Capítulo 10
Bajo el agua… No puedo ver… No puedo respirar. Helado, asustado. Pataleo con la pierna libre, me retuerzo y pataleo, no tragar agua. La garganta me arde, los oídos están a punto de reventar, me ahogo, sigo pataleando… me retuerzo, me revuelvo…
¡Libre!
Nado, pataleo, el tobillo me duele mucho. Gruñidos gorgoteantes… ¡Suben hacia mí! ¡Oh, Dios, Zachary… ve hacia la luz!
Golpeé y pataleé, arranqué las sábanas del colchón, aparté la asfixiante manta de lana de mi cara, al tiempo que saltaba de la cama y salía disparado por la puerta principal de la cabaña del hotel como si se hubiera declarado un incendio.
Jadeante, tembloroso, el aire de la montaña enfrió mis pantalones cortos y la camiseta, empapados en sudor, y el frío contribuyó a despertarme.
«Estás bien… Estás bien… Estás bien…».
Paseé la vista a mi alrededor, jadeante. El bosque estaba silencioso, la soledad pesaba a la luz previa al amanecer. Y entonces, mis ojos captaron un movimiento.
Era el viejo MacDonald, que cruzaba el bosque. Al verme, se detuvo y se escondió tras un grupo de abedules.
—¿Señor McDonald?
Se empeñó en continuar inmóvil, lo cual consideré algo más que raro, así que decidí acercarme. Cualquier cosa con tal de distanciarme de los terrores nocturnos.
—Vuelve a tu cabaña.
Iba vestido con una túnica negra de aspecto casi medieval, con una X de color púrpura tejida alrededor de un emblema en forma de corazón.
La túnica estaba manchada de sangre fresca.
—¿Está herido, señor MacDonald?
El viejo salió corriendo, pero no me costó alcanzarle. Le agarré por el hombro y le obligué a dar media vuelta, pero me encontré con el extremo de una espada de doble filo, cuya hoja chapada en oro chorreaba sangre.
—Atrás, joven Wallace. No te metas en mis asuntos, ¿entendido?
No estaba en situación de discutir.
Me miró durante un largo momento, y después continuó bajando la pendiente montañosa en dirección a su cabaña.
Varias horas después, aún desconcertado por el encuentro surrealista con el Cascarrabias, entré con la Harley en el aparcamiento del hotel Clansman, y después me encaminé hacia el muelle en busca de la hija del viejo.
Iba armado con un ramo de flores recién cortadas y un plan sencillo: suplicar perdón, darle las flores e invitarla a cenar en Inverness, con la esperanza de terminar en la habitación de mi hotel.
Vacilé, y después pisé el embarcadero, mientras la luz del día aplacaba los temores de la noche. Cuando me acercaba al Nessie III, Brandy salió de la timonera, vestida con un chándal de algodón gris.
—Vaya, mira quién está aquí. Gracias por una noche del copón, cariño.
—¿Puedo explicarme, al menos?
—Tengo una idea mejor. ¡Vete a presentar tus respetos a mi viejo, porque yo no quiero saber nada de ti!
—¡Espera, Brandy! —subí a bordo y le entregué a toda prisa las flores—. Para ti. Yo mismo las he cogido.
—¿No lo sabes? —olió el ramo, y después lo tiró por la borda—. Odio las flores. Flores era lo que el hijoputa de mi ex me regalaba mientras se follaba a mi enfermera.
—¡Eso no nos pasará a nosotros!
—¿Nosotros? De eso nada, monada, así que lárgate de mi barco.
—Lo siento. Deja que te compense. Pasaremos el día en Inverness. Iremos de compras, cenaremos…
—No pienso ir a ningún sitio. Zarpo dentro de cuarenta minutos con los turistas. Todas las plazas están vendidas. Además, no puedes sobornarme para que te acepte de nuevo en mi corazón, hay demasiado tejido cicatricial.
Me empujó hacía la barandilla.
—Escúchame, por favor, Brandy. Eres la primera cosa buena que me ha pasado desde hace mucho tiempo, y no quiero cagarla.
—Tendrías que haberlo pensado anoche.
—Concédeme una segunda oportunidad. Haré cualquier cosa.
