Oficial ejecutiva

Los conspiradores se reunieron en una de las pistas de gravedad cero que rodeaban la enfermería. Las pistas estaban vacías, por supuesto, ya que no se podían usar con altas aceleraciones. La sola noción de jugar a las raquetas en esta gravedad inestable provocaba dolor en los ligamentos de las rodillas de Hobbes.

Solo había cinco conspiradores presentes, contándola a ella. En realidad Hobbes había esperado más. Cinco no parecía un número crítico para garantizar la trama de un motín. Debía de haber más, pero Thompson no enseñaba todas sus cartas. Con toda seguridad tenía algún as bajo la manga.

Conocía a todos los presentes: el líder segundo artificiero Thompson; Yen Hu, otro joven oficial de artillería; la tercera piloto Magus, con rostro cansado; y un alférez de comunicaciones, Daren King. Por lo visto esto no era un motín de soldados rasos. Todos los presentes tenían estrellas en sus uniformes.

Todos parecieron aliviarse cuando apareció. A lo mejor como segunda al mando de la nave Hobbes validaba la empresa de alguna forma.

Pero Thompson se hizo cargo de momento. Cerró la puerta de la pista desierta, que se selló automáticamente, y se inclinó contra la pequeña ventana en el centro para evitar que la débil luz se filtrara al corredor. Hobbes pensó que apenas era necesario tomar precauciones. Bajo el cruel régimen actual de alta aceleración, la tripulación se movía por la nave tan poco como les era posible. Dudaba que seguridad estuviera controlando los dispositivos de escucha de la nave, aunque el alférez King u otro conspirador desconocido para Hobbes debían de estar rastreando posibles micrófonos en la pista de gravedad cero en caso de que hubiera preguntas más tarde.

Tenía que ser un golpe silencioso.

—Realmente no es un motín en absoluto —estaba diciendo Thompson.

—¿Cómo lo llamarías entonces? —preguntó Hobbes.

El segundo piloto Magus habló:

—Creo que, hablando propiamente, es un asesinato.

Yen Hu tomó aire. Los conspiradores le miraron. Hobbes sentía ver a Hu en esto. Solo hacía dos años que había salido de la academia. El artificiero Thompson debía de haber trabajado duro para convencerle.

—Una muerte misericordiosa —corrigió Thompson.

—¿Misericordiosa para…? —preguntó Magus.

—Nosotros —terminó Thompson—. El capitán está muerto, pase lo que pase. No es necesario que el resto de nosotros caigamos con él.

Thompson retrocedió un paso del grupo, convirtiéndoles en su audiencia.

—El resto del Imperio puede creer el perdón, pero nosotros sabemos que el capitán Zai rechazó su hoja de horror. Y el Emperador también lo sabe.

Hobbes se sorprendió asintiendo con la cabeza.

—Este ataque contra la nave de combate rix es un sacrificio injustificado de la Lynx —continuó Thompson—. Deberíamos mantenernos a distancia y coordinados con las defensas planetarias de Legis. Protegiendo a los civiles contra los bombardeos, podríamos salvar a millones de ellos. En lugar de eso, nos vemos envueltos en una misión suicida.

—¿Realmente piensas que la Armada cambiaría nuestras órdenes a estas alturas? —preguntó ella.

—Si el capitán acepta la hoja en las próximas veinticuatro horas o así, tendrán tiempo de ordenarnos que regresemos. Los políticos inventarán algo acerca de que Zai el héroe era el único que podía haber llevado a cabo el ataque contra la nave de combate. La Lynx puede regresar tranquilamente a la protección de las defensas del sistema. Con Zai muerto, no tendría sentido sacrificarnos a nosotros.

A pesar de que estaban conspirando contra él, a Hobbes no le gustó oír el nombre el capitán sin el rango correspondiente.

—Mis cálculos muestran que tenemos veinticinco horas para hacer un cambio de rumbo —dijo la segundo piloto Magus—. Unas pocas más en realidad. Siempre podríamos subir a doce gravedades tras el giro.

—No, gracias —dijo Thompson.

Con cada gravedad añadida, el campo de gravedad fácil se haría geométricamente más inestable.

—Bueno, da igual —dijo Magus—. Si tardamos más de treinta horas estaremos obligados a encontrarnos con la nave rix fuera de las defensas de Legis.

Hobbes se preguntó si Magus habría tenido la precaución de hacer los cálculos a mano. Siempre se registraban todos los usos de ordenadores, incluso para cosas tan triviales.

—Y una vez esté hecho, tenemos que informar a Hogar de que el capitán se ha suicidado —dijo el alférez King—. Entonces tienen que tomar una decisión y hacérnosla llegar. Asumiendo que utilicemos el sistema de información comunicado con Hogar, no habrá retrasos en las comunicaciones.

