Capitulo 42

Miércoles, 1 de septiembre de 1999; 1:08 AM

En un coche, en algún lugar de Brooklyn

Ciudad de Nueva York

Elizabeth se sentó en el asiento de pasajeros tan agazapada que el cinturón de seguridad se clavaba en su barbilla. No lograba quitarse de encima la sensación de que le resultaría imposible escapar. En cualquier momento, Khalil aparecería en la calle para reclamarla, o Hesha... No, se dijo a sí misma. Hesha nunca regresaría a por ella... la había ofrecido en sacrificio a Ra.

El conductor ni siquiera la había mirado. Estaba totalmente concentrado en la carretera... mucho más de lo que requería la conducción. Incluso cuando hablaba, mantenía sus ojos apartados de los de ella.

—Su amiga, Amy, tiene muchísimas ganas de verla —dijo Jordan Kettridge.

Liz sacudió la cabeza.

—No puedo. No puedo ir a verla. No después... de todo esto.

Amy había hecho lo que Liz le había pedido tras el robo y, en vez de llamar a la policía, había llamado al profesor Kettridge. Le había explicado lo poco que sabía y, cuando llegó de California, le había dado el juego de llaves del apartamento que había en Rutherford House. La buena de Amy. Pero Liz no podía enfrentarse a ella. Ni siquiera sabía si podría volver a verla en su vida. Al menos, no podría hacerlo hasta al cabo de mucho tiempo. De eso estaba segura.

—Lo comprendo —dijo Kettridge. Sus dedos sujetaban con fuerza el volante.

Liz lo observó. Estaba segura de que él sabía que lo estaba mirando; sin embargo, tenía la mirada fija hacia delante, como si estuviera haciendo grandes esfuerzos por ver la carretera... sólo la carretera.

—He... cambiado —dijo finalmente Liz—. Soy... uno de ellos. Como Hesha.

Era cierto... aunque no era totalmente cierto. Aunque necesitaba sangre para sobrevivir, nunca sería como Hesha.

—Lo sé —respondió Kettridge sin dejar de mirar la carretera—. Yo también he cambiado.

No parecía tan seguro de sí mismo como recordaba Liz.

—Yo... veo cosas. Cosas que antes sólo sospechaba.

Liz lo creyó. Lo había visto en sus ojos cuando abrió la puerta del apartamento: vio su alivio cuando la reconoció y, a continuación, vio cómo se sobrecogía al descubrir en qué se había convertido. Había apartado la vista y no había vuelto a mirarla desde aquel primer momento.

—Entonces, ¿por qué me estás ayudando? —preguntó Liz.

Por fin, Kettridge la miró. Sostuvo su mirada durante un largo instante. Cuando volvió a mirar a la carretera, ya no lo hizo para evitarla.

—No lo sé —respondió—. Confío en ti. Confiaba en ti. No creo que eso haya cambiado. Pero puede que sí.

Entonces, Elizabeth sintió que las lágrimas empañaban sus ojos. Esta vez fue incapaz de detenerlas. Kettridge le tendió un pañuelo que pronto quedó manchado de sangre. Recorrieron diversos kilómetros.

—¿Qué le digo a Amy? —preguntó Kettridge al cabo de un rato.

—Nada. No le digas que me has encontrado. Para ella, tengo que estar muerta —Liz hundió su rostro entre sus manos—. O cuéntale cualquier cosa. No me importa. No quiero pensar en nada de eso ahora. Sólo quiero... sólo quiero...

No pudo acabar la frase. No lo sabía. Quería estar con Hesha. No quería volver a verlo nunca más. Quería regresar a su antigua vida. Quería que le devolvieran su vida.

—Sigue conduciendo —dijo en voz baja.

Kettridge asintió y obedeció... alejándose de todo aquello que había conocido Liz.