Senadora

Cuando volvieron a convocar al consejo, ya había pasado la media noche.

La senadora Oxham estaba despierta cuando llegó la llamada. Había estado observando la hoguera del Parque de los Mártires durante toda la noche. Era imposible no ver las llamas desde su balcón privado, que se encontraba en la cara inferior de su apartamento, proporcionándole amplias vistas de la capital. El balcón colgaba de una forma cuidadosamente calibrada (lo suficiente como para sentir el viento, pero sin provocar náuseas) y por la noche el Parque de los Mártires se extendía allá abajo, un rectángulo de oscuridad, como si una enorme alfombra negra fuese cubriendo las luces de la ciudad.

Esta noche, el espacio normalmente oscuro brillaba, poblado por una docena de piras de fuego. Iniciados del Aparato habían estado todo el día trabajando en ellas, construyendo las pirámides de árboles ceremoniales utilizando únicamente músculos humanos y aparejos. Los reporteros acudieron rápidamente, retransmitiendo sus labores y especulando sobre qué tipo de anuncio vendría una vez se hubieran reducido a cenizas. A medida que las piras crecían en tamaño, las elucubraciones se agrandaban para mantenerse a la altura, haciéndose más salvajes, pero sin llegar a acercarse siquiera a la verdad.

Los políticos nunca proporcionaban a la población del Imperio Elevado sorpresas desagradables, especialmente en la volátil capital. Los extensos rituales del Parque de los Mártires permitían que las malas noticias fueran precedidas por una onda preparatoria de ansiedad, una advertencia como la ira de una tormenta lejana. Las noticias normalmente hiperbolizaban sus especulaciones, de tal forma que los hechos reales parecían tranquilizadoramente banales en el momento en que eran hechos públicos.

Sin embargo, esta vez las noticias iban a superar todas las expectaciones. Una vez la muerte de la Emperatriz Infante fuera de conocimiento público empezaría la auténtica fiebre de la guerra.

Había construcción suficiente como para arder hasta la mañana, y Nara Oxham necesitaría toda su energía cuando se hicieran públicas las noticias, pero aún así salió fuera a mirar. Con todo lo cansada que estaba de los eventos del día, le era imposible dormir.

Su mensaje a Laurent Zai parecía algo pequeño y desesperado ahora, un gesto inútil contra las fuerzas imparables de la guerra: el vasto fuego bajo ella, las muchedumbres acercándose, soldados pasando revista, las naves listas para salir hacia las cuencas del Distrito Fronterizo. Todo se desplegaba con la fijeza de una ceremonia antigua e inalterable. El Imperio Elevado era esclavo de los rituales, de estas hogueras y oraciones vacías… y suicidios sin sentido. No podía hacer nada para detener esta guerra; su temeraria legislación ni siquiera había podido refrenar su llegada. Se preguntó si incluso un escaño en el Senado serviría para algo al final.

Y lo que era aún peor, se sentía indefensa para salvar a Laurent Zai. Nara Oxham podía ser muy persuasiva, pero solo con gestos y palabras habladas, no con los breves mensajes de texto que la distancia entre ellos hacía necesarios. Laurent estaba demasiado lejos de ella como para salvarle, tanto en años luz como en dictados de su cultura.

El balcón se balanceó suavemente, y la esencia dulce y empalagosa de los árboles sagrados ardiendo le recordó los olores del campo de Vastedad. Empezaron a reunirse auténticas muchedumbres alrededor de los fuegos, con las voces entonando oraciones mezclándose con los siseos de la madera verde, el crepitar del fuego y la brisa del viento que atravesaba los anclajes de polifilamento del balcón.

Entonces se produjo la llamada. El sonido de la llamada al Consejo de Guerra penetró los susurros que venían de abajo, una sirena antiniebla atravesando la textura de olas lejanas. Insistente e inevitable, la interrupción de la llamada puso brusco fin a su autocompasión. Los dedos de Oxham realizaron el gesto que preparaba su helicóptero personal.

Pero entonces vio la forma de un coche aéreo imperial aproximándose, silueteado por la hoguera. La delicada y silenciosa nave se colocó a su lado y adquirió exactamente el periodo del balanceo de su balcón. Se abrió como una flor, extendiendo un ala como pasarela ante el vacío. El elegante miembro de la máquina era una mano extendida, como si la nave la estuviera invitando a bailar.

