Charles Dickens (1812-1870) nació en Portsmouth, segundo de los ocho hijos de un funcionario de la Marina. A los doce años, encarcelado el padre por deudas, tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica de betún. Su educación fue irregular: aprendió por su cuenta taquigrafía, trabajó en el bufete de un abogado y finalmente fue corresponsal parlamentario de The Morning Chronicle. Sus artículos, luego recogidos en Bosquejos de Boz (1836-1837), tuvieron un gran éxito y, con la aparición en esos mismos años de Papeles póstumos del club Pickwick, Dickens se convirtió en un auténtico fenómeno editorial. Novelas como Oliver Twist (1837), Dombey e hijo (1846-1848),David Copperfield (1849-1850), Casa Desolada (1852-1853), La pequeña Dorrit (1855-1857), Historia de dos ciudades (1859) y Grandes esperanzas (1860-1861) alcanzarían una enorme popularidad y fueron decisivas para el desarrollo del género novelístico. En 1850 fundó su propia revista, All the Year Round, en la que publicó por entregas novelas suyas y de otros escritores. Murió en Londres en 1870.

«La brigada de detectives del cuerpo de policía» («The Detective Police») se publicó en Household Words, la revista de la que era editor antes de fundar la suya propia, en los números del 27 de julio y del 1 de agosto de 1850. «Tres anécdotas de detectives» («Three Detective Anecdotes») apareció en el número del 14 de septiembre de 1850 de la misma revista. Los dos textos se enmarcan dentro de la obra periodística de Dickens y traslucen su interés por la entonces novedosa profesión de policía. Parte de sus observaciones le ayudarán a construir el personaje del inspector Bucket en Casa Desolada, pero en estas anécdotas escritas a vuelapluma, ágiles y certeras, lo que se perfila es el detective como una nueva voz, un nuevo narrador con acceso a aventuras nuevas y, sobre todo, a relaciones distintas con los mundos callejeros. Este enfoque casi impresionista, el desinterés por el desenlace de las aventuras, inusitado en la literatura detectivesca, habitualmente obsesionada por atar los cabos de un relato, imprime en estas historias una desconcertante modernidad.