Epílogo

Capitán

La Lynx explotó, se expandió.

El colector del módulo energético de la fragata se extendió triunfante a lo largo de sus ochenta kilómetros cuadrados. El colector era mitad hardware, mitad efecto de campo; hileras de máquinas tambaleantes fijas a su patrón hexagonal por un bordado de gravedad fácil. Brilló al sol de Legis, reflejando el espectro de un dios loco, desdoblándose como las plumas de un fantasmagórico pavo real en celo. Podía dispersar diez mil gigavatios por segundo; era como un ventilador gigante que desprendía un calor capaz de cegar a cualquier humano que no llevase la protección necesaria.

Las torretas-satélite de los cuatro cañones de fotones de la nave emergieron del casco principal, extendiéndose sobre andamios de hipercarbono que recordaron a Zai los huesos de hierro de los antiguos puentes levadizos. La Lynx estaba blindada contra las radiaciones colaterales de los cañones por veinte centímetros de aleación. Estaban separados cuatro kilómetros de la nave propiamente dicha; el uso del cañón solo provocaría los tipos de cáncer más tratables en la tripulación de la Lynx. Las cuatro torretas-satélite disponían de la suficiente masa e inteligencia de reacción para operar de forma independiente si se desvinculaban de la nave. Y se podía ordenar a sus cartuchos de fusión que dispararan a potencia máxima desde la distancia segura de unos cuantos miles de kilómetros, consumiéndose a sí mismos en una reacción en cadena y lanzando una última y letal aguja contra el enemigo. Por supuesto, también se podía hacer desde la posición más próxima, destruyendo la nave nodriza en una llamarada de gloria mortal.

Ese era uno de los cinco métodos estándar de autodestrucción de la fragata.

El raíl magnético que propulsaría el complemento robótico de la Lynx descendió de su vientre y se extendió a su longitud máxima de mil novecientos metros. Por él bajaron unos cuantos robots de reconocimiento, un escuadrón de esparcidores y toda una serie de generadores de arena. Los esparcidores parecían puercoespines nerviosos con sus agrupaciones de pequeñas protuberancias verticales, cada una de las cuales contenía suficiente combustible para acelerar a dos mil gravedades durante casi un segundo. Los generadores de arena estaban abarrotados de decenas de latas autopropulsadas con coberturas cerámicas de patrones de fragmentación. Teniendo en cuenta las altas velocidades relativas de esta batalla, el arma más efectiva contra las telecomunicaciones rix sería la arena.

Dentro de la bahía de raíles había numerosas reservas de todo tipo de robots, que se estaban cargando respetando un orden de combate cuidadosamente calculado. Penetradores, señuelos de transmisión, dragaminas, naves de combate de control remoto, estacas de defensa: todos ellos esperaban el momento de la batalla. Al final del todo esperaba un robot de freno. Este robot podía ser lanzado incluso si la fragata perdía toda su energía, acelerado por explosivos direccionales situados en el interior de su raíl de reserva. El robot ya estaba activo, actualizando continuamente su copia de los archivos de las dos últimas horas que intentaría suministrar a las fuerzas imperiales si la Lynx era destruida.

Cuando fuera destruida, se corrigió el capitán Laurent Zai. No era probable que su nave sobreviviera a este encuentro, era mejor aceptarlo. La nave rix era superior en capacidad energética y ofensiva. Su tripulación era más rápida y más fiel, vinculados tan íntimamente a los sistemas de la nave que el punto exacto de la división entre humano y máquina era una cuestión de debate filosófico más que de consideración militar. Y los soldados rix de abordaje eran fatales: más rápidos, más resistentes, más eficientes en gravedades comprometidas. Y, por supuesto, no tenían miedo a morir; para los rix las vidas perdidas en la batalla no eran de más importancia que unas pocas neuronas sacrificadas por los placeres de un vaso de vino.

Zai observó cómo trabajaba el personal del puente, preparando a la Lynx y su nueva configuración para restablecer la aceleración. Ahora estaban en gravedad cero, esperando a que se consolidara la reestructuración antes de someter a la fragata extendida a los castigos de la aceleración. Era un alivio no padecer las altas gravedades, aunque solo fuera por unas horas. Cuando el combate empezara de verdad la nave tendría que pasar a su modo evasivo, lo que haría que la dirección y la fuerza de la aceleración cambiaran continuamente. Comparadas con ese caos, las dos últimas semanas de aceleración elevada constante parecerían un crucero de placer.