Estuvo callada unos segundos.
—¿Cualquier cosa?
«Oh, oh…».
—De acuerdo. Como ya he dicho, tengo el barco lleno para ir a Fort Augustus. Si hacemos un buen trabajo, casi todo el mundo me contratará para el viaje de vuelta.
—¿Hacemos?
—Has dicho que harías cualquier cosa, así que harás de primer oficial. Cuando regresemos, me ayudarás a limpiar el barco, y después podrás llevarme a cenar a Inverness.
Antes de que pudiera negociar, se quitó la sudadera con capucha y reveló curvas bronceadas apenas ocultas tras un biquini de algodón negro de infarto.
Mi hemisferio izquierdo le daba vueltas al asunto, mientras el derecho cerraba el trato.
Cuarenta minutos y una triple dosis de pastillas después, mi cerebro zumbaba como una abeja mientras desanudaba la bolina del Nessie III, lo cual permitió que el abarrotado barco se alejara del muelle. Había veintitrés pasajeros a bordo del barco, cuando lo legal habría sido dieciocho, pero por lo que a mí respecta habrían podido sumar un centenar.
Demasiado desequilibrado para estar de pie, me apretujé en un banco encarado a estribor, entre un estadounidense llamado Clay Jordan, que iba con su esposa alemana y sus dos hijos, y una mujer parlanchina llamada Bibi Zekl, empleada de una librería, que estaba de vacaciones con su marido, Stefan. Al cabo de nada, el Nessie III se dirigió hacia el sur, todos los ojos, salvo los míos, clavados en el agua cuando nos acercamos a la bahía de Urquhart.
Brandy estaba en la timonera, actuando al mismo tiempo de capitán del barco y de guía turístico. Anunció por dos altavoces que no dejaban de emitir ruiditos:
—Bienvenidos a las Tierras Altas. En Escocia llamamos lochs a los lagos, y el más grande y profundo es el Loch Ness, con más de treinta y seis kilómetros de longitud. Eso son veintitrés millas para nuestros huéspedes norteamericanos. Desde Tor Point al sur, mide una milla de ancho, con profundidades superiores a ciento ochenta metros, o seiscientos pies. Por asombroso que parezca, el lago Ness es más profundo todavía que el mar del Norte.
»Nos estamos acercando a la bahía de Urquhart a estribor, o a la derecha. La bahía de Urquhart es una de las partes más profundas del lago, pues desciende a profundidades de doscientos cuarenta metros, casi ochocientos pies.
»El lago Ness es uno de nuestros cuatro lagos largos y estrechos que atraviesan en diagonal las Tierras Altas escocesas. Cuarenta ríos y arroyos, lo que nosotros llamamos “burns”, desembocan en el lago Ness, y solo uno, el río Ness, nace en el lago y desemboca en el estuario de Moray y en el mar del Norte. ¿Sabían que el lago Ness contiene más agua que todos los lagos y ríos de Inglaterra y Gales juntos? El agua es extremadamente fría, unos cinco grados centígrados, y la visibilidad es muy escasa. Eso es debido a la turba, partículas de tierra arrastradas por los ríos y que dan al lago un sabor ácido. Si van a beberla, recomendamos que añadan un chorro de whisky barato.
La mujer alemana, Bibi, me dio un codazo y rio, mientras se preguntaba por qué hacía la visita guiada con los ojos cerrados detrás de las gafas de sol.
—Bien, ¿sabrían decirme por qué es famoso el lago Ness?
—¡Por el monstruo del lago Ness!
—Exacto. A lo largo de los años se han producido miles de avistamientos, pero el primero tuvo lugar hace más de mil cuatrocientos años, cuando san Columba viajó a las Tierras Altas para llevar el cristianismo a sus nativos pictos. Según la leyenda, un espantoso monstruo surgió de las profundidades turbias de la bahía de Urquhart y se apoderó de un nativo que nadaba. El santo alzó la mano y gritó: «No seguirás adelante y no tocarás al hombre», y el monstruo le soltó y regresó a las profundidades.
Los niños emitieron «ohhhs» y «ahhhs», mientras yo apretaba los dientes y lamentaba no haberme dormido durante la explicación.
