Capítulo 20
Bahía de Urquhart, lago Ness
El barco de investigaciones Nothosaur navegaba a la deriva en doscientos veinte metros de agua, un adorno más del pintoresco fondo que constituía el castillo de Urquhart. Las orillas de las ruinas estaban atestadas de turistas, la escena grabada por media docena de cámaras de televisión, con las imágenes destinadas a ser utilizadas en informativos de todo el mundo en un papel secundario.
Michael Hoagland siguió sobre cubierta para gritar órdenes imaginarias a su tripulación hasta que bajaron la última cámara, y después entró corriendo en la sala de control y en el sistema de sónar del barco.
Los sistemas de sónar funcionan emitiendo pulsaciones ultrasónicas desde un proyector acústico. A continuación, los hidrófonos analizan las señales reflejadas para determinar si un obstáculo u objeto se halla presente en el campo.
Hay dos tipos básicos de sónar: pasivo y activo. El sónar pasivo, utilizado a bordo de submarinos, analiza los ruidos que llegan sin crear sonidos propios, con el fin de no delatar el emplazamiento de la embarcación. Los sónares activos emiten fuertes «pings», que pueden fijarse en frecuencias, rumbos o ángulos diferentes. Los «pings» viajan a una velocidad aproximada de mil quinientos metros por segundo. Si un objeto se encuentra en el camino del haz, será detectado por el sónar.
Si bien es más agresivo, la limitación del sónar activo consiste en que tarda en adaptarse al proyector, emitir un «ping» y escuchar un eco. Para subsanar este defecto, los ingenieros desarrollaron la boya sónar, un aparato flotante que emite su propio sistema de sonidos metálicos, y permite a los operadores detectar objetos que se mueven a través de su campo acústico.
El Sistema de Medición Acústica Portátil, conocido como PAMS, consiste en una serie de boyas sónar, distribuidas a lo largo de la superficie formando una pauta predeterminada. Las señales del PAMS están conectadas con un sistema de obtención de datos acústicos, un receptor GPS y un sistema submarino de telemetría por radio. Después, los datos de posición son transmitidos mediante una conexión por radio UHF con la estación de análisis, donde se examinan las señales.
Durante las últimas nueve horas, la tripulación del Nothosaur había desplegado boyas sónar cada dos kilómetros, empezando en las aguas de Fort Augustus. La red, consistente en dos hileras paralelas, corría al norte hasta Tor Point, donde se estrechaba la anchura del lago y el campo se reducía a una sola fila de boyas, que concluía en Lochend y el estrecho de Bona.
Ahora, había llegado el momento de recoger los frutos de su trabajo.
Hoagland se encaminó hacia la sala de control, mientras su experto en sónar, Victor Cellers, terminaba de examinar el campo de boyas del Nothosaur. Victor era cuñado de Hoagland, y el Cazador de Nessie se sentía afortunado por tenerle a bordo. El estadounidense de cuarenta y dos años, afectado de fibrosis quística, había sido un «préstamo» de su hermana Deborah, la cual esperaba que el exmiembro de la marina volviera a su empresa de vídeo con base en Seattle dentro de dos semanas… y de una pieza.
—Bien, Victor, el campo está operativo, ¿verdad?
—Operativo y fiable son dos cosas muy diferentes. Las boyas emiten sonidos y estoy recibiendo datos, pero la señal viene cargada de basura.
—¿Basura?
—Interferencias acústicas —Victor señaló su monitor principal, el cual mostraba una imagen GPS del lago Ness y las boyas sónar del Nothosaur—. Todo, desde el sur de Foyers hasta Fort Augustus, está saturado de sonidos metálicos. Estoy recibiendo señales de dos campos de boyas sonoras activos más, como mínimo, y están situados demasiado cerca de los nuestros para permitir un análisis de señales no distorsionado. Es el equivalente de intentar mirar las estrellas con un telescopio en medio de Manhattan. Desengáñate, Michael, no somos los únicos que vamos a por lo mismo. Hay demasiadas interferencias para obtener lecturas fiables.
Hoagland lanzó una ristra de blasfemias en alemán.
—La buena noticia es que, si nos están interfiriendo, nosotros también los estamos interfiriendo.
—Eso quiere decir que todos estamos perdiendo tiempo y dinero.
—En una palabra, sí.
—Victor, ponte en contacto con los capitanes de los demás barcos. Organiza una reunión en el hotel Clansman esta noche para hablar de la situación. O el Consejo de las Tierras Altas resuelve este asunto, o nos vamos todos.
