Capítulo 16

Inverness, Tierras Altas de Escocia

Me encontraba de vuelta en el Mercedes, en dirección norte por la A82, mientras las palabras del jefe de policía resonaban en mis oídos. «Personalmente, doctor Wallace, creo que un loco anda suelto. ¿Un loco con una espada? ¿O un asesino con un cómplice, que culpa de sus escapadas a un dragón ficticio?».

La idea me ponía enfermo.

En lugar de devolverme al castillo de Inverness, me llevaron al ayuntamiento para asistir a una reunión de urgencia del Consejo de las Tierras Altas. Cuando llegamos, los rumores acerca de «un nuevo ataque de Nessie» ya circulaban por las ondas de radio británicas.

El juez Hannam asistía a la reunión, tras haber decretado un aplazamiento de un día en el juicio de Angus, «para examinar la validez de las afirmaciones de la defensa». El jurado estaba secuestrado en un hotel, pero pocos creían que se le pudiera ocultar los últimos acontecimientos durante mucho tiempo más.

Las Tierras Altas se estaban convirtiendo en una hoguera, y Angus y su abogado estaban arrojando cerillas.

Owen James Hollifield, recién elegido preboste y director del Consejo de las Tierras Altas, era un hombre plácido por naturaleza, pero imponía con su corpachón de metro ochenta.

—Presidente y consejeros, por favor… Me gustaría empezar la reunión. Prescindiremos de trivialidades e iremos al grano, si les parece bien.

Se hizo el silencio en la sala.

—A estas alturas, ya habrán oído los rumores, así que intentaremos apartar la fantasía y examinar los hechos reales. ¿Sheriff?

El sheriff Olmstead se levantó y leyó los apuntes de su libreta.

—Aproximadamente a las cuatro y media de esta madrugada, los restos de la fallecida fueron descubiertos por su marido en una senda boscosa situada en un camping de Invermoriston. La víctima era una mujer estadounidense llamada Tiani Brueggert, identificada por una alianza rescatada de los restos de un dedo de su mano izquierda seccionada. Si bien hemos encontrado rastros de otras partes del cuerpo y una gran cantidad de sangre, el resto del cuerpo de la víctima continúa desaparecido. Esto sugiere que el atacante de la víctima o bien se llevó el cuerpo, o lo arrojó al lago. En estos momentos, dos barcas están dragando una zona de dos kilómetros de la orilla del lago. Técnicamente, es posible que la mujer continúe con vida.

Sheriff, ¿está sugiriendo que la víctima fue secuestrada?

—Solo estoy matizando que, en este momento, no tenemos cadáver, solo partes del cuerpo no vitales. Sin embargo, y esto es solo un informe preliminar, los médicos han determinado que el brazo izquierdo de la mujer fue seccionado por un instrumento dentado extremadamente afilado, tal vez una hoja larga, y posiblemente por la mordedura de un animal, sí.

Una oleada de murmullos se elevó en la sala.

—¡Silencio, por favor! Tal como nuestro invitado, el doctor Wallace, ha señalado, si fue un animal, el radio de mordedura sería más grande que el de cualquier especie de nuestro glen

—¡Salvo Nessie!

Nuevos murmullos resonaron en la sala.

—¡Pregúntele qué fue, Olmstead, él debería saberlo!

—Vamos, Wallace, ¿fue Nessie o no?

El preboste golpeó la mesa con la palma de la mano para pedir silencio.

—Estamos en una reunión del Consejo, no en una reyerta callejera. El sheriff Olmstead nos está contando lo que sabe, no lo que ustedes quieren oír.

—¿Y qué es Nessie, exactamente? —se revolvió el sheriff—. Por lo que yo sé, las leyendas no matan gente. Si fue un animal anfibio, ¿lo convierte eso en Nessie? ¿Y desde cuándo ataca Nessie a seres humanos?

Un miembro del Consejo se levantó y me señaló con el dedo.

—¿Qué me dice de él? Le atacó.

—Según el informe del médico, no —replicó el juez Hannam—. Quiero que escuchen con mucha atención lo que voy a decirles, porque nuestra reacción ante estas graves circunstancias determinará la opinión que se forjará el resto del mundo de esta pequeña comunidad que llamamos nuestro hogar. Mi sala de justicia se ha convertido ya en un teatro, y como no seamos capaces de conducir con dignidad el asesinato de esta mujer, todo este asunto de Nessie nos va a estallar en las narices, al igual que las expediciones de los años sesenta.

