Oficial ejecutiva

Katherie Hobbes se sentía pequeña en la silla del comandante.

Había convocado a los oficiales al puente de mando, pues quería que el personal especializado estuviera en sus puestos cuando sonaran las cornetas del combate. Ninguno de ellos la puso en duda. A medida que llegaron fueron viendo su posición en el mando, cruzaron brevemente las miradas y tomaron asiento silenciosamente.

Hobbes se preguntaba cuántos de los oficiales superiores la aceptarían como capitán en funciones. Nunca había encajado con el resto de oficiales a bordo de la nave de Zai. Su formación utópica era inevitablemente llamativa. La cirugía plástica que era común en su planeta de origen hacía su belleza demasiado obvia en la muy gris Lynx.

El personal parecía debidamente serio, al menos. Hobbes había fijado la temperatura del puente en diez grados centígrados, un signo que todos los miembros de la flota de Zai conocían bien. Sus alientos eran fantasmas apenas visibles en la tenue luz roja. Sabía que no se produciría ningún error durante el ejercicio, o durante la recuperación del cuerpo. Aunque hubieran sido los políticos los que hubieran estropeado el rescate, esta tripulación sentía que le había fallado una vez a su capitán. Tenían la determinación de no dejar que volviera a ocurrir.

Pero la silla de capitán en funciones seguía pareciéndole de proporciones exorbitantes. Las pantallas de aire que la rodeaban eran inferiores en número a las de la posición de oficial ejecutiva, pero eran más complicadas, abarrotadas con anulaciones manuales, informes y varios iconos de órdenes. Las pantallas de aire de su antigua posición eran simplemente para supervisar. Estas tenían poder. Desde esta silla, Hobbes podía ejercer control sobre cualquier aspecto de la Lynx.

Tal poder potencial en sus dedos parecía peligroso. Era como estar al borde de un precipicio, o apuntar una cabeza armada táctica a una gran ciudad. Un codazo a los controles, un movimiento súbito, y ocurrirían demasiadas cosas. Irrecuperablemente.

Podía ver la integridad de la enorme pantalla de aire del puente desde la posición elevada de la silla. Mostraba a la Lynx, a escala pero lista para florecer abruptamente cuando el capitán Zai utilizase su daga de error. Solo el despliegue de las múltiples fuentes de energía aumentaría el tamaño de la nave en un orden de magnitud. La Lynx se erizaría como una criatura espinosa y sorprendida, con todo su poder fluyendo hacia las armas y escudos, preparando los geiseres de plasma y las filas de asistentes mecánicos. Pero una suave parte de su anatomía letal mudaría de piel, casi como una idea de última hora. Con su campo de integridad neutralizado, la burbuja de observación explotaría como un globo de aire.

Su capitán saldría disparado al vacío del espacio y moriría.

Hobbes revisó los pasos que había tomado para intentar salvar a su capitán. Las imágenes del breve tiroteo volvían a reproducirse en su mente cuando cerraba los ojos. Incluso había modelado, con ayuda del personal táctico, un modelo del palacio en la confusión que siguió, había reproducido con total precisión los movimientos de cada soldado, cada combatiente durante el encuentro. Hobbes sabía que tenía que haber algo que absolviera a Zai de su responsabilidad; si tan solo pudiera buscar con más ahínco, más tiempo, construir más modelos y simulaciones. No se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que simplemente no hubiera nada que encontrar, de que no hubiera esperanza.

Pero ahora recordó la expresión del rostro de Laurent mientras la regañaba y Hobbes se desesperó. Su ira había roto algo en su interior, algo que no sabía que estaba allí, que ella había permitido como una estúpida que creciera. Y la amarga vergüenza era que realmente había pensado que Laurent podría salvarse por ella: Katherie Hobbes.

Pero esta estupidez se perdería para siempre en los próximos minutos, al igual que su capitán.

Los dedos de Hobbes se aferraron a los amplios brazos de la silla. Todo este poder al alcance la mano y nunca se había sentido más desamparada.

Observó la Lynx en la pantalla de aire. Pronto se desplegaría en configuración de combate, repentina y terriblemente hermosa. Se cumpliría el destino. Hobbes casi quería que sonara la alarma. Al menos pasaría esta espera angustiosa.

—Oficial ejecutiva.

La voz sonó a sus espaldas.

—Creo que yo me haré cargo de esta silla.

Aunque su mente pareció estancarse, los imperativos del deber y el hábito se adueñaron de su cuerpo. Hobbes se levantó a medida que se giraba, dando un respetuoso paso atrás alejándose de una posición que no era la suya. Su vista se enrojeció en las esquinas, como si se aproximara un desmayo de aceleración.

—Capitán en el puente —consiguió decir.

El personal del puente, confuso, prestó toda su atención.

Él hizo un gesto con la cabeza y se sentó en la silla de comandante, y ella dio unos cuidadosos pasos hasta su posición habitual. Se sentó en su contorno familiar todavía en estado de shock.

Miró hacia Zai.

—El ejercicio del que hablamos está cancelado, Hobbes —dijo tranquilamente—. No pospuesto. Cancelado.

Ella asintió silenciosamente.

Él se giró a observar la pantalla de aire y Hobbes vio que los otros oficiales giraban rápidamente sus rostros sorprendidos hacia sus propias pantallas. Unos cuantos la miraron inquisitivamente. Ella solo pudo tragar saliva y mirar a su capitán.

Zai observó la imagen de la Lynx y sonrió.

Si Hobbes le había entendido correctamente, Laurent Zai acababa de tirar por la borda todo el honor, toda la dignidad e incluso toda la tradición en la que se había educado.

Y parecía… contento.

Sus palabras habían supuesto una diferencia. Durante un largo y extraño momento, Katherie no pudo apartar la mirada del rostro del capitán.

Entonces Zai pareció preocupado. La miró repentinamente.

—¿Hobbes?

—¿Señor?

—Dígame una cosa. ¿Por qué hace tanto frío en mi puente?