Capítulo 3
St. Mary’s Hospital,
West Palm Beach, Florida
Dolor y confusión me recibieron aquella primera mañana después de escapar por segunda vez de morir ahogado. El lugar en el que me encontraba era luminoso, y me obligué a abrir los ojos, pero enseguida me revolví presa del pánico cuando descubrí que no podía moverme.
Transcurrieron varios segundos aterradores, hasta que descubrí que me hallaba en una habitación de hospital. Tenía tubos clavados en las venas, y mis muñecas y mis tobillos estaban sujetos a los costados de la cama.
El cambio operado en los signos vitales debió de alertar a las enfermeras. Entró una mujer jamaicana, cuyo dialecto recordaba a una canción de cuna.
—Así que ha decidido despertarse. Estaba segura de que le habíamos perdido, por el amor de Dios.
Intenté hablar, pero algo obstaculizaba mi garganta seca.
—Procure no moverse, señor Wallace. Tiene lesiones graves en el esternón y dos costillas rotas, todo ello debido a la reanimación cardiorrespiratoria. Consiguió salvar al otro hombre, ¿sabe?
¿Hank? ¿Se refería a Hank?
—No sé su nombre, pero está a dos puertas de distancia. Supongo que eso le convierte en un héroe.
Intenté hablar. Frustrado, señalé el tubo como mejor pude con las manos sujetas.
La enfermera desabrochó las correas de cuero.
—No se mueva, el doctor vendrá enseguida y le quitará el tubo dentro de unos minutos. Su novia está fuera. Una criatura muy bonita. ¿Quiere que entre?
Lisa, mi ángel de misericordia. Asentí enérgicamente, con el corazón rebosante de alegría.
Había conocido a Lisa Belaski durante mi primer año en la FAU, una estudiante que quería licenciarse en biología. Yo era el profesor no numerario más joven de la universidad. De día, fingíamos no conocernos, mientras yo la deslumbraba a ella y a setenta y cinco estudiantes más delante del atril. De noche, nos íbamos a la cama juntos, sus piernas largas y bronceadas alrededor de mi cintura, sus ojos verde avellana vidriosos a causa del enamoramiento y la lujuria.
Lisa no tardó mucho en empezar a hablar de matrimonio, de que su hermandad quería dedicarle una ceremonia con velas encendidas o alguna otra chorrada en cuanto se anunciara nuestro compromiso, que quería fundar una familia en cuanto se licenciara y vivir en una urbanización de acceso controlado con buenas escuelas. Yo le dije que una familia me parecía bien, siempre que estuviera dispuesta a ocuparse de los niños mientras yo trabajaba.
Presionado, me declaré por fin el día de Acción de Gracias, pero me negué a fijar una fecha hasta que regresara del viaje.
Ahora había vuelto, y la cercanía de la muerte me había proporcionado una perspectiva nueva sobre lo que era importante de verdad. Ardía en deseos de abrazar a Lisa, de decirle cuánto la necesitaba. Dejaría a un lado mi carrera, colaboraría en los planes de la boda. Aceptaría el puesto fijo que me ofrecía la universidad, porque así podríamos quedarnos en el sur de Florida. Joder, hasta empezaría a elegir nombres para los niños. «Veamos… ¿Que te parece Drew Wallace? ¿O Michael? Mike Wallace…». No, sonaba demasiado a cualquier programa estilo 60 minutos.
—Dios, Zack, tienes un aspecto espantoso.
Ese no era el saludo lloroso que yo había esperado.
—Dicen que salvaste al cámara. También dicen que te ahogaste. ¿Sabías que estuviste técnicamente muerto? Debe de ser raro, ¿eh? Pero ahora te encuentras mejor, ¿verdad?
¿Mejor que muerto? De acuerdo, ella no era el pez más despierto del mar, pero era mi pez.
Apreté su mano.
—Risa, te quieso.
Ella me devolvió el apretón, y después retiró la mano.
—Quizá no deberías hablar con esa cosa en la boca. De hecho, será mejor que escuches. Mientras estabas fuera, he estado pensando en serio y…
Ummm…
—Ya comprendo que no es el mejor momento para ti, pero mañana me voy aprovechando las vacaciones de invierno, y antes de marcharme quería decirte que… Bien, creo que deberíamos aplazar la boda. Indefinidamente.