—Tenemos a estribor la ciudad de Drumnadrochit, donde se produjo el primer avistamiento de Nessie de la era moderna. Los señores Mackay, propietarios del hotel Drumnadrochit, iban en coche por la A82 en 1933, poco después de que se construyera. Desde la carretera vieron una bestia enorme que rodaba y se sumergía en medio del lago. Pronto, centenares de personas empezaron a informar sobre avistamientos similares, y ahora el lago atrae la atención de cazadores de monstruos del mundo entero. Se han filmado docenas de documentales en estas aguas, incluyendo una película protagonizada por Ted Danson. También han venido científicos famosos a visitar el lago, y hoy, damas y caballeros, me emociona decir que tenemos con nosotros a un invitado muy especial…
«¡Mierda!».
—… en exclusiva, solo a bordo del Nessie III, está uno de los biólogos marinos más importantes del mundo…
«No, Brandy, no lo hagas…».
—… el único hombre que ha visto a un calamar gigante en su propio hábitat…
«¡Estúpido hijo de puta! ¡Mira lo que pasa cuando piensas con el hemisferio cerebral que no toca! Tendrías que haberte quedado en Inverness. Tendrías que…».
—… recién llegado de Estados Unidos, a través de las Tierras Altas, el doctor Zachary Wallace, originario de Drumnadrochit.
Abrí los ojos cuando sonaron los aplausos, y mi corazón latía como un timbal.
—Levante la mano para que le veamos, doctor Wallace. ¿Doctor Wallace? Vamos, hombre, no sea tímido.
Levanté la mano y aferré el borde del banco con la otra.
—Estoy segura de que al doctor Wallace le encantará responder a sus preguntas, ¿no es cierto, doctor?
Con el rabillo del ojo vi que el hijo mayor de Clay Jordan levantaba la mano muy emocionado.
—Doctor Wallace, ¿usted cree en Nessie?
—No.
—¿Por qué no?
La pregunta procedía de la parlanchina mujer alemana.
—Nessie es folclore —surgió de mi garganta seca.
Brandy me rescató, aunque solo un momento.
—Oh… A ver, si esperan un momento para hacer sus preguntas al doctor Wallace, estamos pasando ante el castillo de Urquhart, uno de los puntos más populares del lago. Muchas fotos famosas del monstruo se han tomado desde la orilla de este castillo en ruinas y…
—Eh —dijo una canadiense de pelo oscuro—, ¿no es este el lugar donde asesinaron a ese ricacho?
—John Cialino, en efecto —contestó Wezzi Hoeymans, una visitante de Holanda—. ¡A lo mejor vemos su cadáver!
Los pasajeros siguieron a la joven de cabello púrpura hasta la barandilla de estribor, mientras tomaban fotos de la orilla como una pandilla de paparazzi famélicos.
La radical redistribución de la masa fue demasiado para la sobrecargada embarcación, que empezó a oscilar. Su francobordo de sesenta centímetros desapareció enseguida cuando la barandilla de estribor se inclinó peligrosamente cerca del agua.
Brandy luchó con el timón.
—Siéntense… Por favor, el barco ha de mantener el equilibrio. Siéntense, por favor, no querrán que nos hundamos.
No le hicieron caso y siguieron filmando, ajenos al peligro.
—¡Siéntense de una puta vez!
De qué profundidades surgió aquel berrido lo ignoro, pero salió de mi boca y resonó en todo el lago, como si el mismísimo sir William hubiera lanzado sus tropas a la carga.
Los pasajeros se quedaron petrificados, y después volvieron a toda prisa a sus asientos con el rabo entre las piernas.
Brandy me miró estupefacta.
Tartamudeé una disculpa.
—Lo siento. Yo… Es que no quiero que nos hundamos en estas aguas heladas… Hum… Sobre todo, con el monstruo tan cerca.
Como la había cagado, pisé la mierda.
—Pero, doctor Wallace, acaba de decir…
—Dije que no creo en el folclore de Nessie, pero no cabe duda de que algo grande vive en el lago Ness, de eso estoy seguro.
