Cuentos populares del Rif

contados por mujeres cuentacuentos

La pandera

Karima Alganmi

Esta era una mujer que tenía una hija propia y otra de su marido. Y trataba a la hijastra peor que a su hija, pues la consideraba una hija adoptiva. Un día que estaban las dos niñas jugando en la calle, pasó un vendedor de granadas, y el vendedor se quedó tan maravillado de la belleza de las dos niñas que regaló a cada una, una granada. Y a la hijastra le gustó tanto aquella fruta que no quiso comérsela, prefirió guardarla, mientras que la otra se la comió rápidamente. Y cuando se dio cuenta de que la hermanastra seguía teniendo su fruta y ella no, le entró una envidia tan grande que empezó a pelear y a llorar por conseguir la granada, y se fue corriendo a toda prisa adonde estaba su madre, y le contó lo que pasaba, y entonces la madre fue y arrebató la granada a la hijastra, y le dio un golpe tan fuerte que la dejó muerta en el acto. Y luego la despellejó, y enterró el resto del cuerpo, quedándose con la piel. Y así fue todo hasta que pasó un mendigo cantor[5] por la calle tocando la pandera. Y entonces, la malvada madre pensó:

―Qué bien. Por fin voy a poder darle la piel a alguien que la va a querer.

Mientras tanto el mendigo cantor seguía canturreando y canturreando, tocando y tocando la pandera, y así llegó a la casa de la madre. Y la madre le preguntó:

―¿No querría usted una buena piel para su pandera? Yo diría que la que tiene anda un poco estropeada. Se nota mucho a la hora de tocar. Suena sin ritmo.

El mendigo contestó:

―Pues sí, ya llevaba bastante tiempo queriendo cambiarla pero nadie me había ofrecido ninguna a buen precio.

Y ella, muy alegre porque sabía que se iba a deshacer de la piel a cambio de algún dinerillo, dijo:

―No se preocupe más, ahora mismo le ofrezco una casi regalada y de muy buena calidad.

Así que el mendigo le cambió la piel a la pandera y se fue tocando por las calles, y entonces se dio cuenta de que a la pandera, cuando la tocaba, le salía una voz que cantaba:

Ten cuidado, cuidado mendigo cantor,

Ten cuidado, cuidado señor,

que estoy aquí por culpa de una granada,

y por eso con mi piel puedes tocar.

El mendigo cantor se puso aún más contento, pues todo el mundo salía de sus casas a ver cómo podía ser aquello, y así pasó un día por delante de la casa de la tía de la niña muerta, y la tía, que reconoció la voz de su sobrina, llamó rápidamente al dueño de la pandera, y le dijo:

―¿No podría prestarme la pandera? Me gustaría tocarla un poco.

Y el mendigo dijo:

―Claro, aquí la tiene ―y se la alcanzó. Y entonces, cuando la tía se puso a tocar, el cante salió diferente:

Ten cuidado, cuidado querida tía,

Ten cuidado, cuidado querida señora,

que estoy aquí por culpa de una granada,

y por eso con mi piel puedes tocar.

La tía se asustó tanto que se fue corriendo a buscar al padre, y le pidió que tocara la pandera. Y la pandera cantó:

Ten cuidado querido papá,

Ten cuidado querido señor,

que aquí estoy por culpa de la madrastra,

y por eso con mi piel puedes tocar.

Y el padre no se podía creer lo que estaba escuchando. Salió a toda prisa en busca de su mujer, y le dijo:

―¡Toca ahora mismo este instrumento!

―Pero ¿qué te pasa?, ¿estás loco? ―le contestó ella muy nerviosa.

―¡Te ordeno que toques esta pandera! ―le volvió a mandar él.

Y como el marido insistía tanto, la mujer no tuvo más remedio que tocar la pandera, y esta vez cantó así:

Cuidado, cuidado madrastra,

Cuidado, cuidado malvada.

Por tu culpa estoy aquí,

en mi piel puedes tocar.

El padre le pidió rápidamente explicaciones y le ordenó que lo llevara donde estaba enterrada su hija, y allí sacó el cadáver y le pegó una paliza a su mujer tan grande que la mató, y la dejó enterrada donde antes yacía la pequeña.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 27 de abril de 2002

Cuentos populares del Rif
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml