Capítulo 21
Inverness
Una sucesión de golpes en la puerta me despertó. Temiendo que hubiera vuelto a chillar en sueños, salté de la cama con un gruñido, todos los músculos del cuerpo doloridos.
—¿Quién coño es?
—Maxie. ¡Abre!
Abrí la puerta, y después me tambaleé hacia el cuarto de baño y engullí varias aspirinas.
Max me siguió, armado con un periódico enrollado.
—¿Todavía dormido? Son las dos y media de la tarde.
—Estuve levantado hasta tarde, envenenándome el cuerpo.
—Imitando a tu padre, ¿eh?
Abrió el periódico.
La fotografía en blanco y negro me había captado de pie sobre David, los puños apretados, el rostro deformado por una expresión maliciosa. El titular rezaba: «Wallace da la bienvenida a colega al lago Ness».
—Al menos me pillaron el perfil bueno.
—Caldwell amenazó con denunciarte. No te preocupes, se tiró atrás cuando yo amenacé con demandarle por calumnias.
—Que me denuncie, no tengo nada que perder.
Di la vuelta al periódico, y me fijé en otro artículo.
EL CONSEJO ENMIENDA LEYES
Tras el espantoso ataque contra el vecino de Alaska Justin Wagner, y las muertes casi seguras de otros dos turistas, el Consejo de las Tierras Altas votó por unanimidad enmendar el Decreto de 1912 de Protección de Animales, así como el posterior Decreto de 1966 de Veterinarios. La ley de 1912 prohibía que el animal acuático conocido como Nessie fuera capturado por investigadores y cazadores de monstruos, mientras que el Decreto de 1966 prohibía cualquier intento de tomar muestras de tejido de cualquier animal acuático del lago Ness. Theron Turman, alguacil de la Junta Protectora de Piscifactorías, accedió a los cambios, pero matizó enseguida que las enmiendas se referían solo a animales acuáticos grandes, y que todavía era ilegal pescar truchas o salmones en el lago Ness.
—Sí, yo también he leído el artículo. ¿Qué significa todo eso?
Meneé la cabeza con incredulidad.
—Significa que quieren capturar al animal.
Salón de Observación, hotel Clansman
Con un amplio embarcadero situado sobre el lago Ness, el hotel Clansman había sido siempre el lugar de reunión favorito de los cazadores de Nessie, y el Consejo de las Tierras Altas no lo pensó dos veces a la hora de establecer allí su cuartel general.
El preboste Owen Hollifield consultó su reloj, y después volvió a llamar con los nudillos a la suite de David Caldwell.
—Buenas tardes, doctor. ¿Preparado?
David abrió la puerta, con los ojos enrojecidos todavía a causa del jet lag.
—Preparado. Supongo que el Consejo habrá hecho todo lo que debía.
—Sí. Se han enmendado las leyes, y ya hemos empezado a hablar con dos constructoras. En cuanto a los cazadores de monstruos, hemos seleccionado a los tres capitanes y barcos más cualificados, tal como usted solicitó, y si no le gustan, tenemos entre cuarenta y cincuenta solicitudes más. Todo el mundo, desde pescadores locales hasta exmiembros de la marina, pasando por locos de los ordenadores, quiere estar aquí.
—Suficiente. Uno más, y empezarán a tropezar entre sí.
—Ya está pasando, me temo. Muchos han dejado caer boyas sónar, y las señales se están cruzando.
—Yo me ocuparé de ellas. Ya he tratado antes con tipos como esos.
Hollifield le guio por un pasillo alfombrado hasta la sala de banquetes contigua.
—Le advierto que algunos conservadores de museo han insistido en participar en la reunión. Uno es del Smithsonian, los otros dos trabajan en el Museo Británico de Historia Natural. Trátelos bien, tienen influencias.
—Comprendido.
Entraron en el Salón de Observación, una sala de banquetes que ofrecía vistas panorámicas del lago Ness y del muelle, donde varios buques de investigación grandes estaban ahora amarrados. Un tablero de corcho portátil sobre ruedas estaba situado cerca de la cabecera de la mesa de conferencias, con un mapa del lago Ness clavado con chinchetas.
Cinco hombres y dos mujeres revoloteaban alrededor de las mesas del bufet, sirviéndose una cena temprana.