—¿Eh?
¿Estaba rompiendo conmigo ahora? ¡Ahora! ¿No existía una especie de moratoria compasiva después de que tu novio regresaba de la muerte?
—¿Por zé, Risa?
—Afronta la verdad, Zack, tú no me necesitas; de hecho, no necesitas a nadie, y yo… Soy alguien que necesita sentirse necesitada.
—¡Yo sambién, Risa!
Como me sentía ridículo, intenté arrancarme el maldito tubo.
—Sé sincero, nunca te volvió loco la idea del compromiso. Tienes tu carrera, y bien sabe Dios que nada puede interponerse en su camino.
—Risa, sambiaré.
—… y además, detestas salir con mis amigos. La verdad, aparte del sexo, me pregunto si alguna vez lo has pasado bien conmigo.
—Risa…
Entonces, interrumpió el contacto visual, y hasta un analfabeto emocional como yo supo lo que venía a continuación.
—La verdad es que he conocido a alguien durante tu ausencia.
—¿Durante mi ausencia? ¡Había estado fuera cuatro días! Ni que fuera Ernest Shackleton[3] perdido en la Antártida.
—… es divertido y me hace reír. Tú le conoces, va a nuestra clase de biología.
«¡Dime su nombre! Dímelo, y suspenderé a ese hijoputa».
—De todos modos, lo siento, pero tal como yo lo veo, si ahora tengo dudas, lo mejor es dejarlo. Te devuelvo la llave de tu apartamento. Ah, hum, vendí el anillo de compromiso. Sé que es una putada, pero Drew y yo necesitábamos el dinero para ir a Cancún de vacaciones.
«¿Drew? ¡Pero si íbamos a llamar Drew al primogénito!».
—Te enviaré un cheque o algo así el próximo semestre, te lo prometo.
Dejó la llave sobre la mesita de noche, se inclinó para besarme en la frente, dijo «que te mejores», se bebió el zumo de naranja de la bandeja de mi desayuno y se marchó.
David Caldwell vino a verme más tarde, su turno de «subirme los ánimos». Me dijo que Hank se estaba recuperando, que nuestro piloto no sobrevivió, que habían recuperado el sumergible pero no habían encontrado el cuerpo.
La idea de aquellos seres devorando los restos de Donald Lacombe me provocó arcadas.
David no tardó mucho rato en soltar su siguiente «bomba de racimo».
—Pese a tu heroicidad, Zack, todo ha sido cancelado. La muerte del piloto, combinada con la pérdida de un sumergible de doce millones de dólares… Jesús, es un desastre de cojones. Mientras tú estabas aquí durmiendo, he tenido que afrontar un lío de la hostia. Además, hemos perdido la película del calamar gigante que Hank rodó…
—Olvídate de los calamares gigantes, David, ahí abajo hay algo todavía más fascinante… ¡Blups!
—¿Blups?
—¿Nunca lees revistas científicas? En el 97, la marina descubrió esas misteriosas señales biológicas a una gran profundidad, a las que llamaron Blups. Las captó el SOSUS.
—¿SOSUS?
—Venga ya, el Sound Underwater Surveillance System. Los micrófonos que utilizaba la marina para detectar submarinos soviéticos durante la guerra fría.
—Ah, ese SOSUS… Vale.
—Son animales, David. Depredadores grandes y repulsivos, que aún no han sido descubiertos, solo que acuden en tropel como…, como pirañas. Nos atacaron en los Sargazos. ¡Perseguían a nuestro calamar gigante!
—Zack…
—Esto es algo muy grande, David, una especie desconocida. Has de organizar otra expedición y…
—No me estás escuchando, Zack. Se acabó. No más expediciones. No más subvenciones.
—¿De qué estás hablando?
—La familia del piloto ha contratado a un abogado de los buenos, un tal Mike Rempe, de West Palm. Para que luego hablen de pirañas. El tipo ya ha presentado una demanda de homicidio por imprudencia contra ti y la FAU. La universidad considera que eres invendible, tío. Veneno.
