Capítulo 18

Port Augustus, lago Ness

Chorreando agua, me colgué del hombro la mochila empapada y ascendí las orillas del lago Ness, mientras True me seguía hasta los lavabos públicos. Los turistas me miraban embobados, los residentes reían, y yo hacía lo posible por no mirar en su dirección.

Después de entrar en el baño de caballeros, me despojé de los calzoncillos, restregué la turba de mi piel y estrujé mi ropa para que soltara el agua sobrante en el lavabo. A excepción de los tarros que contenían muestras y las provisiones de alimentos empaquetados al vacío, todo el contenido de la mochila estaba estropeado, incluidos el saco de dormir y la muda.

True abrió su mochila y sacó algunas camisas secas y dos pares de calcetines de lana, y me tiró uno.

—Póntelos. Brandy nos llevará a Drumnadrochit, y después nos llenaremos la panza en el Clansman antes de empezar a trabajar a primera hora de la mañana.

—No pienso volver.

—Zack, no puedes continuar sin pertrechos.

—Pues déjame los tuyos y regresa. He de seguir adelante antes de perder la valentía, y hay que examinar todavía toda la orilla oriental.

—Es demasiado peligroso ir solo.

—No me pasará nada.

—Sí, estoy seguro de que la mujer que murió también pensaba lo mismo.

—Acamparé en el bosque de Glendoe para pasar la noche, a una distancia prudencial del lago. Nos encontraremos mañana en Foyers a eso del mediodía.

True meditó.

—De acuerdo. Que sea en Foyers, pero promete que tendrás una hoguera encendida toda la noche.

—Prometido. Antes de que te marches, True, he de hacerte una pregunta. El otro día desperté temprano y me topé con tu padre. Llevaba una túnica de caballero templario, pero su uniforme era negro.

La expresión de True cambió.

—No puedo hablar de esto contigo, Zack.

—La espada de tu padre estaba cubierta de sangre.

True se revolvió contra mí y me aplastó contra la pared.

—¿Estás insinuando que mi viejo está relacionado con el asesinato de esa mujer?

—No, pero yo…

—Escúchame, Zachary Wallace. Es posible que uno de nuestros padres sea un asesino, pero no es el viejo que te salvó la vida hace diecisiete años, ¿vale?

—Vale, vale, tranquilo, colegui.

Retrocedió, y después me dio un manotazo detrás de la oreja.

—Lo siento, muchacho. Están pasando cosas en las Tierras Altas que tú no puedes comprender, batallas entre tradicionalistas como mi padre, que quieren conservar la pureza de las Tierras Altas, y los que son como tú, que quieren venderse la tierra. ¿Y yo? Yo estoy por el progreso, pero la línea que separa los beneficios económicos de la contaminación del medio ambiente es muy tenue. En cuanto a esos templarios, por lo que yo sé, funcionan con independencia del Consejo, y a los Caballeros Negros no les gusta que los forasteros se metan en sus asuntos.

—¿Caballeros Negros?

—Da igual —me dio mi mochila—. Toma mis cosas, nos encontraremos en Foyers. No olvides tener el fuego encendido toda la noche, no quiero leer tu esquela en el Courier.

Descalzo, con mis botas mojadas colgando de la mochila de True, salí de Fort Augustus y seguí la General Wade’s Military Road. La tarde ya estaba avanzada, pero los días de verano del Glen empezaban a alargarse, y mi objetivo era llegar a la orilla oriental del lago Ness antes del ocaso.

Mientras andaba, mi mente vagaba.

Dos personas habían muerto, y si bien se culpaba de su muerte al mítico ser, mi mente me decía que el misterio estaba más relacionado con los trasfondos políticos que rodeaban al Consejo de las Tierras Altas que con una bestia marina. De los dos principales actores implicados, sabía que no iba a sacar nada en limpio de Alban MacDonald, y solo mentiras y engaños de mi padre.

Pero había aparecido una nueva pista, que había escapado por casualidad de la boca de mi amigo.

Los Caballeros Negros del Temple.

¿Qué era esta secta secreta? ¿Cuál era su misión? ¿Cómo estaban relacionados con los acontecimientos del lago Ness?

Transcurrió una hora antes de que localizara el camino que conducía desde el extremo sudeste del lago a las orillas orientales. Desde allí, el lago Ness corría hacia el norte otros treinta y cinco kilómetros, bordeado por el bosque de Glencoe, el cual abrazaba la base de los imponentes montes Monadhliath.

La parte oriental del lago estaba mucho menos poblada que la occidental, la campiña era más silvestre, los bosques más espesos, y la mayor parte de la orilla era inaccesible.

La General Wade’s Military Road rodeaba el bosque antes de doblar al norte por la B862, que conducía a Foyers. Como no deseaba dar un largo rodeo, pues quería mantenerme lo más cerca posible del lago, me detuve para ponerme los calcetines de True y mis botas de excursión húmedas, y después abandoné el único carril asfaltado para atajar por el bosque, siguiendo un rumbo paralelo al curso del agua.

Al cabo de veinte minutos, llegué a una sinuosa carretera de acceso recién pavimentada que atravesaba el denso follaje, pero el ruido de maquinaria pesada interrumpió los sonidos de la naturaleza. Seguí los sonidos y, unos cuatrocientos metros más adelante, me encontré con una enorme obra. Un letrero anunciaba:

Presa hidroeléctrica de Glendoe
Solo personal autorizado

Recordé que había leído algo acerca de la nueva central eléctrica, cuya mayor parte iba a estar enterrada. Sería una planta grande, con una capacidad de entre cincuenta y cien megavatios, con diecisiete kilómetros de oleoductos subterráneos que recogerían el agua y la transportarían a un nuevo embalse situado a más de seiscientos metros sobre el lago Ness. El embalse estaría ubicado en la cabecera del Glen Tarff, limitado por una enorme presa de treinta y cinco metros de altura y mil metros de longitud.

Le gustara o no a Alban MacDonald, la tecnología estaba invadiendo el lago Ness.

Concentrados ante una impresionante alambrada de tela metálica había más de una docena de manifestantes, cuyas pancartas los identificaban como el Scottish Wild Land Group.

Una mujer de pelo rojizo frisando la cuarentena se plantó ante mí y me puso un panfleto en la mano.

—Me alegro de que te sumes a nosotros, hermano; los reporteros de la tele llegarán de un momento a otro. Soy Gloria Snodgrass, subdirectora del Comité Directivo del SWLG, ¿cómo estás?

—Confuso. ¿De qué va todo esto?

—Queremos salvar nuestro Glen. La decisión de los ministros del gobierno de tirar adelante esta planta hidroeléctrica causará daños irreversibles a nuestros pantanos y ríos, ¿y sabes cuánto bosque hemos perdido ya? Solo la presa necesita tres nuevas carreteras de acceso, y puedes añadir otros veintidós kilómetros de tuberías con ese fin. Eso sin contar los setenta y cinco kilómetros necesarios solo para construir el embalse.

—Lo entiendo, pero…

—Pero nada. Firma y únete a nosotros antes de que lleguen las cámaras.

—No puedo. Lo siento.

—¿Lo sientes? Sí que lo sentirás cuando perdamos lo mejor de nuestras tierras. Eh…

Me despedí con un ademán y rodeé la verja, con la esperanza de echar un vistazo al interior. Construir una planta hidroeléctrica a gran escala tan cerca del lago Ness habría exigido un estudio ambiental detallado, pero ¿cómo se evalúa el impacto ecológico sobre un animal marino desconocido?

Como no había ningún capataz a la vista y ninguna forma de entrar, volví por la carretera hacia el lago Ness, sin saber muy bien qué hacer con aquella nueva pieza del rompecabezas.

Foyers, lago Ness

La ciudad de Foyers se halla a un tercio del camino de subida al lago Ness en su orilla oriental. Si bien los orígenes del pueblo se remontan a una posada construida en 1655, cuando las tropas de Cromwell ocuparon Inverness, no fue hasta finales del siglo XIX cuando la North British Aluminum Company puso Foyers en el mapa. Durante años, las minas de aluminio dominaron la industria, hasta que una bajada radical de los precios del metal, combinada con el acceso a mar abierto más fácil desde Kinlochleven, obligó a los habitantes a cambiar la fuente de comercio principal de Foyers. La respuesta residía en las abundantes y variadas fuentes de agua de la aldea, que incluían lagos, riachuelos y el río Foyers, con un espectacular salto de cuarenta y dos metros hasta el lago Ness. En su búsqueda de una fuente de energía adecuada para una nueva planta hidroeléctrica de las Tierras Altas, los ingenieros ingleses no tardaron en centrar su atención en las Cascadas de Foyers. Las obras empezaron en 1969 con la construcción de un túnel presurizado de cuatro kilómetros de largo, que comunicaba el lago Mhor con el lago Ness…

—… y esta importante obra permite a las turbinas, levantadas en la planta de aluminio ante la cual estamos pasando ahora, invertir el curso del agua hacia el lago Mhor por la noche, cuando la demanda es más fácil de calcular y sin cortar en ningún momento el suministro de agua.

El guía turístico hizo una pausa, cuando el autobús descubierto frenó y arrojó los gases de escape hacia la vieja planta de fundición.

Justin Wagner, de veinticuatro años, procuró ocultar su bostezo al guía, y después dio un codazo a su amiga de la infancia, Amber Korpela.

—Ya hemos visto las cascadas. Vamos a saltarnos el resto de la visita y daremos un paseo en barca.

—Aún no. Quiero ver Boleskin House. Dicen que el primer propietario rendía culto al diablo. ¿Sabías que después de su fallecimiento, Jimmy Page compró la casa y…?

—¿A quién le importa, Amber? No he venido desde Alaska para ver una estúpida casa. Vamos a comprar más rollos de película, alquilar una barca y buscar en serio al monstruo.

Justin tomó a Amber de la mano y la arrastró fuera del autobús.

—Lo siento, tío —dijo al guía—, Nessie nos espera.

Veinte minutos después, los dos turistas de Alaska estaban bajando por un sendero boscoso que atravesaba la parte inferior de Foyers, en dirección al lago Ness.

Bosque de Glen Doe

Cuando el sol empezaba a ponerse, llegué a un pequeño claro situado en el corazón del bosque, contiguo a un riachuelo que desembocaba en el lago Ness. El último campista había utilizado las ramas muertas para habilitar un cobertizo, sin duda para protegerse de la lluvia. Agotado y hambriento, me quité la mochila y fui a buscar leña para encender una hoguera.

Después de terminar una lata de sopa de guisantes muy poco apetitosa, planté la tienda al lado del cobertizo. Un espeso bosque separaba mi campamento de las aguas del lago Ness, el cual se hallaba a unos cien metros al oeste, bajando por la pendiente boscosa. Cuando cayó la oscuridad sobre el Great Glen empecé a sentirme un poco nervioso, mientras no dejaba de pensar en la advertencia de True. Me gustara o no, era vulnerable, y sopesé en serio la posibilidad de pasar la noche en las ramas más bajas de un árbol. Pero la probabilidad de ser atacado tan lejos del agua era mucho menor que la de caerme del árbol y partirme el cuello, de modo que opté por un arma.

Utilicé mi cuchillo de caza para pergeñar varias lanzas de un metro veinte de longitud con las ramas de los árboles, antes de que se me cansara demasiado la vista. Aticé el fuego por última vez y pasé las siguientes horas sumido en un sueño inquieto.

Foyers, lago Ness

La balsa motorizada, comúnmente conocida como Zodiac, escupía gases oleaginosos mientras surcaba la oscuridad y la neblina en un curso errático.

Justin Wagner intentaba reprimir las oleadas de frustración que le asaltaban. Cuatro horas antes, Amber Korpela y él habían alquilado la embarcación y atravesado el lago Ness en dirección a su orilla occidental. Habían llegado hasta Cherry Island, disfrutando de una soleada tarde veraniega y explorando el crannog artificial, antes de embarcarse en el largo camino de regreso. Pero con el depósito de gasolina de reserva cada vez más bajo y la llegada del ocaso, Justin había decidido ahorrar tiempo y distancia tomando un atajo hacia el nordeste.

Ya había pasado más de una hora.

Justin, un experto marino en Alaska, no había contado con que el sol desapareciera de una manera tan repentina detrás de las montañas, ni con el banco de niebla que avanzaba hacia ellos desde el este.

El zumbido del motor de sesenta caballos de la Zodiac, combinado con los incesantes cambios de rumbo de su acompañante, habían provocado un fuerte dolor de cabeza a Amber Korpela.

—Bien, Magallanes, se acabó. ¿Dónde coño estamos?

—En medio del lago Ness…, me parece.

—No me jodas. ¿Tienes una brújula?

—¿Por qué crees que tengo una brújula?

—No lo sé. ¡Tal vez porque no esperaba que fueras tan estúpido como para extraviarte en el lago Ness!

—Si quieres encargarte del timón, adelante.

—En lugar de zigzaguear de un lado a otro, ¿por qué no nos llevas en una dirección fija hasta llegar a tierra?

—¿Tierra? ¿Puedes ver tierra con esta niebla? ¿Y si nos vamos hacia el norte? Podríamos recorrer treinta kilómetros antes de llegar…

—¡Shhh! Creo que he oído algo.

—Sí, los gruñidos de mi estómago.

—No, lo digo en serio. Parecen voces de personas. Para el motor, Justin.

Justin obedeció. La balsa se meció con el oleaje, y después continuó hacia adelante.

—Estás loca, no oigo nada.

—Shhh. Escucha.

Justin escuchó, y después oyó algo… Chapoteos, seguidos de extraños lloriqueos, procedentes de su derecha.

—Casi parece el llanto de un niño.

Amber se inclinó sobre la proa.

—¡Oh, Dios mío, mira! Es un ciervo… No, un rebaño de ciervos. Justin se acercó a ella, cuando las cabezas y gráciles cuellos de media docena de ciervos sica aparecieron entre la niebla.

