El patio del colegio rebosaba de niños vestidos con ropa de verano en tonos pastel. El aparcamiento estaba completamente lleno con los coches de padres y profesores. Todos querían participar en la reunión urgente convocada por la policía en el gimnasio del colegio Høvik Verk, al que asistía el desaparecido Patrik Øye. La hermosa zona de Høvik está situada junto al mar, y cerca del gran centro de arte y el edificio Veritas. Árboles majestuosos y bonitas casas caracterizan el distrito. Había tardado algo más de diez minutos en coche desde el centro de Oslo. Cato Isaksen aparcó en el arcén, detrás de una gran excavadora. Comprobó el móvil. Había un recado de Vetle, su hijo mediano. Ahora no tenía tiempo para responder. Salió del coche y cerró la puerta sin hacer ruido. Frente a la excavadora había una profunda zanja. En el fondo, junto al brazo de la excavadora, vio unas viejas raíces, marrón claro y grisáceo. Las había conservado bien la tierra compacta, y eran tan finas y delgadas que seguramente se desharían en cuanto la zarpa de hierro se acercara a ellas. El brazo de la excavadora tenía adheridos terrones de tierra. Algunas zarzas viejas colgaban entre sus dientes.
El colegio nuevo estaba construido junto al viejo edificio de ladrillo rojo. Las ventanas tenían pegados papeles de seda recortados en forma de estrellas y flores.
A Cato Isaksen le habían sugerido que estuviera presente en la reunión ahora que se había relacionado la desaparición de Patrik Øye con el caso Druzika. Al ser su equipo el que tenía asignado el caso por la policía de Oslo, era importante figurar en esta reunión abierta en la que se contaba también con la participación de Vidar Edland del distrito policial de Asker y Bærum, y un experto de la policía criminal.
Cato Isaksen caminó entre la marea de niños. Algunos llevaban la merienda y botellas de refresco en la mano. Se detuvo para dejar pasar a una niña con vestido rosa, que venía corriendo. Los juguetes para el exterior estaban en cajas alineadas junto a la pared: pelotas, cubos y palas en rojo, amarillo y verde. Por un momento tuvo la sensación de que el tiempo pasaba muy rápido. Fijó la mirada en un balón amarillo chillón que rodaba entre los niños. Los días de diario, los meses, los años, todo transcurría a una velocidad desbocada.
Los policías se situaron al final del gimnasio, junto a las espalderas. Conversaban en voz baja. Las voces infantiles atravesaban el local, altas y agudas. Edland iba de uniforme, para que los niños entendieran que esto iba en serio.
Cato Isaksen observaba a los alumnos, padres y profesores que entraban despacio y preocupados en el caluroso local, decorado con guirnaldas para la inminente fiesta de fin de curso.
En su bolsillo sonó el móvil. Era Vetle, quería saber si su padre llegaría a tiempo para poder llevarle con unos amigos a la playa de Hvalstrand esa misma tarde. Cato Isaksen se protegió la oreja con la mano y dijo rápidamente que no sabía si lo conseguiría.
—Pregunta a mamá —añadió, mientra oía a su hijo resoplar al otro lado del teléfono. Cato Isaksen estaba mal acostumbrado a que Bente se ocupara de todo, especialmente cuando él estaba en medio de un caso.
—Sí, mamá. Ja —dijo Vetle—. Papá, ¿no puedes venir tú a bañarte con nosotros?
—Hoy no tengo tiempo, Vetle —dijo secamente—. Las vacaciones de verano están al caer, tendremos que desquitarnos entonces. Tengo que irme —cerró la tapa del móvil mientras saludaba con la cabeza a una pareja de padres que se estaban sentando frente a él en dos asientos libres.
Cuando los padres se sentaron en las sillas de plástico rojo y los alumnos, ya tranquilos, se acomodaron en el suelo, Vidar Edland abrió la reunión. Los profesores se habían agrupado cerca de la puerta, junto a la pared. El calor vibraba en el gimnasio. Finalmente se hizo un silencio total, sólo interrumpido por el zumbido del aire acondicionado que salía por una rejilla del suelo.
El inspector empezó diciendo:
—Con motivo de la desaparición de Patrik Øye, la policía ha querido convocar esta reunión informativa para alumnos, padres y profesores. Es una pena que pronto sean las vacaciones de verano, que os marchéis cada uno por vuestro lado y no volváis a veros aquí hasta el otoño.
