
Capitulo 1
Sábado, 31 de julio de 1999, 12:33 AM
Un estudio en Red Hook, Brooklyn
Ciudad de Nueva York
Estaba sentada en el centro exacto de su apartamento, esperando.
El cuello de su fina blusa blanca de algodón estaba abierto, tal y como él lo había dejado. La sangre del cuello se le había secado, y la suave piel le picaba bajo la costra pegajosa. Las esposas estaban quietas por fin. Había puesto a prueba las cadenas y argollas, y estaba cansada de debatirse con ellas.
Él la había atado con ellas a una vieja y pesada silla de oficina... demasiado fuerte para que ella lo destruyese aun en el caso de querer hacerlo. Y, pensó, él hubiese debido saber que no querría. Aunque las marcas rojizas en sus muñecas eran dolorosas, el hecho de saber que sus contorsiones habían arañado la superficie de la antigüedad —inútilmente, por Dios— dolía casi lo mismo. Muñeca a madera a acero a madera a muñeca, aquellas malditas cosas dejaban anchas marcas de color rojo en su piel, sobre la resplandeciente madera de nogal y sobre el pilar central de su casa, y no había nada que ella pudiese hacer salvo observar, y esperar, y recordar.
Él no había dejado ninguna luz encendida en el apartamento, pero a través de las ventanas —las enormes y bellas ventanas orientadas hacia el norte por las que había alquilado el apartamento— la ciudad le daba luz suficiente para ver.
El neón, los coches y los carteles iluminaban su estudio, su taller, y le daban al apartamento su propio paisaje urbano. Allí, el caballete y su pintura a medio limpiar, alzándose sobre el distrito. Detrás, un moderno rascacielos, todo ángulos y curvas difíciles: su telón, ampliado con una bandera de caballería. El banco de trabajo, un poco alejado del mejor vecindario, era un almacén y fábrica, con el tejado lleno de pulcras filas de botellas, limpiadores, jarras, cepillos, cajas de guantes y paños de algodón. El escritorio, grande, de líneas rectas, imponente, era el...
El escritorio, enorme y oscuro bajo la luz de la calle, era de auténtico cerezo. Resplandecería como el cobre cuando la auténtica luz cayese sobre él... cuando el sol se elevase, brillando como un dios a través de las enormes y bellas ventanas orientadas hacia el norte...
Era el escritorio, pensó, recordando.