Cuentos populares del Rif
contados por mujeres cuentacuentos
La pandera
Esta era una mujer que tenía una hija propia y otra de su marido. Y trataba a la hijastra peor que a su hija, pues la consideraba una hija adoptiva. Un día que estaban las dos niñas jugando en la calle, pasó un vendedor de granadas, y el vendedor se quedó tan maravillado de la belleza de las dos niñas que regaló a cada una, una granada. Y a la hijastra le gustó tanto aquella fruta que no quiso comérsela, prefirió guardarla, mientras que la otra se la comió rápidamente. Y cuando se dio cuenta de que la hermanastra seguía teniendo su fruta y ella no, le entró una envidia tan grande que empezó a pelear y a llorar por conseguir la granada, y se fue corriendo a toda prisa adonde estaba su madre, y le contó lo que pasaba, y entonces la madre fue y arrebató la granada a la hijastra, y le dio un golpe tan fuerte que la dejó muerta en el acto. Y luego la despellejó, y enterró el resto del cuerpo, quedándose con la piel. Y así fue todo hasta que pasó un mendigo cantor[5] por la calle tocando la pandera. Y entonces, la malvada madre pensó:
―Qué bien. Por fin voy a poder darle la piel a alguien que la va a querer.
Mientras tanto el mendigo cantor seguía canturreando y canturreando, tocando y tocando la pandera, y así llegó a la casa de la madre. Y la madre le preguntó:
―¿No querría usted una buena piel para su pandera? Yo diría que la que tiene anda un poco estropeada. Se nota mucho a la hora de tocar. Suena sin ritmo.
El mendigo contestó:
―Pues sí, ya llevaba bastante tiempo queriendo cambiarla pero nadie me había ofrecido ninguna a buen precio.
Y ella, muy alegre porque sabía que se iba a deshacer de la piel a cambio de algún dinerillo, dijo:
―No se preocupe más, ahora mismo le ofrezco una casi regalada y de muy buena calidad.
Así que el mendigo le cambió la piel a la pandera y se fue tocando por las calles, y entonces se dio cuenta de que a la pandera, cuando la tocaba, le salía una voz que cantaba:
Ten cuidado, cuidado mendigo cantor,
Ten cuidado, cuidado señor,
que estoy aquí por culpa de una granada,
y por eso con mi piel puedes tocar.
El mendigo cantor se puso aún más contento, pues todo el mundo salía de sus casas a ver cómo podía ser aquello, y así pasó un día por delante de la casa de la tía de la niña muerta, y la tía, que reconoció la voz de su sobrina, llamó rápidamente al dueño de la pandera, y le dijo:
―¿No podría prestarme la pandera? Me gustaría tocarla un poco.
Y el mendigo dijo:
―Claro, aquí la tiene ―y se la alcanzó. Y entonces, cuando la tía se puso a tocar, el cante salió diferente:
Ten cuidado, cuidado querida tía,
Ten cuidado, cuidado querida señora,
que estoy aquí por culpa de una granada,
y por eso con mi piel puedes tocar.
La tía se asustó tanto que se fue corriendo a buscar al padre, y le pidió que tocara la pandera. Y la pandera cantó:
Ten cuidado querido papá,
Ten cuidado querido señor,
que aquí estoy por culpa de la madrastra,
y por eso con mi piel puedes tocar.
Y el padre no se podía creer lo que estaba escuchando. Salió a toda prisa en busca de su mujer, y le dijo:
―¡Toca ahora mismo este instrumento!
―Pero ¿qué te pasa?, ¿estás loco? ―le contestó ella muy nerviosa.
―¡Te ordeno que toques esta pandera! ―le volvió a mandar él.
Y como el marido insistía tanto, la mujer no tuvo más remedio que tocar la pandera, y esta vez cantó así:
Cuidado, cuidado madrastra,
Cuidado, cuidado malvada.
Por tu culpa estoy aquí,
en mi piel puedes tocar.
El padre le pidió rápidamente explicaciones y le ordenó que lo llevara donde estaba enterrada su hija, y allí sacó el cadáver y le pegó una paliza a su mujer tan grande que la mató, y la dejó enterrada donde antes yacía la pequeña.
Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.
Alhucemas, 27 de abril de 2002