Capitán

La nave del Aparato Político Imperial destelló negra y afilada, una aguja oscura contra las estrellas.

Había dejado la base del sistema Legis una hora después del comienzo del ataque rix, describiendo una ruta espiral alrededor de Legis XV para ocultarse de las fuerzas ocupantes de los rix. Zai había querido evitar la impresión de que estaban reforzando la Lynx. Y, en cualquier caso, no esperaba ansiosamente la llegada de los ocupantes de la nave. El viaje, que normalmente duraba veinte minutos en una nave de ese tipo, había durado cuatro horas. Un absurdo, teniendo en cuenta que era la nave más rápida de su flota. En términos de masa, la nave era nueve décimos motor, y la mayor parte de lo que quedaba eran generadores de gravedad que evitaban que la tripulación fuera literalmente machacada durante las elevadas aceleraciones que podía llegar a alcanzar. Los tres pasajeros de su cabina estarían apretados unos contra otros en un espacio no mayor que un armario pequeño. La idea le proporcionó el suficiente placer al capitán Zai como para provocar una pequeña sonrisa.

Dada la situación, ¿qué era un poco de incomodidad, después de todo?

Por una vez, sin embargo, Zai no sería del todo infeliz si viera a representantes del Aparato Político en su nave. En el momento en que subieran a bordo, la responsabilidad de la vida de la Emperatriz ya no sería completamente suya. Aunque Zai se preguntaba si los políticos serían capaces de tomar una decisión consensuada cuando llegara el momento crucial.

—Hobbes —dijo—. ¿Cómo está progresando la mente compuesta?

Su oficial ejecutiva agitó la cabeza.

—Mucho más rápido de lo esperado, señor. Han mejorado la propagación desde la Incursión. Creo que podrían ser horas en lugar de días.

—Maldita sea —respondió el capitán, dirigiéndose al esquema de alto nivel de la infraestructura del planeta.

Una mente compuesta era un asunto delicado; surgía naturalmente a no ser que se adoptaran contramedidas. Pero había ciertos signos que podían vigilarse: la formación de extraños nodos magnéticos, correcciones espontáneas cuando se dañaba el sistema, un ritmo pulsante en el flujo general de datos. Zai observó el esquema con frustración. No tenía la experiencia como para entenderlo realmente, pero sabía que el tiempo pasaba. Con cada minuto que se retrasaba el rescate se hacía más difícil volver a reducir a la mente compuesta a la inconsciencia.

El capitán Zai canceló la visión de pantalla, con la infraestructura de Legis desvaneciéndose ante su vista, y regresó a la pantalla de aire principal del puente de mando. Al menos tendría algún progreso que mostrar a los políticos. El contorno del palacio había sido reemplazado por un plano de la cámara del consejo, donde se retenía a los rehenes.

Conocían la posición de la Emperatriz Infante con un alto grado de exactitud. Por suerte, estaba sentada muy cerca del único Inteligenciador que había conseguido llegar a la cámara. La Emperatriz tenía un confidente de inteligencia artificial adosado a su sistema nervioso, un dispositivo cuyas radiaciones eran detectables y definidas. La pantalla de aire indicaba la posición exacta de Su Majestad con una figura roja, con el suficiente detalle como para mostrar la dirección en la que miraba, incluso que sus piernas estaban cruzadas. Los soldados rix, figuras de color azul cobalto en el esquema, también se distinguían claramente. Los servomotores de sus mejoras biomecánicas chirriaban ultrasónicamente cuando se movían, un sonido que entraba de sobra en el ámbito sensorial del microchip de inteligencia. Los rix también hablaban entre ellos, convencidos en apariencia de que la sala estaba bien asegurada. La señal de audio que llegaba de la habitación era excelente; los ásperos acentos rix se distinguían claramente. Inteligencias artificiales de traducción trabajaban en ese momento en las complejidades del idioma de combate de los rix para construir una gramática de transformación. Aunque esto último llevaría un tiempo. Los idiomas del Culto Rix evolucionaban muy rápidamente. Encuentros de tan solo un año de diferencia revelaban cambios significativos. Las décadas que habían transcurrido desde la Incursión eran el equivalente a un milenio de cambio lingüístico en cualquier idioma humano normal.

Cuatro de los miembros del comando rix se encontraban en la habitación. Se suponía que los otros tres estaban de guardia en algún lugar cercano.

Los cuatro rix presentes ya estaban en el punto de mira. Los proyectiles raíles que se dispararían desde la órbita del planeta eran lo suficientemente precisos como para alcanzar un objetivo de tamaño humano, y lo suficientemente rápidos como para soltar su carga antes de que pudiera sonar cualquier sistema de advertencia. Los misiles eran balas estructuradas de aleación inteligente que podían penetrar los muros del palacio como una fusta de monofilamentos a través de papel. Ya había dos docenas de soldados preparados para atacar y rematar a los rix de la sala (que eran notoriamente difíciles de matar) y reducir al resto de sus camaradas. El médico militar de la nave descendería con el pelotón, por si acaso ocurriera lo peor e hirieran a la Emperatriz Infante.

Tal idea hizo que Zai tragara saliva. Se dio cuenta de que su garganta estaba dolorosamente seca. El plan de rescate era lo suficientemente complicado como para que algo pudiese ir mal.

Quizás los políticos tenían una idea mejor.