Dores
Era una caminata de quince kilómetros desde Inverfarigaig hasta Dores, y otros tres si me encontraba con Brandy y True en Tor Point. Añadidos a los doce kilómetros que ya había recorrido antes, estaba hecho polvo cuando llegué a Dores Beach, una playa sembrada de guijarros que se extendía hasta las lomas herbosas y la General Wade’s Military Road.
La zona estaba atestada de vecinos, turistas y medios. Subí por la playa de grava hasta la hierba, dejé caer la mochila y me derrumbé, procurando ocultar la cara para que no me reconocieran. En cuanto me senté, me di cuenta de que la última hora de caminar sobre playas sembradas de guijarros había acabado conmigo.
El pueblo de Dores se encuentra en la esquina situada más al este del lago Ness, donde el lago se estrecha de repente hasta la mitad de su anchura. Si se sigue la costa occidental, se llega a Tor Point. Desde allí, el lago corre hacia el norte de nuevo hasta desembocar en el río Ness.
Turistas y vecinos por igual se habían congregado en Dores Beach para contemplar a dos docenas de atrevidos surfistas, cuyas planchas de windsurf surcaban la superficie del lago, azotada por el viento. Potentes rachas soplaban desde el sudoeste, y se reforzaban tierra adentro, lo cual obligaba a los más temerarios a mantenerse a una peligrosa distancia de la orilla.
Me pregunté si habrían sido tan valientes de haber visto los restos de Justin Wagner.
Desde Dores Beach, el lago corría hacia el sur hasta perderse de vista. Murallas montañosas lo flanqueaban por ambos lados, y el sol estaba empezando a ocultarse detrás de los picos situados hacia el oeste.
Detrás de mí, un numeroso contingente se había congregado junto a la carretera, con el fin de escuchar las hazañas de un famoso buscador de Nessie llamado Steve Feltham. Años antes, Feltham había vendido su casa de Inglaterra para inmortalizar al monstruo en película. Ahora vivía en una furgoneta reformada, y su dedicación le había convertido en una especie de leyenda, aunque sus esfuerzos, si bien habían añadido más material a la leyenda del monstruo, no habían servido de nada.
Como notaba muy rígidos los músculos de la espalda, recogí mis cosas y abandoné la playa. Subí cojeando la colina hasta el pub Dores, con la esperanza de que una rápida cerveza aplacara mi dolor.
Craso error.
—¡Mirad quién está aquí! —una rubia menuda, vestida con una espantosa chaqueta cruzada azul corrió hacia mí con su micrófono, arrastrando con ella a su borracho cámara—. ¡Hola, doctor Wallace! Shar Bonanno, para la BBC. ¿Podemos conocer su reacción ante la reunión del Consejo de las Tierras Altas de hoy?
—No he asistido, así que no tengo ni idea de…
—Han estado hablando de retirar la ley que protege a Nessie. ¿Cree que eso es cierto?
—¿A qué se refiere?
—A que el Consejo desea capturar al monstruo.
—Sin comentarios.
—El Consejo también ha contratado a un científico norteamericano para que organice la búsqueda. En estos momentos, viene hacia aquí.
—Me alegro por él. Escuche, solo he venido a tomar una cerveza.
—Parece muy cansado. ¿Ha estado siguiendo el rastro del monstruo?
Aparté el micrófono de mi cara y entré en el bar.
—Una Guinness, lo más fría posible.
Un escocés mayor y borracho, que daba la impresión de haber estado sentado en su taburete todo el día, me miró de arriba abajo, y después olfateó el aire.
—Oiga, hermano, ¿lleva un animal muerto en la mochila, o es que no se ha lavado?
Mi mente tardó unos momentos en traducir.
—De hecho, sí, llevo un animal muerto en la mochila, pero también es probable que no me haya lavado.
El hombre agitó las manos en el aire, y después se apartó para dejar paso a dos policías.
—¿Doctor Wallace?
—Lo sé, lo sé, los voy a dejar en el laboratorio.
Intercambiaron una mirada, confusos por un momento.
—Señor, nos envía el sheriff Holmstrom. Hemos de acompañarle hasta el castillo de Inverness.
—¿Para qué? ¿El juez va a encarcelarme otra vez?
—No, señor. Se trata de su padre. Parece que se ha producido un accidente.
Habían transformado la mazmorra en un decorado de película de Hollywood. Luces portátiles forraban la parte posterior del antiguo bloque de celdas, y habían quitado cualquier sombra «molesta» de la cámara de Angus. Dos equipos de filmación estaban guardando su equipo cuando llegué, junto con los restos de un equipo médico de urgencias.