Las palabras salieron de mi boca, y una vez más, no las reconocí.
La multitud sí, y se congregaron a mi alrededor al instante, con las cámaras apuntadas hacia mí como si fuera Mel Gibson.
—Continúe, doctor Wallace —me animó Brandy—, no se pare ahora.
Con gotas de sudor que brotaban de todos mis poros, y los pantalones cortos encajados en la raja del culo, apreté los dientes y clavé la vista en la orilla lejana.
—Con… con el fin de comprender los misterios del lago Ness, primero… Bien, primero hemos de separar la ciencia verdadera de todas las tonterías de la leyenda. Por ejemplo, algunos habitantes de las Tierras Altas hablan de Kelpie, una especie de hipocampo, que vive no solo en el lago Ness sino en otros de la zona…, e incluso en lagos de todo el mundo. En el lago Lochy, llaman a su monstruo Lizzy, y en el lago Champlain, la bestia se conoce como Champ.
Una estadounidense rubia y pálida señaló de repente desde su silla de ruedas y gritó.
—¡Oh, Dios mío, miren! ¡Allí está!
Los pasajeros se pusieron en pie, y varios utilizaron sus prismáticos.
—¡Eh, está ahí! ¡Es el monstruo!
Una avalancha de carne se abalanzó hacia la barandilla de babor, y la multitud señaló una serie de jorobas que se estaban moviendo en la superficie espejeante, a varios cientos de metros de distancia.
—Doctor Wallace, doctor Wallace, ¿lo ve?
El barco empezó a oscilar de nuevo, esta vez a babor.
—No es el monstruo —dije con autoridad—, de modo que siéntense.
—No, mire, se está moviendo… Caramba, ha desaparecido.
—Solo era una ola, señores. Siéntense y se lo explicaré.
Los pasajeros volvieron a sus asientos de mala gana, con los ojos todavía clavados en el este, mientras el Nessie III se aposentaba en el agua.
Me volví hacia la mujer de la silla de ruedas.
—¿Cómo se llama, señorita?
—Kate Coffey.
—Kate, ¿ve las montañas que forman murallas a lo largo de las orillas del lago? Esas montañas continúan debajo del agua y crean una especie de paleta geológica, de entre doscientos diez y doscientos cuarenta metros de profundidad. Piense en el lago Ness como la versión geológica de una bañera gigantesca. Cuando usted chapotea en la bañera de su casa, crea olas que se estrellan en el lado opuesto de la bañera y regresan. El lago Ness funciona más o menos así. Cuando un barco como el nuestro pasa ante una orilla empinada como la del castillo de Urquhart, la estela del barco golpea la cara del acantilado y regresa de nuevo. El lago Ness es tan grande que, a veces, el barco que crea la estela ya se ha alejado mucho cuando se refleja en el siguiente barco que pasa. Cuando el agua está calma como hoy, una estela refleja que se mueva en ángulo hacia otra estela refleja creará una alteración muy similar a múltiples chepas en el agua.
—¿Eso fue lo que vi?
—Exacto. No se preocupe, Kate, engaña a muchos, aunque la gente tiende a ver lo que desea ver. Barcos de quilla larga, como transbordadores o remolcadores, provocan otra ilusión óptica popular. Cuando atraviesan el lago Ness, estos poderosos barcos crean alteraciones en el oleaje que recorre el fondo. Cuando estas olas llegan a aguas menos profundas, la energía es enviada a la superficie, lo cual provoca una gran agitación de las aguas; la gente jura que es el monstruo emergiendo.
—Cuéntenos más cosas —dijo la alemana, mientras me tomaba una foto con la cámara digital de su móvil.
Continué, pues la conferencia, combinada con los efectos de mis pastillas, aplacaba mi hidrofobia.
—La abundancia de fauna en el lago Ness ha engañado a los turistas durante décadas. La zona acoge cormoranes, aves acuáticas de gran cuello que asoman del agua. También patos Merganser, capaces de volver locos a quienes pretenden ver a Nessie. Cuando atraviesan el agua, los patos crean estelas en forma de V, lo cual da la impresión de que algo enorme se está moviendo bajo la superficie. Desde lejos, una fila de patos puede parecer chepas en el agua. También se encuentran en el lago Ness ciervos, nutrias y focas, además de pumas, tejones, leopardos, linces, ovejas, cabras y ratas…
—¿Ratas?