Se oyeron algunas protestas entre los niños.
—Nos parece hasta cierto punto una pena a nosotros. Porque entendéis que éste es un caso muy serio y que los policías necesitamos toda la ayuda que nos podáis dar. Porque no sabemos qué ha pasado con Patrik.
Los niños de la primera fila se removieron intranquilos.
—Esperamos que algunos de vosotros tal vez podáis contribuir con alguna nueva pista relacionada con en el caso. Es muy importante que nos comuniquéis cualquier cosa que creáis que puede servir para la investigación. Puede ser algo o alguien que hayáis visto por la zona el día en que Patrik desapareció. O los días anteriores. Es muy importante que nos deis esa información. Tal vez vierais algo que pensáis que no tiene importancia. Pero igualmente puede ser significativo para nosotros. Así que contadnos todo lo que sepáis, no tengáis miedo de que no sea relevante. Dejad que seamos nosotros quienes decidamos si es importante o no.
Una manita se levantó en el aire. Era un niño de unos ocho años, vibrante de emoción, vestido con una camisa de verano blanca de manga corta.
Vidar Edland asintió con la cabeza.
—¿Nos darán un premio? —preguntó.
—No se llama premio, sino recompensa —dijo una niña con vestido rosa, y le dio en el costado.
El policía sonrió brevemente, luego negó con la cabeza.
—No, me temo que no. Pero vosotros también tenéis muchas ganas de que averigüemos qué le ha pasado a Patrik, ¿verdad que sí?
Los presentes asintieron muy serios. Los padres, desde sus sillas rojas, tenían algunas preguntas que hacer. Una madre con vestido blanco y un bebé de azul clarito en el regazo preguntó si era cierto que el conductor de la furgoneta de los helados podía estar involucrado.
—Es prematuro decir algo al respecto, pero es cierto que estamos investigando la furgoneta de los helados, así que si alguien de la sala tiene algo que contarnos al respecto, nos gustaría mucho que viniera a hablar con nosotros después.
Otro niño levantó la mano.
—Mi padre dice que Patrik está muerto.
—No es seguro que Patrik esté muerto —dijo Vidar Edland con tono grave—. Nosotros tenemos la esperanza de que esté vivo.
—Hoy es catorce de junio —continuó el niño—. Falta un mes para la fiesta nacional de Francia. ¡Zut Alors!
La sala rió por lo bajo. La mujer del traje blanco volvió a levantar la mano.
—Pero al hombre de la furgoneta de los helados… ¿le dejan seguir conduciendo? ¿No deberían apartarle de ese trabajo?
—Se le interroga al igual que a otros muchos. Evaluamos de forma permanente cómo llevar el caso. Ese día hubo muchos coches circulando por aquí, por las calles más retiradas. Estamos interrogando también a otros, en la misma línea.
La reunión duró una hora. Los alumnos apuntaron el teléfono de la policía, y muchos quisieron hablar con los detectives después. Los padres y los profesores expresaron su temor a que pudieran desaparecer más niños. No fue fácil tranquilizarlos, pero finalmente los policías consiguieron salir de allí.
Cato Isaksen se quedó hablando unos diez minutos con Vidar Egland y el inspector de la policía criminal antes de dirigirse a su coche. Habían acordado reunirse en la comisaría a las nueve del día siguiente para unificar los dos casos y hacer una valoración.
Cato Isaksen decidió dar una vuelta por la zona con el coche. Quería ver el lugar en el que Patrik Øye fue visto por el último testigo, pero antes quería pasar a ver a la madre del niño desaparecido. Vivía en la calle Odden, no muy lejos del colegio. Ya puestos, debía hacerse una idea propia de todo el caso, ahora que iba a entrar de lleno en él. Cuando se disponía a entrar en el coche, se fijó en dos chicas de unos once o doce años que estaban junto a la excavadora amarilla y le miraban expectantes. Una era delgada y rubia. La otra era más gruesa y pelirroja. Cada una llevaba una bolsa de baño transparente en la mano, con toalla y bañador. Le dio la impresión de que querían decirle algo.
Guardó la llave del coche en el bolsillo y anduvo hacia ellas como por casualidad.
—Hola, hola —dijo—, ¿vivís por aquí?
—Vivo en la calle Selvik —informó rápidamente la rubia lanzando de una patada una piedra al gran agujero que había frente a la excavadora—. Donde Patrik desapareció, justo donde se esfumó. En la casa amarilla.