La estrella del espectáculo estaba incorporada en su cama, luciendo una camiseta. Tenía una intravenosa clavada en el brazo izquierdo, y había un monitor cardíaco a su derecha. A su lado había una enfermera, una mujer asiática de pelo castaño oscuro ondulado que le miraba con ojos de adoración, aunque no tenía ni la mitad de su edad.
—¡Ah, aquí está mi muchacho! Zachary, saluda a la enfermera Kosa.
—Kasa. Francesca Kasa.
—¿Qué más da? Mi kasa es su kasa, ¿eh, hijo?
—¿Necesitas una enfermera particular?
—Tu padre había sufrido problemas cardíacos antes de esta tarde.
—¿Problemas cardíacos?
—Sí, hijo. Me costaba respirar. Me sentía como si tuviera un elefante sentado sobre mi pecho. Supongo que le ha ido de poco a la Parca. Imagino que Johnny C. me estaba mirando sonriente. Pero lo superé, no llores, muchacho.
—Procuraré no montar una escena. Por cierto, enfermera, ¿qué dice su ECG?
—Ahora está normal, pero aún están haciendo análisis de sangre. El guardia le encontró inconsciente.
—Ajá. Entonces, ¿por qué no está en el hospital?
Angus me guiñó un ojo.
—Como ha sido un ataque de poca importancia, el juez, que es un hombre prudente, decidió que era mejor quedarme aquí, lejos de los medios, aunque creo que Maxie los invitó a entrar sin querer.
—Ya. Bien, tengo trabajo que hacer. Intenta no morir hasta que termine.
—Espera, muchacho. Guardia, he de hablar en privado con mi hijo. ¿Le importa sacar a todo el mundo? —se volvió hacia la enfermera y le dio una palmadita en el trasero—. Tú también, querida. Procura volver dentro de una hora para bañarme con la esponja.
La chica se ruborizó, echó un vistazo al gotero, y después siguió a los demás, mientras el guardia cerraba la puerta a su espalda.
Nos quedamos solos.
—Hijo, ¿te importa ir a buscar otra almohada?
—Ve a buscarla tú mismo. Utilizaste el truco del ataque al corazón con mamá cuando yo tenía siete años.
Sonrió con timidez, como avergonzado.
—Ah, ¿sí? Bien sabe Dios que me sucede de vez en cuando.
—¿De dónde ha salido toda esa comida?
—La han enviado propietarios de hoteles. Los negocios no van bien, y están agradecidos, como es natural. Hasta han pagado tu habitación. Pide lo que quieras, alquila películas guarras, todo a cuenta de tu viejo —respiró hondo, y después hizo una mueca—. ¿Qué es ese tufo? Huele peor que el coño de una anchoa.
—Son especímenes, recogidos de los alrededores del lago. Unos pájaros muertos y una ardilla.
—¿Unos pájaros y una ardilla? Ostras, muchacho, qué pena que no me hayan ahorcado para terminar de una vez —se arrancó el gotero del brazo—. Escucha, Hijo de la Naturaleza, necesito que vayas al agua, no a rondar por los bosques como Caperucita.
—Eso es lo que hacen los científicos, Angus. Buscamos pistas verdaderas, no las que publica el World Weekly News[12]. No cabe duda de que el animal que me mordió es un depredador, y ha superado su miedo al hombre, suponiendo que alguna vez lo sintiera.
—Bien, veo que por fin admites que te mordieron. Ya me pareció que te veía más centrado. Es el efecto del miedo en la mente. Bien, ¿cómo piensas encontrarlo?
—En primer lugar, he de saber qué estoy buscando. En segundo…
—En segundo, necesitarás un barco, y también equipo. Puedo conseguir lo que necesitas.
—¿Cómo?
—Ve a ver a Theresa. Estará en su casa de verano, en las colinas que dominan Foyers.
—¿Por qué querría ayudarme la viuda de Johnny C.?
—Ella me había echado una mano.
—Dios, eres patético.
Meneé la cabeza y me fui, mientras me preguntaba por qué perdía el tiempo con él.
Era casi medianoche cuando localicé por fin al sheriff Holmstrom en su despacho.
—Sheriff, necesito que su laboratorio haga unos análisis de sangre de estos especímenes. ¿Le han dicho algo sobre las muestras que le entregué?
—Estamos en ello —examinó mi mochila—. ¿Pájaros muertos? ¿Una ardilla? ¿Es necesario? Me da la impresión de que está disparando al azar.
—Puede, pero hemos de… —Me interrumpí cuando oí que unos altavoces cobraban vida fuera—. ¿Qué pasa?