—No se preocupen. Las anguilas se las comen.
—¿Las anguilas? —preguntó Kate Coffey.
—Se trata de una especie de anguila muy desagradable que habita en Gran Bretaña, con dientes afilados y…
—Una vez vi una morena en el acuario —dijo el hijo mayor de los Jordan, Neil—. Era guay.
—Estas anguilas son muy diferentes de las morenas —dije—. Son largas, con forma de serpiente, de cuerpo grueso y dos aletas que les permiten reptar sobre la tierra. Se considera el pez más taimado y agresivo que pueda pescarse.
—¿Son muy grandes?
—Los machos no crecen mucho, tal vez alcancen diez kilos, pero las hembras… Pueden medir tres metros y medio y pesar más de cuarenta kilos.
—Caramba.
—¿Nacen en el lago Ness? —preguntó Clay Jordan.
—La verdad es que no…
Me interrumpí cuando la semilla de un pensamiento se plantó en mi inconsciente, pero el chirrido de los altavoces de Brandy retardaron su crecimiento.
—Siento interrumpirle, doctor Wallace, pero si todo el mundo mira a estribor, verán Achnahannet. En los años sesenta, este pequeño pueblo era el emplazamiento de la Agencia de Investigación de Fenómenos. También fue en estas aguas donde el famoso corredor de lanchas motoras John Cobb murió trágicamente en 1953, cuando intentaba batir el récord mundial de velocidad en el agua.
—¿Le mató el monstruo, doctor Wallace?
Formuló la pregunta una estadounidense que exhibía una docena de anillos corporales de aspecto muy doloroso.
—Bien, señorita…
—Johnston, Dena Johnston. Fue Nessie, ¿verdad?
—Dígame, Dena, ¿qué es más probable: que un animal prehistórico surja de las aguas y ataque la embarcación, o que John Cobb perdiera el control cuando su velocidad superó los trescientos sesenta kilómetros por hora?
—No sé a qué velocidad iba, pero es posible, ¿no? O sea, he visto fotos submarinas, fotos que plasman con claridad la aleta del monstruo. ¿Cómo puede negarlo?
—Por desgracia, la famosa foto de la que usted habla no era la original de Robert Rines, sino una versión ampliada, manipulada por un ambicioso estudiante que trabajaba en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA. Fue su proceso de escaneo de la señal digital lo que causó el efecto de la aleta, no el negativo original de Rines.
Un pesado silencio cayó sobre el barco. Los pasajeros debían de sentirse decepcionados porque me había dedicado a destrozar la leyenda del lago Ness.
Brandy intentó levantar los ánimos.
—Eh, amigos, Invermoriston a nuestra derecha, miren Invermoriston. La aldea está rodeada de un espeso bosque conocido como…
—No tan deprisa, doctor Wallace —un norteamericano con una camiseta de la Universidad de Iowa levantó la mano—. James Keigan, escribo mucho en internet, y mis blogs giran en torno a lo inexplicable. Después de llevar a cabo exhaustivas investigaciones, estoy de acuerdo con los expertos que consideran a Nessie un plesiosauro.
Cabeceos de asentimiento.
—Bien, James, como ha llevado a cabo «exhaustivas investigaciones», tal vez podría explicarnos cómo es posible que un plesiosauro, un reptil acuático prehistórico que se extinguió hace sesenta y cinco millones de años, viva todavía en las aguas del lago Ness.
—En primer lugar, los plesiosauros y los ictiosauros vivían en la zona del mar del Norte. ¿Lo niega?
—En absoluto.
—¿Y niega que el lago Ness estuvo abierto al mar del Norte, antes del último período glacial?
—Técnicamente, el lago Ness todavía desemboca en el mar del Norte, pero el río Ness es demasiado poco profundo para ocultar algo tan grande como un plesiosauro.
—Lo sé, pero ¿no es posible que exista todavía un pasaje submarino desconocido, que comunique el mar del Norte con el lago Ness?