Lorrie Paulsen, vicepresidente de Turismo, se levantó y dirigió la palabra al Consejo.

—Antes de que clausure esta historia, señor preboste, hemos de tener en consideración otro tema, que es el turismo. Como todos los reunidos aquí saben muy bien, el turismo está de capa caída. Pero este juicio ya está obrando un impacto positivo en nuestra economía. Estoy recibiendo informes de todo el Great Glen de que los hoteles y pensiones se están llenando sin parar, y la mayoría gracias a periodistas y reporteros. Esperen a que llegue la temporada alta. Podría ser el mejor verano que hemos tenido en treinta años… De hecho, hablé con las líneas aéreas hace menos de una hora, y hay montones de vuelos a Inverness reservados durante todo junio. Podría ser lo mejor que le sucediera a las Tierras Altas desde hace mucho tiempo.

Murmullos de asentimiento.

—Ridículo —dijo William Greene, coordinador del Consejo Conjunto de la Policía del Norte—. No estamos hablando de avistamientos del monstruo, sino de asesinatos múltiples, al menos uno de los cuales cometido por un hombre cuyas estupideces sobre un animal acuático están basadas en mentiras y pruebas circunstanciales, en el mejor de los casos. En cuanto a esta muerte reciente, ¿quién podría negar que Angus Wallace tal vez contrató a un cómplice para que disfrazara el asesinato como el ataque de un monstruo? Todo esto apesta, si quieren saber mi opinión.

Más murmullos, con algunas miradas acusadoras lanzadas en mi dirección.

«Jesús… He de largarme de esta isla antes de que estos lunáticos me linchen».

Owen Hollifield hizo una señal para pedir silencio.

—Continúe, sheriff.

—No estoy en desacuerdo con la analogía del coordinador Greene, pero sea lo que sea, hemos de hacer algo. Sea bestia o humano lo que mató a esa mujer, la invasión de turistas prevista para este verano significa más víctimas en potencia, en mi opinión. ¿Cómo vamos a vigilar setenta y seis kilómetros de orilla? Carecemos de hombres y medios.

—¿Puedo hacer una sugerencia? —dijo el juez Hannam.

El preboste asintió.

—Por favor, señoría.

—Al introducir al monstruo en su defensa, Angus Wallace ha abierto la caja de Pandora del proceso. Nos guste o no, y a mí no me gusta, extraoficialmente, lo hecho hecho está, pero continúa siendo mi deber servir a la justicia. Por tanto, la única forma de asegurar un veredicto justo e imparcial es conceder a las autoridades la oportunidad de registrar el lago. No estoy insinuando que un animal acuático matara a John Cialino o a esta mujer estadounidense. Solo estoy diciendo que el público, y el mundo, han de recibir la impresión de que estamos haciendo todo lo posible por descubrir la verdad, incluso hasta el punto de demostrar la existencia o no de la bestia.

—El Consejo debería ofrecer una recompensa a quien demuestre la existencia de Nessie —intervino Lorrie Paulsen—. Creo que diez mil libras bastarían para demostrar nuestra seriedad.

Owen Hollifield resopló.

—Podría multiplicar por diez esa suma con unas cuantas llamadas telefónicas. Discovery Channel y National Geographic han llamado esta tarde, pidiendo permiso para enviar equipos de filmación. Se lo negué. Dije que estaba pensando en ofrecer la exclusiva de los derechos al mejor postor.

Enérgicos murmullos de asentimiento.

—Haga lo que sea necesario —replicó el juez—, pero solo voy a aplazar el juicio dos semanas. Es el máximo de tiempo que puedo mantener secuestrado al jurado.

Nueva oleada de murmullos.

El preboste volvió a dar una palmada sobre la mesa.

—Conduce tu juicio como te dé la gana, Neil, pero no puedo permitir que docenas de cazadores de monstruos surquen el lago Ness sin ton ni son. Es contraproducente, y peligroso. Ya lo hemos visto todo antes. Los aficionados empiezan a jugar a Moby Dick, vienen con dinamita y bombas caseras. Lo que necesitamos es que alguien se encargue del asunto, alguien de reputación intachable.

