Soldado

Bassiritz estaba sangrando.

La rix le había acorralado en la esquina de dos largos corredores, delimitados por paredes de apoyo (una de las pocas estructuras de hipercarbono del palacio). Su arma no podía atravesarlos. Estaba atrapado, expuesto y herido. Los disparos incesantes de la rix habían hecho caer una lluvia de escombros sobre él, una granizada de piedra. Una astilla casual había atravesado una de las finas juntas de su armadura, clavándose en su pierna justo detrás de la rodilla.

El visor de su casco estaba rayado y palmeado. Apenas podía ver, pero no se atrevía a quitárselo.

Y Astra y Saman estaban muertos. Habían confiado demasiado en el disparo mortal de Bassiritz y se habían expuesto.

Pero, de momento, la rix parecía haber hecho una pausa en su cacería incansable. A lo mejor estaba saboreando el momento, o posiblemente el hombrecillo del flotador le estaba causando problemas.

A lo mejor había tiempo para escapar. Pero los dos amplios pasillos se extendían a lo largo de unos cuantos cientos de metros sin ningún tipo de cobertura, y Bassiritz podía oír a la rix moviéndose aún por el jardín de las formas grotescas. Se sentía cazado, y pensó en los tigres que a veces atacaban a la gente fuera de su pueblo. «¡Arriba!», gritó su mente. «¡Súbete a un árbol!». Rastreó las suaves paredes de hipercarbono en busca de un lugar donde agarrarse.

La vista de lince de Bassiritz descubrió una secuencia de ranuras en el hipercarbono que llevaban hasta la parte superior de la pared. Probablemente algún tipo de agarradera para poder reposicionar las paredes. Bassiritz dejó caer su arma (había gastado ya la mayor parte de su munición de todas formas) y sacó de sus botas el par de pequeños cuchillos de hipercarbono que le había regalado su madre justo antes de que el Ladrón Tiempo se la llevara.

Clavó un cuchillo en una ranura. Su fina hoja se ajustó perfectamente. Se propulsó hacia arriba. La hoja de hipercarbono no se dobló, por supuesto, aunque soportar todo su peso agarrándose a su pequeño mango hizo chillar a sus dedos de dolor.

Ignoró el dolor y comenzó a escalar.