Hollifield se situó en la cabecera de la mesa, con David a su derecha.
—Damas y caballeros, por favor.
Los líderes de las expediciones y los conservadores de museos tomaron asiento.
—Les presento al doctor Caldwell, el caballero que el Consejo ha contratado para organizar nuestra búsqueda. Doctor Caldwell, nuestros cazadores de Nessie: Michael Hoagland, del barco de investigación alemán Nothosaur; Scott y Debbie Sloan, criptozoólogos estadounidenses del Galon, y Bill Plager, un biólogo marino que trabaja a bordo de un barco de diecisiete metros de eslora, el Great White North.
—Es un placer. Ya sé que quieren presentar algunas quejas, pero antes de entrar en materia, hablemos de nuestro objetivo. Ustedes, y docenas de cazadores de Nessie antes que ustedes, han dedicado varias décadas y miles de dólares a perseguir fotos submarinas y señales de sónar. Ahora, todo eso ha cambiado. Con la repentina sed de sangre del monstruo, creo que podemos decir sin lugar a error que algo grande habita en el lago. En otras palabras, tenemos la prueba, está en el depósito de cadáveres, y lo que queremos ahora es capturar a la bestia.
—¿Capturarla? —se burló Scott Sloan—. ¿No está siendo un poco presuntuoso, y bastante más que melodramático? Para empezar, ¿quién ha hablado de sed de sangre?
Miró a su mujer, la cual asintió.
—Scott tiene razón. Además, ¿cómo se captura algo tan escurridizo, que aún no hemos conseguido una foto decente en más de setenta años?
David guiñó el ojo al preboste.
—Mis escépticos decían lo mismo del calamar gigante. El juego ha cambiado, tíos, asumidlo. Sea por el motivo que sea, Nessie ya se ha cansado de alimentarse solo en las profundidades. Se ha convertido en un auténtico comedor de carne.
Bill Plager se pasó una mano encallecida por su calva.
—Comedor de carne o no, no capturará nada hasta que esos aficionados dejen de tirar sus malditas boyas sónar por todo el lago.
—¿Nosotros? —Hoagland se levantó—. ¡Son sus boyas las que están interfiriendo con nuestra cuadrícula!
—Tranquilos, muchachos —advirtió David—, aquí no hay sindicatos. O juegan limpio, o se los expulsará a patadas del lago.
El doctor Saumil Shah, subconservador del Smithsonian, levantó la mano.
—Una pregunta, por favor. Suponiendo que pueda localizar a esta bestia acuática, ¿dónde cree que va a encerrarla?
—Aquí mismo.
David se levantó, y rodeó con un círculo la bahía de Urquhart en el mapa.
Meghan Talley puso los ojos en blanco.
—De acuerdo, ya veo a muchos escépticos, pero piensen un momento. La bahía nos proporciona un hábitat natural, con tres orillas que podemos utilizar para encerrar al animal. El Consejo ya está negociando con algunos ingenieros y constructoras, quienes han dicho que pueden dejar caer una valla de acero desde un puente prefabricado que abarque toda la boca de la bahía, aislándola del resto del lago. La valla se sujetará al fondo mediante anclas de cemento, y estará sostenida a lo largo de la superficie mediante una serie de boyas. También habrá que vallar la costa que rodea la bahía, por supuesto. Será el corral más grande del mundo, y les garantizo que el más popular.
—Además —añadió el preboste—, nos permitiría estudiar al ser mientras protegemos la leyenda… y a nuestros turistas.
David le dedicó una sonrisa engreída.
—Ahora contestaré a sus preguntas. Sí, señora, ¿quién es usted?
—Meghan Talley. Mi marido, Mark, y yo somos conservadores del Museo Británico de Historia Natural. Estuvimos presentes en su conferencia de prensa de anoche, cuando identificó en público al depredador como un plesiosauro. ¿En qué se basa su análisis?
—En décadas de avistamientos. Fotos. Todo eso.
—Entiendo —los ojos azules de Meghan destellaron—. ¿Es este el tipo de protocolo científico que cabe esperar?
—Escuche, señora, ¿qué más da lo que yo diga? Una vez lo capturemos, miraremos debajo de su falda y lo sabremos con seguridad, ¿de acuerdo?
—Es al revés, doctor. Se supone que esto es todavía una expedición científica.
