Eran las siete y media de la tarde, y
mi hijo Jim y yo estábamos trabajando en un campo situado junto al
lago, a dos kilómetros al sur de Dores, cuando reparamos en que
algo se movía en el centro del lago Ness. Era grande y negro, y me
di cuenta de que, después de quince años de trabajar la tierra, por
fin estaba viendo al monstruo. El lago se hallaba en calma y todo
estaba en silencio, no se oía ni un ruido, solo aquella cosa que se
movía sin vacilar hacia delante. Fue espeluznante.
Decidimos sacar la barca para tratar de interceptarlo. Subimos
cuatro y nos pusimos en marcha. Cuando nos acercamos más,
distinguimos más detalles. Tenía una cabeza y un cuello largos, que
sobresalían unos dos metros del agua, y el cuerpo tenía gibas. Era
de color oscuro y debía de medir, como mínimo, catorce metros. Al
acercarnos más, se elevó un poco, lo cual provocó una gran
alteración en el agua, de manera que nuestra barca giró en redondo
y el monstruo desapareció.
Lo que nunca olvidaré es aquel ojo. Era de forma ovalada y
amarillento, y nos miraba directamente.
Hugh Ayton,
Balachladaich, agosto de 1963.