Vera Mattson tenía un bate de madera entre las manos.

—Ese maldito perro —gritó—. Lo voy a machacar.

A través de la ventana vio a Cato Isaksen que intentaba coger la perra. La ira llegó rodando como una ola. Reconocible, dura y dinámica, de ninguna parte. Iba a matar a ese perro. Siempre caía como un rayo, provocaba un incendio que no se podía apagar. Como entrar en un agujero negro, ningún freno. Nada más que estos sentimientos punzantes. Las manos que se levantan, los músculos que se mueven, y el calor del odio cuando el golpe cae. Malditos bichos, llegar aquí y creer que se puede hacer lo que se quiera. Tomarse libertades, ocupar un lugar. ¿Cómo se llama? Egoísmo, egocentrismo o descaro puro y duro. El agua de la jarra tiene el mismo color que el cristal. Así es siempre, las cosas no son lo que parecen. El agua no es cristal.

Fue rápidamente hacia la cocina. El bate descansaba pesadamente en sus manos. Al pasar junto a la mesa, lo levantó y machacó la jarra de agua. Se rompió antes de llegar al suelo. El agua corría por la superficie de la mesa y goteaba sobre el suelo. El agua tenía el mismo color que el cristal. Ahora se mezclaba con los cristales rotos en el suelo. Estaba a punto de estallar de ira. Las cosas no eran lo que parecían. El agua no es cristal.

Las cosas ocurrieron tan deprisa que Cato Isaksen no tuvo tiempo de reaccionar hasta que fue demasiado tarde. Oyó el sonido del cristal roto en algún lugar de la casa. La puerta del jardín golpeaba movida por el viento. Volvió a entrar, pero Vera Mattson no estaba en el salón. Fue rápidamente a la cocina. Tenía una desagradable sensación de que algo iba muy mal y comprendió que tenía razón. Grandes pedazos de cristal y agua flotaban por el suelo. Miró hacia el pequeño jardín. La puerta estaba abierta. De pronto, una fuerte corriente de aire cerró la puerta con un estruendo. Cato Isaksen se quedó quieto, paralizado por unos instantes. ¿Dónde estaba? Volvió corriendo al salón, hasta la puerta del jardín. Vera Mattson estaba en el jardín. Vio su espalda, cerca del manzano. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué tenía en las manos? Cato Isaksen le gritó a Marian que tuviera cuidado.

—¡Cuidado, maldita sea! ¡Ten cuidado!

Birka apareció de repente frente a Vera Mattson. Estaba allí quieta, moviendo el rabo, con las patas ligeramente dobladas y la cabeza ladeada. Como pidiendo más diversión. Antes de que Cato pudiera detenerla, la mujer levantó los brazos y golpeó a la perra con su bate de madera. La alcanzó a un lado de la cabeza. Se oyó un ruido sordo y fuerte. La perra gimió y se desplomó sobre la grava.