Todos los ojos se volvieron hacia mí, y entonces comprendí por qué el juez había insistido en que asistiera a la reunión.

—¿Qué opina, doctor Wallace?

—Lo siento, señoría, creo que se equivoca de hombre.

—Pues yo creo que es perfecto —afirmó William Greene—. Nació en las Tierras Altas, su reputación de biólogo marino le precede, y está relacionado con el acusado, lo cual significa que usted hará todo cuanto esté en su mano, de cara a la galería, por llevar a cabo una búsqueda exhaustiva y eficaz. Y esas cicatrices…

—¿Qué pasa con ellas? La mitad del mundo piensa que me mordió una bestia, y la otra mitad cree que las amañé con el fin de salvar a mi padre. En este preciso momento, mi reputación de científico está siendo destruida.

—Pues demuestre lo contrario —dijo el preboste—. Algo muy real está sucediendo en el lago Ness desde que la A82 fue construida. Su testimonio e implicación podrían separar por fin la realidad de la fantasía.

—Olvídelo. Todo este asunto ya ha sido bastante humillante, y además, hay muchos más científicos cualificados para elegir. Kevin González en Scripps, o ese científico inglés, Anthony Chomley. ¿Qué me dicen de Robert Rines? El doctor Rines tiene mucha más experiencia que…

—El doctor Rines ha recorrido el lago Ness de un extremo a otro un millar de veces —replicó el juez Hannam—. No, usted fue la primera persona a la que elegimos, doctor Wallace. Si Nessie existe, estamos convencidos de que usted lo encontrará.

—¿Y si me niego? ¿Qué harán? ¿Detenerme por desacato otra vez? No, creo que no. Puede que haya nacido aquí, pero ahora soy ciudadano de Estados Unidos, y mi gobierno le dirá algunas cosas al Parlamento si el Tribunal Supremo de Inverness encarcela a uno de sus científicos más importantes, solo porque se niega a registrar su lago en busca de monstruos.

A juzgar por la expresión severa del juez, supe que había dado en el clavo.

—Bien, lord Hannam, si no le importa, todo ha sido demasiado realista y muy poco divertido, y he de ir a buscar billetes si quiero volver a mi casa de Florida mañana por la noche. Hasta la vista.

Había llegado a mitad de camino de la salida, cuando el sheriff Olmstead me detuvo.

—¿Lord Hannam?

El juez meditó un momento.

—El doctor Wallace tiene razón, por supuesto. No podemos obligarle a organizar nuestra búsqueda. De momento, tendremos que dejar que los investigadores se organicen como puedan. Bien sabe Dios que la atención de los medios los atraerá en oleadas al lago Ness. Sin embargo, doctor, no olvide que sigue siendo testigo de un juicio por asesinato, lo cual significa que no puede abandonar el país, al menos hasta que la acusación haya tenido la oportunidad de interrogarle. Confisque su pasaporte, sheriff, y después déjele en libertad.

El hijo de puta me quitó el pasaporte, y después me acompañó hasta la puerta.

—No lo entiendo —dijo True, mientras se atizaba la tercera cerveza de la última media hora—. Yo creo que te están ofreciendo la oportunidad de tu vida. ¿Por qué no lo haces?

Tomé otro trago. La sensación abrasadora de antes era ahora como un cálido amigo.

—Si te lo digo, y lo repites a otra alma viviente, nuestra amistad… ¡pffft!

Se inclinó hacia delante con su gran cabeza de vikingo desgreñada.

—Adelante, te escucho.

Señalé mi sien.

—Angus tenía razón en una cosa. Tengo el cerebro hecho trizas. Desde aquel asunto de los Sargazos, no puedo acercarme al agua.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué quiero decir? Que tengo miedo de acercarme al agua, estúpido hijo de puta, ¿a qué coño crees que me refería?

—¿Por qué? ¿Qué le pasa al agua?

—Al agua no le pasa nada, ceporro, es que no puedo acercarme. Jesús, ¿por qué crees que no me tiré a tu hermana el viernes por la noche? ¿Por respeto al chalado de vuestro viejo? Por favor, Louise, no soy tan capullo.

—Espera un momento… ¿Estás diciendo que te da miedo el agua?