Una petición ritual que no podía rechazar.

—Hemos recibido extrañas noticias del frente —empezó el Emperador Elevado.

Los consejeros esperaron. La voz de Su Majestad era muy baja, revelando más emoción de la que Nara había oído jamás en un hombre muerto. Sintió una punzada de resonancia empática proveniente de él, una medida de confusión, ira, una sensación de traición.

Movió su boca para formar las palabras, pero entonces hizo un gesto disgustado a la almirante muerta.

—Hemos recibido noticias de la Lynx, de los Representantes de Su Majestad —dijo la almirante, utilizando el término educado del Aparato Político.

Se quedó en silencio y el otro guerrero muerto levantó su cabeza para hablar, como si la carga de este anuncio tuviera que ser compartida entre ellos.

—El capitán Laurent Zai, Elevado, ha rechazado la daga de error —dijo el general.

Nara emitió un grito ahogado; su mano cubrió su boca demasiado tarde. Laurent estaba vivo. Había rechazado el antiguo rito. Había sucumbido a su mensaje, a su única palabra.

La cámara se revolvió en confusión mientras Nara luchaba por recuperar su compostura. La mayoría de los consejeros no habían pensado mucho en Zai. Comparado con la muerte de la Emperatriz y una guerra con los rix, el destino de un hombre no era nada. Pero las implicaciones pronto se les hicieron aparentes.

—Habría sido un gran mártir —dijo Raz imPar Henders, agitando tristemente la cabeza.

Incluso en su alivio Nara Oxham percibió la verdad en las palabras del senador lealista. El valiente ejemplo del héroe Zai habría sido un gran comienzo para la guerra. Renunciando a su propia inmortalidad, habría servido de inspiración a todo el Imperio. En la narrativa de los políticos, su suicidio debía haber simbolizado los sacrificios de la próxima generación.

Pero había elegido la vida. Había rechazado la segunda tradición más antigua del Emperador. Nara recordó el antiguo catecismo: vida eterna por el servicio a la corona, muerte por el fracaso. Había odiado esta frase toda su vida, pero ahora se dio cuenta de lo muy arraigada que estaba en su interior.

Durante un horrible instante, Nara Oxham si sintió horrorizada ante la decisión de Zai, agitada por la enormidad de su traición.

Entonces controló sus pensamientos. Respiró profundamente y administró una medida de apatía para filtrar las emociones que desbordaban la cámara del consejo. Su horror reflexivo no era más que un viejo condicionamiento, ineludible incluso en un mundo secularista, arraigado en historias infantiles y oraciones. Maldita fuera la tradición.

Pero aún así, le sorprendía que Laurent hubiera encontrado la fuerza.

—Esto es un desastre —dijo Ax Milnk nerviosamente—. ¿Qué pensará la gente de esto?

—Y de un vadano —murmuró el general muerto. El más gris de los mundos, todos ellos fieles lealistas.

—Debemos retener las noticias de este evento tanto como nos sea posible —dijo el senador Henders—. Que se anuncie como algo a posteriori, una vez haya empezado la guerra y otros eventos hayan acaparado el interés del público.

La almirante meneó la cabeza.

—Si no hay más ataques sorpresa por parte de los rix, podían pasar meses hasta el siguiente enfrentamiento —dijo—. Incluso años. Los reporteros se darán cuenta si no se produce ninguna notificación del suicidio del capitán Zai.

—Quizás los Representantes de Su Majestad podrían ocuparse de esto —sugirió Ax Milnk calladamente.

El Emperador elevó una ceja ante este comentario. Nara tragó saliva. Milnk estaba sugiriendo un asesinato. Un ritual de error escenificado.

—Creo que no —dijo el Emperador—. El tullido merece algo mejor.

Tanto el general como la almirante asintieron. Fuese cual fuese la vergüenza que Zai les había causado, no querían que los políticos interfirieran en un asunto militar. Las ramas de la Voluntad Imperial estaban separadas por algún motivo. El conducto de la propaganda y la inteligencia interna no se llevaban bien con los objetivos más puros de la guerra. Y Zai seguía siendo un oficial imperial.

—Algo mucho más desagradable, me temo —continuó el Emperador Elevado.

Las palabras produjeron un silencio concentrado en la sala, que el Emperador decidió alargar unos segundos.

