Soldado
El robot bibliotecario dio golpecitos entre los ladrillos de datos, como un niño retrasado que no sabe con qué juguete jugar. Se movió caprichosamente, buscando algún secreto enterrado en sus formas rectangulares. H_rd, que ya había vaciado la caja de seguridad, esperaba sentada pacientemente, atenta a cualquier sonido que se produjera arriba.
Al principio el sótano de la biblioteca la había puesto nerviosa. A los rix no les gustaba estar atrapados bajo tierra. Ella y sus hermanas habían sido criadas en el espacio, adentrándose en pozos de gravedad solo para ejercicios de entrenamiento y misiones de combate. H_rd se sentía aplastada bajo el peso de piedra y metal. Hacía una hora había dejado al curioso robot atrás y había hecho un reconocimiento de la planta baja, instalando alarmas de movimiento en cada entrada. Pero las calles de los alrededores estaban vacías; estaba claro que sus perseguidores se habían ido, siguiendo la pista falsa creada por Alexander. Y esta parte de la ciudad estaba todavía evacuada para la búsqueda de la milicia.
Ella y el robot tenían la biblioteca para ellos solos.
Era difícil imaginar que este minúsculo y crudo dispositivo estaba animado por Alexander, una inteligencia de escala planetaria. La única rueda del robot le permitía desplazarse eficientemente por entre las estanterías ordenadas, pero aquí entre los escombros de la caja destrozada se veía reducido a movimientos inciertos y temblorosos: un motociclista sorteando un lugar en obras. H_rd observó el cómico espectáculo con una sonrisa. Incluso la compañía de un robot mudo era mejor que estar sola.
De repente el robot pareció dar un respingo, introduciendo su conexión de datos más y más en el ladrillo frente a él con una risa obscena. Tras un momento de vibración salvaje, el pequeño dispositivo soltó el ladrillo y giro sobre sí. Esquivando escombros con vigor renovado, salió del estrecho pasillo a toda velocidad.
H_rd se levantó lentamente, con su cuerpo erizándose a medida que pasaba un régimen de dos segundos que estiraba los mil cien músculos de su cuerpo. No tenía sentido apresurarse; el robot no podía ir más rápido que ella. Con un solo salto h_rd evitó los restos de su vandalismo y luego se volvió hacia la pila. Fijó su arma a baja y amplia potencia y sometió a los ladrillos de datos a radiación suficiente como para borrar sus contenidos y cualquier pista de lo que fuese que Alexander había encontrado en ellos. El nodo de supresión de fuego sobre ella se activó, pero fue anulado antes de que pudiera aplicar su espuma.
H_rd se dio la vuelta y corrió. Con unas pocas zancadas se situó justo detrás del robot, extraños compañeros en los oscuros corredores de la biblioteca abandonada. El chirrido de su única rueda se mezclaba con el sutil zumbido ultrasónico de sus servomotores.
Le siguió a través de rampas, atravesando los niveles del sótano hasta llegar a la planta baja. El robot rodó por entre los escritorios y cruzó un portal en la pared que tenía exactamente su tamaño, como una puerta para mascotas. Esta carrera de obstáculos estaba diseñada para el uso del robot, no para el de amazonas de dos metros, y el reto devolvió una sonrisa al rostro de la soldado. H_rd se agachó, saltó y zigzagueó, siguiendo de cerca a su diminuto compañero, que le llevó a una oficina de la parte trasera. El robot patinó y se detuvo ante una desordenada pila de cuadrados de plástico, aproximadamente del tamaño de una mano humana.
La mujer rix cogió uno de los dispositivos. Era una pantalla de mano asegurada, un extraño dispositivo físico de almacenamiento y visualización en un universo de infraestructura omnipresente y visión secundaria. Claro que los soldados luchaban en mundos hostiles en los que la infraestructura local era inaccesible, y h_rd había utilizado un dispositivo como ese antes. Una biblioteca de este tipo los usaba para permitir a sus habituales salir con información delicada, el tipo de información que debía permanecer fuera de la esfera pública. La pantalla de mano estaba equipada con inteligencia limitada y gobernadores para evitar que personas no autorizadas accedieran a sus contenidos.