—¡Sí, cerril, sí! —me levanté de la silla, tambaleándome como un idiota borracho—. ¡Escucha esto! ¡Yo, Zachary Wallace, biólogo marino de mierda, hijo de Angus, el cabrón borracho y asesino, primo lejano de sir William Wallace el Braveheart, tengo un miedo atroz del agua!

Los demás borrachos del Sniddles se levantaron y aplaudieron.

Hice una tambaleante reverencia, y después caí de costado en los brazos hercúleos de mi amigo.

—¿Lo he dejado claro esta vez, True? ¿Te has hecho ya la idea?

—Sí, muchacho, pero no te preocupes, no se lo diré a nadie.

Temeroso de dormir, me descubrí saludando al alba en la cumbre del pico más alto de Drumnadrochit, mientras reflexionaba sobre mi existencia y la sobriedad volvía a marchas forzadas.

¿Qué me había pasado? En seis breves meses, había pasado de ser un bastión de la ciencia con un objetivo definido, a transformarme en un hombre amargado, asustado de su propia sombra, asustado de su propia vida.

Ex abstemio, iba en camino de convertirme en alcohólico. Ex pensador, ahora tenía miedo de la razón, y ofrecía patéticas excusas por mi fobia recién descubierta…, y un miedo perdido hacía mucho tiempo que daba la impresión de estar reapareciendo en mis sueños.

Estaba quemado y agotado. Me odiaba, odiaba mi vida, y no tenía forma de escapar de mi cabeza.

Salvo una.

Saqué el frasco de píldoras del bolsillo, miré los comprimidos, mientras sopesaba la posibilidad de tomar una dosis letal.

¿Cuántas veces había pensando en suicidarme desde el día de mi noveno cumpleaños? ¿Seis veces? ¿Una docena? Con la ayuda de mis profesores y entrenadores, me había reinventado, pero por dentro seguía siendo el alfeñique de Angus.

¿Qué me mantenía con vida? ¿Qué me daba ganas de vivir?

¿Qué tenía que perder?

Había dedicado los últimos seis meses a envenenarme poco a poco con alcohol. ¿Por qué no acabar de una vez por todas?

«¡Hazlo, Zachary! ¡Trágate las píldoras! Acaba con el dolor, el miedo y la humillación de una vez».

Acuné las píldoras en la mano, pero todavía había una cosa que me impedía acabar con mi vida en aquella hermosa ladera. Esta vez no era el miedo…, sino la ira.

Estaba furioso con Angus por obligarme a regresar, por obligarme a examinarme sin complacencias. Y después de haberme examinado, comprendía ahora que, por repulsivo que fuera mi padre, era tan solo una excusa muy conveniente para mi dolor.

La verdad era que estaba furioso conmigo mismo, porque Angus tenía razón. Había vivido una mentira.

A cada terror nocturno que ocurría, fragmentos de recuerdos enterrados mucho tiempo atrás salían a la luz. Por aterradores que fueran, comprendía por fin que aquellos sueños tenían un propósito: sacudir mis falsos cimientos de realidad.

Por más que intentaba negarlo, ahora sabía que algo monstruoso se había apoderado de mí en el lago diecisiete años antes. Incapaz de soportar la verdad, mi mente infantil lo había enterrado. De alguna manera, mi segundo episodio de ahogamiento en el mar de los Sargazos había liberado aquellos recuerdos dormidos, y ahora podía elegir: optar por la salida de los cobardes y suicidarme, o buscar al ser responsable de mi dolor.

El dragón puede percibir el miedo, puede olerlo en tu sangre. ¿Plantarás cara y combatirás al dragón como un guerrero, o te acobardarás y huirás, dejando que te atormente hasta el fin de tus días?

—¡No!

El eco de mi voz crepitó a lo largo y ancho del Glen como una descarga de artillería.

Me puse en pie de un brinco, tiré el frasco de pastillas lo más lejos posible, hacia los matorrales.

—Basta de cobardías. Basta de huidas. ¡Si voy a morir, que mi muerte sirva de algo!

De pie bajo el gris cielo de la mañana, miré las aguas antiguas del lago Ness, mientras mascullaba las palabras y sentía escalofríos en la espina dorsal.

—Muy bien, bestia, seas lo que seas, ya has atormentado bastante mi existencia. Voy a por ti, ¿me has oído? ¡Voy a por ti!