—Una absolución.

Raz imPar Henders emitió un grito ahogado. Nadie más hizo un sonido.

«¿Una absolución?», se preguntó Oxham. Pero entonces vio la lógica del Emperador. La absolución sería anunciada antes de que se supiera que el capitán Zai había rechazado la daga de error. La traición de Zai a la tradición quedaría oculta al ojo público y su supervivencia transformada en un acto de bondad imperial sin precedentes. Hasta ahora siempre había sido la Emperatriz Infante la que concedía las clemencias y conmutaba penas. Una absolución en el asunto de su propia muerte poseería cierto romanticismo propagandístico.

Pero el instinto de Nara le dijo que no sería tan fácil. El Emperador Elevado no permitiría que Zai fuera recompensado por su traición.

El soberano hizo un gesto con la cabeza a la almirante muerta.

La mujer movió sus manos pálidas y la cámara se oscureció. Apareció en sinestesia un diagrama de un sistema que todos reconocieron como Legis. El denso remolino de de círculos orbitales planetarios (el sol de Legis tenía veintiún satélites principales) se contrajo a medida que se expandía la escala. Un vector marcador apareció en un lado del sistema, lejos de los planetas terrestres e inmersos en las vastas y lentas órbitas de los gigantes de gas. El marcador rojo describía un acercamiento al sistema que pasaba cerca de Legis XV.

—Hace tres horas —dijo la almirante— las defensas orbitales del sistema de Legis detectaron una nave de combate rix, aproximándose a una velocidad aproximada de un décimo de la velocidad de la luz. Esta nave no es para nada como la nave de asalto que llevó a cabo el primer ataque. Una nave mucho más poderosa, pero por suerte mucho menos discreta: esta vez estamos avisados.

»Si ataca directamente a Legis XV, las defensas orbitales deberían destruir a la nave rix antes de que pueda aproximarse a un millón de kilómetros.

—¿Qué puede hacerle a Legis desde esa distancia? —preguntó Oxham.

—Si la intención de la nave de combate es atacar, podría dañar centros de población importantes, introducir cualquier número de armas biológicas y ciertamente degradar la infoestructura y la infraestructura. Todo depende de cómo haya sido equipada la nave. Pero no tendrá potencia de disparo suficiente para interpretación atmosférica, desestabilización de placas o irradiación en masa. Resumiendo, ningún daño a nivel de extinción.

Nara Oxham se horrorizó ante la evaluación de la mujer muerta. Nada más que unos pocos millones de muertos. Y quizás unas cuantas generaciones con tasas de muerte preindustriales debido a las radiaciones y las enfermedades.

—La nave rix está decelerando a seis gravedades, lo suficientemente rápido como para igualar la velocidad del planeta. Pero su ángulo de inserción no es el adecuado para un ataque directo —dijo la almirante—. Su intención aparente es pasar a unos pocos minutos luz de distancia de Legis XV. A ese rango, las defensas serán suficientes para una nave de ese tipo y no estará lo suficientemente cerca como para provocar daños extensivos en el planeta.

»Y hay otra pista de sus intenciones. Parece que la nave rix está equipada con un dispositivo receptor de gran potencia. Quizás de mil kilómetros.

—¿Con qué motivo? —preguntó Henders.

El Emperador se inclinó hacia delante y los guerreros muertos le miraron.

—Creemos que la nave rix quiere establecer contacto con la mente compuesta de Legis XV —dijo el soberano.

Nara notó la confusión de la sala. Nadie en el Imperio Elevado sabía mucho de mentes compuestas. ¿Qué querría decir una criatura semejante a sus sirvientes? ¿Qué podía haber aprendido sobre el Imperio tras habitar un mundo imperial?

Pero el Emperador emitía una emoción diferente. Subyacía bajo su ira, su indignación por la traición de Zai. Siendo un hombre muerto, siempre era difícil leerle empáticamente, pero una fuerte emoción le consumía. Oxham orientó su empatía hacia el soberano.

—La mente compuesta rix no tiene acceso a las comunicaciones extraplanetarias —explicó el general—. Las facilidades de comunicaciones de Legis están centralizadas y bajo control imperial directo, y por supuesto solo podría transmitir al resto del Imperio. Pero a una distancia de unos pocos minutos luz la mente compuesta podría comunicarse con la nave rix. Utilizando transmisores de televisión, mecanismos de control del tráfico aéreo, incluso teléfonos personales. La infraestructura de Legis está compuesta de una serie de dispositivos de distribución que no podemos controlar.

