17

Magdalena estaba sentada sobre la cama, lista para salir de viaje. Llevaba puesto el abrigo, tenía la maleta al lado, en el suelo, y sus hermosos cabellos habían desaparecido por debajo de su gorro de lana.

Nicolai cerró la puerta y la miró atónito. Echó un vistazo más preciso al cuarto y comprobó que también le había hecho pulcramente el equipaje. Su maletín de médico estaba junto a su bolsa de viaje.

—¿Qué te propones? —preguntó perplejo.

Magdalena se levantó, fue hacia él, lo besó en la mejilla y dijo:

—He estado pensando, Nicolai. Vámonos.

Nicolai creyó no haber oído bien.

—¿Irnos? Magdalena, ¡ahí fuera esperan unos asesinos! Quieren matar al profesor y, tú, ¿quieres irte?

Magdalena negó con la cabeza.

—No le harán nada. Sólo detendrán su idea. Y tiene que ser así.

Nicolai se quedó sin habla. No sabía si echarse a reír o a llorar. Ya no cabía ninguna duda. Ella estaba tan loca como aquella gente. Aquella maravillosa muchacha, por la que se sentía irresistiblemente atraído, estaba loca, completamente loca.

—¿Por qué estás tan segura de que no le harán nada? ¿Por qué lo acecha entonces Selling? ¿Por qué vigilan la casa de posta?

—Para evitar una desgracia —dijo ella tranquilamente—. Tú no puedes comprenderlo porque no tienes fe. Ven conmigo. Verás que todo tiene un sentido si decides creer. Por favor, Nicolai, ven conmigo y deja que ocurra lo que debe ocurrir.

Se levantó y se dirigió a la puerta. Nicolai la alcanzó de un brinco y la hizo retroceder.

—Ya basta —la increpó—. Estoy harto de esta farsa. ¿Te das cuenta de lo que me pides? Esos locos quieren matar a un hombre sólo porque no les gusta lo que piensa. ¿Te parece correcto?

—No le harán nada. Si su objetivo fuera ése, ya lo habrían hecho.

En principio, no había nada que objetar. Sin embargo, eso enfureció aún más a Nicolai.

—¿Y cuál es su objetivo? ¿Cómo sabes tú qué se proponen?

—Ahora lo sé. Impedirán lo que hay que impedir. Podemos estar tranquilos y salir de la ciudad.

¿Estar tranquilos? ¿Salir de la ciudad? La indignación casi lo dejó sin aliento.

—¿Y Zinnlechner? Selling asesinó a Zinnlechner. ¿Lo has olvidado?

A Magdalena le asomaron entonces lágrimas en los ojos. Puso un dedo sobre los labios de Nicolai y negó con la cabeza.

—Nicolai, lo que hizo Selling es terrible. Pero aún es más terrible lo que sucederá si no le permites hacer lo que hay que hacer. Selling pagará por su crimen. Ya se verá si no había otra posibilidad de proteger el secreto frente al acoso de Zinnlechner. Pero un error no implica que todo este asunto sea una equivocación. Si el señor Kant es el autor del que Maximilian hablaba en sus cartas, debemos permitir que ocurra lo que Alldorf, Selling y los demás habían planeado. Esa espantosa idea no debe salir jamás al mundo. Te lo suplico, ven conmigo. Confía en mí.

Nicolai tuvo que controlarse seriamente para no sacudir a la muchacha.

—¿Qué idea, maldita sea? —rugió.

La joven se estremeció y lo miró fijamente. Luego movió consternada la cabeza.

—No lo entiendes. Y, sin embargo, también está en ti, tienes que notarlo, igual que cualquier persona. Pero, aun así, te resistes con todas tus fuerzas.

—¿Qué idea? —repitió. Su voz había adoptado un tono amenazador. Pero Magdalena se había serenado un poco y no se dejó intimidar. Cogió su maleta, se acercó a él, le acarició la cara y lo besó.

—Por favor, Nicolai, ven conmigo. En ese pensamiento no hay ningún misterio. Es el final de todos los misterios. Quédate conmigo.

Nicolai le dirigió una mirada cargada de odio.

—Eres horrible —masculló apretando los labios—. Esa era tu misión desde el principio, ¿verdad? Enredarme en vuestro mundo de secretos y magia, embrujarme con tu hermoso cuerpo. Eres peor que Di Tassi y toda su cuadrilla de espías. El sólo se aprovechó de mi mente. Pero tú...