—Eso son teorías, no hechos. De todos modos, todavía no ha utilizado sus exhaustivas investigaciones para demostrarme cómo es posible que una colonia de plesiosauros que respiran aire lograra escapar de la extinción y colonizar el lago Ness sin que nadie los viera.
—No he dicho que fuera una colonia. Podrían quedar unos cuantos supervivientes.
—¿De hace sesenta y cinco millones de años?
—¿Por qué no? El celacanto se creyó extinto durante trescientos millones de años, pero descubrimos que todavía vivían, y habitaban en aguas profundas situadas ante la costa de Madagascar. Y el lago Ness es más profundo.
Varios pasajeros aplaudieron en señal de aprobación.
—En efecto, pero está comparando un reptil de doce metros con una especie de pez de aletas lobuladas que mide un metro ochenta.
—¿Qué me dice de esto?
Bibi, la alemana, alzó una copia de una foto que había comprado en Drumnadrochit. Era la famosa «foto del médico», una instantánea de un animal de cuello largo, parecido a un plesiosauro, tomada por un ginecólogo inglés, R. K. Wilson, en 1934.
—Lo siento, Bibi, esa foto es una falsificación. El fotógrafo afirmó que el animal se hallaba a varios cientos de metros de la orilla cuando la tomó. Un análisis del ángulo de la toma y sus ondas, completado décadas más tarde, demuestra que la foto se tomó desde tan solo treinta metros de distancia. El hombre que la hizo acabó confesando antes de morir que había utilizado un modelo en miniatura.
—¡Atención, atención! —interrumpió Brandy—. Nos estamos acercando a Eileen Mhuireach, o Isla de Murdoch, llamada a veces Cherry Island. La isla, la única del lago Ness, es una estructura artificial llamada crannog. Fue construida en el siglo XVI como refugio fortificado. Este crannog en concreto está hecho con una balsa de troncos de roble y rocas pesadas. El conjunto está fijo al fondo mediante una serie de postes de madera.
Los pasajeros apenas miraron la isla artificial, con su atención todavía concentrada en mí.
Un fornido estadounidense se levantó del otro extremo del banco, y reconocí su físico de luchador, cubierto de tatuajes.
—Nos conocimos hace años, doctor Wallace. Chris Oldham.
—Sí. Usted era uno de los ayudantes de producción que trabajaban en aquel especial de NOVA[7].
—Exacto. La bestia del lago Ness, el que emitieron en el 99. Nuestro programa reunió a los investigadores Charlie Wyckoff y Bob Rine. De todos modos, si no lo ha olvidado, pese a tener acceso a equipos de sónar modernos y cámaras submarinas de alta tecnología, nuestra investigación no obtuvo nada concluyente.
—Como las demás investigaciones que la precedieron.
—Exacto. Bien, ha empezado esta excursión afirmando estar seguro de que algo grande habita en este lago. Esas fueron sus palabras. Procedentes de la única persona que ha visto un calamar gigante vivo, bien, digamos que me tomo muy en serio su afirmación. En cualquier caso, todo lo que ha dicho desde entonces contradice dicha afirmación.
Un punto púrpura revelador se insinuó en la comisura de mi ojo derecho.
—Nos ha contado de manera muy elocuente todo lo que el monstruo no es. ¿Podría decirnos qué es en realidad el monstruo?
Murmullos de asentimiento. Los pasajeros se acercaron más para escuchar.
—Tal vez debería aclarar mi anterior afirmación. No es más que una creencia personal.
—¿Basada en qué pruebas?
Brandy bajó de la timonera.
—Nos explicará esas pruebas con pelos y señales durante nuestro viaje de regreso desde Fort Augustus, ¿verdad, doctor Wallace? Ahora, necesito que todos ustedes recojan sus pertenencias, ya que vamos a atracar dentro de pocos minutos. Un descanso de dos horas les concederá tiempo suficiente para hacer un poco de turismo y compras. Fort Augustus es el pueblo más grande del lago Ness, con muchos restaurantes y tiendas estupendos. Recomiendo que paren en la abadía, y no me cabe duda de que querrán ver…
Pero la cháchara de Brandy no disuadió a Oldham.