—Pero ¿cuánto le llevará a la Armada tomar una decisión? —preguntó Magus.

Los cuatro miraron a Hobbes. Sabían que había trabajado como asistente en oficina a un almirante antes de ser asignada a la Lynx. Hobbes frunció el entrecejo. Había visto cómo se tomaban decisiones cruciales y complicadas en minutos; había visto cómo pasaban días antes de que se llegara a un acuerdo. Y la decisión de salvar o perder a la Lynx era tan política como militar. La cuestión era: ¿esperaba alguien que Zai aceptara la hoja ahora? ¿Habría un plan de contingencia listo para esa eventualidad?

Pero todo eso era irrelevante para Hobbes. Lo importante era evitar que los conspiradores tomaran decisiones precipitadas. Si sentían que estaban trabajando contrarreloj, sería más difícil controlarles.

—No importará cuánto tarden en decidir —dijo rotundamente.

—¿Por qué no? —preguntó Magus.

Hobbes hizo una pausa, pensando furiosamente. Entonces se le ocurrió:

—Con el capitán Zai muerto, la Lynx será mi nave. En el momento en que asuma el mando, haré el giro y solicitaré nuevas órdenes —dijo.

—Perfecto —susurró Thompson.

—Pero estarás desobedeciendo órdenes directas —dijo Yen Hu—, ¿no?

—Si nos ordenan continuar con el ataque habrá tiempo para adoptar algún tipo de posición. Pero no creo que lo hagan. Me agradecerán que haya tomado la decisión por ellos.

Thompson rió.

—Hobbes, pequeña diablesa. Estaba medio seguro de que me delatarías al capitán por haber hablado contigo. Y ahora vas a llevarte todo el mérito, ¿verdad?

Puso una mano en su hombro, y el contacto pareció íntimo en la oscuridad.

—Un mérito sutil —dijo—. Digamos que no tenemos que cubrir nuestras huellas demasiado cuidadosamente.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Hu. Ahora estaba completamente confundido.

Magus se giró hacia el joven alférez.

—A la oficial ejecutiva Hobbes no le importa si el Aparato sospecha que ha habido un motín, siempre y cuando no puedan demostrarlo. Cree que su iniciativa será apreciada.

Hu la miró con cierto horror. Se había metido en esto para salvar a la Lynx, no para promocionar la carrera de nadie. Le espantaba claramente que estuviera pensando más allá de esta crisis de supervivencia. Bien, pensó ella. Hu tenía que centrarse a largo plazo. Incluso si esta conspiración fracasaba aquí y ahora, ya había cambiado su vida para siempre.

—Así que en algún momento en las próximas veinticinco horas —dijo Thompson—. Laurent Zai aceptará la daga de error.

—Cuanto más tarde mejor —dijo Hobbes—. Mi decisión de hacer regresar a la Lynx tiene más sentido si no queda tiempo para esperar nuevas órdenes de la Armada. El capitán debería desaparecer pasado mañana a las 9.50, dentro de veintidós horas.

—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Thompson.

Hubo un silencio momentáneo. Hobbes esperaba que alguien dijera algo. Debía haber alguna observación cortante que les devolviera a todos la cordura. En este momento todavía podía imaginar la conspiración disolviéndose. Las palabras adecuadas podían romper el hechizo de Thompson. Pero no podía ser ella la que hablara. Hobbes no podía permitir que sospecharan del auténtico propósito por el que se había unido a la conspiración.

—Solo una cosa —dijo Hu.

Esperaron.

El joven alférez se aclaró la garganta.

—Esto deja al capitán Zai como un cobarde. Como si hubiese sido perdonado, pero se hubiera suicidado de todas formas porque no podía enfrentarse a los rix.

Hobbes vio la verdad de este amanecer en los rostros de los conspiradores y se preguntó si Hu había encontrado las palabras adecuadas.

Durante unos instantes nadie dijo nada. Todos procedían de familias grises. El honor póstumo no era algo con lo que se bromeara. En un mundo gobernado por los muertos vivientes, los fantasmas del pasado se tomaban muy en serio.

Por supuesto, fue Thompson el que rompió el silencio.

—Es un cobarde —dijo amargamente—. No pudo soportar la hoja. Por eso estamos en este lío.

Magus asintió, luego King y finalmente Hu, y colocaron sus manos con las palmas para arriba en el centro de su pequeño círculo. Un antiguo ritual de equipo de la academia, impuesto para este propósito perverso. Pero Hobbes se unió a ellos. Thompson colocó las manos el último, con las palmas hacia abajo.

El plan estaba sellado.