—Letonia, pero por Dios, Cato. Si sólo faltan unos días para las vacaciones de verano. Y hemos alquilado esa casita —Bente miró desanimada a su marido mientras le pasaba la fuente de la ensalada. Comían pollo, ensalada y pan casero en el jardín. Bente alcanzó la mantequilla—. Has prometido venir enseguida. Los chicos tienen tanta ilusión… Van a estar con nosotros los dos, Gard y Vetle. Y Tone también. Es fantástico, que la novia de Gard prefiera estar con nosotros a quedarse con sus propios padres. ¡No te atreverás a robarnos el verano una vez más!

—Voy a estar en Letonia dos días de nada, Bente. Estoy de vuelta el dieciocho, por la noche. Además es con Tone con quien quiere estar Gard, no con nosotros —Cato Isaksen suspiró y dio un trago de su vaso de cerveza. Después de tantos años aún no había conseguido que Bente entendiera en qué consistía su trabajo. No podía desaparecer en mitad de un caso. Las piezas eran muchas, siempre muchas y siempre demasiado pequeñas. La única forma de llegar a la meta era trabajar duro con los indicios, uno tras otro—. Claro que vamos a tener vacaciones, Bente, pero tengo que acompañar el féretro.

El gato rojo estaba sentado en el alféizar y los contemplaba a través del cristal con sus ojos verde mar.

Bente suspiró.

—Sé que estoy siendo mala, pero me importa una mierda ese féretro. Me importan una mierda todas esas personas muertas que son tu trabajo. Yo trabajo en el sanatorio, tengo gente mayor y enfermedad a mi alrededor todo el tiempo. Ahora tenemos que largarnos de vacaciones. Nuestra vida no puede consistir sólo en viejos y muertos. Y tú, que tampoco has estado muy bien últimamente… ¿Por qué no puedes sencillamente mandar a otro a Letonia? —dudó un momento—. Por cierto… Siempre he tenido ganas de ir a Riga.

—No voy a Riga.

—Entonces, ¿adónde vas?

—Diez millas al sur, hacia la frontera con Lituania. A un sitio pequeño que se llama Bene.

—Entonces, con la nueva inspectora, ¿no?

Bente parecía irritada. Se levantó de un salto y entró por la puerta de la terraza.

—¿Qué pasa ahora? —Cato Isaksen la siguió molesto. La encontró en el lavadero, metiendo ropa sucia en la lavadora con movimientos bruscos.

Cato Isaksen se apoyó en el marco de la puerta.

—Tengo que ir, joder, no es ningún viaje de placer, si es eso lo que crees. Te he dicho que voy a acompañar el féretro. No tengo ninguna gana de ir.

—No, claro —dijo suspirando exageradamente—. Cualquiera puede acompañar ese féretro. ¿Por qué tienes que hacerlo ?

—Porque voy a averiguar si un exnovio loco puede haber asesinado a Elna Druzika. Voy a hablar con su madre, sus hermanos y la mujer del tipo violento que puede encontrarse en Noruega. Puede ser el asesino. En esta fase del trabajo hay que sistematizar mucho. Detalles. Tú lo sabes todo de eso, Bente.

Bente se incorporó y se volvió hacia él mientras se apoyaba forzadamente sobre la encimera que tenía detrás. Sus pechos estaban pletóricos.

—¿Qué edad tiene?

—¿La asesinada?

—No, la nueva.

—Marian Dahle, ¿te refieres a ella?

—Sí, Marian Dahle.

—Treinta y dos, creo, o treinta y uno —Cato Isaksen la miró iracundo un momento, antes de echarse a reír convulsivamente—. Es gorda y fea. Ni te cuento cómo la llama Roger.

El gato apareció de pronto y empezó a hacer ochos entre sus pies.

—No —dijo Bente malhumorada—, ahórramelo.

La asaltaron los recuerdos del tiempo en que Cato la abandonó unos años atrás y se fue a vivir con otra mujer. Y volvió. El dolor era negro y profundo. Nunca recuperaría del todo el tiempo anterior, aunque hiciera muchos años. El dolor de aquella vez había hecho algo irreversible con su autoestima. Y el niño de siete años Georg sería para siempre jamás la prueba andante de su traición. Afortunadamente Georg se iba de vacaciones con su madre y su padrastro este año. Al país de origen de su padrastro. Era difícil de creer. El primer verano sin Georg. Bente se sentía malvada, pero tenía que poder permitírselo, por una vez.

Cuando Bente se durmió, Cato Isaksen se quedó tumbado en la luz gris del anochecer, con la suave funda de la almohada contra la mejilla derecha. La ropa de cama olía a frío. Tenía la mirada perdida en la habitación. Había bebido demasiado. Después de la cerveza se pasó al vino. Los ácidos quemaban su estómago. Vamos a ir juntos de vacaciones, los chicos tienen mucha ilusión. No te atrevas a robarnos el verano otra vez. Pensó en cómo Marian Dahle le había mirado por encima de la mesa cuando Ingeborg Myklebust proclamó que eran ellos dos los que viajarían a Letonia con el féretro. La imaginó tal y como la vio en la cafetería un par de horas más tarde, junto a la ventana abierta. Sus pequeños y puntiagudos pechos en silueta a contra luz. Se pilló preguntándose cómo serían sus pezones, claros u oscuros. Ella se había dado cuenta de que la miraba. Sus movimientos se hicieron rígidos y mecánicos.

Notó como, bruscamente, algo se contraía en su interior. Estuvo un rato escuchando la respiración acompasada de Bente antes de comenzar a acariciar con suavidad su mejilla. Su cuerpo se alteraba. La sensación de éxtasis bajaba por su columna vertebral. La despertó y la giró hacia él para tumbarse sobre ella, que le sonrió y le besó. Hicieron el amor intensamente. Luego quedó tumbado de espaldas mientras pasaba la mano por su cuerpo. Su estómago tenía estrías de los embarazos. Echó la cabeza hacia atrás. Cato notó que su barbilla tenía una pequeña bolsa blanda debajo. Ella le dio la espalda y se tapó las piernas con el edredón de verano estampado de florecillas azules. Volvió a dormirse. Cato Isaksen aún se quedó un rato mirando fijamente el techo blanco, teñido de gris por la noche de verano.