Oficial ejecutiva

La oficial ejecutiva Katherie Hobbes oyó cómo su capitán murmuraba algo ensimismado. Levantó la mirada para observarle, con trazos del brillante contorno del palacio capturado todavía perturbando su visión. El rostro del capitán mostraba una expresión extraña, dadas las circunstancias. La presión era extraordinaria, el tiempo se acababa, y aún así parecía… extrañamente extasiado. Sintió una emoción momentánea ante esa imagen.

—¿Necesita algo, capitán?

Él la miró desde la posición elevada de su silla de oficial al mando, con la mirada endurecida de nuevo.

—¿Dónde están esos malditos Inteligenciadores?

Hobbes hizo un gesto, millones de datos brillando brevemente en sus dedos enguantados, y una breve línea azul resplandeció en la pantalla, con el resto del caos informático desvaneciéndose en el canal de sinestesia reservado que compartía con el capitán. Un grupo de anotaciones amarillas aumentó la línea azul, con un puñado de inequívocos signos de iconografía militar listos en caso de que el capitán necesitara más detalles.

Hasta ahora, pensó Hobbes, el plan estaba funcionando.

Dos horas antes, habían desplegado el escuadrón de pequeñas naves del piloto maestro Marx en una nave nodriza del tamaño de un puño. Como se esperaba, los sensores portátiles de los comandos rix no habían reparado en esta minúscula intrusión en la atmósfera. La nave nodriza había soltado su carga antes de incrustarse con un golpe sordo en la tierra blanda de un jardín de meditación imperial situado dentro del palacio. Ese día había llovido, así que el impacto no levantó polvo. El módulo con las naves aterrizó suavemente a través de una ventana abierta, con un impacto apenas mayor que el del corcho de una botella de champaña (al que emulaba el módulo en forma, tamaño y densidad) rebotando en el suelo.

Del módulo salió un pequeño despliegue que se extendió a lo largo del suelo de mármol negro del palacio formando un patrón concéntrico, una telaraña.

Se estableció rápidamente contacto con la Lynx. Doscientos kilómetros más arriba, cinco pilotos se sentaron en sus cabinas de control y una pequeña constelación de motas de polvo se elevó del módulo de descarga, impulsadas por una suave brisa de primavera.

A las pequeñas naves pilotadas seguían un grupo de naves de apoyo controladas por inteligencias artificiales de la nave nodriza.

Había unidades de transporte de baterías extra, Inteligenciadores de apoyo para sustituir las naves perdidas y repetidores que iban cayendo como una senda de migas de pan, retransmitiendo hasta el módulo de descarga las débiles transmisiones de los Inteligenciadores.

Los primeros elementos del rescate estaban en camino.

Sin embargo, en este momento las pequeñas naves se encontraban en medio de una maniobra de evasión, avanzando a ciegas y en silencio. Se habían replegado a su tamaño más infinitesimal y estaban cayendo, esperando una orden del espacio para volver a vivir.

La oficial ejecutiva Hobbes se giró hacia el capitán. Señaló la línea azul de la pantalla, que destelló brevemente.

—Están a medio camino, señor —dijo—. Una ha sido destruida. Las otras cuatro avanzan en silencio para evitar su intercepción. Marx está al mando, por supuesto.

—¡Que vuelvan a estar operativos, maldita sea! Explícale al piloto maestro que no hay tiempo para la precaución. Hoy tendrá que renunciar a su delicadeza habitual.

Hobbes asintió con la cabeza. Volvió a hacer un gesto…