—A menos que hagamos algo, los rix conseguirán contactar con su mente compuesta —declaró el Emperador—. Entre los recursos de la mente compuesta y el gran dispositivo de la nave de combate, serán capaces de transferir grandes cantidades de datos. Con una conexión de unas pocas horas, quizás toda la base de datos del planeta. Toda la información que hay en Legis XV.

—¿Por qué no anulamos la red de suministro energético del planeta? —sugirió Henders—. ¿Cuando la nave se aproxime a su apogeo?

—Podríamos. Se ha calculado que una pausa energética de tres días, preparada cuidadosamente, solo causaría unos pocos miles de muertes civiles —respondió el general. Oxham no veía nada más que frías ecuaciones en este hombre—. Sin embargo, por desgracia la mayoría de las comunicaciones están diseñadas para sobrevivir a un fallo en el suministro energético. Disponen de baterías de apoyo, células solares y convertidores de moción como parte de su estructura básica. Esto es una mente compuesta; todo el planeta está comprometido. Una pausa energética no evitará la comunicación entre la mente compuesta y la nave rix.

Ante estas últimas palabras la empatía de Oxham sintió sobresalto en el Emperador. Estaba agitado. Ella había sido testigo de las fijaciones de las que era capaz su mente. Sus gatos. Su odio por los rix.

Había algo nuevo en su mente, consumiéndole.

Y entonces, en un momento de claridad, sintió la emoción en él. La vio claramente.

Era miedo.

El Emperador Elevado tenía miedo de lo que pudiera llegar a conocimiento de los rix.

—No sabemos por qué los rix quieren hablar con su mente compuesta —dijo—. Quizás solo quieren rendirle pleitesía, o realizar algún tipo de mantenimiento. Pero han dedicado años a esta misión, y han arriesgado una casi segura guerra. Debemos asumir que hay un motivo estratégico tras este intento de contacto.

—La mente compuesta podría disponer de secretos militares que no podemos permitirnos perder —dijo el general—. Nos es imposible determinar qué pueden haber descubierto en todo un planeta de datos. Pero ahora sabemos que este era el plan de los rix desde el principio: primero la nave de asalto para sembrar la semilla, luego la nave de combate para establecer contacto.

La cámara del consejo volvió a removerse, con la frustración y la ira llenando la habitación. Se sentían atrapados, impotentes ante los cuidadosamente estudiados planes de los rix.

—Pero quizás podamos resolver nuestros problemas de un solo golpe —dijo el Emperador. Apuntó a la pantalla de aire que había entre ellos.

El tiempo pasó veloz en el dispositivo. El vector que marcaba la nave rix se aproximaba a Legis XV, desde donde otro marcador de color azul imperial se movía para salirle al paso.

—La Lynx —dijo Nara quedamente.

—Correcto, senadora —dijo el Emperador.

—Con una táctica agresiva, incluso una fragata debería ser capaz de dañar a una nave de combate rix —dijo la almirante—. Es demasiado grande para defenderse propiamente, altamente vulnerable a las armas cinéticas. Entre los daños a la nave y una cuidadosa y sistemática degradación de la infraestructura de comunicaciones de Legis, podríamos ser capaces de aislar a la mente compuesta.

—¿Alguna baja prevista en este plan, almirante? —preguntó Oxham suavemente.

—Sí, senadora. En el planeta sabotearemos los sistemas de comunicaciones e inundaremos la infoestructura de basura. Desviaremos las líneas principales durante unos días para reducir el ancho de banda. Las muertes civiles estarán dentro de las variaciones estadísticas normales de una tormenta solar grave. Se ralentizará la respuesta médica de emergencia, así que morirán unas cuantas decenas de víctimas de accidentes y de infartos. Con las funciones de transmisión reducidas, podría haber algunos accidentes aeronáuticos.

—¿Y la Lynx?

—Pérdida, por supuesto, y su capitán con ella. Un enorme sacrificio.

Henders asintió.

—Qué poético. Recibir el perdón imperial para convertirse en un mártir de todas formas.

—Los árboles arderán durante una semana en nombre de Laurent Zai —dijo el Emperador.