Capitulo 38

Viernes, 16 de julio de 1999,11:27 PM

The Albert Hall Coffee Shop

Calcuta, Bengala Occidental

Hesha entró en el viejo café lleno de humo con un libro en la mano. Era una gastada, reencuadernada, descolorida y maltrecha recopilación de cuentos populares de Calcuta. El Setita consiguió una taza de café, una mesita y una silla de respaldo recto. Se aposentó allí como si tuviese yoda la noche para leer. A través de la bruma y la variedad de luces —ninguna de las bombillas de las lámparas parecía proceder del mismo país, y menos de la misma caja—, estableció contacto pausadamente con un hombre sentado a la mesa del rincón más alejado de la puerta. El indio tenía el pelo y la barba blancos, la piel oscura y los ojos hundidos: habló, sonriendo amablemente a dos jóvenes estudiantes que lucían, para no dejar lugar a dudas, emblemas universitarios y de causas juveniles en sus camisetas, libros y bolsas. Hesha no tenía dudas: estaba seguro de que aquellos dos (fuesen cuales fuesen sus intenciones previas) nunca volverían a asistir a clases en las soleadas aulas de Calcuta. Se llevó la taza de café a los labios y abrió su libro por una página al azar, pero mantuvo un ojo fijo en el trío del rincón.

Despacio, cortésmente, el hombre mayor despidió a sus invitados. Los dos estudiantes se fueron, insatisfechos pero habiendo salvado la cara, sin reparar en el recién llegado negro de cabeza rapada que había puesto fin a su audiencia.

Hesha aguardó respetuosamente a que el hombre de la barba hiciese un gesto de asentimiento, y cruzó la atestada y ruidosa sala hasta su mesa. El Setita inclinó la cabeza, y tras despejar algunos de los desechos dejados por los estudiantes, tomó asiento dando la espalda a la pared de colores azul oscuro y verde del local. Ahora, el hombre de la barba tenía una perspectiva despejada del café... y también Hesha.

Nomoshkar, Subhas Babu.

Nomoshkar, Hesha Bai. ¿Cómo te va, hermanito?

—Bien, Subhas. Me va muy bien. ¿Y a ti?

—Confieso que me aburro con facilidad; por lo demás, mi vida es dulce. —Cogió un café, no el suyo, y Hesha le imitó. Los dos fingieron beber, y después dejaron sus tazas junto a recipientes más vacíos.

—Me disculpo si mi inesperada aparición te ha hecho perder amigos o negocios, Subhas. Podía haber vuelto más tarde.

—Al contrario, hermanito. Esos niños podrían pasarse toda la noche parloteando. Agradezco el descanso. —El anciano se llevó otra taza más fría a los labios, volvió a bajarla, y sonrió—. Es divertido. Cuanto más les repito que no tengo Familia, más se convencen de que pertenezco a la suya pero me avergüenzo de ellos.

—¿Jóvenes guerreros buscando filosofía en tu venerable mente?

—Chusma en busca de un líder, Hesha. No les adules como se adulan ellos mismos. Por supuesto, adúlame a mí todo lo que quieras. —Rió con suavidad—. ¿Y qué es lo que te trae por aquí, hermanito? Seguro que no se trata del Festival de las Serpientes: es demasiado pronto.

—Conversar contigo, Subhas.

—¿Y vienes desde América para eso? La próxima vez, haz que un avión me lleve hasta tu puerta; debería ver la tierra de los ricos por mí mismo.

Hesha inclinó la cabeza hacia su compañero.

—Es lo que me ha hecho venir esta noche. Calcuta ha cambiado desde la última vez que caminé por sus calles...

—Ahora tiene calles.

—Y confío en que sepas cuanto hay que saber sobre ella.

—Me honras —Subhas se lamió los labios, empujó su silla para apartarla de la mesa y cruzó las piernas—. Ponte cómodo, hermanito. ¿Puedes fumar?

Hesha asintió.

—Es lo que se hace aquí, ya me entiendes. ¡Accha! --El anciano llamó a una empleada con un gesto de la mano arrugada y cubierta de manchas—. Mi querida muchacha —dijo mirándola a los vidriosos ojos—. Limpia este desorden y tráenos dos pipas encendidas y dos tazas usadas.

Cuando la chica se hubo marchado, Subhas dio comienzo a una exposición de la vida nocturna de Calcuta:

—Puede decirse que la Camarilla está en el poder, hermanito. Ciertamente, ellos lo dicen. Tienen un Príncipe, tienen una corte, y el mismo reparto de personajes que representa la misma comedieta que en... no sé, en Lisboa, por ejemplo. Los Ventrue dicen que gobiernan. Los Tremere hacen brujerías a su espalda. Los Toreador pretenden estar por encima de todo eso. Los Gangrel desprecian el hecho de necesitar a los demás. Los Malkavian confunden a todos, incluidos ellos mismos. Los Brujah agitan el puño hacia los Ventrue. Y los Nosferatu observan sin decir nada. Pero en Lisboa, por supuesto, los Ravnos son visitantes poco frecuentes y peor acogidos, mientras que aquí me atrevería a decir que superan en número a los europeos. —La muchacha volvió con tazas vacías y pipas llenas y humeantes para sus clientes—. Perdóname, hermanito. Me he dejado llevar por mi poesía. Esto no es lo que necesitas.

»Los Vástagos occidentales de más edad tienen sus refugios en la vieja Ciudad Blanca. Las sanguijuelas más jóvenes duermen allí donde piensan que es seguro. Y suelen equivocarse. Aquí tenemos muchos, muchos sitios peligrosos. Te diré cuáles son primero. Sé —dijo sacudiendo la cabeza hacia Hesha— que irás allí en primer lugar, así que te será útil. Los gitanos acampan junto al río, al norte de la pista de carreras, bajo las obras del nuevo puente. No te acerques a sus casas si quieres conservar tus sentidos y tu piel. Los Gangrel y los Ravnos mantienen una bonita guerra defendiendo el área de su mutua presencia. Permanece alejado del barrio chino. Esto es difícil: hay... puede que siete u ocho vecindarios que podrían competir por el título. Desde que nos dejaste, extrañas criaturas han llegado desde Bangladesh y el Tíbet: cuidado con ellas. Hay magos en el sur. No he oído que atacasen a los nuestros desde hace algún tiempo... pero sólo seguirá así mientras los nuestros se mantengan apartados de los templos de Kali. El distrito de los templos es... inseguro.

»La jungla de Sunderban está llena de tigres. Supongo que no hace falta que me extienda más, ¿verdad?

Los dos dieron largas e inútiles caladas a sus pipas y se recostaron en sus sillas.

—¿Terrenos de caza? —preguntó Hesha tras un largo silencio.

—Por todas partes. Para un recién llegado, si buscas multitudes tras el anochecer, Park Street está bien, y los hoteles. Los terrenos del Maidan nunca se vacían del todo, pero yo no me arriesgaría: demasiados árboles y pocos edificios.

—¿Elíseo?

—Ah, ¿quieres mezclarte con la Camarilla? Qué falta de gusto, hermanito. Muy bien. Tienes suerte, como de costumbre. Mañana por la noche, el así llamado Príncipe y su corte se reunirán para intercambiar picotazos. Los encontrarás —terminó, mostrando el desdén propio de su buena crianza en cada línea de su rostro— en la Bhooter Barí.

Hesha enarcó una ceja.

—¿La Casa Encantada? —tradujo.

—Eso me temo... Creo que la cortesana Malkavian organiza las festividades durante la estación de los monzones.

Fumaron de nuevo, mostrando caras pensativas a los mortales que pasaban. Hesha habló por fin:

—Estoy en deuda contigo por tu tiempo y tu sabiduría, Subhas Babu.

—¿Puedo ofrecerte la oportunidad de cancelar tu deuda de inmediato?

Hesha miró sin comprometerse al antiguo de Calcuta.

—Por favor, señor. Te ruego que lo hagas.

—Oigo muchos rumores sobre la situación en los Estados Unidos. ¿Me brindarías tu respetada opinión sobre los recientes acontecimientos?

Hesha asintió, envolviéndose en el humo de su pipa.

—Hablo desde fuera, por supuesto —dijo, manteniendo el Ojo y sus pérdidas lejos de la historia—, pero los hechos tal y como los conozco son los siguientes...

* * *

Mucho más tarde, en los sucios escalones de una librería cerrada de un torcido callejón junto a Albert Street, una oscura y andrajosa figura permanecía sentada como si durmiese. Desde su puesto de mendigo, el espía observó a un extranjero alto, negro y calvo que pasó por su lado y se adentró en la lluviosa noche. Cuando el nombre estuvo lejos de la vista y el oído, la figura se desplegó. Era bajo, pero más alto de lo que había parecido sentado; iba pobremente vestido, pero no tan andrajoso como parecía a primera vista; su aspecto era sucio y lastimero, pero resultaba más apuesto de lo que sugerían las capas de mugre... Se apartó el pelo húmedo de los ojos, volviéndose hacia un espacio vacío en el aire junto a los escalones, y preguntó:

—¿Él?