Durante la noche, Louise oyó fuera el motor de un coche. El ruido se alejó y volvió el silencio de nuevo. Tal vez sólo había escuchado su propia respiración. Ina dormía a su lado, inspirando y espirando compulsivamente. Louise no tenía fuerzas para llorar más. Nadie sabía dónde estaban. Nadie. La puerta no se movía; daba igual cuánto tiraran de ella o las patadas que le dieran. Ina la miraba con frialdad, como si ella fuera peligrosa. Como si ella fuera el peligro.
Louise vio una sombra en la esquina, pero no era ninguna sombra. Gritó muy alto. El grito atravesó el silencio gris. Ina se incorporó con un gemido.
—La sombra —gritó Louise señalando.
—¿Dónde?
Pero Louise no podía dejar de mirar fijamente a Ina. Su rostro estaba contraído en una mueca de profundo desprecio. Y no había sombras, sólo manchas negras que se formaban en sus ojos, que resbalaban sobre las paredes de cemento y el suelo gris.
Se tapó los ojos con las manos. Su estómago rugía de hambre. ¿No les iban a dar algo de comer ya? A lo mejor el hermano de Wiggo les traería algo de comida. Y agua.
Louise dio la espalda a Ina y apartó las manos de sus ojos. De pronto, Bittelise estaba allí, en el suelo, delante de ella. Intentó coger a su muñeca. Pero la muñeca de aire se disolvió y desapareció. Pensó en su perro, en Dennis. Recordó el olor de su pelo cuando estaba mojado. Sus dulces ojos. Y el hocico.
De pronto cayó agua por una tubería, un sonido delgado y agudo dentro de la pared. Las dos dieron un respingo. ¿Había alguien en la casa? Estaría Henning allí. ¿Vendría pronto?
Louise fijó la mirada en un punto. Se hacía más grande cuando los abría y volvía a cerrar. Cuanto más deprisa lo hacía más se expandía la mancha.
Estaba tan cansada…, pero tenía miedo de dormir. Miedo a estar ausente cuando se abriera la puerta del sótano.
Se llevó las manos a la garganta, sintió la sangre golpear en sus arterias. Oyó que Ina se ponía de pie.
Su madre y su padre la buscarían. Pero no hasta el domingo por la tarde, cuando entendieran que finalmente no había ido a la acampada con el colegio. ¿Pero dónde iban a buscar?
Ina estaba de pie junto a la puerta. Louise se tumbó sobre el suelo. Primero boca arriba. No le gustaba estar tumbada sobre su espalda. No había nada que la protegiera si alguien venía. Se giró hasta quedar de lado. El suelo estaba tan duro. Le dolía el hueso de la cadera. Y hacía frío. No oía nada. Sólo silencio. ¿O había un ruido? ¿Bajaba alguien por la escalera? Se dio la vuelta y miró a Ina. De pronto Ina dio un grito alto y escalofriante.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!