—¿Quién lo dice? —David paseó alrededor de la mesa, sacando pecho—. Me han contratado para organizar una cacería, así de claro. Si usted quiere llamarlo expedición científica, es su problema. Yo digo que capturemos la pieza, y la ciencia ya vendrá más tarde.
—Mi esposa tiene razón —dijo Mark Talley—. Si no sabe lo que va a cazar, ni siquiera puede estar seguro de que solo haya un animal. También basa sus suposiciones en la leyenda del lago. Hay muchas probabilidades de que no exista algo tan romántico como un plesiosauro. ¿Y si es un esturión gigante?
—¿Un esturión?
—Sí, doctor Caldwell, un esturión. Búsquelo. Es una especie anadroma, de más de doscientos millones de años de antigüedad, que prolifera en el lago Ness. El esturión báltico parece casi un tiburón Thresher, y puede alcanzar más de seis metros de longitud. ¿Cree que el público va a pagar por ver un esturión?
David lanzó una mirada al preboste.
—No es un esturión. Los esturiones no tienen unos dientes tan grandes y afilados como para destrozar de aquella manera al chico de Alaska.
—Lo que querernos decir, doctor, es que se está precipitando con todas esas proclamas y gastos. ¿Por qué no lo toma con más calma, averigua qué es, y después va a por él?
David negó con la cabeza.
—No. Mire, todos ustedes, conservadores y cazadores de monstruos, están haciendo lo mismo desde hace décadas. Ya es hora de adoptar un enfoque más agresivo. ¿No es cierto, señor preboste?
Hollifield asintió.
—El Consejo va a aportar cincuenta mil libras esterlinas a la captura de la bestia, y el National Geographic, que se adjudicó la exclusiva del rodaje, acaba de añadir cien mil libras para hacer más atractiva la oferta. Este dinero… y el reconocimiento de la captura, se dividirá entre el doctor Caldwell, el Consejo y los barcos que participen en la búsqueda.
David volvió al mapa.
—Voy a dividir el lago en tres partes. El Nothosaur cubrirá el extremo norte del lago Ness, desde el sur del coto de pesca de Abban hasta la bahía de Urquhart. Los Sloan y la tripulación del Galón patrullarán el sur de la bahía de Urquhart hasta Foyers. Como Bill Plager cuenta con el barco más grande y veloz de los tres, vigilará desde el sur de Foyers hasta Fort Augustus. Como primer paso necesario, pido a cada uno de ustedes que se responsabilicen de la misión y recojan de inmediato sus respectivas boyas sónar. Después, las redistribuirán, siguiendo las instrucciones de mis técnicos, en una pauta específica en las zonas que les han sido asignadas. Además de estar atentos a su cuadrícula, sus señales se descargarán en un sistema maestro de gestión de señales a bordo de mi barco, que mañana por la mañana elegiré entre una lista de solicitantes locales.
David dio una segunda vuelta alrededor del grupo, como un joven Patton.
—Dentro de unos días, suministraremos a sus barcos redes de pesca sumamente pesadas, que deberían llegar a Inverness a finales de esta semana. Para entonces, esperamos tener acordonada casi toda la boca de la bahía de Urquhart. En cuanto nuestra cuadrícula de sónar localice al monstruo, todos los barcos convergerán en el lugar donde se encuentre y lo capturaremos con las redes.
Meghan Talley meneó la cabeza.
—Así de sencillo, ¿eh?
—Escuche, señora, nos enfrentamos a un gran depredador que vive en un gran lago, pero sigue siendo un lago. Quiero decir, ¿adónde va a ir esa cosa? La localizamos, le echamos la red, la encerramos. Dicho y hecho.
—¿Y el museo? —preguntó el doctor Shah.
—Una vez capturemos al monstruo, empezaremos a recibir solicitudes de conservadores y otros científicos para estudiar a Nessie.
—¿Solicitudes? ¿Espera que enviemos solicitudes?
—Esto es un negocio, señora Talley. Vamos a dejar algunas cosas claras. En lo concerniente a la prensa, todas las entrevistas pasarán a través de mí. Y no quiero ni oír hablar de que Nessie es un esturión, de lo contrario su solicitud puede que aterrice debajo de la pila. ¿Capische?
Meghan Talley empezó a decir algo, pero su marido le agarró el brazo.