—¿Sabéis que desapareció exactamente ahí? —preguntó Cato Isaksen sonriéndoles con cuidado.
—No, pero papá dice que la vecina le vio correr, y luego desapareció. Así que fue justo enfrente de donde vivo yo.
—¿Estabais allí entonces?
—No, no justo entonces. Estábamos en la cama elástica, y luego entramos en la casa un ratito y ha tenido que suceder justo entonces. Pero le compramos helados a Wiggo cuando aparcó en la calle, más abajo.
—Ahá, ¿así que sabéis hasta cómo se llama el conductor de la camioneta de los helados?
—Bueno, es que lleva tiempo viniendo.
La pelirroja reía por lo bajo.
—Entonces, ¿tú eres policía, aunque no lleves uniforme?
—Claro que sí —dijo Cato Isaksen—, no llevamos el uniforme todo el rato, ¿vale? ¿Dónde os bañáis?
—Justo ahí abajo, en la playa de Veritas —dijo la pelirroja.
—Pero papá dice que Patrik también ha podido desaparecer en otro sitio —dijo la rubia. Le miró sin manifestar ningún tipo de emoción, levantó la mano y se apartó el cabello de los ojos con un pequeño y perezoso gesto. Tres finas y coloridas pulseras tintinearon seductoras en su delgado brazo—. Ha podido correr mucho antes de que le cogieran, sólo que nadie le ha visto. Mamá y papá han hablado con la policía. En realidad, la policía ha estado en nuestra casa. ¿Por qué pone en el periódico que ha podido ser Wiggo, si sólo tiene dieciocho años?; él no puede haber cogido a Patrik.
—Tiene veintiuno —dijo Cato Isaksen.
—¿Quééé? —dijo atropelladamente la rubia—. A nosotras nos contó que tenía dieciocho.
Las niñas se miraron. La rubia se chupaba el labio y miraba indiferente a su amiga.
Seguía siendo la rubia quien hablaba.
—Patrik tenía una mochila muy anticuada y tonta. Fea, con una de esas rayas a través. Si es el de la furgoneta de los helados el que lo ha hecho, entonces es peligroso, ¿no?
Cato Isaksen agudizó su mirada.
—¿Cómo te llamas?
—Louise.
—¿Viste algo relacionado con la desaparición de Patrik, Louise?
Se encogió de hombros.
—No, ya he dicho que justo entonces estábamos dentro de casa.
El detective miró a la niña un poco gordita y pelirroja que se sonrojó al sentirse observada.
—¿Y cómo te llamas tú? —preguntó.
—Ina —dijo bajito y volvió a reírse.
—¿Conocíais a Patrik?
—No —dijeron las niñas a la vez mirándose rápidamente.
—Bueno, por lo menos no mucho —añadió la rubia—, pero sabemos quién es todo el mundo, claro.
—¿Qué edad tenéis? —preguntó el policía.
—Once —dijeron las niñas a coro.
—Pero en agosto cumpliré doce —añadió la rubia—. Por cierto, el periódico dice que Wiggo puede haber cogido a Patrik.
—Los periódicos escriben de todo, todo el rato. ¿Qué creéis vosotras, visteis algún coche en especial ese día?
La rubia volvió a reír.
—Ese día no, pero hace unos días vimos a un hombre que aparcó para pasear a un perro. Lo soltó y ya está. Era un perro grande y negro.
—¿Dónde fue eso?
—Justo ahí abajo —se dio la vuelta apuntando con el dedo—. Ahí donde desapareció Patrik. También hizo fotos y andaba raro, como si le doliera algo.
—¿De qué color era su coche? Puede que fuera un policía.
Las niñas se miraron.
—No nos acordamos —dijo la pelirroja—. Pero no tenía pinta de policía, no. Ya no nos dejan ir solas al cole. Vamos siempre juntas. Y miramos a nuestro alrededor todo el tiempo, por si hay algo.
—Por cierto que yo también tenía un perro. Se llamaba Dennis. Era uno de esos bichón frisé pequeñitos. Alguien lo mató. No sabemos quién lo hizo. Estaba todo ensangrentado. Alguien lo había descuartizado y le quitó el collar.
—¿Cuándo ocurrió eso?
Louise se encogió de hombros.
—Hace unos meses, cuando volvimos de vacaciones de Semana Santa.