Capitulo 30

Viernes, 9 de julio de 1999,10:43 PM

Granja Laurel Ridge

Columbia, Maryland

—¿Hesha? —dijo Liz sin levantar la mirada del papiro.

El Setita se detuvo sorprendido, mirando sus silenciosos pies.

—Sí. —Se sentó a la mesa frente a ella, cogiendo su propio juego de pinzas—. Estás haciendo muchos progresos esta noche —señaló.

—Creo que es una sección bastante fácil.

Hesha comparó su trabajo de varias noches: aquella sección no era más fácil que las demás; debía de ser que había empezado a memorizar los jeroglíficos. Y había dormido mejor la noche anterior, aunque no podía esperarse que ella lo supiera. Pero Elizabeth parecía bastante animada... a gusto consigo misma hasta un grado incomprensible.

Contempló cómo unía cinco fragmentos para formar un único signo de pluma, y aunque el siguiente glifo era poco común, sólo tuvo que echar una breve ojeada a las notas dispuestas sobre el cristal para encontrarlo. También había algo extraño en la forma en que estaba sentada... Hesha empezó a manipular fragmentos en su lado de la mesa para ocultar su curiosidad.

El ángulo de la silla era normal... sus caderas se curvaban sobre el asiento de la misma forma... un suave giro de la espalda para mantener su largo cuello y sus delicados hombros en una cómoda postura de trabajo... pero algo estaba mal en los hombros. La mano de las pinzas... no, la otra: en lugar de reposar relajadamente sobre las transcripciones de Vegel, estaba cerrada hasta formar casi un puño, aplastado sobre el tablero. Su pulso se iba acelerando cuanto más tiempo pasaba él sentado en su compañía... ¿Qué tenía en la mano? Sintió la mirada de Elizabeth sobre él, y se inclinó sobre su trabajo.

—Tengo un regalo para ti —dijo ella por fin. Hesha miró la más dulce sonrisa de gato que se acaba de tragar al canario que hubiese visto jamás, y las chispas en que se habían convertido los destellos de ámbar de sus ojos—. Abre la mano, cierra los ojos, etcétera, etcétera.

—¿Qué?

—Toma.

Abrió la mano izquierda, mostrando un anillo de metal en su palma. Era de un resplandeciente tono pardo oscuro, completamente libre de herrumbre, y Hesha nunca lo había visto antes. Lo cogió, caliente todavía, y estudió la superficie grabada a través de sus gafas de hombre mayor.

—Es el regalo sorpresa de la roca del señor Vegel —dijo Elizabeth—. La sabiduría de Sísifo, por así decirlo.

—Ouroboros —susurró Hesha.

—Es bronce —afirmó ella, animosamente—. Aunque no logro imaginar cómo es que no está completamente verde. Pienso hacer un estudio del pH del material de alrededor.

Hesha apenas la oía.

Era bronce, sí, aunque él tenía una cierta idea de por qué se había conservado tan bien el metal. No había inscripciones ni marcas de ninguna clase en el interior. Se concentró en el diseño: dos serpientes devorándose a sí mismas, entrelazadas en direcciones opuestas. Las cabezas y colas se unían en lo que debía de ser la parte superior de la pieza, y los cuerpos formaban un apretado nudo.

—Es hermoso —musitó.

Elizabeth rió.

—Si te gustan las serpientes... —comentó recostándose en su silla—. Pero hablando en serio, estoy de acuerdo contigo.

Ella vio cómo miraba Hesha el anillo y decidió dejarle solo con él. Cogió de nuevo sus pinzas y empezó a picotear entre los restos de barro.

El Setita pasó los dedos una y otra vez por la superficie del anillo.

—¿Te lo has probado? —susurró.

—Sí —admitió ella—. Un momento, para ver su tamaño aproximado. Tengo medidas completas y datos de la excavación apuntados en el "expediente" que llevaba el señor Vegel.

Entonces no había ninguna trampa. Pero tendría que examinarlo con más cuidado para confirmar que era absolutamente seguro. También observaría a la mujer... había una posibilidad de que la cosa estuviese activada de alguna manera, y cualquier efecto posterior sería informativo.

—Griego, ¿no crees? —dijo ella, observando que había terminado de estudiar el anillo—. No recuerdo ningún diseño idéntico, creo que el motivo de las dos serpientes puede ser útil para rastrear su período y su propósito. Un objeto de culto hercúleo, o quizá parafernalia profética. Tiresias y las serpientes en el establo, ya sabes. También puede que sea simbología médica, pero creo que si el escultor hubiese querido hacer un caduceo, habría un caduceo.

Él se guardó el anillo en el bolsillo del pecho.

—Buen trabajo —dijo bruscamente.

—Sólo ha sido suerte —replicó Elizabeth con molestia.

Hesha lo dudó.