Tenías tazón. No era su hija. Era un hombre. Y ha abusado de todas nosotras.

Dijo la pequeña:

―Y ahora ¿qué vamos a decirle a padre?

El padre, antes de irse de viaje, había dejado siete manzanas enterradas. Si al llegar permanecían intactas, entonces era que sus hijas estaban bien, que no les había pasado nada. Peto cuál fue su sorpresa cuando llegó y vio que estaban todas podridas menos una.

Se quedaron todas embarazadas, y aquello representó una gran deshonra para toda la familia. Las seis hermanas fueron castigadas duramente.

Cuando dieron a luz, quisieron deshacerse de los pequeños. La menor les propuso lo siguiente:

―Podemos hacer esto. Metemos a los críos en un cesto y los tapamos con muchos higos. Luego los llevo yo al mercado y se los vendo al mal nacido que os dejó embarazadas. Si no lo hacemos, no podremos cuidar de las criaturas, y lo peor será que no os podréis casar en la vida.

Y todas estuvieron de acuerdo con que no podían quedarse con los hijos: eso las desgraciaba para siempre, las convertía en el hazmerreír de todo el pueblo.

Cuando llegó la más pequeña al zoco, los higos tenían tan buena pinta que se acercaba mucha gente interesada en comprarlos. Pero no se los quiso vender a nadie hasta que apareció el supuesto padre de las criaturas, que preguntó el precio de los higos y, como le parecieron tan baratos, se quedó la cesta entera. Llegó a su casa y, al coger higos, exclamó:

―¡Desgraciada, la muy desgraciada me ha engañado! ¡Juro que no se va a salir con la suya!

Pasados algunos años, él decidió ir a la casa de las chicas y le explicó al padre que quería pedir la mano de una de ellas.

El padre preguntó:

―¿De cuál?

―De la más pequeña. Puedo darle a cambio su peso en oro.

Al oír el padre la gran oferta que le proponía, no tardó en asentir.

―Aunque nuestra costumbre es que se case la mayor primero, en fin, si insiste tanto en que quiere a la menor... Por cierto, ¿dónde está el oro?, ¿cuándo la pesamos?

Se celebró la boda y la pareja se fue a vivir lejos del pueblo. Al poco tiempo, a la muchacha la visitó una sobrina de su marido:

―¡Qué pena que mi tío quieta tirarte al pozo, con lo guapa que eres!

Cuando escuchó aquello, se llevó un susto de muerte. Y para no caer en la trampa, ideó una manera de salvarse.

Le propuso a la sobrina:

―¿Te gustaría ser tan guapa como yo?

―¡Claro, me encantaría!

―Pues ven que te lo puedo arreglar.

Y al momento le puso su propia chilaba y la maquilló de tal forma que se pareciera a ella. Cuando llegó el marido, arrojó a su sobrina al pozo creyendo que era su mujer, y lo tapó para que no pudiera salir nunca más mientras su mujer salió corriendo por el bosque en busca de ayuda. Después de mucho correr y caminar, divisó a lo lejos una aldea, se adentró en ella y, al ver una carpintería, se le ocurrió algo.

Le dijo al carpintero:

―Quiero que me haga un traje de madera.

El carpintero dijo:

―¿Un traje?

―Sí, ¡no me haga más preguntas!, ¡quiero un traje lo antes posible!, es cuestión de vida o muerte. Le pagaré lo que quiera, le puedo ofrecer toda mi dote.

El carpintero no tardó mucho en hacerle el traje y ella tardó menos en ponérselo: no quería ser vista por el marido. Y así reanudó otra vez la marcha y se topó con un señor que estaba cuidando un rebaño; ella le preguntó si no querría un cabrero a cambio sólo de comida, y él aceptó encantado, de modo que se quedó a vivir en casa de él como cabrero.

Un día pasó un chico y se detuvo a observarla, le parecía demasiado gracioso el "hombre de madera", le gustaba tanto que a partir de entonces, casi todas las tardes se daba un paseo por donde creía que iba a estar ella. En más de una ocasión estuvo a punto de hablarla, pero cuando ella se daba cuenta, rápidamente se quitaba de en medio por miedo a que fuera alguien mandado por su marido para vengarse.

Un día se enteró de que se celebraba una boda en el pueblo de una familia muy conocida, tenía ganas de ver un acontecimiento tan grande, así que decidió ponerse guapa y asistir haciéndose pasar por una invitada más. La boda resultó ser de la hermana del chico que tanto la observaba. El chico no la perdió de vista durante toda la ceremonia, le pareció muy hermosa de modo que, cuando llegó la hora de irse, la persiguió para saber dónde vivía y se llevó una gran sorpresa al ver que se metía en el traje de madera.

Y pensó:

―O sea que eres tú.

A la semana siguiente le dijo a su madre:

―Mamá, me voy a casar.

La madre exclamó:

―¿Puedo saber quién es la afortunada?

El muchacho dijo tartamudeando:

―Es..., es la mujer que lleva el traje de madera.

La madre entonces gritó hecha una furia:

―¿Cómo? ¿Qué mujer? ¡Te has vuelto loco! ¡No es una mujer! Sólo es un muñeco de madera.

El hijo contestó:

―Digas lo que digas me casaré con ella.

Su madre estaba muy preocupada y lo comentó con todos los vecinos y familiares.

―Creo que mi hijo se ha vuelto loco de repente, tengo que buscar un buen curandero.

Pero el hijo no le hizo caso a la madre, conoció a la chica y se gustaron tanto que no tardaron mucho en casarse.

No hubo fiesta, ni invitados..., todos estaban muy tristes y creían que al chico le pasaba algo raro.

Se fueron a vivir juntos a la casa de la madre y al día siguiente mandó a la esclava a que les llevara el desayuno; cuando entró ésta en la habitación dio un grito, no podía creerse lo que estaba viendo y salió corriendo a ver a la madre del chico:

―¡Qué mujer más guapa!

La madre le contestó muy tristemente:

―No permito que te burles de mí, desgraciadamente mi hijo no se ha casado con una mujer.

La esclava le aseguró:

―Estoy hablando en serio, tenía que estar usted muy orgullosa, su hijo se ha casado con una mujer muy guapa. ¿Por qué no va a comprobarlo?

Efectivamente, fue a verla y vio que lo que le decía la esclava era toda la verdad y le entró tal alegría que volvieron a celebrar la boda con una gran fiesta.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 9 de abril de 2002

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