Henning Nyman oyó a las niñas desde muy lejos. Hacían un ruido muy especial las niñas así. Podía entreverlas entre los grandes árboles. Ahora bajaban hacia la fuente.

Estaba de pie junto al coche, esperando. Se apoyaba contra la puerta y esperaba. Había quitado el gato y la rueda de repuesto del asiento trasero. Por si acaso, sólo por si acaso no cabían. Compró unos pintalabios brillantes en una perfumería.

El corazón latía duro y fuerte en su pecho. Ahora pasaban el poste que había junto a la fuente. Alrededor la hierba todavía estaba verde, por lo demás todo era gris. En su cabeza todo era gris.

Habló con Louise por teléfono mientras conducía. Le había dicho que les daría una caja grande de cosméticos a cada una. Y no sólo eso, le dijo. Un amigo suyo tenía cuatro cachorros bastardos de los que no conseguía deshacerse. Si las niñas querían, se los daría gratis. Louise se había quedado callada al teléfono. No sé, dijo. No sé si me dejan. Pero sintió que el mensaje entraba.

Cargaban grandes mochilas a la espalda y llevaban las dos los vaqueros sujetos por debajo de las caderas. La pelirroja vestía un jersey azul claro de capucha sin mangas. Tenía la piel completamente blanca, aunque fuera verano, con pequeñas pecas sobre la nariz, y sus antebrazos parecían suaves y blandos. Un rollo de grasa asomaba entre el jersey y la cintura del pantalón. Rosado, como un bebé. Era una niña, una deliciosa y frágil niña.

Louise venía hablando sin parar, y de vez cuando detenía su marcha y se golpeaba las rodillas. Daba la vuelta un momento y andaba hacia atrás mientras seguía hablando con su amiga. Su voz era penetrante, como podían serlo las voces de las niñas. No sabía cuánto podría soportar. Había sido demasiado últimamente, más que demasiado.

En realidad sólo sentía desprecio por Louise. Su voz, la seguridad en sí misma que irradiaban sus ojos azules, el pelo demasiado claro. Era alta para su edad, y delgada. Sus pechos ni se insinuaban, estaba completamente plana desde la tripa hasta el cuello. De pronto rió histéricamente y gesticuló con los brazos.

Justo en ese momento las chicas le vieron. Se detuvieron. La pelirroja llevaba una tienda de campaña enrollada en los brazos. Todo se detuvo un momento, antes de que dieran la vuelta y echaran a correr. Se dio cuenta de que reían mientras corrían. Por lo menos ésa era una buena señal. Se quedó un rato parado pensando qué hacer, antes de empezar a caminar tras ellas rápidamente. Había empezado a llover. ¿O tal vez sólo era la fuente? Un velo de agua verde clara que pasaba como un humo poco denso frente a los focos de los chorros. Sintió cómo las gotas quedaban prendidas bajo su nariz. Empezó a correr. Fue fácil alcanzarlas.