—¿Sí o no, doctor Wallace, cree que grandes y misteriosos animales acuáticos habitan en el lago Ness?
Los pasajeros aguardaron.
Brandy volvió a la timonera, al tiempo que asentía vigorosamente.
Cerré los ojos, mientras la migraña vacilaba con mi ojo derecho, y los fantasmas del lago Ness, con mi columna vertebral.
—Es una pregunta sencilla, doctor Wallace. ¿Sí o no?
—No.
Gemidos de decepción.
—Entonces, ¿nos mintió antes?
—No mentí. Lo que tendría que haber dicho, lo que quería decir, era que podría haber algo grande ahí abajo, pero sea lo que sea, no es nada relacionado con la tradición popular de Nessie que conocemos.
—Muy bien, si cree eso, ¿por qué no investiga el lago? Aunque no se haya dado cuenta, el incidente de los Sargazos, combinado con todo lo que le ha pasado a su padre, ha despertado un gran interés en nuestros patrocinadores. Yo diría que la coincidencia en el tiempo no podría ser más oportuna para una investigación bien financiada del lago Ness, dirigida por el doctor Zachary Wallace en persona.
Los pasajeros aplaudieron con entusiasmo.
—¿Es eso lo que le ha traído a este barco, señor Wallace?
La sonrisa reveló sus intenciones.
—Digamos que intentamos dar a nuestros espectadores lo que desean. La película de Werner Herzog[8] fue irónica, la gente prefiere algo más científico. Diga la palabra, doctor Wallace, y podré contar con un equipo de filmación, un barco de investigación y un equipo de sónar a su disposición en menos de una semana.
Mi corazón latía desbocado cuando Brandy apagó el motor del Nessie III, y maniobró para dirigirnos hacia un amarradero del puerto deportivo de Fort Augustus.
—Doctor Wallace, ¿podría coger la bolina? ¿Hola? Zachary…, la bolina.
Me negué a efectuar el menor movimiento, mientras el dolor de cabeza continuaba aumentando y el productor de NOVA se negaba a rendirse.
—El público confía en usted, doctor Wallace. ¿Por qué no acabar con la controversia de una vez por todas?
Frustrada, Brandy agarró la cuerda y saltó al muelle.
—Creo que al doctor Wallace le gustaría meditar sobre la oferta y discutirla durante nuestro viaje de regreso, ¿no es cierto, doctor Wallace?
¿Viaje de regreso? ¿Estaba loca?
—Y todo el mundo que pague por adelantado ahora ahorrará dos libras…
—No —dije, interrumpiendo su anuncio publicitario—. Escuche, señor Oldham, agradezco su oferta, pero no soy un criptozoólogo, y no quiero que el mundo me considere como tal. Todas estas tonterías acerca de monstruos crean un ambiente imposible para llevar a cabo un estudio serio. Falsificaciones, avistamientos fraudulentos, fotos manipuladas, travesuras infantiles, películas paródicas… No es de extrañar que muchos científicos prestigiosos huyan del lago Ness como de la peste. ¿Quiere saber si un animal marino de gran tamaño vive en estas aguas? Mi respuesta es que puede que sí, pero no estoy interesado en poner en peligro mi reputación de biólogo marino para averiguarlo.
—En eso no estamos de acuerdo —dijo Oldham—. Zanjar la discusión de una vez por todas aumentaría su categoría científica.
—Dígaselo a Denys Tucker —murmuré.
—Puede que tenga miedo —conjeturó Bibi.
La migraña alcanzó su siguiente fase cuando el Nessie III entró en el embarcadero libre.
—¿Tiene miedo, doctor Wallace? —preguntó Oldham en tono acusador.
—No pasa nada si tiene miedo —dijo el hijo menor de los Jordan—. A mí también me daría miedo bajar al fondo del lago.
Con las tripas revueltas, palmeé la cabeza del niño de cuatro años, me puse en pie y me abrí paso entre la muralla de pasajeros.
—¡Espera, Zachary!
Sin hacer caso de los gritos de Brandy, salté al muelle, con el globo ocular muy dolorido, y me puse a buscar unos lavabos públicos en los que vomitar.