—¿No hay más preguntas? Bien. Redistribuyan sus boyas de sónar, chicos y chicas, la temporada de la caza de Nessie acaba de empezar.
Castillo de Aldourie, orilla nordeste del lago Ness
Cielos plomizos cubrían el Great Glen. El agua oscura estaba tan lisa como un cristal, y ocasionales filamentos de niebla se deslizaban sobre su superficie como plantas rodadoras.
Caminaba en dirección norte por la orilla este del lago Ness, a la caza de nuevas pistas, con la camiseta empapada a causa del chubasco de la tarde que había ahuyentado a casi todos los turistas. A las cinco y media me encontraba en las orillas del muelle de Aldourie. Una canoa de aluminio baqueteada estaba embarrancada en la alta hierba, con el fondo cubierto de algas. No había nadie en los alrededores.
Continué andando, y me acerqué a los terrenos del castillo de Aldourie. La antigua mansión baronial se hallaba a varios cientos de metros del lago, rodeada por hectáreas de tierra. Agujas de cuatro pisos de altura coronaban la propiedad abandonada, y su silueta quedaba empequeñecida por un fondo de pendientes boscosas verde esmeralda, cubiertas de pinos y alerces.
El castillo de Aldourie había sido reconstruido en distintas ocasiones desde que habían erigido su torre principal en 1626. La obra más reciente consistía en una plataforma de cemento que separaba los cimientos del primer piso. En su momento, el propietario, coronel William Fraser-Tytler, afirmaba que lo había hecho para evitar incendios en la propiedad. Según los vecinos, el coronel estaba más preocupado por «otorgar eterno y definitivo descanso al fantasma de la dama de gris», un espíritu que, según decían, rondaba por los terrenos del castillo.
Si los recuerdos de la infancia eran los espíritus que me rondaban a mí, entonces el castillo de Aldourie era uno de ellos, pues este era el lugar donde Angus había sembrado en mi espíritu sus supersticiones sobre demonios y dragones.
Me acerqué al borde de la orilla sobre la cual mi padre había levantado a su hijo de corta edad. ¿Había sido clarividente el hijo de puta borracho, o solo estaba jugando conmigo, como siempre había hecho?
Tal vez lo estaba haciendo ahora…
Escudriñé las aguas oscuras y me puse a pensar.
Y entonces, levanté la vista y vi el objeto.
Era una figura pálida, que se movía sobre la superficie a varios cientos de metros de distancia. De no haber estado el agua tan en calma, no la habría visto, pero su movimiento estaba levantando ondas en la tranquila superficie del lago.
¿Era un ciervo?
Como la visibilidad era escasa y la niebla se estaba espesando, no podía estar seguro, pero me pareció… ¡un cuerpo!
No había nadie más en los alrededores, ni una barca a la vista.
¿Qué hacer?
Miré hacia la canoa con el corazón acelerado.
«Muy bien, Wallace, juraste que entrarías en acción cuando llegara el momento; pues bien, el reloj se ha puesto en marcha».
Corrí hacia la canoa. Mis músculos se movían como plomo líquido, el miedo enviaba hormigueos a mi vejiga. Aparté las algas y descubrí un remo de madera podrido y una docena de ranas toro.
—Lo siento, chicas.
El interior de la canoa hedía a agua estancada. Utilicé el remo para apartar cortinas de telarañas, y después arrastré la barca sobre la hierba en dirección al pequeño muelle.
Bajo el agua… Los pulmones en llamas, la sombra se alza sobre mí… ¡Ve hacia la luz!
—¡Eh! —sacudí la cabeza y luché por expulsar la imagen subliminal—. Cálmate. Es mejor afrontar tus miedos a plena luz del día.
Un trueno retumbó en el Great Glen. Sus plácidas aguas me retaban a violar su serenidad.
Bajé la canoa al agua, mientras intentaba imaginar qué habrían sentido William Wallace y su banda de seguidores cuando esperaban en Stirling el momento de enfrentarse al ejército de Longshanks. Inferiores en número, habrían superado su miedo, y de esta manera ganaron una batalla decisiva.
—¿Miedo? ¿El dragón representaba el miedo? Tal vez era eso lo que Angus intentaba decirme. Todo el mundo ha de enfrentarse a su dragón personal en algún momento.