El robot se conectó a uno de los dispositivos y los dos permanecieron unidos en un tembloroso abrazo momentáneo. Entonces la pantalla cobró vida.
La mujer rix la cogió. En la primera página había un mapa del planeta, una ruta marcada en colores pulsantes. Trabajó en la interfaz limitada con sus rápidos dedos y descubrió que la máquina contenía miles de páginas, un plan detallado para alcanzar su próximo objetivo: el centro de comunicaciones del extremo polar. La puerta de acceso de toda la información que entraba y salía del sistema Legis.
A cuatro mil kilómetros de distancia.
H_rd suspiró y miró acusadoramente al pequeño robot.
Todos los grupos de rix que se habían presentado voluntarios para esta misión se daban cuenta de que era básicamente una misión suicida. Plantar la semilla de una mente compuesta era un golpe glorioso contra el Imperio Elevado, y los invasores habían cumplido su objetivo más allá de todas las expectativas. Por primera vez había emergido una mente rix en un mundo imperial. El hecho de que pudiera desencadenar una guerra a escala completa era irrelevante. Los rix no distinguían entre estados de guerra y paz con las diversas entidades políticas que tenían frontera con su serpentina amalgama de bases. Su sociedad era una guerra santa constante, un incesante esfuerzo misionero para propagar las mentes compuestas.
Pero ¿cuatro mil kilómetros en territorio hostil? ¿Sola?
Generalmente, las misiones suicidas al menos tenían la ventaja de ser breves.
H_rd fue pasando las páginas de la pantalla y encontró un mapa del sistema de maglev planetario. Al menos no tendría que caminar. También descubrió el historial médico de una recluta concreta de la milicia de Legis, una que se parecía a h_rd y que tenía la experiencia necesaria para la misión. La soldado rix se dio cuenta de que Alexander quería que viajara de incógnito, que pasara por una humana imperial estándar. Qué mal gusto.
Se movió hacia la salida de la biblioteca. Era mejor aprovecharse de las calles evacuadas mientras pudiera.
El sonido de la rueda del robot siguió a h_rd a la puerta. Se situó frente a ella, casi girando fuera de control en su prisa por bloquear el camino.
H_rd se paró en seco. ¿Acaso pensaba que iba a ir con ella?
Entonces cayó en la cuenta. Alexander había descargado el precioso secreto que buscaba a través de la memoria del pequeño robot. Podía quedar algún residuo, algún archivo de seguridad en algún lugar del que los imperiales pudieran deducir lo que había aprendido Alexander.
La soldado activó la máxima potencia de su arma y la apuntó al robot. La máquina retrocedió. Era Alexander teniendo cuidado de dejar a h_rd fuera del radio de disparo del arma. Pero el pequeño aparato parecía nervioso sobre su única rueda, como si supiera que estaba a punto de morir.
H_rd sintió una extraña resistencia a destruir al robot. Durante unas cuantas horas había sido un compañero en este solitario mundo antirix, una especie de hermana pequeña. Era una forma extraña de pensar en la máquina, que era una encarnación de uno de sus dioses. Pero se sentía como si estuviera matando a un amigo.
Aún así, las órdenes eran órdenes.
Cerró los ojos y apretó el gatillo.
El plasma salió disparado del cañón del arma, desintegrando al robot en una gota de fuego y piezas metálicas sobre las que pasó h_rd, adentrándose en la noche de fuera.
Se desprendió de la sensación de soledad corriendo entre los edificios en silencio. Alexander todavía estaba con ella, observándola a través de cada monitor de cada puerta, ocultando su paso con trucos y engaños. Era el único agente humano de la mente compuesta en este mundo hostil: bien amada.
H_rd corrió todo lo deprisa que pudo. Estaba cumpliendo la voluntad de los dioses.