Le falló la voz. Se había dado cuenta de hasta qué punto se sentía herido. Notaba el enorme abismo que los separaba, pero se negaba a admitir que ella lo hubiera engañado tanto, que en todo lo que había habido entre ellos no existiera más que interés y cálculo, engaño y fingimiento. Pero, ¿por qué discutía con ella? Aquella muchacha estaba loca. No tenía sentido pretender hablar con ella razonablemente.

—No, Nicolai —dijo con dulzura. Mi misión es la misma que la de cualquiera: conservar un misterio sin el cual el mundo no puede vivir.

Nicolai se acercó a la ventana y respiró hondo dos veces. Ella siguió hablando.

—Para ti, son palabras vacías. Porque tú ya estás enfermo, Nicolai. Aunque no lo sabes.

Durante unos minutos, no habló ninguno de los dos. Luego, Nicolai volvió a oír su voz.

—Yo no sabía qué habían planeado. No te mentí. No te lo había explicado todo porque sabía que no me creerías, que no me entenderías. Nosotros estábamos muy preocupados porque cabía temer que cometerían alguna imprudencia. Pero, luego, se produjo aquel asesinato. A mí también me engañaron, aunque viera el crimen con mis propios ojos. Di por muerto a Selling y quería encontrar a Zinnlechner a cualquier precio, por eso me uní a vosotros. No tenía ni idea de que Selling estaba vivo. Yo quería descubrir si Zinnlechner conocía el secreto y pretendía revelarlo. Eso es todo. Por eso seguí a Di Tassi y, luego, a ti. No te he mentido, Nicolai. Y no te he engañado. Pero, ¿podía confiar en ti? Yo quería, pero ¿me habrías comprendido? Te he entregado mi cuerpo para que intuyeras un misterio que vale la pena buscar y que crea mundos en vez de destruirlos. Pero tienes que decidir. Tienes que decidir qué quieres buscar.

—Quiero saber de qué murió Maximilian Alldorf —dijo Nicolai.

Magdalena se encogió de hombros.

—Murió por un pensamiento. Por una idea tan terrible que no podremos sobrevivir a ella.

Nicolai resopló.

—¡Qué tontería! No se puede morir de un pensamiento.

Magdalena se mantuvo en sus trece.

—Al final, es de lo único de lo que realmente morimos —dijo.

Nicolai la miró con desdén.

—¿Le dirás eso a alguien que esté siendo devorado por la peste?

Magdalena se levantó y cogió su maleta.

—¿Y tú? —preguntó—. ¿Qué le dirás tú?

Se hizo un silencio.

—Tú no sabes nada sobre la muerte —dijo la muchacha—, porque no sabes nada de la vida. Tú no buscas vivir, sino sobrevivir.

El semblante de Nicolai se ensombreció aún más. Pero no supo qué contestar. Ella continuaba mirándolo, como si esperara una respuesta. Pero él no sabía qué decir.

—Esa idea es demasiado poderosa —dijo entonces Magdalena—. Lo aplasta todo. Refleja el Cielo y nos conduce a la locura. Es todo lo que puedo decirte. Si penetra en ti, te cambiará el cuerpo y el alma. Morirás por su causa. Este mundo morirá por su causa, y nunca sabrá de qué ha muerto, puesto que el mundo en el que esa enfermedad aún sería comprensible ya no existirá. Con el mundo, también desaparecerá la enfermedad. Le darán un nuevo nombre, acorde con el nuevo mundo que surgirá entonces. Ya te lo dije, sólo existe un antes y un después. No hay nada entre medio, ni vuelta atrás. Será como si te hubieran cambiado los ojos. Podrás mirar donde quieras, pero ya no podrás ver lo sagrado. Habrá desaparecido. Allá donde mires, sólo verás un reflejo de ti mismo. Es la idea del poder absoluto y de la soledad absoluta, la mayor distancia imaginable frente a Dios, el más profundo extravío luciferino. Nicolai, por favor, ven conmigo. Es la única posibilidad que tenemos de permanecer en el mismo mundo. No puedo ni debo decirte más. No te está permitido paladearlo. Tienes que reconocer al menos ese límite absoluto; de lo contrario, todo se derrumba. Nada puede contenerlo. Ese límite será suprimido, y eso no puede ocurrir. Tiene que haber un límite, o caeremos en la nada, en un mundo reflejado en el que nuestro espíritu se perderá sin origen en una duplicación infinita.