Idiota. ¿Desde cuándo hablaba Angus Wallace en términos filosóficos?
Examiné la canoa, comprobé que no había vías de agua, dejé la mochila en el muelle, bajé una pequeña escalerilla de madera y me acomodé en la barca. Aferré el remo podrido y empecé a alejarme de la orilla, en aguas más profundas que las del mar del Norte.
«De momento, todo va bien. Puedes hacerlo».
Debido a la niebla, tardé un momento en volver a localizar el objeto. Los músculos de mis hombros se tensaron mientras remaba, y finalizaba cada remada trazando una «J» en el agua para lograr que la canoa siguiera un curso recto.
A doscientos metros de distancia, las ondas aumentaron de intensidad.
Al cabo de unos minutos, el frío del lago Ness empezó a filtrarse por el fondo de la barca de aluminio y entumeció mis pies. Sin hacer caso del frío, cambié de lado y seguí remando, mientras la proa de la barca cortaba las espesas cortinas de agua.
Ahora ya estaba cerca, tal vez a una distancia de unas veinte barcas, cuando oí chapoteos más adelante.
Algo se estaba revolviendo en el agua… ¡Lo que fuera estaba vivo!
—¿Hola?
Remé con más vigor, con la imaginación desbocada. ¿Era un barquero que había volcado? ¿Cuánto tiempo podía mantenerse a flote alguien en estas aguas heladas?
Me pareció ver una cabeza hundirse y volver a emerger, tal vez unos brazos que manoteaban sobre la superficie.
—¡Espere, casi he llegado!
Llegué al cuerpo, describí una amplia C, di la vuelta a la canoa y me incliné.
—Joder.
No era una persona y no estaba viva. Era un pez enorme, un esturión de cinco metros de largo, solo que estaba cubierto de docenas de marcas de mordiscos, que medían entre veinte y veinticinco centímetros de anchura, y unos diez de profundidad.
Mientras miraba, el cadáver fue arrastrado al fondo de nuevo y atacado, como si hubiera un banco de pirañas debajo.
—Ostras, ¿qué coño está pasando?
¡Tump!
Mi corazón pegó un bote cuando algo golpeó el fondo de la canoa, y su impacto resonó en todos mis huesos.
Tump… ¡Tump-tump!
Más golpes, en sucesión escalonada. ¡Me estaban atacando!
Volví a agarrar el remo, y estaba a punto de empezar a remar, cuando la canoa fue golpeada de nuevo desde abajo con tal fuerza, que las planchas de aluminio que había junto a mis pies saltaron hacia arriba y se separaron, liberando un chorro de agua helada.
«¡Jesús, Wallace, levanta el culo!».
Remé como un loco, impulsando hacia delante la barca, pero mi corazón casi dejó de latir cuando mi barca resbaló sobre los restos del esturión, que había vuelto a emerger.
—¡Maldita sea!
Desvié la canoa a un lado, y mis nervios destrozados hormiguearon cuando el remo golpeó algo sólido que nadaba debajo.
¡Tump… tump!
La canoa osciló cuando fue alcanzada de nuevo. El agua que había a mis pies alcanzó noventa centímetros de altura y siguió subiendo.
«¡Esto no está pasando!».
En el fondo de mi mente, una voz interior me recordó: «Tranquilo, Wallace. Solo es un lago. No puede hacerte daño si no entras».
—¡Cierra el pico!
Bajé el hombro y remé como un atleta olímpico, en dirección a la lejana orilla, ahora oculta por la niebla. El agua gélida de la canoa me llegaba a los tobillos.
¡Una sombra gigantesca se alza sobre mí!
Imágenes subliminales me cegaron.
—Cien metros… ¡Sigue remando!
Una boca se abre alrededor de la parte inferior de mi torso…
—Ochenta metros… ¡Ánimo, Wallace!
Con el agua hasta las pantorrillas, la canoa pesaba cada vez más.
¡Algo dentado está desgarrando mi carne!
—Sesenta metros… ¿Dónde está el puto muelle?
¡Ve hacia la luz, Zachary, ve hacia la luz!
¡Tump!
—¡Aléjate de mí, joder!
Mis manos cubiertas de ampollas y los antebrazos me ardían, y todo mi cuerpo se esforzaba por mover la canoa inundada.