—El Consejo de las Tierras Altas ha contratado a un científico estadounidense para organizar las cosas en el lago Ness. Lo están trayendo desde el aeropuerto, y la conferencia de prensa tendrá lugar en el jardín del castillo en cuanto llegue. Déjeme los especímenes, me encargaré de que el laboratorio los analice.
—Gracias.
Le estreché la mano y salí, picado por la curiosidad.
Habían montado un pequeño escenario para las cámaras, con el castillo de Inverness iluminado majestuosamente al fondo. Por todas partes se veían reporteros y equipos de filmación, todo el rollo organizado por la División de Turismo del Consejo de las Tierras Altas.
Un murmullo se elevó de la multitud, que se apretujó todavía más cuando Owen Hollifield subió al escenario.
—Buenas noches y bienvenidos a Inverness, puerta de las Tierras Altas de Escocia. Me llamo Owen Hollifield y soy el preboste del Consejo de las Tierras Altas, el organismo gubernamental que preside el lago Ness. Durante las últimas cuarenta y ocho horas, el Consejo ha estado examinando los progresos de la investigación sobre el misterio del lago Ness, así como su relación con las trágicas muertes de varios turistas. Con tres equipos de investigación que están peinando el lago en estos momentos, más varias docenas de pequeños grupos esparcidos sobre el terreno, el Consejo consideró imprescindible contratar a un experto para organizar nuestra investigación y resolver las disputas entre los, hum…, cazadores de monstruos, si quieren llamarlos así. Hemos buscado por todo el mundo, y si bien consideramos una docena de candidatos, un nombre destacaba entre el resto.
Hollifield hizo una pausa para leer una tarjeta de diez por quince.
—El científico del que hablo ha logrado fama por organizar equipos de investigación y localizar su objetivo. En enero de este año, su equipo logró algo que ningún grupo investigador había logrado jamás: seguir el rastro y filmar a un calamar gigante.
—¿Eh?
Me abrí paso entre la multitud para ver mejor.
—Damas y caballeros, es un placer para mí presentarles al doctor David Caldwell, de Boca Ratón, Florida.
De haber estado conectado con el monitor de Angus, la máquina habría estallado. Allí estaba David, saludando desde detrás del podio como un héroe victorioso, utilizando mis éxitos como pedestal.
—Gracias, gracias… Dios mío, qué estupenda bienvenida. La verdad es que es un honor para mí estar en Escocia, trabajando con el Consejo de las Tierras Altas y… Bien, qué puedo decir, haré todo cuanto esté en mi poder para solucionar este misterio de una vez por todas.
—Podrán hacer algunas preguntas, y después el doctor Caldwell irá a su hotel.
—Doctor Caldwell, ¿no fue en realidad el doctor Zachary Wallace quién captó en película al calamar gigante?
—Ya lo creo —murmuré, al tiempo que abría y cerraba los puños.
David exhibió su sonrisa de gato de Cheshire.
—No cabe duda de que mi excolega desempeñó un papel en nuestro equipo, pero yo era el director de la misión, el único responsable de su éxito. Por desgracia, el doctor Wallace fue más responsable de hundir nuestro sumergible.
«Hijo de…».
—Sí, la atractiva joven de la chaqueta cruzada azul marino.
—Doctor Caldwell, ¿ha estado alguna vez en el lago Ness?
—No in situ, pero el agua es agua. Si soy capaz de encontrar un calamar gigante en el mar de los Sargazos, no debería causarme ningún problema encontrar su plesiosauro.
«Idiota…».
—¿Cómo sabe que es un plesiosauro?
—Bien, yo…
—¿Qué pruebas tiene?
El preboste intervino antes de que David pudiera meter otra vez la pata.
—Bien, hum, basta de preguntas. El doctor Caldwell ha hecho un largo viaje y necesita descansar. Mañana por la mañana, el Consejo se reunirá para discutir sobre lo que haremos con Nessie cuando…
—¡Eh, David!
Mi cuerpo temblaba mientras me abría paso hasta el escenario.
La multitud me rodeó, y las cámaras siguieron rodando.
David miró desde el podio.
—¿Zack? Jesús, qué…, hum, ¿qué estás haciendo aquí? Damas y caballeros, mi colega y buen amigo, el doctor Zachary Wallace.
Salté al escenario con un brinco propulsado por la adrenalina.
—Querrás decir excolega, ¿verdad, capullo?
Antes de que pudiera responder, mi puño derecho le alcanzó de pleno en la cara, y se desplomó como un saco de patatas.
Las cámaras iluminaron la noche cuando me incliné sobre él, con los dientes apretados en la sonrisa de mi padre.
—Bienvenido a las Tierras Altas, hijoputa.