Iniciado

El iniciado Barris estaba atrapado en la oscuridad.

Su cerebro sonaba como una persistente alarma que nadie se había molestado en desconectar. Un lado de su cara parecía paralizado, insensible. Desde el primer momento se había dado cuenta de que algo iba mal. El gel de aceleración no había tenido tiempo de llenar la cápsula completamente; cuando se produjo la tremenda sacudida de lanzamiento, su casco estaba parcialmente expuesto. Pasados unos pocos segundos del agitado y frenético viaje, la cápsula se había girado, produciendo una explosión en su cabeza. Fue entonces cuando empezó el sonido de su cerebro.

Ahora el vehículo había aterrizado (sospechaba que habían pasado unos cuantos minutos), pero la secuencia automática de apertura había fallado. Estaba sumergido hasta los hombros en el barro del gel, que salía lentamente por alguna grieta de la maltrecha nave.

El gel sostenía su cuerpo machacado, suave y cálidamente, pero el entrenamiento del iniciado Barris le urgía a escapar de la nave. Debía proteger el Secreto del Emperador.

Intentó disparar contra la puerta para abrirla, pero su arma no funcionó. ¿Se habría encasquillado a causa del gel? Sacó el arma del barrizal en que estaba sumergida. Cayó en la cuenta de que el cañón estaba sellado contra el impacto del gel que inundaba el vehículo, y un mecanismo de seguridad había evitado el disparo.

Tiró del sello y se produjo un sonido de succión que sonó amortiguado a su dañado oído.

Con la cápsula sumida en la oscuridad, Barris no estaba seguro de qué configuración estándar utilizaba el arma. El cabo de a bordo de la Lynx le había dicho que no usara granadas de fragmentación en distancias cortas, lo que parecía una sugerencia razonable. Barris tragó saliva, imaginando metralla rebotando en todas direcciones dentro de la nave.

Pero su condicionamiento era insistente; no soportaría más retrasos. Barris apretó los dientes, apuntó con el arma a la puerta de la nave y disparó. Un sonido chirriante, como el aullido de madera fresca al ser cortada con una motosierra, llenó sus oídos. Apareció un arco luminoso; la luz del exterior atravesando el metal perforado. Entonces se vio cayendo repentinamente hacia fuera cuando la puerta rota cedió ante el peso del gel.

Dio unos cuantos trompicones y miró a su alrededor.

Faltaba algo, pensó Barris por un momento… algo iba mal. El mundo parecía partido en dos. Miró el arma en sus manos y lo entendió. Su cañón estaba en la oscuridad…

Estaba ciego de un ojo.

Barris intentó tocar su cara, pero el traje de batalla se puso rígido. Empujó contra la resistencia, pensando que se habría estropeado una junta o un servomotor, pero no consiguió moverlo. Entonces un gráfico de diagnóstico (uno de los muchos signos misteriosos que podía ver en su visor) parpadeó frenéticamente. Y se dio cuenta de qué estaba ocurriendo.

El traje de combate no le dejaba tocar su rostro. El instinto natural de reconocer la herida estaba contraindicado. Buscó un espejo, un reflejo en alguna superficie metálica, pero entonces se lo pensó mejor. El entumecimiento de su cara era anestésico, quién sabe qué horrible daño podría ver.

Y tenía que hacer el trabajo del Emperador.

El mapa proyectado en su visor cobró sentido tras unos pocos momentos de consideración. Le resultaba difícil concentrarse. Probablemente estaba conmocionado, o peor. Con un gran esfuerzo, Barris caminó hacia la cámara del consejo, con su cuerpo temblando dentro del suave trote de los servomotores del traje de combate.

Sonidos de un tiroteo lejano taladraron el chirrido de su cabeza, pero no pudo distinguir su ubicación. Las frases automatizadas del lenguaje de batalla imperial retumbaban en su cabeza, incomprensibles y extrañamente enlatadas. Su oído también había sufrido daños. Siguió avanzando tenazmente.

Una serie de explosiones (dos grupos de cuatro) hicieron temblar el suelo. Parecía como si la Lynx estuviera intentando derrumbar el palacio a su alrededor. Bueno, el menos eso cumpliría con su misión, si Barris no podía.

El iniciado alcanzó las puertas de la cámara del consejo. Un único soldado, anónimo en su traje de combate, le hizo una seña desde su posición arrodillada justo fuera de la cámara. La sala había sido asegurada. ¿Había llegado demasiado tarde?

A lo mejor solo había un soldado aquí.

El iniciado Barris elevó su arma, apuntando a la figura, y apretó el botón de disparo. El arma se resistió por un momento, negándose a disparar mediante algún tipo de controlador de fuego amigo, sonando con otra alarma. Pero cuando Barris lo ignoró y volvió a apretar, más fuerte, una riada de letales proyectiles alcanzó de lleno al soldado.

La ráfaga derribó a la figura y proyectó una ola de polvo y partículas del suelo y paredes de mármol. El soldado caído fue tragado por la nube, pero Barris avanzó, esparciendo más ráfagas a trabes de los escombros. Una o dos veces vio algún miembro salir de entre la nube, con el traje de combate negro fragmentado, reducido gradualmente a añicos por la insistente lluvia de proyectiles.

Finalmente, el arma quedó en silencio, con toda su munición gastada. Con toda seguridad el soldado estaba muerto.

Barris cambió aleatoriamente la configuración del vari-rifle y entró en la cámara del consejo.