Me estaba acercando. Vi el castillo de Aldourie. Vi los prados de césped verde.
Y entonces, el agua me llegó a las nalgas, y supe que iba a entrar a batear.
Cincuenta metros…
La canoa oscilaba a cada remada, solo que apenas se movía.
«Cuarenta metros. ¡Quédate en la barca lo máximo posible!».
La proa se alzó, la popa osciló, y luego se hundió bajo mi cuerpo.
Joder.
Solté el remo, me puse en pie y me lancé al lago. Su abrazo ya demasiado familiar me robó el aliento, mientras mis piernas se agitaban y empezaba a nadar a crol con torpeza. Mis botas de excursión eran bloques de cemento, las ropas me estrujaban, el miedo impedía que me sumergiera mientras nadaba.
«Veinte metros, Wallace… ¡Veinte putos metros!».
Una imagen destelló en el ojo de mi mente. El cuerpo de un hombre. Desnudo. Muerto.
—¡Aj!
Distraído, mi frente golpeó con fuerza un pilote de madera, con tal fuerza que vi estrellitas púrpura.
«¡Sal de la puñetera agua!».
Tanteé ciegamente en busca de la escalerilla, y después subí como pude sus peldaños astillados. Mareado por el frío y el cansancio, llegué a lo alto y caí de rodillas sobre el muelle, después me tumbé y cerré los ojos, mientras me masajeaba la cabeza.
Con los ojos cerrados, vi destellos de luz que desfilaban ante mis párpados, mientras escuchaba el murmullo de las olas.
—Estás bien. Respira.
Con la respiración más calmada, dejé que mi cuerpo se relajara, mientras mi mente volvía a las imágenes subliminales.
Algo parecía diferente esta vez… Más claro que las imágenes de mis anteriores terrores nocturnos. ¿Qué era?
Bajo el agua… ¡La luz!
Esta vez, había visto la luz con más claridad. No eran los rayos del sol los que perforaban las profundidades, y no era un resplandor celestial, sino una lanza artificial brillante…, una lámpara submarina, que penetraba en mi tumba de agua como el foco de un faro.
Abrí los ojos, con los pensamientos acelerados a causa de la revelación.
—¡Eso fue lo que me salvó hace diecisiete años! ¡Fue una luz submarina! Debió de ahuyentar al animal hacia las profundidades.
Me puse en pie y miré desafiante al lago.
—Ahora conozco tu punto débil, Nessie, seas lo que seas. Tus ojos son sensibles a la luz brillante. La próxima vez que nos encontremos, estaré preparado.
Mis pensamientos regresaron a la aventura de la canoa, y ahora me sentí confuso, porque no era el asesino de Justin Wagner lo que había atacado al esturión. No, estos animales acuáticos, fueran lo que fueran, eran más pequeños, pero muy feroces.
¿Era el hijo de Nessie, u otra especie diferente?
—Aquí está pasando algo muy raro, algo que está afectando a todo el ecosistema.
Al recordar el laboratorio, busqué en mi mochila el móvil y llamé al número del sheriff Holmstrom.
—Sheriff, soy Zachary Wallace. ¿Qué pasa con esas muestras de sangre y especímenes que le pedí analizar? ¿Hola?
—Lo siento, doctor Wallace, no sé cómo decírselo…, pero, bien, parece que uno de nuestros técnicos extravió sus muestras.
—¿Extravió? —sentí un nudo en el estómago—. ¿Qué extravió, exactamente?
—Todo lo que nos dio, me temo. Aún estamos buscando en el laboratorio, y tenga la seguridad de que el responsable ha sido castigado, pero…
Colgué.
Angus tenía razón: estaba perdiendo el tiempo.
Maldije en voz alta, agarré la mochila y me cobijé bajo un alerce. Me quité la ropa mojada y me puse una camisa y unos tejanos secos.
Y entonces, se me ocurrió otra idea: «¡Cascarrabias MacDonald! Era el que portaba la luz subterránea. ¿Cómo sabía que debía llevarla cuando me rescató?».
—Ese viejo bastardo… Sabe muy bien lo que hay ahí abajo.
Me cargué la mochila a la espalda y seguí mi camino hacia el norte, mientras me preguntaba qué me asustaba más: los seres que habitaban el lago Ness o la idea de enfrentarme al viejo.