—Excelente. Los ciervos saben orientarse, así que los seguiremos hasta la orilla. Ya te he dicho que te llevaría de vuelta a Foyers.

—¿Cómo sabes que van a Foyers? Podrían estar nadando hacia la orilla occidental.

—En este momento, ¿qué más da?

Los dos primeros ciervos adelantaron a la Zodiac. Sus cascos pateaban el agua con frenesí, y surgía vapor de sus orificios nasales a causa del esfuerzo.

—Justin, ¿parecen asustados?

—Deben de tener frío.

Otro ciervo apareció entre la niebla. De pronto, el animal lanzó un grito agudo, echó la cabeza hacia atrás… y desapareció entre la espuma del oleaje.

Amber asió el brazo de Justin.

—¿Has visto eso? ¡Oh, Dios mío, algo lo ha arrastrado al fondo!

Justin escudriñó la superficie.

—No. Debió de… cansarse y se ahogó, nada más.

—¡No se ahogó! ¡Algo se lo comió!

—Tranquila, tía. Antes, cuando hablé de Nessie, te estaba tomando el pelo. No existe.

—Eh, no soy estúpida. Te digo que algo grande se ha llevado a ese ciervo. ¡Pon en marcha el motor!

Se agarraron mutuamente cuando la Zodiac osciló con violencia, y después dio varias vueltas en la dirección de las agujas del reloj, antes de derivar de costado.

—Muy bien, ¿qué coño ha sido eso?

Ahora era Justin el que temblaba.

—Larguémonos de aquí.

—¡Cuidado, Justin!

Un ciervo presa del pánico surgió de la niebla y se precipitó hacia la Zodiac. Sus cascos delanteros salieron del agua y saltaron sobre el borde de la balsa de goma.

—¡Mierda! —Justin agarró al animal enloquecido por el cuello y los cuernos, y pugnó por devolver al agua a la bestia de ochenta kilos sin que le ensartara—. Ayúdame, Amber…

El ciervo continuó debatiéndose, con la intención de salir del agua, cuando una fuerza invisible se apoderó de él por los cuartos traseros y lo arrastró al fondo.

Justin Wagner perdió el equilibrio y cayó también al agua.

—¡Justin! —Amber se arrodilló en el asiento y miró en todas direcciones—. ¿Justin? ¿Dónde estás, Justin? —oyó unos chapoteos detrás de ella y se volvió—. ¿Justin?

—¡Amberrrrrrrrrrrr! —Justin acababa de asomar la cabeza del agua, mientras golpeaba frenéticamente con los brazos la superficie cubierta de niebla—. ¡Hace un frío de mieeedooo!

—¡Espera! —Amber se dirigió hacia la popa—. Bien, esto sí lo puedes hacer.

Apartó el timón, se colocó detrás del motor fuera borda y tiró del cable de arranque con ambas manos.

Tuvo que repetir la operación varias veces hasta que el motor arrancó. Pero cuando la hélice empezó a girar en el agua, el timón torcido envió la balsa de costado, y Amber Karpela cayó de cabeza en el lago.

El agua gélida, combinada con sus ropas empapadas, estaban acabando con las fuerzas de Justin. Con sus ojos nublados vio que Amber caía por encima de la borda, y la Zodiac ahora deshabitada empezaba a describir enloquecidos círculos sobre la superficie. «Patético. Muy bien, primero la barca, ahora Amber…».

Nadó en dirección a la embarcación, sin escuchar los lloriqueos y aullidos del ciervo, y su corazón se aceleró cuando oyó el chillido estremecedor de Amber.

—¿Amber?

Justin paró de nadar y giró a su izquierda. A través de la superficie cubierta de niebla vio algo enorme y oscuro emerger a unos seis barcos de distancia, que rodaba y se retorcía en un frenesí de movimientos que arrojó agua helada y restos de carne tibia a su cara.

Una columna de ciervos, que gemían y jadeaban debido al agotamiento, le adelantó.

Justin intentó moverse, pero no pudo, hasta que el ataque concluyó con un chapoteo final.

El silencio que siguió fue paralizante.

Justin se tocó la frente con una mano temblorosa, y se quitó gotas de sangre y fragmentos de hueso.

—Amber…

El gemido de la Zodiac que se acercaba aumentó de intensidad y le animó a entrar en acción. Nadó con todas sus fuerzas, y después se lanzó hacia la embarcación. Su pecho rebotó contra el costado de la barca hinchable y sus dedos lograron aferrar el cabo de fijación de la barca.

Demasiado débil para izarse a bordo, Justin consiguió enlazar el cabo alrededor de las muñecas, de modo que su peso equilibró la trayectoria de la Zodiac.

La balsa motorizada se alejó, remolcando a su pasajero semiinconsciente.