—¿Una demanda? Pero si fue un accidente.
—Resérvalo para la declaración. De todos modos, el decano y yo consideramos que lo mejor es cortar todo tipo de lazos contigo, al menos de momento.
Yo no daba crédito a mis oídos.
—¿La FAU me echa la culpa? ¿Qué les dijiste, David?
—Pues que abriste la escotilla de escape.
—¡Claro, imbécil, para escapar!
—Y al hacerlo, tal vez aplicaste excesiva tensión al cable de arrastre.
—Hijo de puta… ¡Les dijiste que inundé el submarino!
—No… Yo… O sea, será mejor que consigas un abogado.
—¡Ni de coña, David, ni de coña! No voy a hacer de cabeza de turco por ti ni por la FAU, ya puedes olvidarlo. La burbuja del sumergible se agrietó, y eso fue lo que mató al piloto.
—Eh, yo solo soy el mensajero, y el mensaje es que toda relación tuya con la universidad ha terminado. Es una cuestión de prestigio, nada personal.
—Sí, pues que te den por el culo, no es nada personal.
Estuve a punto de estrangularle con una de mis intravenosas.
El hospital me dio el alta al cabo de dos días, solo después de que firmara un papel en el que accedía a concertar cita con un psiquiatra. Por lo visto, mis médicos temían que me deprimiera.
Tenían razón al estar preocupados.
Fui en taxi a mi apartamento del campus, un beneficio adicional del contrato de la FAU. Haciendo gala de una eficacia poco usual en él, David había atacado de nuevo, y ordenado a los responsables de las viviendas de la universidad que empaquetaran mis posesiones en cajas de cartón. Ante la mirada vigilante de un agente de seguridad (¿qué iba a hacer, robar mis propias pertenencias?), lo tiré todo en la parte trasera de mi jeep. Después, como no tenía adónde ir, me dirigí a casa de mi madre, en Bal Harbour.
Tras regresar a Estados Unidos con su hijo de nueve años, la exseñora de Angus Wallace se había esforzado durante varios años por ganarse la vida trabajando de agente de viajes, antes de conocer a su futuro marido, el señor Charlie Mason, de Long Island, Nueva York. Charlie era escritor, y dedicaba sus días a escribir columnas para revistas de culebrones, y las noches a parir guiones. Su éxito llegó seis meses después de casarse con mi madre, cuando un amigo de ella animó a un importante agente de Hollywood a leer uno de sus guiones, una comedia sobre un hombre que intenta asesinar a su pareja homosexual, con la que está legalmente casado, para cobrar un billete de lotería. La venta se elevó a seis cifras y la película triunfó en taquilla, y de repente Charlie y su nueva esposa ascendieron de posición en el mundo.
Mi padrastro me caía bien. Era un hombre delgado de pelo ralo, quince años mayor que mi madre, pero la quería mucho y la trataba con respeto, lo único que a mí me importaba.
El hecho de que fuera rico nunca me molestó en lo más mínimo, aunque jamás le pedí a Charlie ni un centavo. Como la FAU me pagaba el alojamiento y las comidas, pude ahorrar lo suficiente con el paso de los años para la entrada de una casa.
Tras perder el empleo, iba a necesitar esos ahorros para sobrevivir.
Bal Harbour Island es un complejo turístico playero situado al norte del condado de Miami-Dade, refugio favorito de ricos y famosos. Está compuesto de casas unifamiliares acurrucadas en urbanizaciones ajardinadas de acceso controlado, así como edificios de apartamentos que se alzan en blancas playas privadas y costas azul celeste. Centros comerciales y restaurantes de lujo corren hacia el norte y el sur por sus arterias principales, y hay yates amarrados en su canal de aguas profundas.
Mamá y Charlie habían ido a pasar la semana en Manhattan. Habíamos hablado brevemente por teléfono, yo le había asegurado que me encontraba bien, y que solo me interesaba descansar y relajarme. Le dije que no se preocupara, que pronto nos veríamos.