Nicolai la miró. Su rostro nunca le había parecido tan hermoso. Su voz, nunca tan seductora, y su figura, nunca tan deseable. Pero, al mismo tiempo, tenía la sensación de que la separación de sus dos mundos se había completado hacía mucho. Ella parecía hablarle desde otro tiempo, desde otra realidad. Ante las frases que pronunciaba la joven, sólo se le ocurrían réplicas y objeciones.

—¡Qué pretensión tan desmesurada! —dijo Nicolai, indignado—. ¿No ves hacia dónde conduce? ¿Debo permitir que una poderosa idea sea detenida sin siquiera haber examinado esa idea? ¿Sólo unos pocos pueden decidir qué es bueno o malo para la totalidad?

—¡Unos pocos! —exclamó furiosa Magdalena—. ¿Unos pocos no pueden decidir? ¿Pero sí puede hacerlo una sola persona? ¿Un único señor Kant puede expresar una idea que es capaz de destruir este mundo?

Nicolai resolló indignado.

—Tú has visto los efectos —replicó Magdalena, ahora desesperada—. Maximilian. Alldorf. Tú lo has visto con tus propios ojos. ¿Tienes que notarlo en ti mismo, tienes que tomar el veneno antes de creerlo? Eso no funciona, Nicolai. Cuando ya esté ahí, será demasiado tarde. Tienes que decidirte en contra. Por adelantado. No puedes comprobarlo. Es imposible, una mera ilusión. Es demasiado grande, demasiado poderoso, demasiado absoluto. Tienes que decir «no». Sólo por esta vez. Todas las generaciones se enfrentan a esa tarea. Siempre distinta y siempre igual. Todas las generaciones tienen que decidir, todas las personas deben hacerlo. Un verdadero pensamiento no puede ser comprobado. Penetra en ti y te cambia irremisiblemente. No existe ningún remedio para combatirlo. Sólo la resistencia interna. Perseverar en la oración. La luz de la razón no puede hacer nada en contra. Se requiere la luz de la gracia. Y del tiempo. Pasarán siglos hasta que hayamos silenciado del mundo ese pensamiento, hasta que lo hayamos domesticado.

—¿Qué? —preguntó Nicolai desconcertado—. ¿Qué quieres decir? Creía que tú no conocías ese pensamiento.

Magdalena movió la cabeza, resignada. Luego dijo con voz queda:

—¿Cómo podría sino silenciarlo? Sé que está ahí. Noto que quiere venir al mundo. También a través de mí, a través de ti. No sólo a través de ese Immanuel Kant. Todos podemos crearlo. Todos podemos producirlo. Todos estamos expuestos a él, unos más y otros menos. Por eso los luciferinos lo tienen tan fácil. Pero no podemos abandonar, no podemos dejar de preservar el silencio.

Nicolai no lo soportaba más.

—¿Cómo pretendes saberlo todo si no conoces ese pensamiento? ¿En qué basas esa decisión, puedes decírmelo? Cubrís la tierra de asesinatos y terror por una cosa que ni siquiera conocéis. Os peleáis por miedo e ignorancia. Estáis ciegos porque tenéis miedo al cambio, a los nuevos pensamientos que os resultan ajenos e inquietantes. Esa es la verdad. Y no lo permitiré. ¡Jamás!

Magdalena agachó la cabeza y se contempló las manos. Nicolai esperó, pero Magdalena no dijo nada más. El médico tuvo la extraña sensación de haber conseguido una victoria que lo convertía en derrotado. Pero no tuvo oportunidad de indagar en esa sensación.

Magdalena se dio la vuelta lentamente y salió de la habitación. La vio cerrar la puerta y oyó sus pasos en la escalera. Fue incapaz de hacer nada. Finalmente, sus pasos se perdieron a lo lejos. Un silencio titánico lo rodeó. Se acercó a la ventana y miró a la calle. Pero no vio a Magdalena. No vio más que la imagen borrosa de una callejuela sucia entre casas torcidas y apiñadas bajo un cielo gris.