El capitán Zai se preguntó si quedaría algún amotinado entre sus filas. Al menos dos de los conspiradores habían escapado la trampa que Hobbes y él les habían tendido. ¿Habría más? Seguro que los oficiales superiores sabían que no había posibilidad de victoria. Sabían de lo que era capaz una nave de combate rix y notarían que la configuración de la Lynx había sido diseñada para dañar al enemigo, no para sobrevivir. Zai y la oficial ejecutiva Hobbes habían optimizado el armamento ofensivo de la nave a costa de sus defensas, centrando todo su arsenal en la función de destruir el despliegue de telecomunicaciones de los rix.

Ahora que la Lynx estaba en configuración de combate, hasta los oficiales inferiores se darían cuenta de los negros augurios que les rodeaban.

Los esquifes de abordaje permanecieron en sus células de almacenamiento. Era improbable que los soldados de Zai tuvieran que cruzar el abismo para capturar la nave de combate rix. Las acciones de abordaje eran un privilegio de la nave vencedora. En cambio, los soldados imperiales estaban tomando posiciones por toda la Lynx, listos para defender su captura en caso de que los rix decidieran abordarla tras reducirla a la indefensión total. Normalmente Zai habría suministrado armas de apoyo a su tripulación para ayudar a repeler a los invasores, pero tras el intento de motín parecía un acto arriesgado. Lo más alarmante para cualquier soldado que se dignara fijarse era que el generador de singularidad, la opción de autodestrucción más dramática, estaba cargado al máximo. Si la Lynx conseguía acercarse lo suficiente a la nave enemiga, ambas compartirían una muerte dramática.

Resumiendo, la Lynx estaba preparada como un borracho ciego e iracundo lanzándose a una pelea con los dientes apretados, ansiosa de hacer daño e inconsciente de cualquier dolor que pudiera sufrir.

Quizás esa sería su única ventaja en este combate, pensó Zai: la desesperación. ¿Intentarían los rix proteger la vulnerable antena receptora? Obviamente, su misión era comunicarse con la mente compuesta de Legis. ¿Pero harían los dictados de proteger las telecomunicaciones que el comandante de la nave rix diera un paso en falso? Si era sí, podría haber una mínima esperanza de sobrevivir a esta batalla.

Zai suspiró y desechó sombríamente esta idea. La esperanza no era su aliado, lo había aprendido en los últimos diez días.

Volvió a concentrarse en la pantalla de aire del puente de mando y sus esquemas detallados de la estructura interna de la Lynx.

Las líneas cambiaban como un rompecabezas oriental a medida que las paredes y mamparas del interior de la fragata pasaban a configuración de combate. Las salas comunes y de recreo desaparecieron para hacer sitio a nuevas estaciones de artillería, los pasillos se ampliaron para facilitar el movimiento de los equipos de reparación de emergencia. Las literas de la tripulación se transformaron en trincheras. Las enfermerías se expandieron, ocupando las pistas de gravedad cero y de deportes que normalmente las rodeaban. De las paredes brotaron asideros previendo pérdidas de gravedad, y todo aquello que podía soltarse en altas aceleraciones fue atornillado, clavado o simplemente reciclado.

Finalmente todo este movimiento cesó y el esquema se asentó en una forma estable. Como un tornillo mecánico bien fabricado enroscándose suavemente en su lugar, la nave quedó lista para el combate.

Sonó una única advertencia sonora. Unos pocos de los miembros del equipo presente en el puente de mando se giraron hacia Zai. Sus rostros mostraban expectación y excitación; estaban listos para empezar esta batalla fueran cuales fueran las posibilidades. Lo vio sobre todo en la expresión de la oficial ejecutiva Hobbes. Habían sido derrotados en Legis XV, todos ellos, y esta era su oportunidad de vengarse. El motín, pese a haber sido abortado, también les había avergonzado. Estaban listos para luchar, y era bueno ver sus ansias de sangre, pese a que eran desesperadas.

Quizás era posible que regresaran a casa, pensó Laurent Zai.

El capitán hizo una señal al primer piloto y la gravedad regresó gradualmente, empujándole contra el respaldo de su sillón a medida que la fragata aceleraba.

La Lynx avanzó hacia la batalla.