Su apartamento de cuatro habitaciones se encontraba en un décimo piso, de cara al mar. Ya era tarde cuando me instalé, de modo que me di una ducha rápida, me puse mis pantalones cortos favoritos y me acosté en una de las habitaciones de invitados. Dejé la puerta del balcón abierta, para que la brisa salada y el retumbar del océano me condujeran a un sueño profundo.
Está oscuro.
Está oscuro y yo estoy en el mar. Aguas profundas, heladas.
Estoy en el lago.
¡Me estoy ahogando!
¡Sube a la superficie! Trago agua, escupo, intento mantenerme a flote.
Mi bote de remos volcado se hunde bajo mi cuerpo.
Salmones por todas partes, saltan e intentan morderme.
¡Estoy nadando en medio de un banco de peces!
Miro a mi alrededor. Busco tierra, pero hay niebla por todas partes, y el sol se ha puesto. ¿En qué dirección está mi casa?
Conserva la calma, Zachary, no te dejes arrastrar por el pánico… Mantente a flote y espera… Espera a que se alce la niebla.
¡Socorro! ¿Alguien puede oírme?
Los músculos cada vez más pesados, estoy muy cansado, entumecido.
Una corriente poderosa gira a mi alrededor… ¿Hay algo ahí abajo?
Estoy asustado.
¡Socorro! ¡Socorro! Ayyyyyyy…
¡Trago agua! ¡Me hundo! ¡Me estoy hundiendo! ¡Algo me ha aferrado el tobillo! Un dolor agudo… ¿Qué es? ¿Qué me ha cogido? ¿Es el bote de remos? ¿Me he enredado con el cabo de proa?
Pánico… Me remuevo… Me retuerzo… Lucho por respirar…
—¡Ay! ¡Ayyy!
Salí catapultado de la cama, todavía medio dormido, emití un aullido estremecedor y salí corriendo ciegamente de la habitación… ¡por donde no debía! Atravesé las cortinas, me planté en el balcón, y la velocidad provocó que saltara por encima de la barandilla.
Las manos que en otro tiempo habían asido pelotas de rugby en el aire se lanzaron hacia arriba por última y desesperada vez, y la izquierda se estrelló contra el reborde de cemento del balcón, mientras la derecha conseguía aferrar la mampara de la barandilla de aluminio que separaba los dos paneles de plástico del balcón.
—¡Uf!
Durante un momento surrealista me quedé suspendido a cuarenta metros sobre la acera. Los dedos de mi mano derecha se cerraron sobre su presa, mientras mi mente, sosegada por el rumor apagado del mar, pugnaba por convencer a mi cerebro de que estaba despierto y me separaba de morir el aleteo de una mariposa, solo que esta vez no quedaría nada de mí susceptible de ser resucitado.
«¡Haz algo, Wallace, muévete!».
Levanté las piernas con sumo cuidado, los dedos de los pies desnudos tantearon el áspero cemento de la parte inferior del balcón. Mi tobillo derecho encontró apoyo cerca de la parte exterior de la barandilla, de forma que pude agarrarme con la mano izquierda e izarme por encima de la mampara agrietada. Mi cuerpo temblaba cuando mis pies tocaron las baldosas tibias, y mi pecho dolorido se alzó y bajó mientras miraba desde el décimo piso y pensaba con incredulidad en lo que habría podido suceder.
—Eh, hijo, ¿te encuentras bien?
—¿No es el chico de Andrea Mason?
—¿El chaval de los diarios? No sabía que estaba como una cabra.
Los vecinos habían salido al balcón, vestidos con pantalones cortos, batas y camisones, y hablaban de mí como si fuera un suicida chiflado.
Indiqué que se largaran con un ademán, volví a entrar en el apartamento y cerré con doble llave la puerta de cristal.
Estaba despierto por completo y atestado de adrenalina, pero la habitación en penumbra parecía plagada de demonios. Noté que empezaba a perder el control, así que salí disparado del dormitorio y fui encendiendo todas las luces que encontré a mi paso, hasta que llegué al armario de bebidas de Charlie. Lo abrí, agarré la primera botella abierta que encontré y di dos largos tragos, y después arrojé la maldita botella de jerez para cocinar al suelo de mármol y vomité.