Milly Bråthen escuchó a Cato Isaksen sin interrumpirle. Le hizo las preguntas muy deprisa. ¿Había tenido Ronny un coche para celebrar su graduación? ¿Dónde estaba ese coche ahora? ¿Dónde estaba él?
Zumbaba la campana extractora sobre la gran cocina. Una de las furgonetas de helados estaba aparcando fuera. Cato Isaksen podía notar la furia de Milly Bråthen: la cocinera se dio la vuelta, abrió el horno tirando bruscamente de la puerta, se giró, cogió la fuente, la introdujo sobre la rejilla y cerró la puerta de golpe.
—Nunca encuentro una buena receta para los macarrones gratinados. Todo el mundo piensa que es fácil ¿no?, pero no lo es, qué va. Es un verdadero arte hacer un buen gratinado de macarrones.
Inga Romulda salió de la cámara frigorífica con dos bolsas de muslos de pollo congelados. Cuando vio al policía dio un respingo.
—¿Habéis descubierto algo? ¿Sabéis quién ha sido?
Cato Isaksen se secó el sudor de la frente.
—No. Estoy aquí para hablar con Milly y Ronny.
—Está trabajando —Inga miró un momento el reloj—. Pero vuelve pronto, ¿no es así, Milly?
Milly Bråthen se aclaró las manos bajo el grifo con movimientos bruscos y entrecortados.
—Lo llevo diciendo desde siempre, yo. Que el Ronny se mantenga al margen.
—¿Al margen de qué?
—De todo. Sí, tenía un coche de graduación.
—¿Qué clase de coche?
—Un Mercedes viejo, un turismo de cuatro plazas. Eran cuatro. No sé dónde está ahora.
Inga Romulda miró asustada a Milly.
—Ronny…
—No —dijo Milly Bråthen rápidamente—. No tiene na que ver con esto.
En una de las estrechas ventanas, junto al techo, estaba atrapada una mosca. Zumbaba enfadada de un lado para otro. Cato Isaksen contempló a las dos mujeres. Inga Romulda dejó los muslos de pollo sobre la encimera y empezó a mezclar atún y mayonesa en un cuenco.
—La última vez que estuve por aquí —siguió el policía mirando a Milly Bråthen— dijiste algo de que las contradicciones no tenían que ser necesariamente peligrosas, pero que podían serlo. ¿Qué querías decir con eso?
Sus ojos enrojecieron mientras hablaba.
—Dije que es como la comida que preparamos, una mezcla de dulce y amargo. Los contrastes no tienen por qué ser peligrosos, dije, pero pueden serlo.
Ahmed Khan salió repentinamente de la oficina. Estaba claro que le producía una gran incomodidad ver allí a Cato Isaksen. ¿Estaba Milly Bråthen intentando contarle algo de los dos hermanos? Los contrastes no tienen por qué ser peligrosos, pero pueden serlo.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Ahmed Khan.
Cato Isaksen le miró fijamente. ¿Era éste el hombre que llevaba la llamativa chaqueta en el vídeo? ¿El que estaba medio vuelto de espaldas? Podría ser. Pero también podía haber sido otro.
Cato Isaksen le tendió la mano. Ahmed Khan la estrechó.
—Quiero saber qué pasa aquí —dijo con brusquedad—. Quiero que lo digas todo.
Inga Romulda lavaba lechuga bajo el grifo y cortaba tomates. Milly Bråthen metió una de sus manos en un guante de goma y se puso a limpiar el fregadero.
—No creo que tú vayas a decidir lo que la policía tiene o no tiene que hacer —le replicó Cato Isaksen.
Ahmed Khan cambió de tono rápidamente.
—Pero es una ofensa hablar de la muerte en un sitio lleno de comida.
Milly Bråthen fue hasta la puerta y la abrió de par en par. El aire del verano entró en la cocina y se llevó consigo algo del olor a comida.
—Es con Milly Bråthen con quien quiero hablar ahora —dijo Cato Isaksen—, si me lo permites.
Inga Romulda cortó dos pomelos grandes. Levantaba la vista temerosa hacia Cato Isaksen y Ahmed Khan, que sacó las llaves del coche de un bolsillo, hizo un breve gesto con la cabeza hacia el inspector y desapareció escaleras abajo camino de su Audi gris.
El dolor estaba escrito en la cara de Milly Bråthen.
—Creo que el coche ese de la graduación está en casa del colega del Ronny —dijo bajito. Luego se echó a llorar.