Los conductores estaban sentados alrededor de una mesa rectangular de formica. Frente a ellos tenían sus bocadillos y vasos de cartón para el café. Cuando Cato Isaksen apareció por la puerta quedaron en completo silencio. Inmediatamente, dos de los conductores se pusieron de pie, pero Cato Isaksen les pidió que volvieran a sentarse. Eran seis. Cuatro de ellos tendrían entre treinta y cincuenta años. Wiggo Nyman estaba sentado al extremo de la mesa junto con otro joven.
La sala era alargada, sin ventanas y muy calurosa. De la pared colgaba un calendario con fotos de grandes ciudades. En una de las paredes alargadas había una puerta que daba a la cámara frigorífica.
—¿Quiénes de vosotros trabajasteis la noche del 11 de junio, cuando mataron a Elna Druzika?
—Yo me marché media hora antes de que ocurriera —dijo uno de los hombres de más edad—. Y al irme me encontré con Ronny en la puerta —añadió señalando con la cabeza al compañero de Wiggo Nyman, que estudiaba muy concentrado la superficie de la mesa.
Cato Isaksen le miró.
—¿Cómo te llamas?
—No soy fijo. Me llamo Ronny Bråthen.
—Así que tú eres el nieto de…
—Milly —dijo Wiggo Nyman.
Ronny Bråthen reanudó la observación de la superficie de la mesa.
—Ahora os pregunto a todos: ¿Alguno de vosotros tiene un coche rojo?
Los hombres que rodeaban la mesa negaron con la cabeza.
—¿Alguno de vosotros conoce a alguien que tenga un coche rojo?
—Mi suegra tiene un golf rojo —respondió un hombre de cuarenta y tantos.
—De acuerdo —dijo Cato Isaksen—, apunta tu nombre en un papel y haremos una comprobación rutinaria.
El hombre sacó una gastada cartera del bolsillo de atrás y le dio a Cato Isaksen su tarjeta de visita.
—Y tú —añadió Cato Isaksen mirando a Ronny Bråthen—. Quiero tener una charla contigo en la comisaría lo antes posible.
Wiggo Nyman se revolvió inquieto en la silla.
—No —dijo Ronny Bråthen—, me fui de aquí en el autobús, antes de que Elna saliera de trabajar —había pánico en su voz—. Estaba aquí cuando me marché. No quiero que me interroguen.
—Así que ¿no quieres que te interroguen? ¿Hablaste con Elna esa noche?
Negó con la cabeza.
Cato Isaksen miró a los conductores. Se fijó en que Ronny Bråthen tenía una cicatriz en una oreja.
—Sé que habéis hablado con mis compañeros, Asle Tengs y Tony Hansen, pero creo que le daremos otra vuelta. El caso ha cambiado. Habréis leído los periódicos.
Los hombres asintieron mirando disimuladamente a Wiggo Nyman.
—¿Así que sois amigos, Ronny Bråthen y tú? —Cato Isaksen miraba fijamente a Nyman, que le contestó iracundo.
—Y si es así, qué, ¿qué coño quieres decir?
De pronto, Milly Bråthen apareció en la puerta.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo entrando en el comedor. Puso una bandeja de rosquillas en la mesa. Echó un vistazo a su nieto antes de darse la vuelta y mirar enfadadísima a Cato Isaksen—. Ni lo intentes, joder —dijo—. Aquí nadie le deseaba nada malo a Elna. El Ronny ha acabado el bachillerato esta primavera. Sólo va a currar aquí en verano —dio un paso hacia el policía y se detuvo—. Soy una fiera cuando tengo que proteger a los míos. ¿Lo entiendes? Este sitio está lleno de trampas —dijo con los labios apretados—. Pero mi nieto no es parte de esto. Igual no entiendes lo que quiero decir, pero recuerda mis palabras. Es como la comida que preparamos, una mezcla de dulce y amargo. Los contrastes no tienen por qué ser peligrosos. Pero pueden serlo.